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Caricatura de la época. (Foto: Cortesía Agustín Sánchez)
C iudad Juárez, Chihuahua. 11 de febrero de 2013. (RanchoNEWS).- En los días previos a la Decena Trágica, la caricatura de la llamada prensa satírica fue demoledora, crítica y visceral en contra del gobierno de Francisco I. Madero, que había defraudado las expectativas de muchos. Ni el mandatario, ni su esposa, ni su hermano, se libraron de la burla. Una nota de Sonia Sierra para El Universal:
Los caricaturistas, con una imagen directa, golpeadora y contundente reflejaron el descontento, pero también sirvieron a los intereses de otros.
Luego del Porfiriato, que se mantuvo 30 años, los textos son «desbocados, muy críticos, y no se diga la caricatura; la caricatura es crítica, es golpe y es imagen que impacta. Era una sociedad donde había un alto analfabetismo, de ahí la fuerza de la caricatura», afirma la maestra e investigadora María Teresa Camarillo, jefa del Departamento de Sistematización Hemerográfica del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM.
Existe la idea de que la prensa, la caricatura política en particular, fue corresponsable del asesinato de Madero: «Pareciera que había anticipado el fusilamiento, que había asesinado con la pluma al primer presidente democrático de este país, y a su vicepresidente José María Pino Suárez –comenta el investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, Armando Bartra–. Sin embargo, el problema no es que criticaran a un presidente, es tarea de los caricaturistas criticar a un presidente, el problema es que no eran críticos por ideología, eran los hacedores de las caricaturas que necesitaba el poder fáctico».
Récord de críticas
Hace una década llegó a decirse que Vicente Fox había superado a Francisco I. Madero en cuanto al número de caricaturas que le habían hecho, pero en tiempos de la Revolución, cuando había pocos grandes periódicos –como fue el caso de El Popular, El Heraldo y El Imparcial– existían otras opciones. Eran 29 periódicos o publicaciones de humor las registradas, de acuerdo con el libro Diccionario Ilustrado de la Caricatura en México, de Agustín Sánchez. El historiador enumera que de 1910 a 1913 hubo 29 de estos impresos como El Ahuizote, Don Quijote, Juan Panadero, Multicolor, El Padre Padilla, El Padre Eterno, Panchito, El Perico, La Risa del Popular, Ojo Parado, La Porra, Tilín Tilín, El Malhora, El Mero Petatero y Momo, entre otros.
Agustín Sánchez recalca que tenían en común que «todos criticaban de una manera terrible a Madero».
«No es cierto que se hicieran más caricaturas de Fox; Madero sigue siendo el rey. No hay conteo, pero en aquella época eran más variadas las publicaciones, se multiplican en comparación con las el gobierno foxista», dice Javier Ruiz, técnico académico de la Hemeroteca Nacional.
En caricaturas que lo mostraban insignificante, chaparro, deprimido y frágil en comparación con un Díaz altivo, «el golpe de estado se veía venir», afirma Sánchez. Cuando Madero «no rompe con las estructuras porfiristas, mantiene el Ejército, mantiene las instituciones, mantiene los gobernadores, no hay una Revolución, salvo porque ya no está Díaz».
Era claro que la prensa era de las que más había perdido con el nuevo gobierno: «Sí hubo un cambio en el periodismo con la entrada de Madero –concluye la maestra Camarillo–. Durante el Porfiriato la prensa estaba bien subvencionada por Porfirio Díaz. Una de las primeras cosas que dice Madero al entrar a la Presidencia, es ‘yo no doy subsidios a ningún periódico’. Y se mantiene en su dicho, pero todo configura su salida. Sí había una animadversión de la prensa hacia él, porque las canonjías o chayos que había habido en el Porfiriato se habían eliminado».
El poder tras la pluma
Bartra describe que en aquellos años se dio un vuelco en el periodismo, porque el que había surgido a fines del XIX como un periodismo frívolo, de diversión, galante, ocupado por los espectáculos, la nota roja y los artículos de sociales, se politizó:
«Es un viraje que no corresponde a una convicción, sino a lo que hoy llamamos poderes fácticos: una oligarquía que se había embarnecido al calor del Porfiriato y que, de pronto, siente que las cosas pueden cambiar, que el sistema político que los había amparado se derrumba. Esos frívolos se vuelven tremendamente derechistas, reaccionarios, y lanzan en esa tarea de contrarrevolución a sus profesionales, a los articulistas, reporteros, caricaturistas».
Entre estos Bartra enumera a Rafael Lillo, Ernesto El Chango García Cabral e incluso a José Clemente Orozco. «El problema no es que hagan crítica de derecha, la caricatura política por esencia es feroz, es la sarna del poder, y tiene que arder, dar comezón, molestar. El problema es que era una caricatura política mercenaria, al servicio del poder, al servicio de quien pagaba, una caricatura de derecha no de convicciones. Fueron corresponsables de alimentar con caricaturas –otros lo hacían con textos, otros con esquetches en teatro–, de ser cómplices de los poderes fácticos, en hacer crítica por una paga».
Del otro lado, en Estados Unidos, la caricatura tampoco dejó bien parado al país. El investigador Juan Manuel Aurrecoechea encontró que la caricatura sobra la Revolución Mexicana publicada en esa nación reflejaba varios tópicos: «Una visión, fuera de cuestionamiento, de la superioridad de Estados Unidos sobre el pueblo mexicano, y el derecho de Estados Unidos a intervenir en los asuntos de la Revolución Mexicana; había una postura racista sobre los mexicanos y una idea de que Estados Unidos es la civilización y México la barbarie».
En contraste las caricaturas en ese país ahondaron poco en los motivos de la Revolución Mexicana: «El común denominador es pintar el despertar de un México bárbaro y llamar a la intervención norteamericana para aplacar a los bárbaros. Los periódicos de William Randolph Hearst llaman a la intervención militar, con el chantaje de que el levantamiento amenazaba los intereses de los ciudadanos norteamericanos».
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