martes, julio 02, 2013

Literatura / Entrevista a Edith Aron, «la Maga de Cortázar»

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La traductora en Parc Monceau, París, 1952. (Foto: El Universal)

C iudad Juárez, Chihuahua. 9 de junio de 2013. (RanchoNEWS).- Hay muchos asuntos que Edith Aron ha superado: ser llamada «la Maga de Cortázar» y que un «desgraciado» le robara su traducción De cronopios y de famas sin que Julio saliera a respaldarla; sin embargo, hay cosas que la traductora no ha podido evitar: seguir fumando Gauloises, los famosos cigarrillos franceses presentes en Rayuela, y que al hablar, reír y recordar, deje en sus interlocutores la certeza de que conversan con Lucía, la Maga, escribe Yanet Aguilar Sosa para El Universal de la Ciudad de México .

En una carta fechada en agosto de 1951 el escritor argentino le anuncia a la bella alemana de ojos claros y sonrisa soñadora, que regresará a París en noviembre y le pide «que siga siendo brusca, complicada, irónica, entusiasta».


Más de 60 años después, Edith está lastimada de las rodillas, prepara la celebración de sus 90 años en Sarre, Alemania, su ciudad natal, donde planea leer sus cuentos y disfrutar del estreno de la película sobre su vida que un grupo de jóvenes alemanes filmó. Ellos le preguntaron: «¿Cómo es que dicen que usted ha influido a un escritor argentino para un personaje?» Y ella volvió a decir: «Para mí es muy lindo decir la Maga porque tiene algo mágico, pero no soy yo».

En cada recuerdo de Edith Aron hay un amor desmedido por Julio Cortázar, por su inteligencia y su intelectualidad; hay también una liga sentimental con la entrañable protagonista de Rayuela, la novela más famosa de Julio Cortázar que este año celebra cinco décadas de su publicación.

Lo primero que dice esa mujer de risa fácil al responder el teléfono en su departamento de Londres, ubicado a unos pasos del célebre crucero donde fueron fotografiados los Beatles, es: «Algo que tengo que decirle desde el comienzo es que no tengo nada que ver con el personaje inventado por Cortázar, absolutamente nada, y me revienta que la gente me contacte por eso, no tengo que ver nada. Todos los que estuvimos en París en aquella época hemos entrado en el libro, algunos con otros nombres y alguien habló de mí».

Igual que ella, la Maga no quiere que hablen por ella. En el capítulo 20, Oliveira afirma: «–Nunca nos quisimos– le dijo besándola en el pelo.» La respuesta de ella: «-No hablés por mí –dijo la Maga cerrando los ojos–. –Vos no podés saber si yo te quiero o no. Ni siquiera eso podés saber».

Por eso Edith Aron, la primera traductora de Cortázar al alemán, y también traductora de Juan José Arreola, Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Amparo Dávila y Silvina Ocampo, habla y cuenta que quiere celebrar sus 90 años con su hija, la cantante de ópera Joanna Bergin, y con el gran cellista Steven Isserlis. Su molestia dura poco y un minuto después se vuelve mágica, intrépida, soñadora y algo distraída. Pasa veloz y pícara de un tema a otro.

¿La Maga es un personaje entrañable, no la tienta aceptar que se parece un poquito a usted?

No, como dicen en Cataluña, me da igual. Fíjese, yo quería ser como él, por eso publiqué varios libros en Alemania, porque todos los años cuando llegué a Inglaterra enseñaba en los colegios; luego, los dos meses de las vacaciones, me iba a Alemania y ahí trabajaba en el Instituto Goethe porque quería ser como él. No me interesa volver a leer el libro, así que no sé cómo era la Maga, no tengo idea porque lo superé un poco con mi propia escritura. No sé por qué a Cortázar le dio por poner esa palabra.

A Julio Cortázar, ese guapo hombre flaco, alto, desgarbado que parecía siempre un muchacho de 25 años, Edith Aron lo recuerda y lo idolatra: «Aprendí un montón de cosas gracias a él y él se ocupaba de mí; cuando comencé a traducirlo le encantó, estuvo muy orgulloso, era un poco como un padre».

