sábado, agosto 10, 2013

Tin Tan / A 25 años de la partida de Ramón Valdés, recuerdan su visita al Perú

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El hermano de Germán Valdés Tin Tan. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 9 de agosto de 2013. (RanchoNEWS).- Ramón Valdés se convirtió en uno de los personajes más queridos de «El Chavo del Ocho» desde que apareció en la televisión convertido en Don Ramón, el padre que se encargaba de la díscola Chilindrina y el eterno acrededor de su casero, el señor Barriga. El actor murió víctima de un cáncer de estómago, a los 64 años, el 9 de agosto de 1988, informa el periódico peruano El Comercio.

Don Ramón se hizo popular en el programa liderado por Roberto Gómez Bolaños no sólo por sus rabietas con Doña Florinda y su nobleza, sino que también se distinguió por hacer populares frases como «qué pasó ... qué pasó», «con permisito dijo Monchito» y «me lleva el chanfleeee».

Si bien ahora lo recuerden sobre todo por su trabajo en «El chavo del Ocho», el actor fue parte de más de 50 filmes en los que compartió roles con Pedro Infante y Cantinflas. Interpretó personajes como «Súper Sam», el «Tripa Seca» y el «Peterete». Además, siempre se sintió orgulloso al decir que era hermano de Tin Tan y del «Loco» Valdés.

Don Ramón visita Perú

Quizá los nuevos fanáticos de Don Ramón no sepan que el actor desafío a la enfermedad que lo aquejaba y llegó a nuestro país en 1988 para presentar un espectáculo circense. Uno de los privilegiados que estuvo en aquel espectáculo es Pedro Canelo, quien lo recuerda en su blog El joven nostálgico, y que a continuación reproducimos:

Don Ramón no me tuvo paciencia

No me dio otra nomás porque su abuelita fue sargento de Pancho Villa. Don Ramón me persiguió algunos metros con un bate de plástico en la mano. Solo alcanzó a darme un inofensivo golpe en las mismas «petacas». Lloré mucho mientras salía de la carpa de circo. Al personaje más gracioso de la bonita vecindad lo quise y lo quiero. No soporté que me diga «fuera» sin darme mi derecho a réplica. Él me castigó y yo, quizá al igual que el Chavo, sólo quería que me dé un interminable abrazo.

El Circo de Don Ramón llegó a Lima en las Fiestas Patrias de 1988. El mejor cómico latinoamericano que haya conocido salió al escenario y organizó un extraño concurso que consistía en elegir al niño que mejor imitara el llanto de cualquier personaje de la vecindad. Yo estaba en primera fila y creo que nunca corrí tan rápido para estar entre los diez concursantes. Fui el cuarto en llegar, pero cuando me tocó no supe elegir. Quise llorar como Quico y me salió muy mal. Ron Damón no me perdonó el sacrilegio y me devolvió a las graderías con su bate de utilería.

Cuando Don Ramón llegó con su circo a Lima ya se estaba muriendo. La carpa se instaló en un terreno del cono norte, muy cerca de la estación de Fiori. Antes, Ramón Valdés había hecho campañas de publicidad con Turrones San José y obras benéficas con la Fundación por los Niños del Perú. Pero Valdés tenía cáncer al estómago y después de esas funciones en el Perú sintió que no podía seguir. Un mes después, mientras transmitían el Chavo del Ocho, se congeló una imagen de Don Ramón y la voz en off (creo que era Arturo Pomar) decía: «lamentamos muchísimo comunicar el fallecimiento del excelente cómico Ramón Valdés». Era el 9 de agosto del 88. Hace 21 años.

Yo estaba en la sala viendo la televisión (cuántos niños solos habrán escuchado la noticia más triste en ese corte de transmisión, esa noticia no debió darse como flash informativo) y entré asustadísimo al cuarto de mi madre. Fue la primera vez, que durante más de una hora, ella se detenía para hablarme sobre la muerte y las personas que ya no están (ni estarán). Don Ramón fue el primer ser querido que perdí.

«Nunca nadie me hizo reír tanto como Ramón Valdés», dijo hace unos años Chespirito. Jamás entenderé al Chavo del Ocho sin Quico y sin Ron Damón. Simplemente no existe. Con Don Ramón había espacio para la improvisación y la simplicidad. Pocos cómicos logran una auténtica carcajada con sólo un primer plano de sus gestos. Siempre quise escribirle un texto a mi héroe más querido, al ídolo de ídolos, al genial, al superlativo, al graciosísimo Ramón. Casi nunca he hablado de aquel encuentro con Don Ramón en el circo. Debe ser porque mi memoria se resiste a pensar que al más grande de todos en lugar de conocerlo sólo pude llegar a despedirlo.

