miércoles, mayo 01, 2013

Caricatura / España: Dalí en el Cómic

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Interpretación libre del horizonte daliniano firmada por Moebius. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 1 de mayo de 2013. (RanchoNEWS).- El desierto se extiende hasta casi convertirse en un finísimo pelo de bigote. Criaturas imposibles, restos de chacinería bíblica, artefactos a medio mutar y construcciones heredadas por el polvo vibran bajo un cielo dolorosamente limpio. Caos. Tensión. Delirio. Rebota el silencio a la espera de la deflagración definitiva. Y mientras tanto, desde algún original ángulo, una presencia todo lo electriza. Una nota de José María Robles para El País:

¿La tentación de San Antonio o El Garaje Hermético? ¿El Gran Masturbador o Arzak? Si la descripción de la escena parece intercambiable entre unos títulos y otros tal vez sea porque ningún historietista como Moebius, pseudónimo scifi del llorado Jean Giraud (1938-2012), se arrimó tanto –queriendo o no– al universo daliniano. A su sueño prenatal. A la pompa de fiebre en la que condensó su obra el genio surrealista.

Inspirándose al igual que el ampurdanés en la Ciencia y también en la Filosofía y la imaginería chamánica mexicana, el ilustrador francés derritió los límites de la viñeta y abrió ventanas a un mundo onírico por el que orbitaron compañeros de generación en la mítica revista Métal Hurlant, como Philippe Druillet y Philippe Cazaumayou, Caza. El encuentro astral entre ambos genios pudo haber sucedido de prosperar el proyecto de Alejandro Jodorowski para filmar Dune; Dalí luciría en pantalla interpretando al Emperador y Moebius se encargaría del storyboard, origen a posteriori de la saga El Incal. Por desgracia, todo quedó en polvo estelar... y en un fiasco dirigido por David Lynch.

Bastante más proclive a la ironía y la sutileza que al exhibicionismo histriónico de Avida Dollars, el padre del teniente Blueberry prefería apuntar al corazón del propio circuito tebeístico antes de admitir el hermanamiento con otros pinceles. «Quise rendir un homenaje personal al género de los superhéroes», explicaba en una introducción a propósito de las aventuras del Mayor Grubert.

«A este respecto», agregaba, «estoy dividido entre dos sentimientos. Por una parte, evidentemente, lo encuentro todo muy infantil, pero en contrapartida creo que esos héroes expresan una búsqueda de nuestros deseos más profundos, de nuestros sueños de justicia. Una necesidad de vuelo, de belleza. Y eso ya no es en absoluto infantilismo. Es el maravilloso campo de la infancia. Para la escena en la que el Mayor se eleva con Cornelius me inspiré en dibujos aparecidos en Iron Man. Hay otras muchísimas influencias y referencias, y dejo al lector el trabajo y el placer de descubrirlas por sí mismo», invitaba a leer entre líneas el dibujante europeo más influyente del último medio siglo y, sin duda, el más popular entre el público norteamericano y nipón. Francesc Capdevila, Max, autor de Vapor (La Cúpula), una de las publicaciones del año, es otro de los pocos nombres propios del Noveno Arte que podría pasar por heredero creativo del Marqués de Púbol. «Fue el primer artista del siglo XX en entender la potencialidad de usar los nuevos medios de comunicación de masas en su favor, lo cual pienso que lo convierte en el primer artista pop de pleno derecho. Y, desde luego, consiguió convertirse en un referente visual ineludible en muchos campos de la cultura popular (la publicidad, el merchandising y, desde luego, el cine y los cómics)», enfatiza quien se adjudicó el primer Premio Nacional del Cómic (2007) con un título dotado de un espíritu y una estética presumiblemente muy del gusto del artífice de los relojes blandos: Bardín El Superrealista.

«No soy especialmente aficionado a la pintura de Dalí. Siempre me han interesado mucho más sus textos teóricos o, en la vertiente plástica, algunos dibujos e ilustraciones para obras literarias. O incluso el personaje que construyó para sí mismo», matiza Max, interesado sobre todo en las dos películas que el antiguo alumno de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando coescribió con su compañero Luis Buñuel: Un perro andaluz y La edad de oro.

«Es cierto que hay un determinado sentido del espacio como escenario casi teatral (la disposición de objetos y figuras —y las sombras que proyectan— en un plano que se extiende en fuga entre el espectador y el horizonte omnipresente) al que he recurrido abundantemente en mi obra, y que es también característico en la obra de Dalí y detectable en muchos otros pintores surrealistas. Sin embargo, yo diría que el primero en configurar ese sentido espacial fue Giorgio De Chirico en su etapa metafísica, y que por ello todos esos surrealistas –especialmente Dalí– y yo mismo estamos en deuda con él».

Sucede que lo más paranoico-crítico que puede encontrarse en estos momentos en la sección de novela gráfica procede de fuera de España. Dalí por Baudoin (Astiberri) es el resultado de la invitación que el parisino Centro Pompidou hizo al responsable de Piero de cara a la inauguración de la retrospectiva que ya recala en el Museo Reina Sofía.

«No me gustaba su pintura, ni el hombre a priori, pero al estudiar sobre él empecé a quererle», reconoce el autor. «Leí muchísimo sobre él, vi películas, miré imágenes, entré en su mundo y vi a un ser humano. Y un ser humano siempre es conmovedor, incluso el peor de los criminales. Dalí es ante todo un ser humano. Era alguien que quería vivir por encima de todo, y ese rasgo es algo extraordinario». Dalí por Baudoin reconstruye la biografía del incorregible performer con tal audacia y potencia expresiva que podría servir de guía oficiosa de la muestra. Pese a la errata: el cortometraje de animación Destino, concebido por Dalí y Walt Disney en 1945 y abandonado años después, sí llegó a estrenarse (inconcluso, en 2003). El alemán Willi Bloess (en su serie Hitos del arte) y el estadounidense Paolo Rivera, que customizó a Lobezno para Marvel en el 35 cumpleaños del miembro de los X-Men, se han sumado a la reinterpretación del mito en fechas recientes. Aunque lo que de verdad conmueve es un flashback: ¿cómo habría reaccionado Dalí frente a una plancha de Little Nemo, al que Maurice Sendak (Donde viven los monstruos) definió en The New York Times en 1973 como «un catálogo de pesadillas, una profusión de imágenes fantásticas extremas dibujadas con una definición tan detallista que logra que el sueño sea capturado en toda su exactitud surrealista»?

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