jueves, julio 26, 2012

Cine / Entrevista a Virginie Despentes

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Despentes durante el rodaje de Bye Bye Blondie, que se estrenó en marzo de este año en Francia. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 26 de julio de 2012. (RanchoNEWS).- Caso curioso el de Virginie Despentes, nombre que quizá resuene en la memoria de los cinéfilos locales no tanto por lo que fue, sino por lo que no. Esto es, el no estreno comercial en 2003 de su polémica ópera prima, Baise-moi (literalmente «Cogeme»), cuando sus escenas de sexo explícito le valieron el «Sólo apta para mayores de 18 años de exhibición condicionada» del comité de calificaciones del Instituto de Cine, imposibilitando así su estreno en salas comerciales y relegándola exclusivamente a las ya por entonces casi extintas salas pornográficas. Sin embargo, ella es, además, una reconocida escritora y militante de un feminismo a contramano del encasillamiento de la mujer, uno más expansivo, trasgresor y genéricamente igualitario que el tradicional. Se trata, en palabras del diario El País de España, de una auténtica «dama de la literatura trash», una «proletaria de la feminidad». «Escribo desde la fealdad, y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las insatisfechas, las que nadie desea, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del gran mercado de la buena mujer», pregonó alguna vez en sus textos. Una entrevista de Ezequiel Boetti para Página/12:

El nuevo eslabón de su militancia no es gráfico, sino cinematográfico. Casi una década después de filmar Baise-moi, Despentes volvió a ponerse detrás de las cámaras en 2009 para el documental televisivo Mutantes: Punk Porn Feminism, y también el año pasado, cuando filmó la historia de amor entre dos lesbianas en Bye Bye Blondie, que se estrenó en Francia a fines de marzo. Su polémica obra, la cosificación audiovisual de lo femenino, la caída de los valores del punk, movimiento cuyo dogma nutrió su adolescencia, y la latencia de una revolución de género son algunos de los temas que recorre en esta entrevista exclusiva con Página/12 en el señorial Hôtel du Louvre de París.

La escritora que (se) filma

Hay varios puntos de contacto entre las dos películas. El primero es que ambas son adaptaciones de libros homónimos de la propia Despentes. El segundo, el rol central de mujeres generalmente marginadas que buscan expandir los límites morales del sistema. Allí están las prostitutas dispuestas a tomarse revancha de las vejaciones físicas y espirituales de su trabajo de Baise-moi, y ese reencuentro entre una punk de los ’80 devenida en desencantada de los 2000 (Béatrice Dalle) con su novia de la juventud, quien ahora es una famosa conductora de televisión (Emmanuel Béart), en Bye Bye Blondie, como ejemplos. El interés por esas temáticas hay que buscarlo en su biografía, que incluye una larga carrera por trabajos mal pagos, internaciones en un psiquiátrico, maltratos familiares e incluso varios años ejerciendo el oficio más antiguo del mundo. «Desde que comencé comprendí intuitivamente que mi cultura izquierdista clásica, que victimizaba a las prostitutas, ignoraba lo esencial de este trabajo: el laburo en sí mismo no era lo desagradable, aun siendo difícil; es la mirada proyectada sobre este trabajo lo que es difícil de asumir», reflexionó en una entrevista.

Esa carga sexual, presente de punta a punta en su ópera prima, iba a repetirse en su segunda ficción. Pero otro hecho personal la motivó a cambiar ese enfoque. «Hace siete años que soy lesbiana y desde entonces presté mucha atención a las películas románticas o de género con historias homosexuales entre mujeres. Además había buscado muchísimo un actor para el papel de contrafigura de la protagonista, pero nadie tenía idea de quién podía ponerle el cuerpo a un personaje tan fuerte como el de Gloria (Dalle). Nosotras somos muy amigas, y un día me planteó la posibilidad de buscar una mujer. Inmediatamente pensé en Emmanuel», afirma Despentes en un español casi perfecto aprendido en Barcelona, donde vive su actual pareja. «Toda la parte de la adolescencia tiene mucho de mi vida: el psiquiátrico, el movimiento y ambiente punk rock, el problema de cómo se convierte un adolescente en un adulto, que es una ruptura muy fuerte. El punk no te prepara muy bien para convertirte en una mujer, y ese traspaso se logra con muchas dificultades. Evidentemente tenés que traicionar tus ideales, adaptarte y hacer lo contrario de los ideales del movimiento», completa.

