martes, agosto 06, 2013

Textos / Reflexiones, Ocurrencias y otras Hierbas - Susana V. Sánchez: «La tan cacareada "Productividad" en México»

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Joven mexicana luce vestido de quinceañera. (Foto: lainformacion.com)

C iudad Juárez, Chihuahua. 7 de julio de 2013. (Susana V. Sánchez / RanchoNEWS).- Hace unos cuantos días oí discutir a dos locutores y editorialistas de diferentes televisoras, en uno de esos noticieros cotidianos de la cotidiana televisión, sobre la productividad en México. Ambos personajes hablaban con un pretendido conocimiento a fondo del tema. Me dejó verdaderamente asombrada que pusieran como ejemplo la comparación entre una señora que confeccionara ropa en un pequeño taller puesto en su casa para venta al menudeo y una fábrica de ropa. Comentaron que esta señora era mil veces más improductiva que la fábrica de ropa. Este ejemplo tan absurdo y sobre todo tan carente de lógica, me llevó a reflexionar sobre la ligereza con que muchos de estos locutores de televisión, aunque presumiblemente se proyecten como expertos en muchas materias, se ponen a comentar sobre cosas de las que verdaderamente tienen un craso desconocimiento. Estos individuos se conciben a sí mismos como verdaderos expertos en cuestiones que están muy candentes en la discusión política y pública, pero no se toman la molestia de investigarlos a fondo para por lo menos hacer sugerencias lógicas. Estos ignorantes se atreven a discutir sobre temas que ellos están muy lejos de conocer y menos aún de dominar como especialistas en la materia. Y lo que es peor, esta gente, con una enorme falta de responsabilidad, dan sus puntos de vista completamente personales sobre algunos de los temas que actualmente se están discutiendo en el congreso mexicano para realizar cambios en las leyes o para emitir leyes que regirán las diferentes actividades productivas y que por lo tanto incidirán enormemente en la economía del país y de cada uno de sus habitantes. En otras palabras, usan y abusan de una tribuna tan importante y de tanto impacto como lo es la televisión para dar opiniones totalmente personales y llenas de prejuicios.

Pero hablando de este caso en particular –el ejemplo que pusieron sobre la comparación entre un taller casero de confección de ropa y una fábrica (probablemente transnacional), me gustaría hacer algunos comentarios sobre el caso. En primer lugar, el objetivo de ambas empresas, la modista casera y la fábrica manufacturera son absolutamente diferentes. Puesto que la primera se dedicará a la confección de prendas por encargo y con las medidas exactas de cada cliente; o más probablemente, en esta época, esta modista se dedicará a la alteración de prendas ya manufacturadas (en fábrica) con el fin de adaptarlas al cuerpo de cada uno de sus clientes ya que la ropa de fábrica está hecha en serie y por lo tanto su manufactura se basa en medidas estándar que rara vez le ajustan a la mayoría de las personas. La clientela de este tipo de pequeños talleres, en consecuencia, la constituyen esencialmente los vecinos de esta microempresaria y su mercado se basa en la confección personal de prendas especiales manufacturadas por encargo, como los trajes de novia, de quinceañeras o trajes y vestidos para otras celebraciones. Sus ventas son al menudeo en base a una clientela personal. Actualmente, como ya señalé antes, su principal objetivo es la modificación y ajuste prendas ya manufacturadas que la mayoría de la gente compra en tiendas departamentales y que necesita ajustar a su medida exacta.

Mientras que la fábrica que se dedica a la producción masiva de prendas de vestir, basándose en medidas estándar, lo hará tratando de que estas medidas sean acordes a los resultados de encuestas y estadísticas hechas conforme al muestreo de las medidas del cuerpo de muchas personas. Estas medidas también se han hecho en base a investigaciones de mercado sobre las preferencias de las personas en lo referente a lo entallado o ajustado que prefieren usar su ropa; pero muy a menudo se hacen los patrones en base a los movimientos de la moda internacional. Y muchas veces no es la lógica lo que predomina en tomar la decisión sobre el entallado o el ajuste de los patrones, sino la simple preferencia de los modistos que sean en ese momento los árbitros de la moda.

