lunes, febrero 25, 2013

Literatura / Entrevista a Santiago Roncagliolo

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El escritor peruano. (Foto: Patxi Corral)

C iudad Juárez, Chihuahua. 19 de febrero de 2013. (RanchoNEWS).- Cuando un escritor confunde la vida con sus ficciones tiene un problema. Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) confiesa que lo padeció alguna temporada. Perdió de vista cuáles eran las referencias sólidas a las que debía aferrarse: su hijos, su mujer... Estaba más volcado en sus narraciones y las servidumbres promocionales de sus libros que en su propia familia. Al protagonista de Óscar y las mujeres (Alfaguara), su última novela, le sucede lo mismo pero multiplicado por mil. Es guionista de los culebrones más exitosos de América Latina pero en su esfera personal, sobre todo en su relación con el universo femenino, todo es fracaso. Cuando escribe se siente un demiurgo capaz de controlar cada detalle pero cuando sale de ese ámbito se pierde irremisiblemente. El escritor peruano despliega un ejercicio de autoparodia hilarante que invita a la carcajada ante las dificultades que tiene un hombre-niño para convertirse en un hombre adulto. Una entrevista de Alberto Ojeda para El Cultural:

Tres citas encabezan el libro. «El arte imita a la vida», Aristóteles. «La vida imita al arte», Oscar Wilde. «La vida imita a la televisión barata», Woody Allen. ¿Cuál le parece más acertada?


La de Woody Allen, sin duda. La vida está llena de giros fallidos, de historias que no se cierran, o que nunca se abrieron bien. Dios es un guionista de telenovelas baratas, igual que Óscar, el protagonista de mi novela.

En su caso la confusión de la realidad y la ficción es un síndrome grave. ¿En qué medida le sucede a usted también cuando escribe?

Todos mis personajes tienen mucho que ver conmigo. Suelen ser una deformación. Yo también escribí culebrones. También viví inmerso en mis ficciones y en mi vida de escritor, viajando por medio mundo promocionando mis novelas. Me costó mucho darme cuenta que mi vida estaba en mi gente más cercana, en mis dos hijos, en mi esposa... Pero hubo un momento en que vi claro que debía convertirme en un adulto funcional. A Óscar le pasa lo mismo. Él es una autoparodia de mí mismo.

¿Cómo fue su experiencia de guionista de culebrones? ¿Le ha servido mucho para su carrera posterior como novelista?

Los guionistas de culebrones no pueden permitirse el lujo de bloqueos creativos. De pronto, tienes que rellenar 40 páginas de un día para otro. Aunque estemos hablando de culebrones malos, es un trabajo duro... Además, tienes que cumplir con una regla de oro: la protagonista buena debe mantener la virginidad durante 120 capítulos. Algo muy complicado: en la vida real la pierden a los tres. Todo eso supone que tienes que manejar la historia para demorar la consumación del amor hasta el final. Después de hacer algo así, uno está preparado para escribir las historias más inverosímiles.

¿Sentía que era necesario dignificar el culebrón?

El culebrón ya está dignificado por sí mismo. Es el Shakespeare de América Latina, el único género que hemos inventado nosotros y que cuenta nuestra historia del último siglo. En realidad, lo que yo hago es desdignificar el culebrón, porque Óscar escribe los de la peor especie, basados en clichés anticuadísimos sobre las mujeres y vida en general.

El que sí ha reivindicado mucho las bondades del culebrón ha sido Boris Izaguirre...

Boris es un fenómeno de la naturaleza. He trabajado varios años en radio con él. Es una de esas personas que si entras con ella en un lugar con gente consigue que nadie te mire a ti. Tiene un talento fascinante.

¿Entonces es Miami la capital del culebrón?

Sí, es allí donde se facturan las telenovelas que luego se emiten por toda Latinoamérica. Es un lugar muy peculiar. Es Estados Unidos pero no es Estados Unidos. Es Cuba pero no es Cuba. Es un sitio perfecto para ambientar una comedia. Y me daba mucho juego porque yo sabía que Óscar odiaría Miami. Fíjese que es un tipo que no sabe conducir. Eso en Miami es como un suicidio.

Ha dicho que la mejor literatura no se está escribiendo ahora para los libros si no para la televisión. ¿No es tirarse piedras a su tejado?

Es así. Puede verse en series como The Wire, o Boardwalk Empire... Están superando incluso al cine, que es mucho más previsible y convencional y aburrido... Yo soy un contador de historias. No pienso en cuestiones gremiales.

Óscar ofrece una visión de los hombres bastante deplorable. ¿Más piedras sobre tejado propio?

Está claro que el hombre es una especie en decadencia. Desde que asiste a la liberación de la mujer no sabe qué papel debe ocupar en el mundo. Está muy perdido y asustado. Óscar tiene ese problema todavía más agravado porque sólo sabe relacionarse con las mujeres que él mismo diseña en la ficción pero con las reales todos sus contactos son un desastre.

¿Y cómo fue la comercialización por entregas en digital de la novela, al estilo de los folletines decimonónicos?

Yo tengo bastante interés por Internet y sus posibilidades para la literatura. Ya hice en su día una novela colectiva junto a Fernández Mallo y Cristina Fallarás. También he tenido un blog. Esto me lo propuso la editorial y me pareció muy buena idea. Al fin y al cabo era fiel a la estructura de las telenovelas, que entran cada día en el salón de tu caso. Ha tenido mucho impacto en las redes sociales. Tengo muchos amigos intelectuales que piensan que Internet es el fin de los libros. Este experimento demuestra que se puede utilizar para promocionar un libro de papel. Los dos formatos no tienen por qué mutilarse. Pueden complementarse.


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