jueves, julio 12, 2012

Música / España: Las piedras llevan medio siglo rodando

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1965: Watts, Brian Jones, Richards, Jagger y Bill Wyman. (Foto: AFP)

C iudad Juárez, Chihuahua. 11 de julio de 2012. (RanchoNEWS).- Ocurrió tal día como hoy, hace medio siglo. Jueves, 12 de julio de 1962. En el Marquee Club londinense, entonces situado en un sótano de Oxford Street, debutó un sexteto, anunciado como Mick Jagger and the Rollin’ Stones. No eran la atracción principal: servían de teloneros al vocalista Long John Baldry. Pero salieron airosos del compromiso y se repartieron veinte libras esterlinas. Una nota de Diego A. Manrique para El País:

Un viajero del futuro no habría tenido problemas en reconocerlos. Al menos, al trío de la primera línea: Mick Jagger al micrófono más dos guitarristas, Keith Richards y Brian Jones. Otro asunto sería la sección de ritmo: el bajista Dick Taylor, que alcanzaría cierta fama con los Pretty Things, y el baterista Mick Avory, que se integraría en The Kinks. Y el pianista Ian Stu Stewart, inmortalizado en la particular Historia universal de la infamia de la música pop como el leal compañero que fue fríamente expulsado de los Stones —«no da el tipo», sentenció el manager— pero se mantuvo a su lado como ayudante para todo.

Gracias al minucioso diario de Stu, sabemos el repertorio que tocaron aquella noche. Ni una sola canción propia: temas de Jimmy Reed, Elmore James, Muddy Waters (el nombre derivaba de su majestuoso Rollin’ stone) y, gran audacia, Chuck Berry. Interpretar piezas del padre del rock and roll suponía un sacrilegio en el mundillo en que estos chavales se movían: fanáticos del blues, coleccionistas pasados a los escenarios con espíritu misionero.

En realidad, los Rollin’ Stones (tardarían unos meses en añadir la g) nacieron como grupo satélite de las más prestigiosa agrupación de bluesmen del delta del Támesis: Blues Incorporated, donde Alexis Korner permitía a Jagger cantar algunos números. Cuando Blues Incorporated saltó a la BBC, los alevines se encargaron de algunos bolos menores, como las actuaciones de los jueves en el Marquee.

El jefe de aquellos Rolling Stones era Brian Jones, un pillo sexualmente precoz, que destacaba por saber tocar la guitarra con slide (un tubito de metal o un cuello de botella). Jones ponía los anuncios para buscar instrumentistas, defendía las virtudes del rhythm and blues en cartas a las revistas y se preocupó de meter al grupo en un estudio para grabar una maqueta.

Pero las miradas convergían en Jagger. En vez de estar tieso como un palo, como (equivocadamente) se imaginaba la gente a los bluesmen de Chicago, Mick sacudía tímidamente el trasero y movía los brazos, a veces tocando maracas. Los puristas torcían el gesto pero, maravilla, las chicas se sentían atraídas. El blues estaba de moda y los Rolling Stones no tenían inconveniente en animar las fiestas de algunos retoños de la alta sociedad.

Al fin y al cabo, Jagger era un sólido producto de la clase media. Tan buen estudiante, tan formal, que su padre, profesor de gimnasia, adelantó el dinero necesario para que los chicos pudieran alquilar unos amplificadores que les permitieran sonar decentemente en el Marquee. Por el contrario, Keith Richards parecía un proletario desubicado, digno de toda sospecha entre los fundamentalistas del blues: a él le atribuían esa debilidad por los tiempos rápidos, tan propios de los... gamberros.

Charlie Watts, que acudió al concierto del Marquee, asegura que lo pilló enseguida. Imitar a los músicos negros podía ser moralmente satisfactorio pero el riesgo —y la ganancia— residía en acercarse al inmenso público juvenil. Watts se había negado a juntarse a los Stones: trabajaba en una agencia publicitaria y se desahogaba tocando música más jazzística. Terminaría entrando en la banda en 1963, cuando ya se había incorporado un bajista serio y maduro, Bill Wyman.

Todavía les quedaba mucho por aprender: grabar discos, componer temas originales, enfrentarse a los estadounidenses. Obviamente, ninguno de ellos hubiera apostado por medio siglo de longevidad. Es tan inconcebible que ahora no saben muy bien cómo cerrar tan prodigiosa aventura: no necesitan el dinero y se arriesgan a hacer el ridículo. Este año, las altas esferas les tentaron para participar en los actos de los Juegos Olímpicos londinenses.

Pero los Rolling Stones son, siempre lo han sido, una maquinaria lenta, que requiere semanas de ensayos para volver a coger el punto. Si vuelven para despedirse, se asegurarían de hacerlo con la máxima dignidad. Presentando canciones nuevas y con todos los ases en la manga.

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