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El guionista, dramaturgo, periodista y narradordurante la entrevista con La Jornada. (Foto: Roberto García Ortiz)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 13 de marzo de 2013. (RanchoNEWS).- «He escrito más de lo que debería. Si hiciera un balance a mis casi 80 años de vida y tuviera que elegir, tiraría la mitad de mis novelas a la basura, lo mismo haría con mis obras de teatro; me quedaría con poco». Una entrevista de Ángel Vargas para La Jornada:
Intensa la entrevista que Vicente Leñero concede a La Jornada. Cerca de una hora. El motivo es la aparición de su más reciente libro, Más gente así, publicado por Alfaguara.
El guionista, dramaturgo, periodista y narrador cuenta que este volumen es una continuación de otro publicado en 2008, con el título Gente así. Al igual que su predecesor, éste lo integra una serie de relatos (15) en la que el autor intercala la ficción con personajes y hechos reales, históricos y autobiográficos.
Entre esas historias verdaderas está la de un pastor cristiano que estrelló una avioneta contra la torre de una iglesia católica en Texas, ante la envidia que le despertaba que ésta tuviera más fieles; o la del rompimiento que el autor tuvo con la agente literaria Carmen Balcells luego de que ésta no logró colocarlo entre las figuras del boom latinoamericano.
A lo largo del volumen pueden apreciarse los diversos géneros literarios abordados por Leñero durante su vida, desde el periodístico hasta el teatro, pasando por el guión y el relato.
«Finalmente –destaca– eso es lo que sé hacer. Cuando decidí no ser ingeniero civil, porque me costaba mucho trabajo, tenía muy claro que yo allí debería estar en todo aquel lugar donde se necesitara la palabra escrita.»
La novela, género mayor
Mientras estudiaba ingeniería, Vicente Leñero se inscribió en la escuela de periodismo Carlos Septién, porque pensó que allí le enseñarían a escribir, rememora.
«No quería ser periodista, sino escritor; pero descubrí algo: que un escritor se capacita para usar todas las formas de la escritura. Donde haya algo para escribir, allí puede entrar uno: el cine, el teatro, la radio, todo lo que sea escribir», prosigue.
¡Y vaya que ha sido prolífico como escritor!
Mi defecto fue escribir demasiado. Hubiera querido ser más parco, pero aprendí a escribir haciéndolo. Claro que había mucho que me fallaba o que de plano era malo y así seguía escribiendo otro y otro texto; pero los malos existen contra los buenos libros o los que yo considero buenos.
¿Acaso le habría gustado ser como Juan Rulfo, con pocos textos, pero muy bien consolidados?
No, porque si uno aprende a escribir, eso se convierte no sólo en su herramienta, sino en su modo de expresión. Dejar de hacerlo es como divorciarse o dejar de ser uno. No puedo dejar de escribir, aunque creo que éste –refieriéndose a Más gente así– es mi último libro, porque uno se va cansando.
«Ahora ya no tengo aliento para hacer una novela, que para mí es el género mayor. Lo que más aprecio de un escritor es la narrativa como novela, pero uno se va gastando, y ahora nada más me toca ponerme a jugar con cuentos».
Enseñanzas del periodismo
Usted estuvo en el umbral de ser uno de los grandes nombres del boom latinoamericano, en los años 60 del siglo pasado, según relata en uno de los cuentos del libro. ¿Le causa frustración, coraje o tristeza no haberlo logrado?
Ese cuento sobre la Balcells es un relato de ardido. ¡Claro que yo quise figurar! Cuando entré a ese grupo sentía que estaba entre los escogidos de esa agente literaria, que no era una maravilla de agente, sino una mujer casi como ama de casa, pero que tuvo la fortuna de encontrarse con Gabo y con otros.
«Y aquí, en el libro, lo cuento. Ella me mostró que envió mis libros a varias editoriales y que en todas los habían mandado a la chingada. Entonces, lo asumí y me puse a buscar mi lugar. Fui descubriendo que no iba a conquistar el mundo, pero que podía tener un lugar en mi país, en mi lengua, en mi rumbo, en mi espacio.
«Escribir para que alguien me lea y se identifique conmigo es suficiente. Lo maravilloso que tienen los libros, frente al teatro y el cine, es que uno los lanza como botellas al mar; no sabe quién los va a leer ni qué impresión van a dar. El libro es una aventura que exige un sentido de humildad de la buena. Ese es el agradable misterio que tiene la literatura.»
¿Como le sentó el periodismo, si usted quería ser en realidad escritor?
Probé el periodismo y me gustó, además de que me daba para comer. También me proporcionó material para la literatura. Esa ha sido la gran ventaja para mí. Entre mis limitaciones, y se ven en mis textos, no soy un hombre de mucha imaginación, no se me ocurren historias, me cuesta trabajo.
«Y el periodismo me enseñó que la realidad es muy importante, y escribí una obra sobre los periodistas y otra sobre el crimen del nieto que mató a sus abuelos, es decir, me ayudó a valerme de la realidad. El periodismo me enseñó a sentir, de veras, que la realidad es más interesante que la ficción, que ocurren cosas más importantes en la realidad».
El 9 de junio cumplirá 80 años, ¿cómo festejará?
Me choca cumplir años y no lo voy a celebrar, ya se lo dije a todo mundo. Uno puede celebrar publicar un libro y el acierto o la fortuna de los amigos y de la amistad, pero no debería hacerlo con los cumpleaños. Lo que haré cuando llegue a los 80 será estar con mi familia y me voy a España.
«Siempre fui muy tímido, muy aislado. El periodismo me abrió más. Andando con Julio Scherer fue una escuela para mí de cómo tratar a la gente.»
Por último, ¿valió la pena cambiar la ingeniería civil, que quizá le hubiera dejado mucho dinero, por las letras?
Definitivamente. Mi mejor demostración es que nunca se ha leído bien mi novela Los albañiles. Se trata de una venganza contra los medios de la construcción, contra los albañiles; yo sufrí mucho en la ingeniería, y en la literatura encontré mi medio de expresión natural.
«Nunca me di cuenta de que nací para ser escritor, bueno o malo o regular. Eso es para mí la mejor recompensa, no la fama, la celebración ni el éxito, sino poder ejercer el oficio en el que soy yo, en el que estoy íntegramente.
«Si hubiera seguido en ingeniería, sin duda estaría absolutamente frustrado. En mi libro La gota de agua cuento lo que fue para mí esa carrera y la de pendejadas que cometí en ella. Claro, en un libro puede uno hacer también muchas pendejadas, pero no daño a nadie.»
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