jueves, enero 24, 2013

Literatura / España: Jorge Edwards declara que «es casi imposible escribir unas memorias sin ofender»

.
El escritor chileno.  (Foto: Antonio Heredia)

C iudad Juárez, Chihuahua. 24 de enero de 2013. (RanchoNEWS).- El escritor chileno publica Los círculos morados, primera parte de sus memorias, en la que narra su infancia y adolescencia en el seno de una familia «burguesa, prudente y cuidadosa» que no veía con buenos ojos su vocación por la escritura. En el libro revela que fue víctima de abusos por parte de un párroco de su colegio. Una nota de Alberto Ojeda para El Cultural:

Las memorias de Jorge Edwards han llegado en compañía de un relativo escándalo. El escritor chileno, actual embajador de Chile en Francia y Premio Cervantes en 1999, revela en sus páginas que fue víctima de los impulsos pederastas de un párroco de su colegio. Ni siquiera su familia lo sabía. Sólo se lo había contado a algunos amigos muy cercanos. Ahora ese capítulo embarazoso puede leerse en la primera parte de su autobiografía, Los círculos morados (Lumen). No carga las tintas Edwards. Se limita a dejar constancia con sobriedad de los besos que el padre Cádiz le daba cuando se quedaban solos en su estudio. Besos que luego se convirtieron en acciones «más escabrosas».

Jorge Edwards lo recuerda sentado en un mullido sillón de un lujoso hotel madrileño, mientras, afuera, un viento gélido purifica las calles de la ciudad. En el vestíbulo se ha encontrado con Plinio Apuleyo Mendoza, que también anda concediendo entrevistas tras publicar un libro con varias cartas inéditas de Gabriel García Márquez. El autor colombiano le da el parte sobre el estado de su amigo y compadre. En resumen le viene a confesar que el autor de Cien años de soledad se entera ya de muy pocas cosas: «No reconoce ni al presidente de Colombia». A Edwards se le nota la pena al recibir la noticia. Pero no exterioriza mucho su impacto: es un diplomático curtido y suma ya 81 años. Se despiden y retoma el hilo de sus explicaciones: «Esa historia no es para nada sustancial. Sentía que debía contarlo y lo he hecho. Ha sido una especie de liberación personal».

La verdadera sustancia está en otro sitio: «En el conflicto de un joven que quiere ser escritor pero está en un medio que quiere que sea otra cosa». El medio era la familia Edwards: empresarios, banqueros, propietarios del periódico El Mercurio, políticos, diplomáticos... La rama de la que proviene él no era tan pudiente pero también estaba sujeta a una estrecha moralidad. Edwards dice que se crió «en una casa burguesa, prudente, cuidadosa y temerosa del qué dirán, del exceso, de la espontaneidad de cualquier tipo, de casi todo». Sin embargo, los convencionalismos entre los que se encontraba encajonado el muchacho tímido que fue, reconcentrado en la literatura (de niño se sorbió el Diccionario Enciclopédico Hispanoamericano legado por su abuelo) y la música («Sigo siendo un gran melómano»), saltaron en pedazos cuando se adentró en los tugurios canallas de Santiago.

Allí, para desvelo de sus padres, entró en contacto con una grey variopinta de poetas, artistas, buscavidas, periodistas trasnochados, bohemios... Los estratos sociales, en esos antros (templos para ellos), no tenían vigencia alguna. Lo único importante para ellos, lo que los agrupaba como a un grupo de feligreses que profesaban un mismo credo, era la pasión por la literatura. De libros se hablaba hasta el desmayo. Conversaciones animadas por «un vino de lija que nos dejaba unos círculos morados en la comisura de los labios» (de ahí el título). Ésa era la marca distintiva de sus costumbres disolutas. «Aquel Santiago ha desaparecido. Si acaso queda algún fósil. Ahora todo el mundo corre para hacer dinero. Entonces existía el placer de perder el tiempo. Aquellos personajes iban con agujeros en los zapatos y no les importaba lo más mínimo». En ese contexto, apuntaló su vocación por la escritura. A partir de ahí ya no hubo marcha atrás. Pero fue una cuestión de carácter la que le liberó definitivamente de los recelos familiares hacia su íntimo empeño: «Es que soy un cabeza dura». Al final hizo lo que quería hacer.

