lunes, abril 29, 2013

Textos / Ramón Corral Sandoval: «Los Tarahumaras de Batopilas / I»

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Niña tarahumara del Lago de Arareco, en 2002. (Foto: Román Corral Sandoval)

C iudad Juárez, Chihuahua. 29 de abril de 2013. (RanchoNEWS).- Había cumplido el 29 de agosto diecinueve años de edad, cuando llegué en septiembre de 1970, a la Barranca de Batopilas, región serrana de la Baja Sierra Tarahumara, en el suroeste de Chihuahua, estado norteño de México, recién ingresado de la Escuela Normal del Estado de Chihuahua para trabajar como maestro rural. Nací en el Barrio «El Pacífico» de la Ciudad de Chihuahua. Estuve laborando como docente, hasta junio de 1972, en esta región apartada, olvidada y marginada en la humilde escuela primaria rural federal de la pequeña comunidad de Satevó de escasos cien habitantes, localizada río abajo, o sea al sur, a seis kilómetros del mundialmente conocido viejo pueblo minero de Batopilas, de impresionante pasado glorioso.

En esa época no existían en la Barranca de Batopilas caminos anchos para vehículos automotores. Las personas y los animales de carga de los arrieros como burros y mulas transitábamos por una vereda angosta de este suelo montañoso llamada «camino real». Realizábamos los maestros rurales por esta vereda antigua, paralela al sinuoso caudal del Río Batopilas, para trasladarnos de un lugar a otro, maratónicas y extenuantes caminatas de varias horas, tal y como lo hacían los arrieros, los rarámuris y chabochis (así nos nombran a los mestizos los tarahumaras), bajo un sol abrasador, cuesta arriba y cuesta abajo, por este suelo montañoso, irregular cubierto de vegetación semi-selvática, producto de un clima semi-tropical, extremadamente caluroso en el verano.

A principios de la década de los 70’s no se observaban transitar estos vehículos por la Barranca de Batopilas o Baja Sierra Tarahumara, región montañosa del suroeste del estado de Chihuahua; no se conocía el servicio de energía eléctrica, ni el de agua potable; no había drenaje sanitario ni nada de nada.

Por cierto que el municipio de Batopilas, de los 67 municipios que conforman al estado de Chihuahua, continúa siendo el más pobre o marginado de esta entidad federativa de México. Dicho municipio serrano tiene actualmente casi 13, 300 habitantes, de los cuales màs de la mitad son indígenas tarahumaras. Para 1970, Batopilas tenía más de un siglo de rezago en materia de comunicaciones y en otros aspectos, como el rubro de atención a la salud el rezago era mayor, sin menoscabar la lacerante marginación social y el manifiesto atraso económico, educativo y cultural de la inmensa mayoría de los batopilenses.

Breve historia de los tarahumaras

A principios del Siglo XVII, arribaron las expediciones españolas a la parte norte de México, antiguamente llamada Aridoamérica, habitada por tribus nómadas, belicosas. De hecho muchos grupos autóctonos de Chihuahua o escasos representantes de los mismos que aún sobrevivían, desaparecieron o fueron exterminados por los conquistadores europeos, como los julimes, conchos, janos, sumas, por nombrar algunos. Al actual territorio del estado de Chihuahua y porciones de los estados vecinos, como Sonora, Coahuila, Durango y Sinaloa, los españoles lo nombraron la Nueva Vizcaya. Álvaro Núñez Cabeza de Vaca, fue el primer español en pisar territorio chihuahuense. Cuando los españoles se asentaron en esta parte del norte de México, se dedicaron a la actividad minera, explotando y esclavizando a los escasos grupos indígenas que pudieron someter. De hecho los españoles siempre enfrentaron los ataques y rebeliones de los indígenas hostiles nativos de esta región. Los tarahumaras originalmente habitaban las regiones planas del centro de Chihuahua. Relativamente eran sedentarios y poseían las tierras fértiles. No obstante, para evitar ser exterminados o esclavizados por los españoles, emigraron a la zona montañosa del estado de Chihuahua, que forma parte de la cordillera mexicana llamada Sierra Madre Occidental, localmente llamada Sierra Tarahumara. Pero poco tiempo duraría la tranquilidad y seguridad para los tarahumaras en su nuevo asentamiento. Hasta la región montañosa también llegaron los conquistadores en pos del oro y plata.

Mi contacto con los tarahumaras de 1970 a 1972

Los tarahumaras o rarámuris ( pies ligeros), parecen no inmutarse ante la extremada pobreza que padecen; estoicamente han soportado las agresiones de los intereses ambiciosos de las clases sociales que controlan el poder económico y por ende el poder político, las cuales desde tiempos remotos, les han arrebatado sus mejores tierras y bosques, pero no su fortaleza espiritual que les ha servido para permanecer en su región, para no ser desarraigados o exterminados, aceptando vivir en condiciones infrahumanas, vistiendo harapos, en calidad de esclavos o en la lastimosa marginación social, pero sin abandonar los bosques, ríos y arroyos, flora y fauna silvestres, montañas y cañones, barrancas y profundos abismos a los que ellos históricamente consideran de su propiedad. Con tal de permanecer en su medio geográfico, generacionalmente los tarahumaras han soportado a través de la historia la hostilidad de grupos humanos, explotación, discriminación, hambrunas, epidemias, condiciones climatológicas extremas, sequías, etc.