En ese Circo de Don Ramón los premios para los llorones más logrados eran posters del papá de la Chilindrina y unas artesanales marionetas que venían también con la compra de los turrones. «Pueden llevarse una foto mía, no soy Robert Redford pero a ver díganme… ¿quién tiene esos ojos verdes que tengo yo?», se autopromocionaba el hermano de Tin Tan y del ‘Loco’ Valdés. La gente llenó aquella carpa de colores rojo y azul durante casi todas las funciones. Nadie se dio cuenta que ese hombre de polo azul desteñido, jean y sombrero celeste estaba colapsando por dentro. El dolor le dio un respiro para dejarlo sonreír en la última función.

Cómo no quererte Ramón si me haces reír siempre y ahora. Si eres hasta hoy mi auténtica y secreta terapia para que no se me apague el corazón. Cómo no jugar a ser uno de los Ramones si ayer pude dormir con una sonrisa después de ver los tres capítulos de Los Churros de Doña Florinda. ¿Cómo? Que alguien me explique, que alguien me diga. ¿Quién no puede querer a 'Monchito' si con un sol en el bolsillo era capaz de sentarse a desayunar con el Chavo y los demás? ¿Quién no buscaría ser su amigo si Ramón siempre fue legal (casi nunca acusó al Chavo o a la Chilindrina)? Ramón Valdés, a ver que alguien me diga lo contrario, es un ideal consenso en el universo de los afectos. Es un verdadero héroe por mayoría de votos.

Era el mejor para los gestos, para la respuesta inmediata. Era el mejor escritor de guiones en tiempo real. Si Chespirito era el genio mayor para los diálogos, Ramón era un inmejorable sazonador. Su forma de decirle «mentecinco» a Florinda después de que esta le dijo «mentecato», es para el libro de las mejores cosas. O cuando en el doctor Chapatín le dice al viejo galeno «no insinúo que sea viejo pero a mí me late que cuando usted era niño caminaba de puntitas porque la tierra estaba caliente».

Ramón Valdés era también Ron Damón, esa pronunciación casi disléxica de su nombre que todos los chavófilos imitamos sin sentir vergüenza. Era el mismo, sin disfraz, sin entonación de voz. Lo único creado fue ese llanto ridículo pero diferente que era justo y necesario en la bonita vecindad. El tatuaje era real, los jeans también y los gritos no hay dudas. Ramón fue el mejor como el paciente de Chapatín, como el Peterete, como el Tripa Seca, como Chimpandolfo, como el Tío Sam, como el espejo de la Bruja de Blanca Nieves o como el enano gruñón. Un maestro que necesitaba siempre un guión como apoyo. Siempre he dicho que con una dosis de creatividad, Ramón Valdés tenía todo para ser mejor que Cantinflas o que su hermano Tin Tan.

Frases de Ron Damón: «qué pasó ... qué pasó vamos ahí» (para achorarse), «hey hey mira bonito» (para que no te vayas)... «primero amor amor... después sacasonapan» (para la desilusión)... «sí tú ádale» (para la incredulidad)... «con permiso dijo Monchito y se fue a tomar un cafecito» (para escapar).. «me lleva el chanfleeee» (para desesperarse)... «yo le voy al Necaxa» (para a través de su hinchaje hacer énfasis en su virilidad). «Si serás, si serás».

Que me perdone mi padre, pero algunas veces quería tener a alguien como Don Ramón en casa. Nunca está demás alguien que te haga sonreír sin pretextos, que hago de su peculiar rostro una motivación para quererlo más y más. En la última escena del capítulo de Los Churros, Doña Florinda, sorprendida por la valentía de Ron Damón que se había expuesto a una paliza por proteger al Chavo, le dijo «me da gusto tener como vecino a un hombre». Después, Don Ramón mostró su mejor expresión de felicidad. Aún no sé por qué, a pesar de verlo tan contento, termino con los ojos húmedos, con una extraña y repentina pena. Quizá ver un alma descubierta me abruma y me hace sentir ajeno a los verdaderos sentimientos. Dicen que a pesar de tener la columna destrozada, Don Ramón murió muy tranquilo, sin entregarse al dolor. Era lógico, cuando llegó a la vecindad, lo primero que hizo fue aprender a renegar, a hacer sus berinches, a reírse de la manera más cachacienta. Para el final dejó el llanto. Para un hombre tan feliz era lo menos importante.

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