lunes, enero 28, 2013

Literatura / Entrevista a Roberto Fernández

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El literato cubano. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 25 de enero de 2013. (RanchoNEWS).- Al frente de la 54ª edición del prestigioso premio literario, el escritor cubano elogia las medidas de distensión política tomadas últimamente por el gobierno de la isla. Y en el plano literario declara su admiración incondicional por Borges y Martínez Estrada. Una entrevista de Silvina Friera para Página/12:

En Cuba no se le tiene miedo al sol. Hasta el turista más blanco que la leche se calza un sombrero y se deja llevar por una ciudad donde la mezcla es apabullante. Casonas viejas con muros y arcadas elegantes, pero con las paredes amarillas, rosas, verdes y rojas medio descascaradas; un festival de colores que varía según cómo pega la luz. Casonas apenas recicladas, donde la última mano de pintura parece «más fresca», aunque ya tenga unos cuantos años ese pequeño detalle de coquetería frontal. Caminando por el Vedado, uno de los barrios más turísticos de La Habana, por la calle H, se llega hasta la casa sencilla y modesta de Roberto Fernández Retamar. A la entrada hay un jardín con muchas plantas y flores. Dos perros saludan con actitudes diferentes. Dolly chumba en un dudoso papel de mala. Homero, en cambio, más chiquito y juguetón, se acuerda de que es perro cuando Dolly ladra y muestra los dientes. Entonces él, para no ser menos, ladra también. El poeta y presidente de Casa de las Américas tiene cuadros de Julio Le Parc, de Antonio Saura, de Wilfredo Lam y de Matta en el living. En una mesita, además de las fotos de sus dos hijas, no podía faltar una especie de souvenir afro: los hierros Ogun, divinidad conocida como el guerrero Orisha. Los libros andan desparramados en estanterías, en mesas y alguna que otra silla. «Ya no tengo biblioteca, tengo burbujones de libros», dice Retamar, un admirador entusiasta de la obra de Borges.

Desde 1986 preside Casa de las Américas, institución cultural medular que fundó Haydée Santamaría en 1959. Por estos días anda sobre rieles la 54ª edición del Premio Literario Casa de las Américas, uno de los más prestigiosos del continente, que en esta ocasión otorgará distinciones en el género Novela, Poesía, Literatura Testimonial, Ensayo Histórico Social, Literatura Brasileña y un Premio Extraordinario sobre las Culturas Originarias de América. «A finales del año ’59, la Casa todavía no tenía rostro –recuerda Retamar–. Entonces me invitaron a dar un curso de literatura hispanoamericana, cosa que hice. Después no pude seguir porque fui enviado a Francia en 1960, y recién pude regresar en el año ’65. Yo dirigía la revista Nueva Revista Cubana y escribí una nota sobre el Concurso Literario Hispanoamericano, como se llamaba entonces, porque me atraía mucho que estuviera volcado sobre la cultura de América latina».

¿Cuándo empezó a tener rostro la Casa?

La primera tarea importante que hizo la Casa fue esa convocatoria –a finales del ’59, principios del ’60– para lo que se empezó a llamar Premio Literario Casa de las Américas. Para entonces todavía era más un proyecto que otra cosa. Poco a poco fue creciendo. En el ’62, un gran amigo, un gran intelectual y político guatemalteco, Manuel Galich, fue llamado por Haydée Santamaría para que trabajara en la Casa. El creó el Departamento de Teatro; dos años después, Mario Benedetti creó un Centro de Investigaciones Literarias; un músico cubano muy famoso, Harold Gramatges, creó el Departamento de Música. Ya existía en la Casa la Biblioteca, que ha crecido enormemente –al punto de que estamos tratando de construir un local–, que sin dudas es una de las más importantes de América latina y el Caribe. La Casa fue creciendo por pedazos. Y ha seguido creciendo. El Premio Literario sólo se convocaba en lengua española, era un concurso de literatura hispanoamericana; con el paso del tiempo se fue incluyendo la literatura brasileña y portuguesa, la literatura para niños. Y un caso muy importante es que por primera vez se estableció la existencia del Premio de Testimonio. En esto influyó Rodolfo Walsh, eminente representante de la literatura de testimonio. El premio, si no estoy equivocado, fue el primero de esta naturaleza que se establecía en el mundo.

¿Qué es la Casa para Retamar?

