viernes, mayo 10, 2013

Fotografía / Entrevista a Paulina Lavista

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El arte puede salvar al mundo, afirma la fotógrafa. (Foto: Oswaldo Ramírez)

C iudad Juárez, Chihuahua. 9 de mayo de 2013. (RanchoNEWS).- Paulina Lavista es clara cuando dice: «Estoy muy entusiasmada porque hace nueve años que no expongo. El sexenio del PAN no me favoreció en nada: no me dieron la beca que solicité ni ningún espacio para exponer. Prometieron una exposición de las fotografías de Salvador Elizondo y no se hizo. Así que me siento renacer en esta exposición curada por Emma Cecilia García». Una entrevista de Xavier Quirarte para Milenio:

Lavista inaugura hoy en el Museo Casa del Risco de San Ángel Momentos dados, una muestra con diversas temáticas que ha manejado en más de cuatro décadas. Aparecen escritores como Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges y, por supuesto, Salvador Elizondo –quien fue su esposo–, instantáneas de niños callejeros, vedettes, músicos y compositores, paisajes urbanos y otros temas. Un testimonio de que «el ojo de Paulina Lavista descubre mundos e inventa mundos», como escribió Fernando Gamboa en 1981.

La fotógrafa explica en entrevista con MILENIO que el título tiene que ver con el poema «Un golpe de dados jamás abolirá el azar», de Stéphane Mallarmé. «Creo que al fotógrafo, antes de disparar, se le presenta una escena que le es dada. Las fotografías son esos momentos dados. Cecilia y yo hicimos una selección de aquellas fotos que me sorprendieron a mí misma y que afortunadamente pude capturar, porque no siempre tiene uno la buena suerte de hacerlo. Hay una buena cantidad de fotos inéditas».

¿Qué le atrae de la fotografía?

Su flexibilidad y su forma directa de reportarnos algo inmediatamente. No nos movemos sin fotografía. Digital o no, el principio sigue siendo el mismo: la camera oscura, que es la magia de la fotografía.

¿Y «la realidad es más real en blanco y negro», como escribió Octavio Paz?

El color está hecho por técnicos que lo determinan, no es el color real; éste es subjetivo. Pero, como decía don Manuel Álvarez Bravo –quien también hizo fotos en color–, «todo es válido». Tengo fotos a color, muchas de ellas publicadas porque así me las pedían, pero mi expresión personal es en blanco y negro. La emulsión de plata de las fotografías tiene una belleza en la que el espectador no se distrae con el colorido. Tiene una gama de grises en la que se puede expresar el mundo.

¿Qué es para usted el arte?

Creo que es algo que puede salvar al mundo. El arte es lo único que nos da un poco de consuelo ante este mundo horrible en el que estamos viviendo. Sin embargo, no creo en el arte comprometido, el arte social, porque estaría condicionada a dar un mensaje. En cada fotografía yo debo ser libre. Me conmueve la pobreza y la retrato, y aquí hay muchas de esas fotografías, pero en ellas hay una dignidad.

¿Cuál es la situación de los fotógrafos de su generación?

Hay amigos míos que no tienen trabajo. Yo sobrevivo porque no vivo de la fotografía y los derechos de autor de Salvador son mínimos –no es un escritor de best sellers, sino un poco secreto–. Mi modus vivendi son los videos; llevo 20 años haciendo documentales para El Colegio Nacional, Tv UNAM y otras instituciones, sobre todo semblanzas de escritores. Voy a llegar a un estado ideal: vivir de mi trabajo como videoasta y ser diletante de la fotografía, ser amateur. Eso me encanta.

Recuerdos de Elizondo

Como «absoluto y total» califica Paulina Lavista el impacto que tuvo Salvador Elizondo en su vida. «Él es mi maestro, mi amor, mi marido, mi verdugo, mi crítico. Fue una relación de 37 años, de la cual no supero su muerte porque había un gran entendimiento entre nosotros. Nos permitíamos cada uno un espacio de libertad y de trabajo, y también teníamos recámaras separadas. Eso nos permitió mantenernos como amigos, novios, amantes. Había un respeto mutuo. Lo conocí cuando yo tenía ocho años y hacía ula-ula. Mi padre era Raúl Lavista, compositor, y él tenía una discoteca y varios de sus amigos se reunían para escuchar música. Entre ellos estaba el joven Elizondo».

El joven Salvador Elizondo sería luego su maestro y más tarde su esposo, hasta que la muerte los separó. «Fue mi sinodal en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, por lo que él me dio mi entrada a estudiar cine. Supongo que yo le gustaba como chamaca, y yo estaba enamorada de él desde que tenía 14 años. Tuve otros novios, muy lindos, pero él era un hombre fascinante, muy inteligente y con un gran sentido del humor. También era muy duro con la disciplina artística. Entré a su vida el 17 de diciembre de 1968. Me habló unos días antes y me dijo: ‘Quiero que seas mi chamacha’. ‘Pues va’, le respondí. Había esperado su llamada durante muchos años…».

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