Por otra parte una fábrica de ropa, por muy pequeña que sea, tiene por objetivo la venta al mayoreo a tiendas de ropa o tiendas departamentales que serán las encargadas de la distribución al último consumidor. Una fábrica pequeña o aún mediana también pudiera tener el objetivo de maquilar algunos artículos, por ejemplo llevar a cabo la confección de ciertas partes de las prendas únicamente, como mangas o bolsillos o alguna o varias de las diferentes partes que le darán cuerpo a la prenda terminada en alguna otra fábrica de mayor calado. Esta maquiladora podría también estar realizando sólo algunos de los pasos de la manufactura, por ejemplo podría ser una maquila que exclusivamente se dedique al corte de los patrones o a la colocación de botones o cremalleras; también una pequeña maquila podría ser una que llevara a cabo los bordados o el sobrehilado por ejemplo de los pantalones de mezclilla o de las chamarras. En fin, sería imposible enumerar, y no es el objetivo de este artículo, la cantidad de procesos que se requieren para confeccionar una prenda de vestir.

La superespecialización que actualmente se da en todos los ámbitos de la manufactura exige un sinnúmero de fábricas que se dediquen a los diferentes procesos que lleva un artículo terminado. Pero desde luego, eso no significa que la planta que une las partes pre-confeccionadas y las transforma en una prenda terminada y lista para enviarla a las tiendas que la harán llegar al último consumidor sea superior al resto de las plantas fabriles que procesaron los pasos intermedios. La economía y por lo tanto la ley de la oferta y la demanda son las que han determinado el número de procesos por los cuales debe pasar un artículo hasta su proceso final que lo convierte en algo útil.

Por otra parte, el objetivo de muchas modistas y sastres que trabajan como pequeña o microempresa –a veces compuesta únicamente por el dueño que, por lo tanto, será relativamente un experto en muchos de los pasos requeridos en el proceso de producción de ropa– no puede ser el mismo que el de una fábrica porque éste se dedicará primordialmente a la alteración de prendas hechas en serie para adaptarlas a muchos cuerpos humanos que no están hechos en serie.

Los supuestos «expertos televisivos» en productividad alegaban que algunas organizaciones internacionales le habían impuesto a México la tarea de elevar su productividad con no me acuerdo que fines. Probablemente los de siempre, o sea con el fin de conseguir más préstamos a menores intereses. Estos seudo-expertos, sin embargo pusieron unos ejemplos que ni siquiera se habían tomado el trabajo de analizar correctamente, como sucede frecuentemente en los programas de televisión. Simplemente se sacaron de la manga opiniones personales y por cierto bastante mediocres y que solamente revelan los prejuicios y la ignorancia de mucha de la gente que trabaja en estos medios. No obstante, me pareció muy preocupante que esta gente se atreva a externar cada vez más abiertamente –a través de lo que constituye actualmente el medio de comunicación de masas por excelencia, posiblemente con mayor audiencia que cualquier otro (la televisión)– opiniones cargadas de tanto desprecio a los millones de microempresarios que cada día sostienen sus minúsculos negocios con esfuerzos verdaderamente titánicos, algunos con verdaderos sacrificios; y son estos mismos negocios los que sostienen a millones de familias, sin contar con que muchos de ellos le dan trabajo a otros millones de personas.

En los Estados Unidos, que es el país de las estadísticas, se han estudiado a fondo y muy seriamente los diferentes tamaños y niveles de las empresas y se ha llegado a la conclusión de que las empresas, donde están trabajando la mayoría de los empleados y cuyos impuestos llegan regularmente a las arcas del tesoro nacional, son las pequeñas, medianas y microempresas. Entonces no entiendo cómo es que estos pretendidos analistas se atreven a despreciar en la forma que lo hacen la miríada de microempresas de México, como lo es el pequeño taller de una modista de una colonia o de un barrio.

