miércoles, enero 22, 2014

Obituario / Manu Leguineche

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El periodista y escritor.  (Foto: Gorka Lejarcegi)

C iudad Juárez, Chihuahua. 22 de enero de 2014. (RanchoNEWS).- Manuel Leguinche (Arrazua, Vizcaya, 1941), fallecido esta mañana de una insuficiencia respiratoria en la Fundación Jiménez Díaz de Madrid, escribió una vez que la II Guerra Mundial empezó en su pueblo, Gernika. La guerra siempre formó parte de la vida de este hombre de paz, extraordinario jugador de mus, fundador de dos agencias de prensa, Colpisa y Faxpress, autor de dos decenas de libros y de miles de artículos, trotamundos empedernido, del Athletic («¡Hasta la muerte!»), maestro de periodistas (una expresión gastada y tópica pero que en este caso es totalmente cierta) y uno de los grandes nombres de la prensa española de todos los tiempos. Manu, como le conocía toda la profesión, pasó los últimos años de su vida recluido en su casa de Brihuega (Guadalajara), enfermo y cansado, entre sus libros y sus recuerdos y en la memoria de todos sus compañeros. Una nota de Guillermo Altares para El País:

El velatorio quedará instalado este miércoles a partir de las 18.30 en el Tanatorio de San Isidro de Madrid.

Ganó todos los premios periodísticos posibles (Premio Nacional, Premio Cirilo, Premio Ortega y Gasset, Medalla de la Orden Constitucional). Sin embargo, su principal legado son los cientos de periodistas que aprendieron el oficio con él o con sus artículos, que heredaron una forma cosmopolita y abierta de contemplar el reporterismo. Decía, orgulloso, que El camino más corto, su obra maestra en la que relataba una vuelta al mundo en coche, había desatado decenas de vocaciones periodísticas. Nada más cierto.

 Empezó a trabajar en el semanario Gran Vía de Bilbao y se formó en una de las mejores escuelas de periodismo, el diario vallisoletano El Norte de Castilla, cuando lo dirigía Miguel Delibes. Desde muy pronto comprendió que su universo informativo no estaba en la España franquista, en las carreras delante de los grises, sino en el Tercer Mundo, en el momento de las guerras postcoloniales, pero también en el nacimiento de decenas de países. Era un mundo lleno de optimismo, de fuerza aunque también de tragedias y Manu lo contó como nadie.

«No tuvimos infancias felices, pero tuvimos Vietnam» era una de sus frases favoritas, tomada de los Despachos de guerra, de Michael Herr, a quien trató mucho porque formaban parte de la misma pandilla de periodistas en el Saigón de los ventiladores en el techo del Hotel Continental. Escribió su propio libro sobre aquella locura, La guerra de todos nosotros. «Vietnam fue un clásico del periodismo de nuestra época. Ahora te tienes que mover en función del mercado. Entonces a mí me cogió esa guerra, y las guerras de Asia, mientras hice el viaje alrededor del mundo, que luego contaría en el libro El camino más corto. En primera persona, allí donde pasaba aquello», dijo a Juan Cruz en una de sus últimas entrevistas, en enero de 2007.

Viajó por los cinco continentes, a decenas de conflictos, desastres, elecciones. A través de sus crónicas pueden seguirse los principales acontecimientos del siglo XX, desde la guerra de Vietnam o los conflictos indopaquistaníes, hasta las guerras yugoslavas, la caída de la URSS o la primera guerra del Golfo. Solo la enfermedad le obligó a quedarse en casa. Manu se perdió la revolución digital pero en 1992 cuando recibió el premio Ortega y Gasset, que otorga este diario, ya hizo una reflexión totalmente vigente sobre los cambios que empezaba a sufrir la profesión. «Los de la galaxia Gutenberg debemos aprender en estos tiempos a ajustar el tiro, porque la televisión en directo lo ha trastornado todo... ¿Para qué repetir lo que ya se ha visto por la CNN? Cada vez pasan más siglos entre la retransmisión de la CNN y tu artículo en el periódico, y no digamos, en la revista. Hay que decir adiós a la narración escenográfica de los hechos, escudriñar allí donde los objetivos de la televisión no llegan, describir antecedentes y consecuentes, atmósferas, ambientes secretos».

Manu escribió decenas de ensayos, casi se puede decir que inventó un género propio, que mezclaba la narración de viajes, el periodismo, la investigación y la historia. También es un autor de una sola novela, La tribu, una historia de periodistas en Guinea Ecuatorial durante la caída de Macías. Contaba con cara de mus y mucha socarronería que no se le ocurriría volver a intentar meterse en la ficción. Eso sí, dejó una palabra con la que desde entonces se conoce a los enviados especiales: la tribu. También decía que todos los reporteros sufren las tres D: depresivos, divorciados, dipsómanos.

El camino más corto relata la aventura extraordinaria de unos jóvenes que decidieron dar la vuelta al mundo al coche («El camino más corto para conocerte a ti mismo pasa por dar la vuelta al mundo»); Los topos, que escribió junto a Jesús Torbado, es un inmenso reportaje sobre los republicanos que se escondieron durante años tras el final de la guerra en cuartos tapiados; El precio del paraíso es una investigación extraordinaria sobre un español, superviviente de Mauthausen, que acabó en la selva boliviana; Yo pondré la guerra es un relato del nacimiento de la prensa sensacionalista. Manu escribió libros sobre Filipinas, Australia, Marruecos, las cruzadas, Hong Kong, Yugoslavia, los golpes de Estado, los hoteles míticos del mundo, el Volga, los escenarios de la II Guerra Mundial… y dos ensayos inclasificables, La felicidad de la tierra y El club de los faltos de cariño. Su estilo, ágil, rápido, culto, divertido, era inconfundible e inimitable. Desgraciadamente, muchos de ellos, incluido El camino más corto, están descatalogados.

Suena al momento de las alabanzas, pero todo lo que se escuche de bueno sobre Manu tiene grandes posibilidades de ser cierto: era un hombre generoso (aunque solitario), divertido, siempre dispuesto a recibir a un periodista novato y a enviar postales o botellas de vino a sus amigos. Con motivo del 25 aniversario del premio Cirilo Rodríguez, Manu Leguineche, ya muy enfermo, recibió un homenaje de sus compañeros de profesión como el indiscutible jefe de la tribu. Dijo una gran frase: «Estoy aquí para demostrar que todas las guerras se pierden». Solo espero que la eternidad sea una interminable vuelta a un mundo en paz (aunque lleno de aventuras). O, incluso mejor, una larga partida de mus en La Alcarria.



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