jueves, febrero 07, 2013

Artes Plásticas / Francia: Marjane Satrapi, autora de «Persépolis», se pasa al color del óleo

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Detalle de uno de los óleos de la exposición. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 6 de febrero de 2013. (RanchoNEWS).- Su tía marcó su destino, casi desde que empezó a tener uso de razón. Todas las semanas iba a pintar a casa de la «tía suiza», como la llamaba la sobrina iraní; una hablaba sobre el caballete; la otra, a garabatos sobre los muros de la casa. En el lecho de muerte la maestra legó a la aprendiz lo mejor que podía dejarle: «Moriré pronto pero mi espíritu quedara en tu cuerpo. Viendo la forma de tu frente, serás escritora o pintora. Quizá ambas cosas». Una nota de Raquel Villaécija para El Mundo:

Marjane Satrapi (Irán, 1969) y su tía tenían la misma frente, así que, como en una tragedia griega, el destino de la joven discípula quedó escrito para siempre: «Yo estaba condenada a escribir o a pintar. O a las dos cosas. Y al final eso es lo que he hecho». Ésta es la historia de Marjane Satrapi, la artista. Una distinta de la de Marjane, la iraní que contó en las viñetas de su Persépolis la opresión y el desarraigo en el Irán postrrevolucionario. Una muy distinta, también, a la de la Marjane cineasta.

Porque no hay una sola Satrapi, sino muchas. «Se trata de una persona muy paradójica y compleja, expresiva y tímida a la vez, con muchas facetas que se pueden superponer unas y otras», explica a ELMUNDO.es Emmanuelle de Noirmont, amiga de la iraní y una de las responsables de la galería Jérôme de Noirmont.

Lienzos paradójicos

Este centro artístico acaba de inaugurar una exposición en la que destapa esta faceta desconocida de la polifacética artista. La iraní pintaba antes de escribir. Desde los seis años plasmaba en garabatos su poderoso imaginario, al que después daría forma de cómic. «Siempre pinté pero no me sentía preparada para mostrar mi trabajo. Yo soy muy crítica conmigo misma y no me gustan muchos de los óleos que he trabajado», ha explicado la artista.

Las pinturas expuestas fueron realizadas entre 2004 y 2012. En sus óleos de contrastes vivos y oscuros, sutiles y rotundos, muestra esa personalidad paradójica, fuerte y frágil, reservada y emotiva. Trazos contemporáneos, geometrías con aires de Mondrian, a la vez inscritas en una tradición clásica.

Si Persépolis, su filme en viñetas de culto, ofrecía una visión monocroma de una existencia de vaivenes y combate, sus pinturas son un alarde de color, pues «para ella, el tono es un vehículo de expresión», dice De Noirmont. En los fondos, los primarios crean la atmósfera. En los rostros retratados es más difícil adivinar. La mirada es el único reducto pastel, una manera de expresar «esa introspección».

Aritmética

La colección de pinturas de Satrapi tiene una aritmética particular: 12 retratos individuales, seis de parejas y tres a cuatro voces. En los individuales sus protagonistas miran de lado. Son espíritus reflexivos. «Se trata de que el espectador indague sobre el objeto de pensamiento», explica la galerista. En las parejas es la interacción la que cobra sentido, igual que en los retratos de grupo.

Todos son mujeres y aunque su pincel no es autobiográfico, al final la niña influida por su abuela y su madre, marcada por la revolución islámica, el exilio y el desarraigo, se le coló a la artista entre los trazos. «No era el propósito, pero hay reminiscencias evidentes que, sin querer, al final se plasman en la obra», explica su mecenas.

La exposición coincide con el estreno en Francia de la última película de Satrapi, La bande des jotas. Es el tercer filme de la escritora, tras Persépolis y Pollo con ciruelas. Aunque, a diferencia de éstas, «donde había una reflexión artística, este proyecto ha nacido de la necesidad de hacer algo con toda libertad total», ha explicado Satrapi.

Más conocida por sus cómics y por su obra cinematográfica, la Marjane tímida e introvertida siempre se guarecía en el caballete para huir de su otro yo más expresivo. Según la propia artista, es la manera que siempre ha tenido de encontrar serenidad: «Me encanta pintar porque me calma, no pienso en nada, es el vacío total».

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