Hace poco, un domingo, se me ofreció pasar a comprar algunas cosas en un Seven Eleven, una de esas pequeñas tiendas que hoy se llaman de conveniencia, la clásica tienda de barrio que aquí en Estados Unidos es una sucursal de esas enormes cadenas nacionales. La tienda en cuestión está cercana a mi casa o sea es una tienda de barrio y, por supuesto, después de años de frecuentarla, conozco perfectamente a las dependientas que la atienden y que son unas amables señoras mexico-americanas con quienes siempre puedo platicar en español cuando voy a la tienda. Cómo ese día yo llevaba un atuendo mexicano de los que uso muy a menudo, una de las señoras me comentó que la ropa mexicana artesanal es muy bonita pero que ella ya no la compra porque la mayoría de las veces se despinta, encoge o simplemente se descose. Me preguntó a qué se debía que los artesanos de México hicieran ropa tan bonita, pero de tan mala calidad. Yo también me lo había preguntado en muchas ocasiones, pero a fuerza de comprarla en diferentes ocasiones y lugares, una de las cosas que aprendí fue a reforzarla y a veces a fijar el color con técnicas que he ido aprendiendo. Lo del encogimiento no tiene remedio, entonces procuro comprar ropa que sea más grande, pero sé que la vida de esta ropa será más corta que la de ropa comprada en fábricas o aquí en Estados Unidos. La señora me comentó que ella no volvería a comprar ropa de artesanía cuando fuera a México. Esa conversación me llevó a pensar que qué lástima que los pobres artesanos mexicanos tuvieran que comprar telas, hilos y demás materiales de tan baja calidad, porque aun cuando esta ropa estuviera bien confeccionada su vida útil sería muy corta. La conclusión lógica es que las fábricas mexicanas que producen los materiales que vendrían constituyendo la materia prima para estos artesanos son las que a resumidas cuentas producen con ínfima calidad. De esa manera proyectan el enorme desprecio por sus clientes que son los artesanos; y por supuesto el enorme desprecio por el consumidor final que somos todos: las personas de México y los turistas de otros países que seguramente comprarán esta ropa una sola vez como souvenir o curiosidad, pero que no la verán como una prenda que tiene la posibilidad de usarse como ropa del diario vestir.

Por supuesto, eso me llevó a reflexionar sobre la falta de capacidad empresarial que hay en México. En efecto, el mexicano ha sido criticado como falto de iniciativa y de disciplina para el trabajo. Pero los millones de personas que hemos emigrado a otros países sobre todo a éste (Estados Unidos), hemos demostrado que como trabajadores somos excelentes. Actualmente, estamos insertados en todos los ámbitos de la economía norteamericana y aun los que tienen que trabajar como indocumentados con toda la inseguridad y la falta de certeza en todos los ámbitos de su vida son trabajadores extraordinariamente productivos y eficaces. Sin embargo, muchos grandes empresarios mexicanos que tienen a su disposición esta magnífica mano de obra no son capaces de establecer políticas eficaces y de protección para estos ejércitos de trabajadores que podrían producir con la calidad requerida en cualquier parte del mundo para que también lo hiciesen en México. Como dijo Carlos Fuentes en alguno de sus deslumbrantes ensayos sobre México y su gente, las élites mexicanas copian las maneras de vivir, el lujo y los manerismos de las burguesías de los países desarrollados, pero no tienen ni la cultura del ahorro ni el cuidado de los recursos, entre los cuales está el recurso más importante: la mano de obra capaz y productiva; ni la visión de largo plazo en lo que respecta a las inversiones que se necesitan para crear las empresas de largo aliento que son las que llevan a la creación verdadera de la riqueza de un país. México no necesita trabajadores diferentes de los que tiene, ya lo demostramos todos los que nos hemos ido a diferentes países. Lo que necesita es un cambio de mentalidad entre los empresarios que constituyen la élite mexicana y que siguen con la mentalidad feudal de buscar un poco de oro para irse a vivir a las tierras «civilizadas», como lo hacían los colonizadores europeos. Lo que necesita México son empresarios que verdaderamente se sientan mexicanos decididos a hacer de México el lugar donde vivirán ellos, sus hijos, sus nietos y probablemente muchas generaciones de sus descendientes. Solamente los que aman un lugar querrán trabajar para convertirlo en un lugar productivo, limpio y productor de riqueza. Sin estas condiciones básicas, la premisa fundamental del capitalismo –que es el producto de la ideología protestante puritana: el intercambio comercial fundado en el consumo o sea la economía de mercado– seguirá siendo imposible, porque las condiciones para que un pueblo consuma y compre son las de un pueblo que posea un salario suficiente para comprar todas aquellas cosas que necesite.

