lunes, mayo 27, 2013

Fotografía / Entrevista a Kimiko Yoshida

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Uno de sus autorretratos.  (Foto: Cortesía Carbón4)

C iudad Juárez, Chihuahua. 27 de mayo de 2013. (RanchoNEWS).- Kimiko Yoshida fue la invitada de honor de la tercera edición del Festival Internacional de la Imagen (FINI), celebrado el pasado 18 de abril, organizado por la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH). Ilse De los Santos Urias la entrevista para Arte e Historia con traducción de Keren Martínez Alcántar y Omar Girón Ibarra

Yoshida ha logrado transgredir la fotografía tradicional, al utilizar su propio cuerpo como soporte de sus iconografías. Sus composiciones, en su mayoría frontales, son poseedoras de una gran complejidad y uniformidad estética. Hemos cuestionado a la artista sobre algunos puntos incisivos de su obra, con el fin de escudriñar en los valores estéticos y conceptuales de su imaginario pictórico.

Podemos ver en tus fotografías referentes a la mitología y a la historia, ¿cómo seleccionas a los personajes?

Mi propia representación como ficción, mezclada con mi cultura asiática y en referencia con la historia del arte occidental, anhela la monocromía como metáfora del ocultamiento y desaparición, una marca de virtualidad e intangibilidad, un símbolo sin fin. El monocromo es una figura pura de duración en la cual toda imaginería y narrativa son disueltas. Esta representación paradójica, es expuesta cada vez como una imposibilidad, una impotencia, y una precariedad. Es este efecto del estado incompleto, el cual da una idea de una representación no rigurosa, un espacio no localizable, la idea de un espacio más allá de la imagen donde la representación excede el espacio de representación.

Quiero hacer una imagen que no se prohíba referencias transculturales o significados históricos, que esté constantemente recurriendo a cuentos y leyendas, deconstruyendo mitos y abriendo todo el significado en imágenes, alusiones, metáforas, metamorfosis, máscaras y personajes, ficciones, transformaciones cruzadas o inversas, una sucesión de transfiguraciones de anexos e iluminaciones. Quiero una imagen que reconsidere en imágenes sus propios significados y referencias, una imagen concebida de la necesidad de pensar en sus propias presuposiciones, un pensamiento que integre el análisis de lo que lo hace posible: epistemología y semiología, etnografía y psicoanálisis, mitologías e historia del arte, formalismo y minimalismo, substracción, adición, hibridación, apropiación, reapropiación, mestizaje, estética, sensibilidad, la mezcla de géneros, la inmaterialidad y la polifonía del pensamiento, todo esto me permite comprobar el arte como el experimento más temerario, radical y libre, expresando la falta del ser, en la convergencia para lo real, el trasformar el sufrimiento y la infelicidad, olvidando la devastación y desesperación pasadas.

Me expongo a mí misma a la desaparición del yo, a la desaparición de la máscara de la persona. Me abandono a mí misma a la impersonalidad del simbolismo, a la impersonalidad de la muerte. La imagen es la presencia de una ausencia. Eso es lo que hace real al trabajo, una búsqueda sin fin.

¿Estás tratando de comunicar una metáfora específica?

Considero al autorretrato no como un tema, sino como una desaparición. Si yo soy la modelo, es por ser esto una manera sencilla para hacer lo que tengo que hacer. Mis autorretratos, o lo que va debajo de ese nombre, no es más que vanidad. Refieren a los rituales funerarios en donde la momia es embalsamada y adornada con maquillaje, pintura, joyería, ornamentos.

Lo que sé acerca de las imágenes es que, a pesar de representar la vida, hablan de la muerte. Dibujan su ambigüedad partiendo de eso, partiendo de ser solamente un reflejo, un límite delgado cerca del vacío. Porque hay algo no flexible y compacto en un reflejo, la imagen cubre lo indefinido de los avances del caput mortuum. El reflejo imaginario de lo vivo revela la oscuridad de su destino, la imagen renuncia a ser su esencia sombría. Su significado es la inevitable vanidad.