Sin embargo, el film se permite un final optimista. ¿Comparte ese optimismo?

No tanto. El problema era que yo observaba muchísimas películas de lesbianas en la que ellas tenían un final triste o dramático, y yo quería contar una historia con la que los espectadores puedan sentir alegría, o al menos convencerse de que ser lesbiana no es un problema. Me parecía interesante darle un enfoque positivo al tema.

¿Por qué cree que generalmente se muestra al lesbianismo como algo negativo?

Porque de por sí hay muy pocas películas de lesbianas; no es un asunto interesante para los productores ni para los canales de televisión. No le interesa a nadie, en realidad. Creo que la cultura heterosexual llegó a un punto de desprecio muy grande con la cultura lesbiana, y para mí era muy importante hacer esto. En cierta medida hubo una idea de «propaganda» detrás de todo.

¿Cree que la industria cinematográfica es «heterosexista»?

Sí, totalmente. El cine es un tratamiento de control de los géneros y de propaganda muy fuerte. Eso lo descubrí con Baise-moi: si salís de los códigos, clásicos tenés problemas. Entonces, yo quería utilizar esos códigos, pero para mostrar cosas diferentes de lo tradicional.

La película no pudo estrenarse en la Argentina por la calificación que recibió. ¿Qué le genera a usted como artista que ocurran estas cosas?

Eso fue hace diez años, y hoy lo veo con mucha tranquilidad y orgullo. Pero en ese momento sí fue complicado porque no teníamos idea de la importancia de lo que estaba pasando. Pero a la distancia me tranquiliza ver que la película sigue existiendo, que el público sigue interesándose y dispuesto a verla. Creo que en ese sentido Baise-moi tuvo una importancia mundial que es un lujo.

Hace unos años decía que con aquella película hizo un trabajo de utilidad pública. ¿A qué se refería?

Supongo que al hecho de trabajar con actrices porno en una historia que no era estrictamente porno, y a tratar temas que el cine no toca muy seguido, como las violaciones o la violencia de género. En mi opinión falta reflexión en el cine acerca de las imágenes pornográficas. Tenemos que confrontar con ellas y condicionarnos a su existencia. Mucha gente las consume y sin embargo seguimos haciendo de cuenta de que no existen. Pero no es así. No sólo tenemos que aceptarlas, sino también interesarnos en la temática que hay detrás, y hacer películas que no menosprecien al género gratuitamente.

¿Cree que sobreviven algunos rasgos de los años ’80 en la actualidad?

Sí, bastantes. Cuando hicimos el casting de Bye Bye Blondie me sorprendió la cantidad de jóvenes punks que encontramos. Pero las actuales son muy diferentes de lo que éramos nosotros. Teníamos una ingenuidad muy fuerte y ahora son mucho más conscientes, aunque sí se mantiene muy vigente el mensaje de no future. Por otra parte, creo que el eje de la cultura musical cambió. Con las bandas ocurre algo parecido a la poesía del siglo XIX o el jazz de la década del ’50: el público sigue consumiéndolo y divulgándolo, pero prácticamente no se hacen.

