martes, abril 17, 2012

Música / Venezuela: Dudamel visto por un periodista inglés

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El famoso director. (Foto: María Meléndrez)

C
iudad Juárez, Chihuahua, 17 de abril 2012. (RanchoNEWS).- Caracas. Es una noche fresca en el centro de la capital venezolana y, detrás del escenario del teatro Teresa Carreño –construcción de concreto que es la segunda sala de conciertos de Sudamérica por su tamaño–, el director Gustavo Dudamel lanza una mirada de último minuto al programa. «¿Cuál toca hoy? –pregunta, con su característica sonrisa que le marca hoyuelos en las mejillas–. Pierdo la cuenta…». Una nota de Clemency Burton-Hill para The Independent, con traducción de Jorge Anaya para La Jornada:

No sería extraño. El maestro más popular del mundo está a medio camino en el Proyecto Mahler, doble ciclo sinfónico –que se proyecta en cines británicos– que conjunta los dos lados de su familia musical, como él la llama: la Filarmónica de Los Ángeles, de la que es director desde 2009, y la Sinfónica Simón Bolívar (antes Juvenil), de la que ha sido director musical desde 1999 y está formada por sus amigos y compañeros graduados de El Sistema, el notable programa nacional de educación musical de Venezuela.


El Proyecto Mahler es tan ambicioso que quita el aliento: dos orquestas, dos ciudades, dos países, cinco semanas, nueve sinfonías y media, cada una ejecutada dos veces; docenas de proyectos de extensión, 200 músicos, 2 mil cantantes, un director que trabaja de modo no cronológico, de memoria. No es extraño que la cabeza le dé vueltas.

Es un poco loco, concede Dudamel después del concierto. Fuera de la plaza, junto a las pantallas gigantes levantadas para la multitud que desborda el aforo del teatro, los vendedores ambulantes aún hacen su agosto con playeras, chocolates, insignias, pelucas y cedés de «Gustavo.» Entre tanto, fuera de su camerino dos robustos guardaespaldas mantienen a raya a los admiradores. Rodeado por su abuela, su madre y su esposa Eloísa –quien hace poco dio a luz a su primogénito, Martín–, Dudamel hace gestos afirmativos y los famosos rizos negros saltan en aquiescencia. «Loco, pero asombroso…»

Sin duda es una definición apropiada de la Experiencia Mahler, la cual el público británico puede ahora paladear de manera espectacular. Cines de todo el Reino Unido muestran una película del final triunfante del proyecto, en el centro del cual está una ejecución, grabada en vivo en Caracas, de la Octava Sinfonía, tan colosal que su sobrenombre, Sinfonía de los Mil, se antoja conservador. Formado por estudiantes de El Sistema, de núcleos (escuelas comunitarias de música) repartidos por toda Venezuela, el solo coro cuenta con mucho más de mil: tal vez mil 200 o mil 300, dice encogiéndose de hombros la directora coral, Lourdes Sánchez, cuando le pregunto, como si fuera un número del todo razonable.

No es sorprendente que nadie pueda llevar la cuenta: después de todo, éste es un país en el que más de 385 mil niños participan en los programas gratuitos de educación musical integral de El Sistema, 81 por ciento de los cuales provienen de los barrios bajos.

Desde que Dudamel y la Orquesta Juvenil Simón Bolívar irrumpieron en los Proms de la BBC, en 2007 –el video que les tomaron entonces se volvió de inmediato viral en YouTube–, el público británico, como muchos en el mundo, quedó fascinado, no sólo por la contagiosa alegría y la energía cinética de los ejecutantes de El Sistema, sino por su poderoso mensaje, en cuyo centro está una visión radical mucho más interesada por la transformación social que por crear músicos de la estatura de Dudamel. Simon Rattle llamó alguna vez a El Sistema lo más importante para el futuro de la música clásica, una fuerza emocional de tal magnitud, que podemos tardar un tiempo en asimilar lo que vemos y escuchamos.

