lunes, agosto 19, 2013

Textos / Erick Ampersand: «Kant y los extraterrestres, de Juan Pablo Anaya - La verdad está allá afuera»

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Portada del libro. (Foto: Archivo)

Ciudad Juárez, Chihuahua. 18 de agosto de 2013. (RanchoNEWS).- ¿Conoce libros donde se cite lo mismo a Melville que a Maussán? Éste es uno de ellos y con gran fortuna. Búsquelo, antes de que el destino nos alcance. Ya sea usted un académico que nunca sale del campus, un trendero que no puede vivir sin conexión a Internet, un amante del arte puro que no se atreve a tocar el kitsch ni con el pétalo de una rosa artificial… (*)


Kant y los extraterrestres. En la oscuridad de la butaca, un adolescente mira la película que marcará el resto de sus días: Blade Runner. Siente, o cree que siente algo muy parecido al amor: Rachel. Vuelve a casa y busca en sus recuerdos esa voz que le repite incesantemente: I cant’t rely on my memories. La cinta es un quiebre para su joven existencia. A partir de ella deduce dos sentimientos: una orfandad sin nostalgia, por un lado, y una cautela constante hacia sus recuerdos, por el otro. Intenta comprender a los personajes, establecer correlaciones entre ellos y deshilvanar los gruesos entramados narrativos. Escribe una lista de lo post-replicante y concibe a la memoria como causa y consecuencia de nuestra identidad, esa que nace –también– de lo que no somos.


¿Qué es lo que no somos? Alguien podría argumentar que no somos: el sexo opuesto, los robots, los animales, los muertos, los dioses, e incluso yendo más lejos, los extraterrestres. En 1755 Immanuel Kant publicó Historia general de la naturaleza y teoría del cielo, cuya tercera parte postulaba no sólo la existencia de vida más allá de la Tierra, sino que instaba a hacer contacto con ellos… Tan pronto como fuera posible. Otros científicos, Stephen Hawking entre ellos, opinan justo lo contrario. Él advierte que «Algunos extraterrestres evolucionados podrían haberse convertido en nómadas y tener la intención de colonizar los planetas a los que llegan».

Una situación parecida a la que viven los personajes de la película The Year We Make Contact. El año 2010 resulta axial para ellos. Es el momento en que la humanidad se reconoce a sí misma frente a la adversidad. Ese instante que inaugura todas las melancolías. El espectáculo de mirar a seres de otro planeta que nos enseñan, de la peor forma posible, que todos tenemos una historia en común, la de nuestra fragilidad como especie. En un escenario de extinción masiva del Homo sapiens sería igualmente válido proteger la salud de un espécimen nacido en Gran Bretaña que en Myanmar, procurar el bienestar vitalicio de un Donald Trump que el de un menonita.

Con las proporciones que el Universo tiene es casi imposible que no existan otras formas de vida. Pero incluso si eso pasara, si fuéramos los únicos, sería necesario inventar a los extraterrestres. Por el bien de la humanidad, de la ciencia y la cultura. Pero también del sentido del humor. No me malinterpreten. Me refiero a que a través de este último podemos alcanzar a las tres primeras. La risa rompe barreras tanto idiomáticas como regionales, nos une y hermana por igual, venciendo cualquier brecha. Mediante ella podríamos asimilar que sólo juntos como especie sobreviviremos. La risa es el resultado de ir más allá de lo evidente: «Cierra la ventana», nos decía el abuelo, «que la verdad está allá afuera».

No es fácil entender el materialismo histórico cuando sólo tienes seis años. Lo digo con conocimiento de trauma. A esa edad una maestra nos leyó fragmentos de El capital. Creímos que el término «alienación» se refería a encuentros cercanos del tercer tipo. Años más tarde reíamos de nuestra chanza involuntaria. No por ello alejaría de mi mente una duda que fue creciendo con el tiempo: ¿Cómo será cuando por fin nos encontremos con lo no-totalmente-desconocido y largamente mitificado? ¿Podremos acaso intercomunicarnos? ¿Qué preguntaríamos? ¿Qué responderíamos como especie? ¿Cómo podríamos explicarles, no digamos ya la plusvalía absoluta y la relativa, sino que en nuestro planeta existen millonarios y miserables a escasos metros de distancia? ¿Qué justificación daríamos para esas burbujas ficticias que separan a las disciplinas científicas y, en términos más generales, al arte, la ciencia y la cultura?

¿Cómo hablarles de la inestable pompa de jabón que subdivide alta y baja cultura? ¿Sería útil para ellos exponerlo todo desde la visión de las masas? Al final, demográficamente hablando, su versión es más representativa de lo que nos constituye. La identidad a partir de lo que no somos. Blade Runner, Moby Dick y Kant, ¿son de la alta? ¿Por qué? Los descubrimientos científicos controvertidos como los de la ufología, ¿también? Cuadros de Caspar David Friedrich ¿pertenecerían o no? ¿Qué papel desempeñarían sus doppelgänger, más comunes dentro de los imaginarios mediáticos? Pienso en Blade Runner, Orca, la ballena asesina, Mariano Osorio o afiches de películas como Macbeth en su versión 2013.

El libro Kant y los extraterrestres [Conaculta-FETA, 2012] de Juan Pablo Anaya (Ciudad de México, 1980) aporta luz sobre estas incógnitas. Pensemos en esta obra como una recopilación de ensayos racionales sobre asuntos ficticios; un tratado donde la imaginación narrativa sustenta a la argumentación lógica (o a la inversa). Imaginemos una mentira que nos ayuda a vislumbrar la realidad, una metáfora, pues eso es Kant y los extraterrestres. Desde su título nos anuncia dos mitades, una que damos por cierta y otra que asumimos falsa. Supongamos que en la mayoría los casos, ustedes creen que Kant es verdadero y los extraterrestres no. Luego invirtamos las creencias. En ese desplazar de lo que damos por hecho es donde se alumbra lo inconsciente. La historia sólo es un pretexto para la comprensión.

En la fábula, el animal es el maestro del hombre, aquí son los aliens y el resultado es estupendo: cuatro ensayos bien escritos y una melodiografía. Más que un playlist de la lectura, es el abrevade musical del cual provienen algunas frases.

¿Conoce libros donde se cite lo mismo a Melville que a Maussán? Éste es uno de ellos y con gran fortuna. Búsquelo, antes de que el destino nos alcance. Ya sea usted un académico que nunca sale del campus, un trendero que no puede vivir sin conexión a Internet, un amante del arte puro que no se atreve a tocar el kitsch ni con el pétalo de una rosa artificial, o bien, un ufólogo con credencial de los «vigilantes», yo le recomiendo que lea este libro con una firme pregunta en su interior: ¿Hay vida más allá de esta burbuja?

(*) Texto publicado, of course, en la revista Replicante.

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