Una amiga decía que la Casa es «un estado de alma». Lo que me impresiona mucho es que haya tenido como fundadora a Haydée Santamaría y que durante quince años haya tenido el privilegio de trabajar con ella como presidenta. Haydée fue una persona excepcional. Cuando se le encomendó crear y presidir la Casa ya era una leyenda en la vida política del país. Había estado junto con Fidel (Castro) en el asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio del ‘53; estuvo después en la Sierra con el Che; compartían el aparato de asma porque los dos eran muy asmáticos. Y de repente se reveló como una organizadora cultural. La Casa de las Américas es sobre todo la Casa de Haydée.

Es llamativo que sea la poesía el género con mayor cantidad de libros presentados. ¿Qué dice esto de la región?

No sé qué respuesta darle... Angel Rama decía que la poesía y el ensayo eran los «géneros reyes» de nuestra literatura. La razón no la sé. Quién sabe por qué necesitamos poesía, sobre todo en estos tiempos. Es abrumadora la cantidad de libros que llegan. Y hay que leerlos todos. No todo el mundo puede leerlo todo, pero todo tiene que ser leído. No es posible que se dé el caso de que una obra se envíe y no sea leída por lo menos por un miembro del jurado... Yo soy de los que creen que la poesía es consustancial al ser humano. En todas las épocas y en todas las circunstancias, la poesía ha vivido y sobrevivido. Quizá ésta sea una de las razones por las cuales tengamos todos los años que concursa la poesía una cantidad tan abrumadora de obras.

¿Cómo se formó usted como poeta?

Yo era alumno de enseñanza secundaria en el año ’43. Y en uno de los libros de textos había un ejemplo de endecasílabo. Se trataba de un poema que había escrito Julián del Casal, que había muerto en 1893. Todavía recuerdo los versos de él que me impresionaron muchísimo: «Ansias de aniquilarme solo siento / o de vivir en mi eternal pobreza / con mi fiel compañero, el descontento / y mi pálida novia, la tristeza». Me quedé hechizado. Yo fui un adolescente atormentado y por lo tanto esos versos, tormentosos y atormentados, me llegaron muy profundamente. Creo que fue la entrada del sentido de la poesía en mi vida. Pocos años después empecé a escribir poemas, por supuesto influido por Casal. Y también por un compañero maravilloso, José Antonio García López, que era sobrino nieto de Martí. Era pobrísimo y era poeta. Eso fue un impacto muy grande: ver un poeta de carne y hueso. Era una figura extraordinaria. Desgraciadamente, debido a la pobreza y a las necesidades que pasaba, murió a los 18 años. La conjunción del poeta Julián del Casal y la presencia de este poeta adolescente fueron decisivos en mi caso. Escribí poemas bastante malos, como suelen ser los poemas al principio. Stefan George, el poeta alemán, decía: «Siempre es demasiado temprano para publicar». Los primeros versos que publiqué en revistas eran de cuando tenía veinte años. Ya estaba dejando atrás la adolescencia. De esos poemas, uno estaba integrado a un cuaderno que se llamó Elegía como un himno, dedicado a Rubén Martínez Villena, un gran poeta cubano que abandonó la poesía para dedicarse a la lucha social, y murió muy joven. Ese poeta me impresionó mucho. En general he escrito mucho sobre los poetas porque me siento en deuda con tantísimos de ellos que lo menos que puedo hacer es corresponderles con algún poema de admiración. Esos poetas me han abierto horizontes, perspectivas, me han hecho comprender el enigma de la vida.

¿Alguna vez pensó en abandonar la poesía?

No, la verdad que no. No imagino mi vida sin poesía. No me puedo sentar a escribir un poema como sí me puedo sentar a escribir ensayos. Los poemas me vienen como pájaros. Ahora hace un tiempo que no me vienen esos pájaros. Vamos a ver qué ocurre... Ya tengo muchos años encima. Tengo 82 años, una edad realmente increíble, donde se padece lo que Borges llamaba «la humillación de envejecer». Como es evidente, me encanta Borges.

Así como se dice de Cortázar que era mejor cuentista que novelista, de Borges se dice que era mejor prosista que poeta. ¿Qué opina usted?

No estoy en absoluto de acuerdo con esto. La poesía de Borges es de primer orden. Pero él mismo empezó a dejar de lado la poesía; de hecho sus tres primeros libros de poesía, Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente, Cuadernos San Martín, son de la década del ’20. Me parece excelente la poesía de Borges y no comparto el punto de vista de Borges cuando decía «yo no soy un poeta». Él cita una frase de Robert Louis Stevenson, al frente de su poesía completa, que dice que era un hombre que habla y no un hombre que canta. En esto estoy en desacuerdo con Borges porque su poesía es de primer orden. ¿Qué es lo que ocurre? Esas cosas que él creó entre el ensayo y el cuento lo hicieron famoso, sobre todo debido a este género híbrido que practicó. Era un ensayista de primer orden y un cuentista maravilloso también.