¿Usted lo quería mucho?

Yo lo quería, sí, pero Cortázar tenía un problema de glándulas y siempre parecía un joven de 25 años; por eso sus enemigos lo llamaron «El retrato de Dorian Grey» y eso lo acomplejaba, era un hombre normal sólo que tenía cuerpo de muchacho. Era muy buen mozo pero su edad se veía en las manos y en los ojos; no puedo decir que sea un «amor pasional» como dicen los franceses, pero yo lo quería mucho y aprendí mucho de él, todas las preguntas que yo tenía él las contestaba. Cuando me respondió algo muy complicado le dije: «pareces un profesor», y él me respondió: «soy un profesor».

Si Aron no acepta ser la Maga, sí acepta que su relación con Cortázar «era un poco una situación Pigmalión, el artista que se enamora de su modelo. No me decidí ir a vivir con él porque quería aprender, yo lo admiraba mucho, era como un gran hombre en el que uno puede confiar y puede querer. Era amor, creo que sí, por lo menos de mi parte».

¿Fue su musa?

No, para nada, sentí que era un amigo argentino que escribía y que yo traducía para que amigos alemanes lo pudieran leer.

A los diez años y medio, Edith Aron dejó su patria expulsada por el nazismo, sus padres se habían separado y su madre tenía una hermana en Buenos Aires; esa ciudad se convirtió en su casa por 15 años, pero en 1950, al recibir una carta de su padre anunciándole que había sobrevivido a la guerra, regresó a Francia. En el barco, que zarpó de Buenos Aires el 6 de enero de 1950, viajó también Cortázar, «pero allí no lo conocí».

Aron recuerda que compartió camarote con una italiana embarazada y una monja que prometió rezar por ella. «La primera vez que vi a ese muchacho fue en la oficina de cambios en el barco, no sabía quién era, vi a un muchacho muy alto que hablaba con esa erre en la garganta como los franceses, y resulta que era Cortázar».

Ella desembarcó en Cannes y él siguió para Genova, pero la casualidad, ese estado que era determinante para Cortázar y para los surrealistas, los reunió en París. Allí, lo vio primero en una librería y luego en un cine parisino, mientras veían Juana de Arco con una amiga que viajó en el mismo barco; sólo intercambiaron unas cuantas palabras.

El reencuentro determinante ocurrió en los Jardines de Luxemburgo. «Para él los encuentros casuales eran importantes porque se guiaba por los surrealistas y para ellos la casualidad cuenta. Cuando lo vi por tercera vez me invitó a tomar un café, charlamos y lo llevé a visitar a otro amigo argentino, un pintor muy bueno, Sergio de Castro, que murió a los 90 años, el 31 de diciembre de 2012. Se las arregló para morir el último día del año».

Allí empezaron sus paseos, sus encuentros casuales, sus idas a conciertos, exposiciones, catedrales góticas como Chartres y Auxerre. «Fuimos al Parque de Versalles y ahí me mostró un árbol con raíces muy especiales y recitó un poema en inglés, The Tree». Recorrimos París y después se volvió a la Argentina y al año me escribió una carta muy bonita y me dijo que había ganado una beca del gobierno francés, que iba a volver y que esperaba encontrarme. Volvió al año siguiente».

¿Reencuentro con Julio?

A sus casi 90 años, Edith es bella, risueña, toda una mujer cronopio. El tiempo ha pasado pero ella sigue igual y recuerda cada detalle y fechas exactas. «Soy viejísima, nací en 1923, el 4 de septiembre, estoy por cumplir 90 años. ¿Usted en qué mes nació?» «Abril, 12 de abril», le respondo. «Yo tengo mucha simpatía por el 12, me parece un número serio; sabe usted, yo tengo simpatía por algunos números y por otros menos, siempre las cosas más importantes y la gente que me interesa nacieron el 22, alguien me dijo que es porque nací un 4. Algo así como 2+2=4».

