sábado, abril 13, 2013

Textos / Antonio Flores Schroeder: «El viaje a El Recreo»

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El autor de este escrito durante la segunda presentación del libro De Obregón... El Recreo en Ciudad Juárez, novela de Mauricio Rodríguez,  el 14 de marzo. (Foto: RMV / RanchoNEWS)

C iudad Juárez, Chihuahua. 30 de marzo de 2013. (RanchoNEWS).- El Recreo es un flashback interminable. Cuando leímos el borrador en la casa de Mauricio Rodríguez, hace más de un año, el acuerdo fue revisar únicamente algunas páginas, pero el nuevo experimento narrativo me resultó no sólo divertido, sino una joya del desvarío de un escritor que rasguñaba la madurez literaria. De no haberse acabado las cervezas, seguramente esa misma noche lo habríamos leído hasta el final.

Gracias a eso tuve que analizarlo meses después. Tal odisea dejó claro que la obra no es sólo la sobrevivencia a la pesada carga de los sentimientos en solitario. Tampoco se amarra a la misteriosa locura de un personaje que surca las páginas y el pasillo de El Recreo y tiene la facultad de «ver» a una mujer que lo persigue constantemente, cuya principal característica es que siempre lleva una piña bajo su brazo.

El Recreo transcurre como la media hora feliz de unos alumnos intoxicados en el patio de su escuela, a veces con tangos de Gardel o elucubraciones en medio de una parranda con Pedro Infante y en esos cambios de escena, se asoma el reflejo de miles de personas que llegan provenientes de otras partes del país y se (des)encuentran en la ciudad del burrito y la violencia. Lo que acontece en esta obra más allá del recuerdo de una época de divorcios, alcohol y fantasmas que rondan la vida del artista, es un cuestionamiento de sus habitantes al modus operandi de una frontera que lo mismo se duerme una noche en tu cama como la mejor amante, que al día siguiente se levanta acosada por los demonios de la heroína, y te quiere matar.

El que viene de allá o del más allá, sortea los caminos áridos de una xenofobia más típica que las tortas de colita de pavo y los baches del juaritos de siempre. Por eso la voz narradora se lamenta, se duele y en una especie de exorcismo se reconoce como ciudadano de ninguna parte.

El Recreo es el vuelo de una paloma y un cigarro consumiéndose mientras un tijuanense cuenta la historia que quiebra en mil partes no al periodista ni al escritor, sino al ser humano. Es el trote mediante el flashback por los pasillos y jardinerías de la universidad para despertar de pronto muy cerca de las tetas de esa mujer que una vez interrumpió una buena lectura (otro flashback) o la creación de un mal poema.

Zerk, como lo conocemos muchos, invoca al psicólogo Dionisio que lo acompaña en esa cantina donde los poetas y seres de otra dimensión, nunca dejan de verse en el espejo. El Recreo transgrede la realidad y resurge de entre los escombros para autoconstruirse entre el presente y pasado, y develarnos de esa forma a una sociedad sumida en la desgracia.

Encontrarse con los personajes que aparecen como fantasmas en la calle Velarde y que de pronto se evaporan como el maestro Manuel, especialista en suertes adivinatorias, es descubrir a nuestros políticos y gobernantes, grandes en el arte del embuste: Pásele, pásele, mira tú, amigo, lo que hoy les vengo a comentar, pero venga más acá, arrímese y verá uste’ cómo es la suerte que le sonríe, ahora que el maestro Manuel le diga su porvenir y su suerte, ¡acérquese! ¿Acaso no es éste el llamado al voto que escuchamos cada tres o seis años en nuestra ciudad?

Rodríguez con todo el propósito creativo, confunde al lector para perderlo entre la realidad y la ficción ( o la embriaguez y la sobriedad). En el capítulo The Homeless Blues, se encuentra con Harold Frederick Edmonds, un personaje muy popular en El Recreo, que se le veía seguido sentado en la escalinata del que fuera el Cine Victoria, localizado en la contraesquina del bar. En el diálogo que mantiene el autor con la fuente como parte de su trabajo en un periódico, nos sitúa de manera imprevista en el infierno: «Dios, ya no quiero vivir más así, ¿Señor Satán quiere matarme? Hágalo ahora, hago mi trabajo lo mejor posible cada día y la gente ni siquiera disfruta su trabajo, creen que estar así (como yo) es divertido», le dice Harold, que habría sido un gran artista en Estados Unidos décadas atrás.

El Recreo no pudo haberse escrito si Zerk no hubiera recorrido la ciudad a pie, en la búsqueda por alcanzar lo imposible y convertirse en el canto de la ingravidez para finalmente salvarse de la traición de un suspiro, como el autor lo apunta en uno de los textos que componen los treinta y cinco capítulos de la obra.

Si en Tijuana, Luis Humberto Croissfaithe escribió Estrella de la Calle Sexta, en Ciudad Juárez, Mauricio Rodríguez reaparece en la escena literaria con El Recreo, una creación que interpreta la realidad social (y la alternativa) de manera magistral, que solo podría escribir un auténtico Zero Bordeland.

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