.
El librero Enrique Fuentes Castilla. (Foto: Leo Morales)
C iudad Juárez, Chihuahua, 9 de abril de 2012. (RanchoNEWS).- En un rincón de la Antigua Madero, Enrique Fuentes Castilla saca varios cuadernillos de una caja. Mira los títulos y repasa las páginas. No me lo dice, pero yo sé que les está guardando un sitio en los anaqueles de ésta, la nueva sede de la librería Madero, ubicada en el número 97 de Isabel la Católica. Una nota de Alejandra Hernández para El Universal:
El hombre que ha animado por más de 20 años ese recinto que ha sido trasladado del número 12 de la calle Madero a la llamada Casa de la Acequia me pide que tome asiento en una de esas cajas. De una, saca una libreta de papel amate, que es de pastas azules y se pliega como un acordeón. «¿Le gusta?», me pregunta. «Se la regalo para que escriba sus pensamientos». Don Enrique, quien el 30 de marzo llegó a los 72 años de vida, me obsequia también una revista que reúne una serie de entrevistas.
Este último no es un regalo fortuito, pues el hombre de cabello blanco y ojos verdes es más que un librero: tiene algo de «adivino». No sólo porque una parte de su labor consiste en tratar de comprar los libros que cree que se venderán, sino porque es común que a sus clientes les sugiera algún texto, recomendación que se apoya en una especie de intuición.
Esas sugerencias forman parte del afán de «servicio» de don Enrique, el cual, asegura, consiste también en borrar diferencias intelectuales o económicas entre los clientes. Por eso, en la Librería Madero, hoy Antigua Madero, el lector común es tratado con la misma cortesía que el escritor, el investigador y el académico.
La nueva sede de la librería es un gran local atravesado por muros que lo dividen en tres espacios. En el primero de la entrada al fondo, hay un anaquel con libros del historiador Daniel Cosío Villegas (1898-1976), quien nació en esta casona del siglo XVII, y una placa en honor a él.
Sobre uno de los estantes que ocupan el segundo espacio, hay otra placa dedicada a la editorial Séneca, pues el anaquel sobre el que se apoya y el que está a un constado –ambos estaban cuando don Enrique llegó en enero de este año– fueron usados por los miembros de ese sello editorial fundado por refugiados españoles.
En los extremos del último y más pequeño espacio están colocadas dos mesas de madera. En la del lado izquierdo, la que se apoya a una pared cuya ventana da a la calle, hay una computadora que ocupa Lucy, quien labora con don Enrique. En la mesa del lado derecho, en la que no hay ninguna máquina, trabaja el librero y anticuario. Ahí Fuentes Castilla evoca cómo nació su amor por los libros:
«Nací en un rancho de un municipio de Coahuila que se llama Huachichil. De ahí, mis padres nos llevaron a Saltillo a registrarnos. Yo tenía seis años, había aprendido a leer gracias mi madre. Las carencias económicas obligaron a mi madre a enviarnos a mis cuatro hermanos y a mí a hacer mandados a casa de familiares».
«Me tocó la suerte –continúa don Enrique– de ir a la casa de mi tía Magui y de mi tío Pablo, quien tenía una gran biblioteca y era paralítico. Él me pedía que le bajara los libros; al principio me regañaba porque no sabía tocarlos, así que me enseñó sus partes esenciales. También me enseñó a leer de una manera diferente a la que había aprendido; le leía en voz alta. Esa enseñanza me permitió convertirme en el lector oficial del seminario de Saltillo, al que había ingresado al terminar la primaria. Ahí también me hice cargo de la biblioteca».
Luego de que el propietario de la Antigua Madero abandonó el seminario por «obvias razones», vino a la Ciudad de México. Fue aquí donde conoció una librería como tal, pues en Saltillo sólo había visto bibliotecas. El establecimiento que por 60 años ocupó el número 12 de la calle Madero fue el primer sitio de este tipo que conoció; entonces la librería era animada por la catalana Ana María Cama. En el DF, él estudió Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Por su relación con Ana María y Alba Cama, y debido a que, tras la muerte de su primera esposa, dio un giro a su vida e hizo lo que siempre había querido: poner una librería, don Enrique tomó las riendas de la Madero en los 90.
Entre crisis
Curiosamente, la llegada del coahuilense a ese local y su salida han estado enmarcadas por crisis económicas. La que ocurrió hace más de 20 años, cuando se hizo cargo de la librería, fue una «crisis espantosa», me confía.
«Cuando llegué, la librería tenía problemas económicos muy serios: se debían dos años y medio de renta, había demandas en tres juzgados por falta de pagos, los empleados mal cobraban… Así que llegué y pagué la renta, arreglé los pleitos en los juzgados, barrí, trapeé, sacudí, tiré basura, conseguí libros…»
Gracias a la visión de don Enrique –quien delineó un proyecto de librería con base en ejemplares de historia, antropología, arqueología y arte–, llegaría una época de prosperidad para esa librería que, en 1951 fundó el refugiado español Tomás Espresate.
Pero con los años volvió la crisis: «el costo de la renta subió porque la calle Madero fue convertida en peatonal para satisfacer la imperiosa necesidad de dar paseos gratis a la gente. Pero los que circulan por ahí no consumen este tipo de productos, van a comprar helado, chicharrones, agüita, y a asomarse al centro». Por el cambio realizado a la calle Madero, la renta del local alcanzó un precio «absurdo»: «De por sí pagaba una muy alta: 40 mil pesos mensuales, pero entonces me pidieron 125 mil pesos, y luego 94 mil 125, como cortesía».
Después de esa «desestabilización» de la calle que conecta al Zócalo con Bellas Artes, don Enrique buscó otros locales fuera del Centro Histórico, por cuyas rentas le pedían entre 20 y 25 mil pesos mensuales, pagos adelantados y trámites engorrosos. Un futuro difícil se auguraba para la librería, hasta que el dueño de esta casa en la que estuvo instalado el Ateneo Español le «echó la mano».
Las redes ocultas del libro
Son varios los clientes que llaman al teléfono de esta casona o que vienen y tocan a sus puertas, en busca de algún título. En medio de esas interrupciones, el coahuilense comienza a hablarme de los pormenores de su labor como librero.
¿Dónde consigue los libros que vende, don Enrique?
Cuando uno empieza, generalmente hace lo que otros: ir a los diferentes sitios en los que se gesta el libro: las imprentas, las editoriales, las distribuidoras, las librerías, las casas de los compradores, el tiradero, los mercados de viejo. Si uno ya no puede ir a esos lugares por la edad o por tiempo, consigue una serie de proveedores. Ocasionalmente también llegan a la librería personas que pretenden vender un libro que consideran que es bueno.
El autor de Las redes ocultas del libro, quien no cuenta con una base de datos y ordena sus ejemplares de manera temática, considera que independientemente de su vejez, los libros deben ser presentados dignamente. Por eso, se daba tiempo para «limpiar» algunos ejemplares o los encargaba a restauradores si estaban muy deteriorados. La idea de servicio de este librero y anticuario le impedía recibir a sus clientes en un sitio cuyos arreglos estaban inconclusos. Por eso esperó a tener todo listo para la gran reapertura, que por fin será hoy, en Isabel la Católica 97.
REGRESAR A LA REVISTA