En primer lugar está la presencia real, la imagen viene después, lo cual es la ausencia de la cosa real. La cosa real debe de ser más remota, debe desaparecer para permitirse ser convertida nuevamente como una sombra o reflejo. La cosa colapsa en su imagen misma en donde el presente es absolutamente carente, ha reunido con esa raíz impotente en donde todo se detiene: el estilo de vida. Todo mi arte se basa en estos significados fundamentales: el ser y el nada, la vanidad de la imagen, la vida y la muerte, y especialmente ir más allá del narcicismo.

El autorretrato no es un reflejo de uno mismo, sino una reflexión en la representación de uno mismo. Le he dado la espalda a cualquier búsqueda de identidad y lo que hacen con ella: la herida narcisista, la incesante búsqueda por un origen, la furiosa demanda por pertenecer, el resguardo en uno mismo, el aburrimiento, la humillación. Todo mi trabajo rechaza los estereotipos cansados del comunitarismo y su ideología de segregación la cual ilumina tal periodo con una peculiar luz café. Mi trabajo habla más de la felicidad de ser uno mismo sin creer que uno mismo es idéntico a uno mismo, sin identificarse con cualquier memoria, clan, o familia… la identidad no es la cuestión. Mi arte desarrolla una postura de protesta distanciada de los «current affairs»: en contra de los clichés contemporáneos de seducción, en contra de la buena voluntad de las mujeres, en contra de la identidad definida por dependencias y comunidades, en contra de los estereotipos de género y el determinismo de la herencia.

El autorretrato es el lugar de la trasformación. El arte es lo que trasforma. La trasformación es, para mí, el valor final de la obra. El arte para mí se ha convertido en un espacio de cambio metamórfico. Mis autorretratos, o lo que se denomina así, son sólo el lugar y la fórmula de la mutación. La única «raison d’ệtre» del arte, es trasformar lo que sólo el arte mismo puede trasformar. Todo lo que no soy, es lo que me interesa. Estar allí donde creo que no soy, desaparecer en donde creo que estoy, eso es lo que importa.

La pregunta no es un insignificante «¿quién soy?». Más bien, mi trabajo se inclina sobre una cuestión más pertinente y esencial de identificaciones: «¿cuántos soy?» que obviamente tiene un impacto muy diferente. Citando a John Lennon (las primeras palabras que introducen a I am the Walrus): «Soy como él como tú eres como él como tú eres yo…» 

¿Cuál es la relación que tienen tus composiciones con los elementos de la moda? 

Para mí la moda es el campo del desvió, «detournement», desviación. Hay una restricción que me impongo a mí misma: la apropiación sistemática o el desvío de la ropa y accesorios de moda. Ningún objeto ha sido usado como se supone que debe ser usado, conforme a su función inicial: vestidos o faldas, pantalones, zapatos o bolsos se han convertido en un tocado sacado del siglo XIX, galas clásicas, trajes históricos. Los nuevos autorretratos titulados Painting pudieron haber sido llamados Detournements debido a la forma en la que están organizados en torno a los procesos de desviación o deflexión. La palabra francesa «detournement» significa desvío, deflexión, cambio de ruta, distorsión, corrupción, mal uso, secuestro, o de otra manera regresando a algo parecido de su curso o propósito normal. Este término fue redefinido por Guy Debord (The Situationist International. 1957-73) en el sentido de «desvío de elementos estéticos preexistentes»: «detournement es, pues en primer lugar, toda negación del valor de la organización previa de expresión […], la búsqueda de una construcción más amplia, a un nivel superior de referencia, como una nueva unidad monetaria de creación».

Para autorizar una fotografía Painting se debe contradecir el sentido de la palabra y la cosa misma, para poner en oposición lo que se dijo y lo que se mostró, para reunir a estos opuestos. Lo que la palabra designa y lo que significa constituyen dos referencias diferentes y contradictorias. De la misma manera, lo que la imagen muestra está alejado de lo que significa.

Veo mis autorretratos como estudios atemporales y abstractos, es decir, retratos desprendidos de cualquier referencia anecdótica, de cualquier tipo de narrativa. Concebida a manera de recuerdos de la historia del arte, esta serie de pinturas es una evocación mental de los «chefs d’œuvre» de los viejos maestros. Es una trasposición simbólica. Lejos de ser una mera alusión dependiente de la semejanza, y «vraisemblance», la trasformación intencional en lo simbólico es sólo una alusión retroactiva a algunos detalles que se han detenido/quedado/ligado en mi memoria, a menudo sin que yo siquiera este consciente de ello.

