jueves, marzo 14, 2013

Textos / Damian Tabarovsky: «Luis Gusmán - El heredero de Gombrowicz»

.
El autor de El Frasquito. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 13 de marzo de 2013. (RanchoNEWS).- La discusión política sobre El frasquito reside en saber si es una novela que hace cuarenta años que viene cumpliendo cuarenta años. Dicho de otro modo: introduce la pregunta por las condiciones de producción de un texto (la tensión entre época y sintaxis) a la vez que repone la cuestión acerca de las condiciones de recepción, sobre el viaje en el tiempo de un texto, sea éste o cualquier otro. Operaciones de escritura, por un lado; horizonte de expectativas, por el otro. Y en medio, como un polizonte (el polizonte es el actor central en cualquier historia de la literatura) la pregunta que parecía importarle a Gusmán por aquel entonces, a Gusmán y a muchos otros: la pregunta crítica por una política literaria. A medida que la literatura argentina fue dejando atrás esa pregunta se fue embruteciendo, empobreciendo, normalizando. Se volvió literatura de calidad: textos correctos, pulcros, bien pensantes, hasta inteligentes, pero carentes de toda aventura estética (la literatura de calidad sin riesgo incluye también hoy –sobre todo– la imitación escolar de la prosa de los 70, la aplicación académica de aquellas fórmulas, el poema político que no politiza la sintaxis, el contenidismo que deja intacta a la lengua, la provocación que no provoca nada. La buena educación literaria –que enseña a valorar la «mala» escritura– está causando estragos sobre toda una generación de escritores). Pero en Gusmán, y en varios otros de aquella época, esa pregunta recorría sus textos, ya en Literal, ya en El frasquito.

La edición de Edhasa en la que ahora releo la novela, incluye un prólogo de Luis Chitarroni. Habrá que detenerse en él. Desde Sitio, Chitarroni conoce de estas cuestiones como pocos entre nosotros, y no deja de señalar, una y otra vez, la relación entre El frasquito y la época. Leemos: «Las exigencias de la época: una avidez o una codicia que no disimula su insaciabilidad y que anuncia ya su insatisfacción». Y luego: «Estamos hablando de una época que había exaltado hasta la crispación el valor de la juventud». Y remata: «La década del setenta precipitó muchos acontecimientos que El frasquito, en su condición de testigo, no prefigura ni promete, hecho que tampoco lo convierte en un souvenir más de la época». El frasquito se publicó poco antes de las elecciones de 1973, Chitarroni traza un veloz retrato de la época: juventud, crispación, acontecimientos, exigencias. Pero aquí no hay rastros de ninguna política literaria. ¿Por qué? La respuesta la da el prólogo en un párrafo anterior a las frases transcriptas, es decir, en una frase previa que, al introducir la política literaria, condiciona todo el resto del prefacio. Es una frase sutil que, de una punta a la otra, liga las condiciones de escritura, el horizonte actual de recepción, y la presencia del polizonte: «Treinta años después, después de releerlo, el efecto es el mismo. El frasquito parece el libro central de una estética gombrociana para la cual la inmadurez lo es todo».