Henry Ford decía que él quería que cada uno de sus obreros tuviera el dinero suficiente para convertirse también en uno de sus clientes. Él quería que cada uno de sus obreros le comprara un automóvil. Pero Henry Ford fue uno de los capitalistas más visionarios y emblemáticos de su tiempo. No se puede convertir un país en capitalista con una mentalidad feudal volteada al pasado y queriendo conservar a sus trabajadores en el atraso, la ignorancia y la miseria. Y para aquellos que se sienten tan expertos en las nuevas reglas de la producción, sería bueno que se dieran una vuelta por alguna fábrica y observaran los procesos de producción. También les haría bien leer lo que han escrito los revolucionarios japoneses, que han inventado los procesos como el «Just in Time» y la calidad de casi un 100%. Los norteamericanos han escrito también muchos libros sobre los procesos de producción fabriles, basados en la experiencia de más de 100 años de producción masiva.

Quizá muchas personas que ven la televisión les crean las estupideces que afirman estos seudoexpertos en los temas de actualidad. Pero en México, también hay televidentes que son universitarios educados y más importante aún, muchos de ellos son ingenieros y técnicos que trabajan diariamente en fábricas y maquiladoras donde tienen que poner en práctica muchos de estos modernos procesos. Por lo tanto, estos técnicos tienen la capacidad de análisis como para saber que la comparación entre una microempresa y una empresa grande o una gigantesca corporación trasnacional es una pura imbecilidad y que ambas son necesarias y parte integral de los procesos de producción de cualquier sociedad actual.

En fin, es inevitable que mucha gente hable de lo que no sabe ni tiene idea. Lo que me parece sumamente grave es que estos conocidos locutores y editorialistas de la televisión anden cacareando con el fin de poner de relieve sus prejuicios y el añejo clasismo a la mexicana. No sé si lo que pretenden sea que desaparezcan las modistas, los sastres, las tradicionales tiendas de abarrotes de la esquina, los zapateros que reparan los zapatos o, actualmente, los modifican y los pintan de otros colores. Me pregunto qué sería de una sociedad sin este ejército de micro-empresarios que nos hacen la vida vida más llevadera y nos permiten usar nuestras prendas por más tiempo o simplemente nos resuelven un sinnúmero de problemas que nos permiten trabajar con más confort. Creo que las cadenas de televisión harían bien en contratar verdaderos expertos en cada uno de los temas que se estén tratando, sobre todo cuando se trata de temas que le afectarán mucho al público que los está escuchando. Porque esos temas son los que se están estudiando para establecer o modificar las leyes que regulan las relaciones económicas y sociales que en última instancia afectarán a toda esta gente. Si los locutores o editorialistas quieren dar sus opiniones particulares y expresar sus prejuicios, sería bueno que así lo aclararan y sobre todo sería bueno que no hablaran de las cosas como si fueran expertos en todo. El conocimiento actual es tan basto que es imposible que haya sabios como los renacentistas Juan Pico de la Mirándola que se decía experto en todos los temas de su tiempo o Leonardo Da Vinci que era un experto en la mayoría del conocimiento de su época. Creo que en los programas televisados hace falta mucha revisión de los temas que se van a tratar y sobre todo les hace falta a estos locutores un poco siquiera de humildad y de reconocimiento de sus limitaciones en otras palabras sería bueno que tuvieran un poco de ética profesional.

El Paso, Texas.

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