lunes, octubre 15, 2012

Poesía / Rubén Varona: «Origami»

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Teotihuacán


¿Tortuga en obsidiana verde
o tequila reposado? Calor. Compro
el reptil, lo acaricio. Recorro la calzada
de los muertos: los suspiros de una sacerdotisa
se prolongan en la luna de cuerpo de pirámide. Husmea
la tortuga entre mis dedos, la asfixio. Trepo, la gran vagina
tragahombres. Sopla el viento, vomita la ciudad en ruinas, imperio
del Sol, de ardientes sembradíos. Ojos y cabezas rodando. Dioses sordos.


Estación La Raza


La billetera en el bolsillo de adelante y salto. Se cierran las fauces
metálicas, me engulle el nacosaurio. Respiro por los poros del vecino,
babosos, achiclados. Suda la muchacha de adelante, el bigotudo de
atrás. No hay aire. Un mocoso de dientes filudos estornuda en mi pecho,
¡salud! Gritan desde el inframundo. No ventila la glotis del saurio que
sacude la cola y alza vuelo. Deja atrás un pozole de cráneos, un reguero
de canillas. Aire, ¿por qué no me trepé en los alebrijes de esternón
amarillo? Aire, entro en pánico, me mareo. Si me desmayo, me clavarán
un tacón en el cuello, antes de ofrendarme a los dioses. Miro por la
ventana: ruido y velocidad. Cabeceo, CO2, bostezo.


Estación Niños Héroes


El nacosaurio abre sus fauces, suspira y defeca un río de zombis. Trincha carne
fresca en sus nueve estómagos metálicos. Dos muchachas se besan,
sudor corre por los senos de una de ellas, sal por los de la otra.
Me asqueo. Los dedos en sus sexos me hacen pistola.

Buenas tardes señoras y señores. En el día de hoy les traigo el libro de la
papiroflexia. Por sólo 10 pesitos podrán dominar la técnica milenaria del
plegado de papel y hacer elefantes cantinflescos, armadillos del PRI y
enmascarados de plata en trajes de hipocampos. Usted carnal, sí usted,
por 10 bolitas y esta servilleta, podrá obsequiarle un girasol a la dama
que está allá, y que tanto lo mira. ¿Qué tal una gardenia o un
pensamiento para su madrecita? Sólo por 10 pesares, ¿quién dijo yo?

De haber conocido la papiroflexia, los teotihuacanos
tendrían altares y dioses coloridos. No les habría faltado las gallinas
ponedoras ni las muelas de maíz para las tortillas. Sus sacerdotisas nadarían
en leche de cabra deslactosada, dormirían la siesta sobre plumas de avispato.


Estación Coyoacán


¡Una silla vacía! Me aplasto
sobre ella, una anciana
se agarra del nacoesternón
enmohecido, me mira ¡Ja!
Ni a bala le cedo el trono.
El saurio mastica una bola
de pelos atorada en sus fauces.
Nacolincha y zaz, grita
un intelectual barbas de chivo,
de torso desnudo: estrella
su camisa contra el piso,
deja al descubierto un colchón
de vidrios. ¡Ahhhhh!
Los tritura con los lunares
de su espalda. Se levanta,
una estalactita le prende
del codo: se da la bendición
con el peso que recibe. 5 bolitas
por el rugir de los Tigres
del Norte. Compro un disco
a una muchacha, su mochila
es tan grande como su espalda;
le encimo la tortuga cargada
en la pirámide, descargada
en el saurio que estornuda
nacoalérgico, salgo disparado
como serpentina por sus fosas
nasales. Me desdoblo
sobre unos tacones de aguja.
Recorro unas piernas largas,
suspiro ante el tesoro
teotihuacano que se arruga
bajo el triangulo de la falda.



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