martes, enero 29, 2013

Poesía / Entrevista a Gonzalo Rojas

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El poeta chileno. (Foto: jmarino.com)

C iudad Juárez, Chihuahua. 8 enero de 2013. (RanchoNEWS).- El poeta Armando Alanís Pulido publicó en la revista Tierra Adentro, con el título «La poesía vive de la gran apuesta», la siguiente entrevista al gran poeta chileno Gonzalo Rojas:

Armando Alanís Pulido: Después de leerlo y de escucharlo, pareciera que usted ya lo dijo todo.


Gonzalo Rojas: «Ya todo está escrito», dije yo una vez, pero cuando César Vallejo dijo: todavía, también dijo: Nunca está todo, siempre hay un todavía por ahí, solapado, escondido, a medio aparecer.

AAP: Entonces hay oportunidad de seguir diciendo cosas. No se morirá del todo como usted dice.

Eso lo dijo Horacio y yo lo repito: Non omnis moriar, en el viejo latín imperial que no es el latín de las misas; latín de cocina que yo no desdeño pero es más suave –una fiera Horacio–, eso se dice pero es un proyecto que se sabe de sobra no funciona. En fin, siempre me gusta releer a los viejos griegos que no son viejos: Son más nuevos que nosotros, y a los muchachos romanos tan encantadores del imperio Imperio, no como esta mierda llamada imperio norteamericano.

¿Usted tiene una definición de la poesía?

No. Es algo tan secreto, no confuso, algo tan misterioso… No la tengo, ni creo que se pueda tener, nace con el vagido del niño y no termina ni con el último vocablo que se escribe con «V», velorio, pero andamos entre eso, entre el vagido y el velorio. La poesía en todo caso es terracidad –si no existe la palabra invéntala–; el poeta que no mantenga esa amarra descalza con la tierra, que no se hiera, incluso casi hasta la llaga a veces, los pies, las manos, el pescuezo, la jeta, con tierra, ese no es terrestre, no es humano y como no es humano, no es humilde. Yo decía sin jugar a las etimologías que la palabra «hombre» viene de humus; es el humo genital de la tierra, cuando tú la hueles, y está ahí preciosa ella latiendo, y te entra por la nariz, está fresca, viva, lo mismo la tierra áspera, la de las rocas hermosas, la de la piedra que yo tanto amo también o la tierra fértil del campo, hay que ser terrestre, los grandes poetas de América han sido terrestres: Vallejo es animal de tierra; el buen Neruda cuando era bueno fue terrestre de la poesía. No se sabe. En todo caso la naturaleza de ella es sin duda enigmática pero responde a una necesidad. Cuando hoy día los cretinos, los tontos infinitos quieren cancelar, cerrarle las puertas a la poesía, no saben en la que se meten porque ni más allá de todo el laberinto portentoso de las galaxias, ni allí podría desaparecer, porque ella se hace, acuérdate, no sólo con palabras sino con silencios.

¿Usted es un hombre de silencios?

Por lo menos apuesto a él. Muchas veces más me ha dicho que los vocablos,que las sílabas hermosas que tanto amo. Acuérdate del gran silencio de los músicos, pregúntale a Beethoven cómo se las habría arreglado sin silencio.

Alguna vez usted retó a Huidobro.

Ese diálogo con Vicente fue fuerte y firme como hablan los muchachos que se creen hombres enteros. Él me dijo con su altanería y con sus ojos tan radiantes, joven todavía él: «Muchacho: ¿No les he dicho que no deben de leer a esos carcamanes?», aludiendo a los clásicos grecorromanos, y yo le contesto: «Mira, muy Vicente serás tú, pero no sabes nada sobre lo que es un clásico». Y él me dio una lección y me dijo unas líneas de Las Tristes de Ovidio en buen latín viejo, lo que quería decir que él, un temerario, un «vanguardero» –diría yo con descaro–, un vanguardista como era, se sabía a su Ovidio tanto como se sabía a su Breton o a su Apollinarie que tanto adoraba; me miró con sus lindos ojos mágicos, magnéticos, yo lo miré a él, y me dijo, me señaló con el gesto: «aprende a callarte».

¿Qué le falta al mundo? ¿Poesía? ¿Le falta descubrirla?