Teoría de la inmadurez

Aquí el polizón, o tal vez, el fantasma, es Witold Gombrowicz. Chitarroni pone a El frasquito en la herencia del Polaco y de su teoría de la inmadurez, que va de la mano, como sabemos, de una teoría sobre la forma. Es curioso, a modo de posfacio, la edición de Edhasa incluye un prólogo escrito por el propio Gusmán en 1984, que de alguna manera dialoga y a la vez corrige el posterior de Chitarroni (lo corrige como un aprés-coup). Porque mientas Chitarroni busca fijar una filiación afuera, quiero decir, afuera de la época, alejada de la exigencia de la juventud crispada cercana al 73, exterior a esa escena, y para ello recurre a la inmadurez gombrociana; Gusmán en su prólogo escrito en los candorosos años de la vuelta a la democracia, menciona una serie de nombres propios pesados de los 60 y 70: Masotta, Piglia, Germán García, y sobre todo Osvaldo Lamborghini, a quien invoca dos veces: una vez al final, a modo de agradecimiento junto a varios de los apellidos recién indicados, la otra no por su nombre, sino por su obra: «Se habla de que El fiord ha sucumbido en un improvisado Fahrenheit». Es que en ese prólogo de 1984 –como en Villa– Gusmán extiende la época hasta después del golpe, la época es también la dictadura, los efectos literarios llegan hasta después del 76, donde corren rumores de la quema de El fiord. De hecho, el prólogo del 84 de Gusmán –extraordinario por más de una razón– sitúa desde el primer párrafo una línea de continuidad entre el texto circa 1973 y los efectos posteriores al golpe: «Transcurre el año 1977 y trabajo en un librería de la calle Corrientes» (esa frase sola describe ya una época). ¿Por qué Chitarroni decide citar a Gombrowicz y no a Lamborghini? Avanzo una hipótesis personal, seguramente arbitraria (lo pienso yo, seguramente no Chitarroni). En mi opinión, Chitarroni evita discretamente a Lamborghini porque sabe que Gusmán perdió (o abandonó) la batalla por la interpretación del autor de Tadeys. Hoy a Lamborghini (es decir: al corazón radical de finales de los 60 y los 70) se llega a través de Aira. De Fogwill. Quizá de Libertella. La influencia de Lamborghini sobre los tres –obviamente con sus diferencias– ha sido tremendamente benéfica para ellos (y para nosotros, como lectores). Pero llegar a Lamborghini a través de Aira, Fogwil y Libertella es, como mínimo, problemático: esos tres corpus dejan afuera la sexualidad y la política (salvo, a veces y de otro modo, Fogwill). ¿Qué queda si se le quita a Lamborghini la sexualidad y la política? Un inmenso silencio. El otro modo contemporáneo de acceder a Lamborghini es aún más dificultoso y marcha directo al error. Consiste en saltearse a Aira, a Libertella, a veces también a Fogwill, con la ilusión de ir directo a la fuente, para volver con los bolsillos llenos de poemas vacíos sobre Montoneros, insultos, y malditismo de salón. Por uno u otro camino, se deja afuera la vía Gusmán, que incluye quizá también a Germán García y aún más lejanamente a Ricardo Zelarayán, es decir, la vía que repone a Lacan con Lamborghini, a la gauchesca con Lamborghini, a la picaresca con Lamborghini, a Pierre Guyotat [escritor y dramaturgo francés] con Lamborghini, a Gombrowicz con Lamborghini. Quizá no sea casual que Gusmán en su trabajo «Sebregondi no retrocede», incluido en la compilación Y todo el resto es literatura. Ensayos sobre Osvaldo Lamborghini, publicada por la vieja Interzona, los primeros dos nombres propios que cita, además del de Lamborghini, son los de Germán García y Zelarayán (dicho sea al pasar, quizá sea el propio Chitarroni el mejor y único en acceder a Lamborghini por los dos caminos a la vez, por Aira y por Gusmán. Acabo de leer por tercera vez la novela Peripecias del no –verdadera obra maestra de fin de siécle– y allí esa doble vía aparece radiante).

El efecto del texto

Llegamos al fin a El frasquito. Paguemos nuestro diezmo con el periodismo y resumamos el argumento. Sólo que no lo hay (Ramiro Quintana dice que Néstor Sánchez decía que una novela mala es aquella que se puede contar el argumento por teléfono). El frasquito es escritura, texto (términos bien de los 70, hoy injustamente en desuso). Su enemigo es el populismo. Y si Chitarroni se anima a afirmar que «después de releerlo el efecto es el mismo», es porque ese combate sigue vigente. En las descripciones del policía que pega, en la ironía cruda («Yo espero que Don Pedro el policía se duerma, pero él no se duerme, fuma y lee novelas policiales»), en la aparición de Gardel casi como un marginal, en la maldición de la paternidad («Parece que hubiera parido chanchos en lugar de hijos»), en la materialidad poética de las descripciones («Carne con ojos es hermosa»), en la deriva urbana («Besos y cariños de este paria abandonado de todo lo que tiene su querido Buenos Aires»), en los valores últimos («Las mujeres, el pibe, la guita») efectivamente el efecto que genera es el mismo, el mismo aún hoy. ¿Pero qué significa «hoy» para una novela como El frasquito? Quizá el pasado, el fin, la muerte de un tiempo: «Sentí miedo porque me daba cuenta de que no me parecía nada, que era otro el que yo buscaba, que el otro había muerto hacía mucho tiempo». El frasquito es la novela que inaugura una época. O que tal vez la clausura, quién sabe.

Fuente: Revista Ñ

REGRESAR A LA REVISTA