jueves, agosto 09, 2012

Literatura / Entrevista a Ernesto Mallo

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El escritor argentino. (Foto: Guadalupe Lombardo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 9 de agosto de 2012. (RanchoNEWS).- Al comisario Lascano, El Perro –como lo conocen en la fuerza y en el mundillo del hampa–, le llegó la hora de jubilarse. «Envejecer es una mierda», piensa. «Me estoy convirtiendo en un animal. Un hombre patético, cada día más débil». El principio de este retiro –«la sentencia que lo decreta un viejo choto a quien ya le exprimieron todo el jugo»– podría estar teñido por un halo melancólico. Pero el odio bíblico que lo invade por cada uno de los treinta años que pasó lidiando «con la peor basura de la sociedad» vence de antemano el andarivel carcomido de la cursilería. Lascano se embarcará en una nueva misión. Su prima rica, Sofía Taborda, quiere encontrar a su nieta Candela; está segura de que está viva en algún lugar. Su hija, en cambio, apareció muerta en Camet, a un costado de la ruta; en su espalda, el asesino le tatuó un «puta» a punta de cuchillo. En Mar del Plata, apenas comienza el itinerario de la investigación, Lascano recibirá una advertencia: «Este negocio de las putas llega más arriba de lo que creés. No trates de cagar más alto de lo que tenés el culo». En Los hombres te han hecho mal (Planeta), novela policial crepuscular enhebrada por el pesimismo de la inteligencia, Ernesto Mallo desmonta el engranaje de una aceitada red delictiva, cuya persistencia es –al menos por ahora– inquebrantable. No hay devaneos quijotescos posibles, sólo modestas batallas que podrán servir para liberar a un puñado de mujeres. Los nombres se reciclan o camuflan, bajo el amparo de la maraña jurídico-política. El negocio continúa. Una entrevista de Silvina Friera para Página/12:

La tercera novela protagonizada por El Perro Lascano, después de La aguja en el pajar y Delincuente argentino, no da respiro al lector; perfora el sobreentendido de las «buenas conciencias» que se sacuden el crimen del cuerpo social, como si fuera apenas una anomalía ajena. Mallo cuenta a Página/12 que realizó un estudio de campo previo a la escritura. Se reunió con tres organizaciones no gubernamentales que se dedican a rescatar mujeres en situación de prostitución; habló con varias personas que trabajan en el Poder Judicial, especialmente con un fiscal de Lomas de Zamora, el «informante confidencial» que le dictó uno de los epígrafes de la novela. «Las ‘chicas’ se dividen en tres clases: ‘las locas sueltas’, aquellas que trabajan por su cuenta; ‘las que tienen marido’, es decir un vividor; y ‘las que lloran’, quienes llegan a la prostitución engañadas o secuestradas. En algún momento todas terminan siendo de ‘las que lloran’». El escritor simplifica el laberinto de sus indagaciones con el aguijón de una frase: «Mi novela es un cuento de hadas comparado con lo que sucede en la realidad».

¿Por qué la trata de mujeres es una de las formas de esclavitud más aterradoras del siglo XXI?

Nunca en la historia de la humanidad hubo tantos esclavos como ahora. La trata de personas desplazó al tráfico de armas como negocio ilegal; es más rentable que el tráfico de armas. El único negocio que lo supera es el de las drogas, con el cual la trata de personas tiene muchos vínculos. Hay redes y bandas que hacen las dos cosas. En el sur de Italia, por ejemplo, los contrabandistas cruzan el Mediterráneo para pasar drogas y cigarrillos, y también llevan prostitutas. Y en caso de ser perseguidos por la guardia costera italiana, tiran a las prostitutas al mar. Es muy común escuchar en la jerga hablar de las mujeres como paquetes: «traje tres paquetes», «agarrá este paquete y llevalo a tal lado». Una de las cosas más graves es la deshumanización del otro, que se convierte en un objeto sobre el cual se puede ejercer cualquier clase de violencia. La trata está teñida de una enorme violencia física y moral. Las chicas que son secuestradas o llevadas engañadas a la prostitución pasan por un período de ablande en el que son castigadas, torturadas, drogadas, hasta que al fin logran quebrarles la voluntad. Si quieren escaparse o hacer la denuncia, las matan de la manera más horrible para que sean un ejemplo para las demás.