El mundo está lleno de miedo y por eso no confía en la palabra poética, en la poesía que es lo que permite realmente descifrar los enigmas. El mundo vive aherrojado, encarcelado en sí mismo y pese al portento científico y tecnológico, parece no tener esa confianza de fundamento que la poesía es capaz de proponer.

¿Es necesaria la poesía?

Es tan necesaria como la palabra. Los hombres vivimos colgados del lenguaje y quien habla, quien maneja la palabra ya tiene una opción poética. En la poesía como en las artes hay lo que llaman la visión de mundo, pero el material expresivo, a eso se lo llama lenguaje, y lo que cuesta con frecuencia es ganar un lenguaje, un lenguaje genuino.

Usted dijo en alguna ocasión: «Estoy viviendo un reverdecimiento en el mejor sentido, una re-niñez, una espontaneidad, es como si yo dejara que el lenguaje hablara por mí». En estos tiempos parece que el lenguaje se ha devaluado. ¿Cómo hace un poeta para no devaluarse?

Sí, el lenguaje se ha devaluado en el sentido que se ha perdido, vuelvo a reiterarlo, esa confianza en la palabra, seguramente por el influjo de otros prodigios técnicos. Un poeta no se devalúa si tiene un diálogo directo con la vida inmediata. La gente se ha inclinado no sólo hacia la prosa que es una bella cosa, sino a la informática menor, esa de decir a medias las cosas y creer que hasta ahí se puede llegar; hay que decir más, hay que intensificar y ganar la más alta concentración expresiva.

Pero aún así usted se queja mucho de la tecnología.

Pero no hasta el punto de creer que sea una hija bastarda de la ciencia. No. Ella es una proyección del pensamiento poético y el pensamiento poético sí que es hermano del pensamiento científico, porque ambos proceden de la misma fuente que se llama la imaginación. No hay imaginación poética ni imaginación científica en divorcio. Es lo mismo. De lo contrario pregúntale a los jónicos, a los filósofos presocráticos, Tales, Anaxímedes, Anaximandro, Heráclito, etcétera, y pregúntale a los críticos contemporáneos para los cuales también el mundo es un enigma: No hay tal exactitud, hay una aproximación. No hay que tener tanta reverencia ante los portentos de las máquinas.

Haciendo a un lado la tecnología, ¿qué le impresiona? A un poeta le deben impresionar muchas cosas.

Desde luego, cuando tú dices «impresión» al fondo dices «asombro». El mundo ha perdido capacidad de asombro porque se le han dado tantas y tantas maravillas. Hoy día hasta el niño ya no se asombra. Él es el rey del asombro. El niño fue siempre hechizado por el planeta y lo galáctico y por todo; en él se cumpliría muy bien aquello que dijera un poeta grande del siglo XVII, nuestro Quevedo: «Nada me desengaña, el mundo me ha hechizado». Claro, el mundo lo ha hechizado a uno cuando tiene capacidad y disposición de asombro. Pero he aquí que el mundo actual bajo el influjo –en algún orden maligno de la tecnolatria– esté «desasombrado», lo que es un horror y por ahí está «despoetizado», y altaneramente cree que todo lo tiene resuelto el pobrecito mundo que gira y gira inútilmente; sin darse cuenta que la cosa es mucho más compleja; que nunca se llega, y no es que lo haya dicho Goethe, y lo puede decir cualquiera, el fundamento no es llegar. «Que no pueda llegar nunca», así lo dijo, eso es lo que te hace grande. Eso es lo que te hace hombre.

En ese sentido, ¿ha cambiado su definición de poesía?

Nada, yo soy el mismo niño, por algo uno de mis libros tiene imágenes plásticas de Roberto Mata. Se llama: La reniñez.

Entonces usted continúa siendo un animal rítmico.

¡Ah, eso sí! La ritmicidad se me dio desde siempre; yo creo que todos nosotros somos rítmicos y es cosa de saber respirar, por eso digo:

Un aire, un aire, un aire
un aire,
un aire nuevo:
no para respirarlo
sino para vivirlo.

Es cosa de sentir la vibración diastólica y sistólica, no sólo en lo fisiológico sino en el pensamiento.

¿Cómo definiría a Gonzalo Rojas?

