miércoles, diciembre 04, 2013

Medios / México: Entrevista a James R. Fortson

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El periodista y editor mexicano en la actualidad. (Foto: Milenio)

Ciudad Juárez, Chihuahua. 1 de diciembre de 2013. (RanchoNEWS).- «No queremos chicas desnudas y tampoco artículos de política», le condicionó Enrique Mendoza, funcionario de la Segob, a Jimmy Forston para dejarlo editar por segunda vez la revista Caballero. Corría el año 1967 y para disipar cualquier duda, le advirtió: «No olvide que sé a qué escuela van sus hijos, a qué hora salen, entran y dónde viven», escribe Juan Alberto Vázquez para Milenio.

«Estábamos amordazados por Echeverría», recuerda, aunque acepta que don Luis solo acataba órdenes del poblano Gustavo Díaz Ordaz. «Meses después de la primera clausura me revelaron que la orden de cerrar Caballero había llegado directamente de Los Pinos porque el primer mandatario consideraba que su hijo Alfredo se estaba corrompiendo con mi publicación».

El director de la legendaria revista se sacudió un poco el olvido al abrir recientemente cuentas en las redes sociales Facebook y Twitter. Además tuvo la generosidad de donar a un estudiante la colección completa de Caballero para que realizara su tesis de licenciatura. En respuesta, el agradecido joven escaneó los contenidos de la publicación y abrió el sitio http://revistamasculinacaballero.blogspot.mx donde cualquiera puede revisar a detalle las páginas de aquellos inolvidables números.

Forston existe

Es la una de la tarde en un fraccionamiento de Celaya y antes de tocar la puerta de su entrevistado, al reportero lo asaltan las dudas: ¿Cuál James Forston lo recibirá? ¿El ejemplar editor que logró conjuntar a colaboradores de la talla de Rius, Salvador Novo, Renato Leduc, Carlos Monsiváis, Serio Magaña, Fernando Marcos, Juan López Moctezuma, Alberto Isaac, Naranjo y Raúl Prieto (el entrañable Nikito Nipongo), entre decenas de luminarias más? ¿Al que muchos reconocen como el Hugh Hefner mexicano por combinar los desnudos con el arte y los temas de coyuntura? ¿O el cuatro veces ganador del Premio Nacional de Periodismo y lúcido entrevistador que en los ochenta sentó en su set de grabación a todas las estrellas que pasaron por los escenarios mexicanos desde Ginger Rogers hasta Paul Anka, Rocío Durcal, Silvio Rodríguez y Kiss? ¿Aparecería un ser resentido luego de que hace 21 años una funcionaria lo expulsó del Olimpo de los medios electrónicos donde se hallaba, o enfrentaría al hombre que le hizo «la entrevista de su vida» a nuestro no Nobel, Carlos Fuentes?

El enviado de Milenio encuentra a un personaje de lento andar que no tarda mucho en mostrar trazos de elegancia, cultura y sentido del humor. «Una madrugada confundí la puerta del baño con las escaleras y rodé hacia abajo; me cosieron 10 centímetros en la cabeza y mi memoria se vio afectada, así es que téngame paciencia», se justifica. Empero, sus recuerdos no lo traicionan en ningún momento (salvo para citar el nombre de algún funcionario que es mejor olvidar), y comienza por aclarar que se llama así por decisión de su padre, oriundo de Cincinatti, y de su madre, cubana de La Habana. Relata que ellos se conocieron en la isla y que el niño James nació en el Distrito Federal, la capital mexicana. Que habla inglés desde que recuerda y fue un niño feliz; pero casi sin adolescencia porque a los 16 años partió a Nueva York a laborar a una imprenta. Que la tinta que ingresó hasta su sangre en esa oportunidad, le anunció que el mundo editorial sería su destino y que al retornar a México se inició como reportero en 1956 en la revista Negocios y Bancos y luego dio el salto al periódico Boletín Financiero y Minero de México.

Sus ojos aún se iluminan cuando recuerda el momento de su primera revelación: «Viviendo en Estados Unidos me impregné de la onda neoyorquina y al mirar el éxito de Playboy sentí que en México había un enorme vacío en revistas de ese tipo». En el país circulaba en ese tiempo la revista VEA que a decir de James «era típica de peluquería y no eran más que fotos vulgares de chicas vulgares, que para cortarse el pelo no estaba mal, pero faltaba algo de más calidad». Fue entonces que fundó, a los 26 años, D´Etiqueta, revista que editó de 1962 a 1964.