En un momento de la novela, un personaje recuerda que tiene una hermana desaparecida. A partir de este detalle, el lector podría trazar una conexión entre los campos de concentración de la última dictadura con la desaparición de las mujeres en los prostíbulos, ¿no?

El mecanismo es muy parecido, es ejercer violencia sobre el cuerpo del otro para que el otro haga lo que quiere el que lo somete. Puede ser tener relaciones sexuales por dinero o que diga lo que él quiere saber; es decir la trasgresión de la humanidad del otro para los propósitos del torturador. Otro tema común es la violación; las mujeres son violadas sistemáticamente. Esto en cuanto a los métodos, pero el objetivo es el mismo: dinero, lucrar. Las dictaduras se establecen por dinero, para favorecer a determinados grupos económicos en detrimento de otros. Hay que prestar atención a cómo se transforma la violencia y adquiere nuevas formas, aunque ideológicamente sigan siendo lo mismo.

Si ideológicamente continúan siendo lo mismo, tal vez sea porque muchos de los que están en el negocio de la trata se han reciclado post dictadura, como las fuerzas policiales y de seguridad.

La cuestión es la complicidad; hasta qué punto el Estado sigue poblado de individuos que tienen que ver con esta forma de actuar. Deberíamos pensar qué clase de sociedad somos, por qué estas cosas siguen sucediendo. Estos temas, además, exceden el marco local; es mundial: Ciudad Juárez, las chicas del Este europeo, las chicas de Africa... Si no miramos el contexto internacional, nos estamos perdiendo gran parte del panorama. El crimen es transnacional, atraviesa las fronteras: secuestran a una chica en Tucumán y termina en Barcelona. Hay una gran movilidad y grandes posibilidades de desplazamientos y de fugas. Los criminales viven mudándose de lugar. En la Argentina, por ejemplo, uno de los temas más graves es el asentamiento de grandes narcotraficantes colombianos y mexicanos, que vienen a vivir acá porque están tranquilos y nadie los persigue. Ya estamos viendo ajusticiamientos, crímenes por encargo en lugares públicos.

¿Cuál debería ser, entonces, la función del Estado? Si una chica secuestrada en Tucumán termina en Barcelona, ¿qué rol cumple el Estado argentino, cómo interviene ante un dispositivo que lo excede jurisdiccionalmente?

Es muy poco lo que el Estado puede hacer. No tiene que perseguir a las prostitutas porque están en su derecho de trabajar, mientras no haya un cafishio que las explote. Aunque, en la calle, el Estado no tiene manera de distinguir qué prostituta trabaja autónomamente. Lo que el Estado sí puede hacer es penalizar al usuario: se le pone una multa y se le saca una foto. Esto bajaría la demanda de la prostitución a menos de la mitad.

Pero las prostitutas podrían argumentar que se quedarían sin trabajo.

Tendrán que buscar otro; tampoco es función del Estado proteger una forma de trabajo sumamente insalubre. Yo vivo en pleno centro de la ciudad y hay muchas prostitutas alrededor de mi casa; trabajan ahí. Veo cómo llegan chicas muy jóvenes, muy lindas, y en dos años están envejecidas veinte años. Es un trabajo con mucho riesgo físico, con riesgo de cruzarse con un loco, con riesgo de enfermedad. El Estado no tiene por qué proteger ese tipo de trabajo. No lo debe perseguir, pero puede penalizar al usuario.

«El problema fundamental del delincuente es que está siempre apurado, huyendo de acá para allá; mientras que la policía tiene todo el tiempo del mundo», se lee en una parte de la novela. ¿Cómo explica, entonces, que a pesar de que la policía cuenta con más tiempo suele ser menos efectiva?