¿Podríamos encontrar rasgos de la estética del Butoh en tu obra?

Prefiero basar mi maquillaje en la técnica japonesa del doran, la pintura blanca con la que las geishas y maikos tradicionalmente cubren sus rostros. Esta tradición japonesa invierte el valor del maquillaje, se aleja totalmente del valor que occidente atribuye a este artificio.

El maquillaje occidental está concebido para embellecer, para magnificar. Está hecho para hacer un rostro cada vez más singular y más hermoso, más joven y más perfecto. El doran tiende a borrar el rostro singular, a disimularlo cubriéndolo con blanco, para eliminar cualquier particularidad. Una mujer japonesa cuyo rostro está cubierto con blanco, no está tratando de ocultar sus defectos, ni acercarse a la perfección, ni intenta singularizarse ella misma. Simplemente quiere tener una forma genérica para ser una con un rostro esencial, para ser indistinguible de un arquetipo. Su maquillaje es una máscara blanca que esconde particularidades, ambas cualidades e imperfecciones se queda en blanco, borra la individualidad.

La cuestión, entonces, es identificarse con la idea de una mujer y no con una mujer ideal, para fundirse en una idea abstracta y no para enaltecerse con la dignidad de un ideal de perfección. La composición japonesa es la idea contra lo ideal. Abstracción contra perfección. El arquetipo contra singularidad. El resultado es el desapego de todo deseo de singularidad, unicidad, originalidad. El camino, el único camino recomendado es el de la erradicación, el desapego, la universalidad. Así, la posición suspendida en la que me posiciono parece estar entre la figuración (su rostro) y la abstracción (doran). Mi estética de erradicación está, por lo tanto, en la intimidad de la idea inmaterial, una continua llamada a lo impersonal, es decir, a la iluminación. Mis autorretratos son anónimos y universales, buscando expresar, a través del doran de la geisha, esos ímpetus hacia lo inalcanzable, hacia la idea, hacia lo inmaterial. 

Protocolo conceptual constante: siempre el mismo sujeto (auto-retrato), un mismo enfoque (frontal), una misma luz (indirecta), un mismo principio cromático (el sujeto está pintado del mismo color que el fondo), un mismo formato (cuadrado). ¿Por qué? 

Aunque la misma cara es retratada en varias ocasiones, nunca es idéntica a sí misma. Entre más se repita la figura, mas diferente se vuelve.




Kimiko Yoshida 

Nació en Tokyo, Japón en 1963. Estudió la licenciatura en artes en la Chuo Universitiy en 1986; después, en 1995, estudió fotografía en el Tokyo College of Photography. Más tarde asistiría a la École Nationale Supérieure de la Photographie, en Arles, Francia, país en el que actualmente reside y labora.

Algunas de sus últimas exposiciones son: La Réunion, Teat, Saint-Denis, Francia, 2013. My Painting, Galerie Tanit, Beirut, Líbano, 2013. Qatar Brides, Katara Arts Centre, Doha, Catar, 2012. Peintures, Miroirs, Musee du Pavillon de Vendome-Dopler, Aix-en-Provence, Francia, 2012. There where I am not, Ruarts Gallery, Moscú, Rusia, 2011. Là où je ne suis pas, Maison Européenne de la Photographie, 2010.

Entre las múltiples distinciones que ha recibido se encuentra el Primer lugar en la categoría de autorretratos en los International Photography Awards, Nueva York, EEUU, 2005. Además, la obra de Yoshida es parte de las siguientes colecciones: Fine Arts Museum, Houston; Israel Museum, Jerusalén; Kawasaki City Museum, Japón; Price Waterhouse Coopers, París; Diane Von Furstenberg, Nueva York; Sheika Paula Al-Sabah, Dar Noor, Dubai; Joey Tanenbaum Collection, Toronto; Commission por el Centre National de la Photographie, París.









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