La definición de su destino comenzó al regreso de Cortázar. Él le propuso que se fuera a vivir con él. «No me atreví, pero salí mucho y aprendí mucho de él, de las conversaciones con Sergio de Castro; me encantaba oír como hablaban, era como cuando el sol se pone de un lado al mismo tiempo. No me atreví a mudarme porque era la primera vez que tenía una beca de Sarre y me sentí otra persona y seguí las clases de historia de la música en el conservatorio con un gran profesor».

Edith recapitula, dice que Cortázar siempre quiso mucho a Aurora Bernárdez. «Él me dijo una vez en París que si yo hubiera aceptado vivir con él cuando encontró el departamento no hubiera recibido a Aurora, porque ella estaba enamorada de un poeta argentino que se llamaba Alberto Girri, pero parece que no fue correspondida y se vino a París y aceptó a Cortázar».

Entre Navidad y Año Nuevo de 1952, Cortázar le pregunto a Edith qué era más importante para ella, ¿Navidad o Año Nuevo? Ella respondió que Año Nuevo y que lo pasaría con su padre, y él le dijo que iba a tomar una decisión para Año Nuevo. «Cuando volví a París, me dijo que se iba a quedar con Aurora y se casó con ella».

¿Cree que él la amaba a usted?

Yo creo que sí, era tan culto y tan intelectual. Ahí en el libro (Rayuela) pone algo de Rocamadour; él no podía tener hijos y dijo que cuando se murió Racamadour murió el amor.

Enseguida, agrega: «cuando comencé a traducirlo (a Julio) le encantó, eso fue inspirador. Él fue muy buen traductor, tradujo del francés y del inglés en Buenos Aires y enseñó en algunos colegios».

Ella siguió sus pasos. Tanto que no sólo comenzó a traducir a varios autores latinoamericanos al alemán, también escribió cuentos. «Gracias a mi contacto con los latinoamericanos aprendí a escribir cuentos; Cortázar me decía: ‘si tienes una idea deja todo, planta todo y escribe el cuento y después de varias semanas lo miras y lo corriges’».

¿Se arrepiente de no haberse ido a vivir con Cortázar?

No, nunca me arrepentí. No, no, nunca lo olvidé, creo que lo quería de veras a pesar de que tenía ese complejo. Después se hizo operar en Suiza y de repente le creció la barba, en la época que estuvo conmigo no tenía barba ni pudo tener hijos.

Edith Aron dice que ya no cree en la casualidad y que no sabe que tanto hay de ella en Rayuela. Asegura que todos los que estaban alrededor de Cortázar en 1955 en París sí están. «Sergio de Castro es Etienne, Aurora es Pola y a mí me puso la Maga; no sé por qué y la gente se dio cuenta de mi verdadero nombre; los catalanes dicen ‘me da igual’ y a mí me da igual. Una periodista española me preguntó: ‘¿No le molesta que le pongan eso ahí?’ Yo le dije: ‘Me da igual’ porque no es así. Cortázar a lo mejor me quiso decir algo lindo».

Edith trae a la memoria otra sentencia de Julio Cortázar: «Siempre te puedes volver a encontrar en el libro» porque a él le interesaba la eternidad. Quizás sus caminos se han vuelto a encontrar: «En noviembre o diciembre de 2012 recibí una carta de la editorial de Hamburgo y han vuelto a poner mi traducción de sus cuentos de Casa tomada. Un día, él me dijo: ‘Nos vamos a volver a encontrar por casualidad’ y es curioso que hayan vuelto a poner en una editorial tan importante mi traducción».

Edith Aron, la Maga –aunque se rehúse a aceptarlo–, anuncia que prepara sus cuentos para que se los publiquen y se despide. Y con la ingenuidad y ternura de Lucía, la Maga, ante el Club de la Serpiente, pregunta: «¿Y quién pagará la cuenta de esta llamada?»

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