¿Lo conoció a Borges?

Sí, tuve la ocasión excepcional de haberlo conocido. Fue en septiembre de 1985. Nosotros queríamos publicar una antología de Borges porque Casa de las Américas tenía una colección que ahora se llama Literatura Latinoamericana y Caribeña, donde se publican clásicos literarios de nuestra América. Y era imprescindible que apareciera Borges. Le habíamos pedido incluso a Pepe Bianco, a quien admiré y quise mucho, que terciara con Borges para que nos autorizara a publicar una selección de sus obras. O bien Pepe no se lo dijo nunca a Borges o bien Borges le dijo que no, porque lo cierto es que por ahí no llegamos a ninguna parte. En el ’85 yo estaba en Buenos Aires de paso para Montevideo, en donde iba a participar de una Feria del Libro. Estaba con un editor argentino, Jorge Lebedev, tratando de que me viabilizara un encuentro con Borges. Estando con Lebedev sonó el teléfono, él lo tomó, se interrumpió la llamada telefónica y me dijo: «Es Borges». Era realmente María Kodama. Volvió a llamar Kodama y Lebedev le dijo: «Estoy con un poeta cubano que admira mucho a Borges y quiere verlo». Me pasó el teléfono y yo, bastante perplejo, le recité unos versos de la «Elegía a Alfonso Reyes» que escribió Borges: «El vago azar o las precisas leyes/ que rigen este sueño, el universo/ Me permitieron compartir un terso/ Trecho del curso con Alfonso Reyes». Y después añadí: «Si usted lo permite, también con María Kodama y Borges». Ella se quedó un rato silenciosa. «Dice Borges que si puede venir ahora». Con un taxi llegué en cinco minutos (risas). Borges estuvo sumamente amable y accedió a que se publicara esa antología que se llamó Páginas escogidas de Jorge Luis Borges. Les entregué a los dos un ejemplar de la revista Casa de las Américas que le dedicamos a Cortázar después de su muerte, y Borges recordó que él había sido el primero en publicarle un cuento a Cortázar.

¿Nunca tuvo problemas al afirmar su admiración por Borges, un escritor que políticamente fue siempre anticomunista?

Voy a decir dos cosas. Yo he escrito sobre Borges antes y después de la revolución. Escribí un ensayo, Calibán, después de la revolución, y ahí le doy una golpiza tremenda a Borges. Pero tengo una anécdota curiosa. Cuando salió ese ensayo, un alumno mío que era escritor me dijo: «Yo no sabía que usted admiraba tanto a Borges». Me hizo muy feliz porque por debajo de la irritación se veía mi admiración por Borges, que es muy grande. En aquel momento lo invité a Borges a venir a Cuba. Me dijo que no podía venir porque, señalaba, «soy un caballero y cuando voy invitado a un lugar me piden que diga algo y tengo que hacer un elogio, por ejemplo, de lo que pasó en Chile; y si voy a Cuba me van a dar una distinción y yo no quiero hablar bien de Cuba porque estoy contra los comunistas imparcialmente, sean chinos, rusos, cubanos, de cualquier lado». Me causó un poco de gracia (risas). Por entonces, en el ’85, Borges ya había dejado atrás muchas de sus opiniones políticas más violentas; estaba un poco de vuelta de todas esas cosas. De todas maneras le dije: «Borges, he escrito cosas duras sobre usted, pero no más duras que las que usted escribió sobre Darío y sobre Lugones». Entonces Borges dijo: «Fueron mis maestros...». De Darío decía: «Este señor ha amueblado sus versos a mansalva de Pequeño Larousse Ilustrado» (risas). Fue muy gentil de su parte acceder a que nosotros lo publicáramos. Y le dije en esa ocasión: «No le podemos mandar dólares». Borges me dijo: «A mí no me interesa el dinero». Lo que es verdad. Borges era un hombre muy sencillo y afable.

¿Y Ezequiel Martínez Estrada?

Era un viejo gruñón y genial. Yo me siento muy en deuda con él, hablando de deudas. La Revolución Cubana era una revolución herética y hacía falta un hereje como Martínez Estrada para interpretarla. Veo con tristeza que Martínez Estrada ya no interesa en la Argentina, que se ha dejado de lado. Mientras Borges está hasta en la sopa, a Martínez Estrada no lo siento presente; cosa que lamento, realmente. Tengo la esperanza de que el interés por Martínez Estrada regresará en algún momento.

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