La policía es parte del esquema del crimen porque participa o porque tiene que negociar con los criminales. El crimen no es un virus extraño que se insertó en la sociedad, al cual hay que perseguir y extirpar con algún método quirúrgico o con antibióticos. El crimen es parte de la sociedad; vivimos en una sociedad que es criminal. Cuando los criminales tienen suficiente poder, negocian con los gobiernos de igual a igual. Está el caso de Marcola (Marcos William Hebas Camacho), el traficante brasileño preso en la cárcel de San Pablo: cuando quisieron trasladarlo a otra cárcel, desde San Pablo organizó el asalto a 120 comisarías simultáneamente, el mismo día y a la misma hora. ¿Qué hizo el gobierno? Fue a negociar con él. Marcola les dijo que no quería que lo trasladaran, y que le tenían que dejar el teléfono celular. Después pidió una pantalla plasma para ver el mundial. Marcola plantea que la gente que trabaja para él es fiel porque les da educación a sus hijos. La condición es que no hablen.

¿El mafioso construye una red que funciona de manera similar al Estado y que llega adonde el Estado no llega?

No es similar; es exactamente igual al Estado, con su legislación, con sus códigos, con sus poderes, pero en la clandestinidad. Además están mezclados el uno con el otro. No es que viven en dos mundos aparte; están interrelacionados.

Un personaje de Los hombres te han hecho mal dice: «No somos muy distintos de los delincuentes a los que perseguimos. Venimos del mismo lugar, tenemos las mismas necesidades, pensamos de manera similar». La frase no deja de provocar, porque la clase media, amparada en la retórica de la inseguridad y de la «mano dura», la refutaría espantada y probablemente esgrimiría que no piensa igual que el delincuente.

Claro, esa frase de la novela espanta a la clase media porque la desnuda. La clase media es un rebaño de ovejas con dientes de lobo; es muy peligrosa, es la buena, la pura. Y no es verdad. La clase media es la que dijo «algo habrán hecho»...

Lascano se enfrenta a este discurso cuando le advierten, al empezar la investigación: «Si te ponés a desenterrar algunos casos, podés terminar enterrado vos». Es la traducción casi literal del «no te metás».

Exactamente. La clase media es la que salió a cacerolear en la puerta de los bancos, pero se quedó calladita cuando desaparecían personas. La clase media está pataleando porque no puede comprar o vender departamentos y está dispuesta a inmolar a quien sea por sus dólares. Es la clase que hace que (Marcelo) Tinelli sea un éxito; tiene una gran admiración por el triunfo, no importa a qué precio. Se escandaliza cuando se descubren actos de corrupción que son magnificados –en cualquier sociedad, en todos los gobiernos del mundo hay corrupción–, pero no se escandaliza ante los grandes criminales, como los bancos o los empresarios. En la foto del crimen nunca están todos los que son. Las cárceles están llenas de pobres, tontos, irrecuperables. Pero los responsables de generar esas situaciones, de que un chico mal alimentado los primeros años de vida sea un irrecuperable, ¿ésos no son criminales? No están presos ni son perseguidos... Hay un dato que no sé por qué no se difunde. El índice más alto de criminalidad en la Argentina fue durante el gobierno de Menem. La criminalidad aumentó un mil por ciento durante el menemismo; ahora estamos en uno de los momentos más bajos. Y sin embargo, la cobertura mediática es mayor ahora.

¿Por qué si la criminalidad ha disminuido la cobertura de los medios taladra tanto con el tema?

Si Menem tenía una virtud, es que fue el que mejor manejó los medios de comunicación para sus propósitos y fines. Tenía a los medios siempre hablando bien, aun cuando se mofaban de él. Nunca dejaron de rendirle pleitesía. Los grandes medios de comunicación también son empresas criminales. Nuestra sociedad adolece de una falta de sinceridad en todos los sectores. Una novedad absoluta en la Argentina es que éste es un gobierno que no recurre a la violencia; es un gobierno sin muertos.

Lo espeluznante es que hay sectores que quieren que haya muertos.

Hay sectores que están deseando que haya una gran crisis económica. Desde Néstor Kirchner para acá, algunos economistas vienen anunciando que en octubre el país se va a la mierda. Lo vienen anunciando, anunciando y nunca llega... Ojalá nunca llegue esa crisis, aunque ningún país está a salvo. El anuncio de la catástrofe, del fin del mundo, es una prédica permanente. Yo no creo que estén todos los problemas solucionados y que la economía sea fantástica y maravillosa. Pero se viene sosteniendo con inflación y con muchas cosas para mejorar.

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