La censura

Jimmy naufragó al pretender fundar, asociado con el caricaturista y empresario petrolero Abel Quesada, la agenda televisiva Cabalgata, que resultó lujosa e incosteable, lo que no impidió que se hicieran grandes amigos hasta la muerte del dibujante.

Al cierre de su primer proyecto siguió la apertura en 1965-67 de Caballero que cerró por órdenes del gobierno y reinició temporada a partir de 1968 para cerrar definitivamente un año y medio después, bajo la era Fortson.

Ese mismo año maquinó el que considera uno de sus hijos predilectos, Dos: Él y Ella, planeado para que lo pudieran ver hombres y mujeres, la revista duró dos años hasta que «mis socios, en una decisión que no compartí, separaron las revistas, a las que ya no les fue muy bien pues Él fue censurada y clausurada por el presidente Luis Echeverría, bajo el argumento de ser pornografía, y de Ella sólo se editó un número pues nunca llamó la atención». Su última revista como editor fue Eros (1975) que cerró también por órdenes de Echeverría. Fortson lamenta no haber logrado convencer a las autoridades de las sutiles pero bien marcadas diferencias entre lo erótico y lo pornográfico.

En 1974, Forston abrazó la posibilidad de una pequeña venganza. Cuando Echeverría conoció la entrevista que el periodista le realizó al escritor mexicano Carlos Fuentes, entonces radicado en París, mandó a su jefe de prensa, Fausto Zapata, a pedirle los derechos de la larguísima charla convertida en el volumen Perpectivas mexicanas desde París. Un diálogo con Carlos Fuentes a lo que don James se negó. Meses después llegó la clausura referida sobre Eros.

Con Fuentes en París

«Cuando le escribí a Carlos Fuentes para que me diera una entrevista y me contestó que con todo gusto, pero que me cobraba mil dólares, me molesté mucho, guardé su carta en un cajón y pensé en mandarlo al carajo. Ya después, consideré que esa cantidad podía ser una buena inversión y perfecta posibilidad para la revista que dirigía; entonces compré mi boleto y volé a Francia», recuerda Fortson sobre su primer contacto con el autor de Gringo Viejo.

–¿Cuánto tiempo duró la entrevista?

«Dos días y tres botellas de Chivas Reagal», nos dice al recordar el 6 y 7 de junio del 1973, quizá el par de días más trascendentes de su carrera. Tras hospedarse en un hotel, a la mañana siguiente tocó en la puerta de quien año y medio después de ese encuentro sería nombrado por Echeverría como embajador de México en el país galo: «Aquí está tu dinero, Carlos, menos impuestos». El escritor aceptó el sobre y lo invitó a pasar: «Fortson, a partir de este momento soy todo tuyo». Y en realidad la sentencia se cumplió de manera precisa pues durante el tiempo en que charlaron el escritor no dejó siquiera que le pasaran llamadas.

«El primer día terminamos con una botella pero la charla no; así que regresé a la mañana siguiente a terminar». Acepta que entrevistar a Fuentes le tomó un esfuerzo extra porque se trataba de un hombre bastante culto, astuto, incluso arrogante; alguien que al nacer no le tocó ni una pequeña porción de modestia». Estar frente a él, recibir las oleadas de su cultura apabullante «me exigió estar bastante concentrado a pesar del whisky que, por otro lado, ayudó para que él se abriera como nunca en su vida», según prologó en Perspectivas... el escritor Gustavo Sainz.

Al llegar a México, Fortson editó la extensa entrevista y la distribuyó en el número de diciembre del 73 de Él. «Fue mi primer Premio Nacional de Periodismo», y aunque la gente le pedía una segunda parte «sentí que ya había logrado un producto muy especial como para echarlo a perder».

La charla con Fuentes, quien se muestra como alguien vital, triunfador e irresistible, derivó en un interminable perlario de citas: «Yo creo que ya no tiene salvación esta ciudad (el Distrito Federal), ya se la llevó la chingada, de plano». «Me gusta el cine desde que mi nana lituana, Teclunes Tankanaite, me llevó a escondidas a ver una película de Greta Garbo en Montevideo». «Suelo acompañar mis jornadas creativas con un disco en la tornamesa; eso me proporciona un ritmo que se trasmite a la prosa, fundiéndose con ella».