Dudamel y los «Bolívares», como se les conoce con afecto, abrirán el Festival de Londres 2012, en Escocia, en una noche de verano, después de una residencia de un semana en Big Noise, en Raploch, uno de los barrios marginales más sombríos del Reino Unido, donde la iniciativa inspirada en El Sistema ha dado frutos notables de 2008 a la fecha.

Lo que sabemos hasta el momento es que Dudamel y sus compatriotas montarán un espectáculo grandioso; también sabemos que el salto cuántico de la imaginación con el que el director y economista José Antonio Abreu fundó este extraordinario programa en 1975 –según es fama, con 11 chicos en una cochera– denotó una profunda visión humana. Con dos millones de vidas transformadas gracias a El Sistema, el Banco Interamericano de Desarrollo, que en fecha reciente aprobó un crédito por 150 millones de dólares para expandir el programa por el país, calcula un significativo rendimiento de la inversión: 1.68 por cada dólar invertido.

Mientras me acompaña, junto con tres guardaespaldas, por una ajetreada calle de Caracas a plena luz del día hacia el Parque Central, donde se encuentran las oficinas administrativas de la Fundación Musical Simón Bolívar (nombre oficial de El Sistema), el director de desarrollo institucional, Rodrigo Guerrero, me recuerda que, de acuerdo con el informe del banco, cada niño participante en El Sistema tiene cuatro veces más probabilidades de terminar la preparatoria que otros. Además, por cada niño en el programa, tres adultos de la comunidad en promedio reciben un efecto positivo. Hay una razón para que sucesivos gobiernos hayan financiado este esquema, y para que Abreu, en una rara entrevista en Caracas, me diga que no quedará satisfecho hasta que cada niño en Venezuela tenga la oportunidad de pertenecer a un núcleo.

Entre tanto, puede que el Proyecto Mahler, que Dudamel define como un sueño hecho realidad para él, sea una empresa musical monumental y extravagante, pero él la ve sin duda como más que otra serie de conciertos. Unir ambos lados de la vida musical, y reimaginar las posibilidades de la colaboración musical intercultural en escala épica, marca el siguiente capítulo en la revolución mundial de El Sistema.

No es sólo un acontecimiento musical, sino un gran acontecimiento humano, explica la presidenta de la Filarmónica de Los Ángeles, Deborah Borda, ella misma una especie de fuerza de la naturaleza. Intentamos definir lo que será una orquesta del siglo XXI.

Antes funcionaria de la Filarmónica de Nueva York, y una de las más formidables ejecutivas de orquesta, la elegante dama de 62 años ha sido fundamental en la realización del sueño de Dudamel, al instituir el mayor programa en Estados Unidos inspirado por El Sistema: la Orquesta Juvenil de Los Ángeles, y facilitar de manera incansable la expansión de iniciativas semejantes en el ámbito internacional.

Mientras tomamos café colombiano, fantásticamente fuerte, ella detalla una misión filosófica de la que el Proyecto Mahler es apenas el principio, y que puede –y debe– tener ramificaciones para cualquier sociedad que se preocupe no sólo por el futuro de su vida cultural, sino también por la posibilidad de un profundo cambio social y de un alivio a la pobreza, tanto material como espiritual.

«No se puede dirigir grandes instituciones artísticas en la forma en que se hacía hace 15 o aun 10 años –afirma Borda–. Antes solíamos enfocarnos en el imperativo artístico, pero ahora existe también un imperativo social, y debemos reconocerlo y actuar en consecuencia. ¿Podría ser potencialmente el caballo de Troya de la música clásica? ¿Podríamos finalmente encender y capturar el corazón y la imaginación de las personas, hacerlas avanzar?

«Es obvio que Gustavo es la apoteosis de El Sistema y una figura crucial en la música de hoy, pero también es un pensador del siglo XXI –expresa–. No sigue el modelo del viejo maestro; la profundidad de su pensamiento es algo especial. Entiende que ésta es una era de comunicación, de colaboración. La era del acceso: desde las ondas cibernéticas hasta poner la abundancia espiritual y material al alcance de la gente».


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