Es un rasgo que tiene sus contraindicaciones pero también sus ventajas si uno se dedica a escribir. En el currículum literario de Edwards brilla un título que atestigua su completa aversión al gregrarismo y su valentía a la hora de expresar aquello que le hierve en la conciencia. Es Persona non grata (1973), considerado como el primer revés serio de un hombre de letras al régimen castrista. El escritor tuvo que salir de la isla pocos meses después de comenzar su labor como embajador de su país allí, designado en 1971 por Salvador Allende. En el libro denunció los modales stalinistas que el barbado dictador había impuesto en la isla.

Cabeza dura y determinación también le van a hacer falta para completar el ciclo memorialístico comenzado con Los círculos morados, que es la primera parte de la trilogía que pretende levantar. En esta primera entrega se ha quedado en el momento en que publica su primer libro, conoce a su mujer y arranca su crucial relación con Pablo Neruda. Carlos Fuentes le llegó a decir antes de morir: «No vas a escribir el segundo tomo de tus memorias, porque hay gente viva que te va a molestar tocar». Pero a Edwards parece que no le va a temblar el pulso: «Es muy difícil escribir sin ofender pero qué le vamos a hacer. A mí la experiencia me ha enseñado que el enojo se acaba pasando y se acaba perdonando. Cuando escribí Los convidados de piedra ya hubo gente que se molestó al reconocerse. Pero también había algunos que me interpelaban directamente en la calle y me reprochaban que no hubiese hablado de ellos».

Edwards cuenta que está escribiendo con una tremenda dedicación. «A pesar de lo que cuesta, por todos los compromisos que genera mi labor como embajador», precisa. «Al final me he tenido que hacer madrugador a la fuerza. ¿Quién me lo iba a decir?». De madrugador a trasnochador. Entre ambas maneras de estar en el mundo ha llovido mucho. Infinitas vivencias que ahora recrea con palabras. En la segunda parte, Edwards pretende elaborar una serie de retratos de sus amistades, de escritores y hombres de la política y la cultura con los que ha tenido cercanía de trato: Vargas Llosa, el propio Gabo, Cortázar, Carlos Fuentes, Carlos Barral, Gil de Biedma... Y de nuevo Neruda, del que ya se ocupó por extenso en el memorable Adiós, poeta. Nicanor Parra le reprochaba: «Has perdido media vida con Neruda». Una boutade que, reconoce Edwards, tiene su parte de verdad. En Los círculos morados recuerda que el autor del Canto general se convirtió en un segundo padre para él. Un segundo padre al que también tuvo que matar. Digamos que en Adiós poeta lo estoqueó y ahora le apuntilla. A ambos les unió en cualquier caso una amistad que sus diametralmente opuestas convicciones políticas jamás consiguieron derruir.

Edwards le leía sus poemas mientras Neruda se rascaba la barriga sin prestar mucho interés. Esa indiferencia terminó por sacarle del carril de la poesía para incorporarse al de los narradores del yo, porque al fin y al cabo casi toda la obra de escritor chileno son vueltas sobre diversos ángulos de sí mismo.

 ¿Es imposible ser un novelista puro naciendo en Chile?

Es imposible naciendo en cualquier parte. La novela es un género impuro por definción que hibrida la historia, la biografía, la crónica... No es como un soneto, que tiene una rima y una estructura concreta.

Edwards, fiel a su trayectoria, publicará en breve una nueva ¿novela? sobre su pasión por la música, El descubrimiento de la pintura, y está ultimando otra sobre una pariente suya que ayudaba a salvar niños judíos en la Francia ocupada. Aquí sí hay novedad: «Es la primera novela de suspense que escribo». Tiene ganas de que acabe ya su periodo como embajador, estar tranquilo y seguir escribiendo. Le queda poco más de un año. Lo que no tiene tan claro es lo de volver a Chile («Lo que pasa con Chile es que está muy lejos de todo»). Aunque ve con satisfacción cómo en su país se alternan los gobiernos de izquierda y derecha sin que estalle la violencia. «La democracia está asentada. Nos va muy bien con la exportación de fruta, cobre y pescado, pero lo que hace falta es más educación y más cultura, para ofrecer al mundo productos más elaborados y sofisticados». En eso sigue él. Ojalá que por largo tiempo.

REGRESAR A LA REVISTA