jueves, mayo 30, 2013

Poesía / Lilvia Soto: «De las hormigas rojas y los miligramos»

I

Grano a grano
se la llevan.
Sobre la espalda y entre los pies
la transportan
por estrechos y oscuros pasadizos
a sus amplias cámaras.

Jalan, empujan,
arrastran y levitan
cada miligramo oscuro
de ladrillo rojo y de adobe seco.

Las sacerdotisas de la muerte,
las hormigas rojas que viven
detrás de la casa de los abuelos,
oyen la canción del viento
y hacen la labor del tiempo.

Al desmoronarse cada ladrillo rojo
bajo el ardiente sol,
al esparcirse cada adobe
en el viento,
lo arrastran,
uno más para la oscuridad.


II

El magnífico palomar que el abuelo
como amoroso arquitecto
construyó,
y del que día a día
preparó
para mi hermana Sandra
un pichón fresco
para alimentar
su flaco cuerpo de sietemesina,
ha descendido todo
por la misteriosa entrada
de la morada de las hormigas.

III

El gran tejabán de adobe
donde el primo Alfonso
sentado en su banco de tres patas
ordeñaba las vacas,
el tejabán oloroso a alfalfa
donde el abuelo hospedaba
su yegua preferida,
el tejabán donde los animales
vivían en bucólica armonía
pastoreados por Penny,
el gordo pequinés del abuelo,
ha desaparecido,
grano a grano,
por la misteriosa entrada.


IV

El gallinero donde la abuela
guardaba sus gallinas,
donde día a día
recogíamos huevos frescos
para los almuerzos de los trabajadores
y para los pasteles
con los que celebrábamos
el cumpleaños de cada primo,
se ha derrumbado,
una ruina más
que ha bajado a la oscuridad.


V

El granero donde el abuelo
guardaba los sacos
de frijol y de maíz
para vender a los lugareños,
regalar a las hijas que se iban,
alimentar a los nietos y trabajadores
que comían en la cocina
alrededor de la mesa de patas de león,
el granero donde el abuelo guardaba
las cajas de semilla
de melón, calabacita, pepino,
sandía, chile vallero,
para sembrar la siguiente cosecha,
sobre la espalda y entre los pies
de las hormigas rojas
ha entrado, grano a grano,
a la oscuridad.


VI

El taller donde el abuelo guardaba
rastrillos, azadones y alicates,
limas, horquillas y martillos,
palas, guadañas, carretillas,
clavos, tuercas y tornillos
de todos los estilos y tamaños,
el taller de las herramientas
donde el abuelo construía,
afilaba y remendaba
la maquinaria que mantenía la vida de la granja
y a la familia viva,
ha descendido
a la oscuridad del hormiguero.


VII

El excusado que construyó el abuelo
en el campo más lejano,
de tablas sin pintar,
con techo de dos aguas y puerta con aldaba,
el excusado de doble asiento donde
madres e hijas y tías y primas
platicaban y soñaban con las ofertas
del catálogo de Sears,
el temido excusado que
evitábamos de noche,
por miedo a las arañas y la oscuridad,
y cuando era inevitable
lo visitábamos en parejas,
tomadas de la mano y con linterna,
el humilde excusado
que tantos susurros escuchó
ha desaparecido
por la misteriosa entrada.


VIII

Pero en el gran salón
donde la Reina Madre preside
todavía queda espacio
para la centenaria casa de ladrillo
donde los abuelos criaron
a sus ocho hijos
y a numerosos nietos y sobrinos.

El sol ardiente,
la danza frenética del viento,
los años de desidia,
han desmoronado cada miligramo
que las hormigas rojas acarrean
sobre la espalda y entre los pies
por el estrecho pasadizo
a la misteriosa cámara.


IX

Aún queda algo,
algo que parece casa
donde los primos viven
con ventanas rotas,
techo que gotea,
ladrillos que se desmoronan.
No están solos.
Los antiguos fantasmas
que heredaron los abuelos
de los primeros moradores de la casa
han reclamado sus derechos
de colonos.


Todavía queda algo
pero ya no por mucho tiempo,
pues las sacerdotisas de la muerte,
las hormigas rojas
que reinan en el patio de la casa
escuchan el rugido del viento
y hacen la labor del tiempo.


X

Y cuando el último miligramo
desaparezca,
¿bajarán los antiguos fantasmas
con las hormigas rojas,
o se quedarán a vagar
por la milenaria tierra ancestral
calcinada por el sol,
azotada por el viento?

¿O jalarán las hormigas rojas
al sol y al viento
por la misteriosa entrada?


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