Soy un aprendiz «lentiforme», minucioso, responsable, me demoro, no creo en la prisa, no creo por ahí en el éxito: El éxito es hijo de la prisa, del apremio; eso no va para nada con los poetas que somos hijos del ocio, del ocio creador, no del Nec otium que es la negación del ocio. «Negocio» la palabra sucia. Yo no soy un negociante de nada. No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad.

Pero a veces hay que negociar con las palabras.

Hay que saber usarlas. Hay que tener el dominio de ellas: Un registro vivo léxico y sintáctico, y eso es lo que no tiene la poesía contemporánea, no sólo en español. La gente ha olvidado que la palabra es un juego, un juego grave pero es un juego, y que para manejar las pautas, normas si tú quieres, claves de ese juego, hay que tener un dominio del registro, registro vocálico, silábico de todos los matices de la palabra, y no estoy hablando semióticamente, por algo se dijo: «En un principio era el verbo».

Atendiendo algunos de sus títulos, ¿qué prefiere usted: la oscuridad o la luz?

Yo soy oscuro y claro y me muevo en una especie de vaivén pendular desde lo oscuro a lo claro y de lo claro a lo oscuro. Ahora la preguntilla sería: ¿Cuánta claridad hay en lo claro? ¿Cuánta oscuridad hay en lo oscuro? En una palabra mi respuesta es conjetural, como soy yo mismo.

¿Se encuentra usted a salvo?

¡Qué voy a estar a salvo! Estoy nadando como puedo, no por los noventa años, que cualquiera los puede cumplir al menor pestañeo. Uno cumple noventa años a cada instante, aunque tengas ocho, aunque tengas cinco. No por eso. Pero el mar se demuestra nadando y hay que andar en ese braceo sin fin; me gusta estar nadando, además me gusta el riesgo. Lo pericoloso yo lo adoro. El peligro, el peligro del amor donde siempre es perdedor uno. En la vida todo el mundo es perdedor, y no es pesimismo. ¿Quién es el ganador? ¿El que tiene cinco millones de no sé cuantas libras de no sé que esterlinas? Es un pobre gato que tiene unas monedas insignificantes. Eso no es poderío. Por fuera es poderío, pero vamos viendo por dentro, por dentro es m-i-e-d-o.

Si usted fuera protagonista de una película, ¿sería el bueno o el malo?

A mí me gustaría… no sé si ser el malo, pero ser el que apuesta, ya te hablé del riesgo. El que apuesta parece malo y a lo mejor es el mejor; a lo mejor es el bueno, el que apuesta a vivir, a amar, el que apuesta a descifrar el mundo como es el caso de los poetas. Nosotros vivimos de la gran apuesta.

¿Qué escribe ahora?

Escribo en el aire y con el aire. Estoy como más libre de decir y para decir. Soy un poeta inconcluso. Creo que ahora en mis escritos hay una especie de frescor expresivo que yo no registraba antes. Es decir, sin ser rural, sin ser regional, yo he ganado un vínculo mayor con el lenguaje que habla la gente a ras del suelo, con modos expresivos divertidos casi siempre. Por ejemplo, hay un largo poema mío que se llama «Empréstame a tu hermana». Eso es una procacidad, cuando tú dices eso –qué bandido– es para lo que ya se sabe, pero yo pienso, estas pobres patrias despedazadas que se llaman nuestra América, la de nosotros, desde México para abajo, tan deshermanadas, tan distantes, tercamente autónomas y seudoautónomas que son. ¿Por qué no nos juntamos más?

No en el sentido bolivariano solamente, sino en todo, hasta en el respiro. Somos un mundo y ascendemos. Entonces ha entrado en mi ejercicio poético de hoy el modo de decir de la gente que se llama pueblo, de la gente que no tiene grandes destrezas, ni conocimientos ni tácticas ni técnicas literarias, pero que habla más hondamente, el mundo, el famoso mundo nuestro con galaxias y todo y todos los percances científicos, tecnológicos, tecnono-sé-qué-más de los que ya hablamos, todo eso está pendiente. Por eso el «casi» que dijo Ludwig Wittgenstein tiene vigencia: casi todo es otra cosa. Pero óyeme: la poesía no se cuenta ni se narra. Se dice. Se entredice. Lo que yo hago es entredecir el mundo.


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