Han sobrevivido comiendo plantas y animales silvestres y habitando en jacales o cavernas, tal y como los observé de 1970 a 1972 en la Barranca de Batopilas, durante mi permanencia como maestro rural en esta región, porque sienten que todo lo que existe bajo el cielo azul, limpio y transparente de la Sierra Madre Occidental les pertenece desde tiempos inmemoriales, antes de que los chabochis u hombres blancos invadieran sus dominios, con el pretexto de llevar a su región la «civilización» y el «progreso», palabras que les resultan huecas, porque bajo este pretexto se les ha sumido en la más profunda miseria. Por estas situaciones es que aprendí, en mi contacto con los tarahumaras, cuando menos un poco, a sufrir en silencio, a dejar de llorar como si tuviera muerto tendido. Comprendí que la fortaleza espiritual de los tarahumaras se moldea bajo el sufrimiento callado y nunca pude ser como ellos, ni siquiera para caminar, correr o nadar a su ritmo ni poseer ni su extraordinaria resistencia para soportar el frío, el calor, la fatiga, el hambre o la sed bajo condiciones extremas, hice el intento en mi estancia en la Barranca de Batopilas, donde siempre estuvo a prueba mi inútil cuerpo y débil carácter. Si hubiera sido alumno de las creencias, costumbres y del modo de vivir de los rarámuris hubiera sido el más atrasado y probablemente hubiera salido reprobado. En la Baja Sierra Tarahumara, fui un simple observador de la vida de los rarámuris; nunca pasó por mi mente ni siquiera poder imitar con mediana aceptación algo de esta maravillosa etnia chihuahuense. Dada mi inexperiencia para poder caminar doce o catorce horas continuas por el camino real de la Barranca de Batopilas, declaro, expreso y manifiesto con sinceridad que fui el más inútil usuario de esta antigua vereda colonial, columna vertebral que comunica a los cientos de pequeñas poblados o rancherías de la Baja Sierra Tarahumara, a donde confluyen, cientos de atajos y veredas, que los tarahumaras conocen palmo a palmo, con un extraordinario sentido de orientación… cualquiera de nosotros se perdería en tan intrincada red de comunicación serrana en pleno día. La primera ocasión que se me ocurrió realizar esta larga caminata fue el sábado 24 de octubre de 1970, para ir primeramente al poblado de Batopilas por algo de provisiones, regresarme a Satevó y de ahí a San José de Valenzuela. No caminé ese día ni siquiera cuarenta kilómetros y terminé con los pies ampollados y algo sangrantes… los tarahumaras son los mejores caminantes de esta vereda, nadie los iguala, pero sobre todo son los mejores caminantes de la vida dada su particular forma de ser y de pensar.

Los tarahumaras: constructores del pasado glorioso de Batopilas

Al igual que los chabochis, los indígenas tarahumaras cargaron sobre sus espaldas parte del progreso material de Batopilas en diversas etapas históricas, siendo esclavizados y explotados en las labores de minería y agricultura por los españoles en la Época Colonial y por norteamericanos, con Alexander Robert Shepherd a la cabeza durante el Porfiriato, periodo de la historia de México que comprende de 1880 a 1910, cuando fue presidente del país el General Porfirio Díaz, el cual apoyó demasiado a la inversión extranjera.

En mi estancia como maestro rural en la Barranca de Batopilas observé, de 1970 a 1972, algunos rarámuris cargando diversos bultos y objetos pesados sobre sus espaldas para las personas pudientes de la región, que contrataban sus servicios, las cuales a lo mejor no les pagaban lo justo; la mayor parte de su carga la traían desde el viejo mineral de La Bufa distante 25 kilómetros del Poblado de Batopilas y en algunas ocasiones, los encargos eran para lugares más distantes; entonces, veía a los rarámuris transitar por el camino real que en la comunidad de Satevó, municipio de Batopilas, pasaba en el lado oriente del patio escolar.

Cuando daba clases los miraba pasar a través de la ventana grande del aula escolar, ya que los perros les ladraban demasiado a estos sufridos caminantes y nada podían hacer para espantarse a los agresivos caninos porque les representaba demasiado esfuerzo deshacerse momentáneamente de su carga. Era cuando algún alumno me pedía permiso para salir de la clase para dispersar a los perros que al mismo tiempo interrumpían la lección por el escándalo que armaban; fueron precisamente los antecesores de estos indígenas los que fabricaron y cargaron sobre sus espaldas los miles de ladrillos rojos a grandes alturas, bajo la supervisión de los misioneros jesuitas para erigir los anchos muros, el campanario y las cúpulas de la nave arquitectónica que constituye el templo de la Misión de Satevó, comunidad que está rodeada por cerros rojos y amarillos, teniendo como techo a un transparente cielo azul; la vegetación tupida, semi-selvática y de un intenso verdor y la corriente cristalina del Río Batopilas le dan un encanto especial, mágico, enigmático a este lugar, escogido por los misioneros, jesuitas para construir su templo, entre 1760 y 1764…. (Continuará).


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