La feminista borderline

Las cientos de entrevistas por la polémica de Baise-moi obligaron a Despentes a elaborar un marco teórico acerca de cómo explicar el dolor emocional y físico del ultraje, desde dónde justificar una violación, por qué soportarla con estoicismo. Ese ejercicio intelectual, sumado a la ausencia de bibliografía traducida al francés durante la década del ’90, fue el disparador del libro Teoría King Kong, que desde su edición en Francia en 2006 lleva vendidos más de 300 mil ejemplares. Influida principalmente por los movimientos estadounidenses, entre ellos el sex positive, que se oponía al feminismo antiporno, la autora propone un nuevo paradigma de mujer más desacralizado y apegado a las vivencias cotidianas. «El ideal de la mujer blanca, seductora pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no aplastar a su hombre, delgada pero no obsesionada con la alimentación, que parece indefinidamente joven, pero sin dejarse desfigurar por la cirugía estética, esta mujer blanca y feliz que nos ponen delante de los ojos, esa a la que deberíamos hacer el esfuerzo de parecernos, aparte del hecho de que parece romperse la crisma por poca cosa, nunca me la he encontrado en ninguna parte. Es posible, incluso, que no exista», reflexionó en su texto.

Alguna vez dijo que era practicante de un «feminismo borderline». ¿A qué se refería eso?

Me refería a un feminismo que me cambió la vida cuando lo encontré, como el de Annie Sprinkle o Judith Butler. Me gusta que haya interesados en este movimiento mucho más abierto que el que se centra solamente en cuestiones como la familia o la maternidad. Yo me considero muy feminista, pero no tengo ninguna de esas inquietudes, sino otras más relacionadas con las prostitutas, las lesbianas, las actrices porno o, en términos generales, la dignidad de la mujer, por ejemplo.

El personaje de Emmanuelle Béart es una estrella de televisión que esconde su condición sexual. ¿A qué se debe esa opresión?

Yo no lo vincularía tanto con la opresión, sino con una cuestión más relacionada con la figura pública de la televisión, que es algo muy particular por toda la exposición que implica.

Pero, al menos en la Argentina, muchas mujeres se prestan al juego de ser una figura pública, con toda la pérdida de intimidad que eso genera. ¿No es una forma de validar ese modelo?

Es mucho más complejo. Primero porque es la única forma en la que funciona ese sistema, y si tienes los argumentos para hacerlo, entonces lo haces. Todo el mundo que trabaja en el sistema tiene que aceptar las cosas que le piden, sean o no inocentes. A mí no me molestan para nada las mujeres que juegan a fondo con la seducción o que utilizan sus cualidades en su favor. Lo que sí me molesta es que lo hagan porque no tienen otras opciones.

¿Es reversible este problema?

Sí, creo que sí se puede cambiar, pero no estoy segura de qué ocurrirá. Se deberían hacer principalmente fuertes campañas de concientización pública y cambiar la dirección de las políticas públicas. Las mujeres tenemos que realmente tomar el poder para cambiar las cosas. Hubo una evolución importante en los últimos años, pero todavía no es suficiente.

En ese sentido en uno de sus libros dice que el feminismo es una «revolución que ya comenzó». ¿Sigue en marcha?

Eso espero. Cuando veo la garra de muchas mujeres jóvenes pienso que está muy presente esa revolución. Pero se dará solamente con mucho esfuerzo y militancia porque, insisto, naturalmente sólo daremos marcha atrás. No sabemos si los cambios traerán una sociedad mejor, pero por lo menos vale la pena intentarlo. Uno ve todo los días, aquí y en gran parte del mundo, muchos casos de femicidios, mujeres que mueren por el solo hecho de ser mujeres. Algo tiene que pasar.

¿Y qué papel juegan los hombres en esa revolución?

Creo que vale la pena que ustedes también intenten un orden diferente. Pero cambiar totalmente, no sólo un poco. Pensar concretamente qué es ser un hombre, qué implica, qué impide, cuáles deberían ser las relaciones entre los géneros y lo laboral, qué significa en términos de emociones. También discutir su sexualidad, la heterosexualidad, la homosexualidad. Me parece que discutir todo va a generar el descubrimiento de que hay otras formas posibles de ser.

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