Portada de la revista Él. (Foto: Milenio)

Prestigio y «virtual asesinato»

La calidad de sus productos editoriales, sus pulcras y reveladoras entrevistas y la destreza en sus relaciones públicas confirieron para Fortson un lugar destacado en los medios electrónicos. Entre 1969 y el 1990 creó, dirigió y condujo nueve programas de televisión en los canales 8, 11, 13, TRM, RTC y Televisión Mexiquense. Destaca Cara a cara (mismo título de los tres libros con sus mejores entrevistas): Conversaciones con Jimmy Fortson, y Aplausos.

De sus más de mil entrevistas recuerda la vez que alcanzó a Peter O'Toole en una playa de Nayarit, donde el actor filmaba Man Friday. Allí sobre la arena arrancó la charla para Eros, misma que concluyó una semana después en el Hotel Camino Real en la Ciudad de México. «Estando en su suite, pidió a su esposa que ordenara una botella de whisky y nos dejara solos». Toda una tarde de charla, grabación y copeo, generaron una excelente vibra entre ambos personajes. «Por eso él me permitió incursionar en intimidades y delicadezas... al punto de que en determinado momento me dijo: 'Oye, tú te pareces a Scobbie, mi bulldog... Me acosas'. Y sí, lo seguí acosando hasta que me lo dijo todo».

Fortson era una estrella del periodismo, con programas de televisión incluso simultáneos en canales diferentes, y entrevistas replicadas en la primera plana de Excélsior. Al dejar de editar, se volvió colaborador permanente de Vogue, Impacto, Hoy, Siempre! y Contenido, en tiempos en que los periodistas aún no alcanzaban la importancia de las figuras mediáticas que hoy cobran mejor que un diputado. «Por ejemplo, cuando entré a Canal Once, me pagaban 250 pesos por entrevista de una hora al aire, en vivo, corriendo todos los riesgo del mundo».

Eran sus tiempos de gloria; su estilo profundo, pero amable y nada inquisitorial, le granjeó infinidad de simpatías y nadie le negaba una entrevista. Sus relaciones se reflejaron el día de su boda, a la que asistieron ocho gobernadores, decenas de funcionarios, socialités y luminarias del espectáculo. Por eso es menos comprensible su «desaparición» de los medios donde era un habitual.

James R. Fortson lo cuenta así: «Mi socio y mano derecha desde casi siempre, René Arturo Guzmán Romano –a quien con los años le fue gustando el poder y el dinero, sobre todo esto último–, realizó clandestinamente programas culturales en complicidad y contubernio pactado financieramente con el director de Producción del Once, Sergio Gómez, para lo cual utilizaron unidades móviles y decenas de técnicos del canal». Los productos finales los facturaban a nombre de la empresa de Fortson, sin que éste se enterara, y emitían los programas al aire para beneficio de los citados.

El periodista insiste en que él no estaba enterado de nada. Por lo mismo, fue una sorpresa cuando Alejandra Lajous, directora de Canal Once, le habló para decirle que daba por terminada su relación laboral de 17 años con el canal, argumentando la edad de Jimmy (entonces de 52 años).

«Alejandra Lajous, siempre se rehusó a conocer la verdad de la historia, en la que estuvo involucrada una veintena de sus trabajadores», y aunque nunca se lo dijo, él sabía que su despido obedecía al fraude cometido por su colaborador. «Me imputó a mí y solo a mí, de manera vulgar y mentirosamente solapada, una responsabilidad ajena», dice.

Forston, también autor del libro Un perfil humano (entrevista con Cuauhtémoc Cárdenas), señala que Lajous le creó un injusto veto pues al conocer su salida de Canal Once, ya había convenido con José María Pérez Gay, director del Canal 22, que llevaría su programa a esa señal, pero un día después ya no lo quiso ni recibir.

En una entrevista con Raúl Cremoux para TV Mexiquense, Forston retó a la señora Lajous a probar y justificar por qué lo había despedido. Pero nada pasó. «Hubo gente que pensó que había muerto, porque de repente desaparecí del mapa», dice aún dolido.

A partir de 1992, don James R. Fortson vivió en Tepoztlan, luego en Taxco y ahora vive en Celaya. Se ha dedicado a descansar, a leer, a escuchar música y a trabajar en proyectos editoriales con gobiernos de los estados.

«Hemos terminado», le digo, y entonces saca un Delicado con filtro y le acerca el fuego.

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