lunes, enero 27, 2014

Textos / Manuel Lino: «José Emilio Pacheco y un domingo echado a perder»

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El gran literato mexicano. (Foto: Reuters)

C iudad Juárez, Chihuahua. 26 de enero de 2014. (RanchoNEWS).- A continuación reproducimos el texto que Manuel Lino publicó en El Economista de la Ciudad de México, con motivo del deceso de José Emilio Pacheco:

«Conociéndolo, estoy segura de que diría que lo perdonaran por echarles a perder su domingo», dijo ayer en la tarde Laura Emilia Pacheco a los periodistas afuera del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, donde los reporteros hacían guardia para conocer el estado de salud del escritor José Emilio Pacheco, quien fue internado desde la mañana del sábado en ese hospital.

Yo no tuve el placer de conocerlo en persona pero, habiendo sido su lector, seguidor, publicado notas y opiniones sobre él, platicado con sus amigos, discípulos, otros lectores y hasta vecinos, sé que su hija tenía razón, el siempre humilde y discreto escritor, a pesar de ocupar su lugar en el más alto olimpo de las letras españolas, hubiera dicho algo así.

Y sí, su muerte me echó a perder el domingo y, seguro, muchos días más.

No lo digo por estar en este momento escribiendo este texto en lugar de cenando con mi familia. No, el poeta me echó a perder el domingo porque lamenté su muerte como si fuera la de un amigo, un amigo cercano.

Porque ésa es la sensación que me daba leerlo. La impresión de que le estaba hablando a una parte de mí que sólo conocen mis más cercanos e íntimos. Ahí llegaba su poesía como llegarían las palabras de un amigo, con el ánimo de compartir alegrías e intereses, angustias y temores y con la habilidad de acrecentar los primeros y calmar los segundos.

«Si te lo encontrabas en la calle, era amable y te saludaba atento», me cuenta una vecina suya de la colonia Condesa. «Y dormía siempre con las luces prendidas», agrega.

Y entonces me preocupo tontamente. ¿Le asustaba la oscuridad? ¿Cómo se sentirá ahora que cierra los ojos para siempre? «Corre hacia la luz», le quiero aconsejar, aunque sé que es tonto pensarlo, que ahora ya no tiene miedos ni angustias…

Y entonces me corrijo: a Pacheco nunca le gustaron los reflectores, la fama, la adulación y todo aquello con que sus admiradores tratábamos de decirle que era un ser humano especial, mejor, un iluminado.

Leo una frase que destaca el INBA al mandar un comunicado con la triste noticia: «Son ustedes los que con su bondad han inventado mis libros», dijo. Y más que un exceso forzado de humildad me doy cuenta de que el poeta nos da un crédito que se suele negar a los lectores.

Explico: un maestro siempre dice que aprende de sus alumnos, que las clases se dan en comunidad y que es un acto de comunicación. Un texto en un libro, en cambio, parece ser un mensaje unidireccional, del autor al lector. Y esa sensación de cercanía que uno al leer experimenta es sólo una ilusión, un inalcanzable deseo: el que escribió está lejos y es ajeno.

Con su frase, Pacheco me confirma que cuando lo sentí cerca es porque ahí estaba. Y ahora, no hay mejor consuelo para este triste domingo que leerlo... y sentirlo cerca. Aquí junto, dos poemas suyos.

Se durmió y no despertó

El silencio que rodeó la salud del poeta, ensayista y narrador José Emilio Pacheco no presagiaba nada bueno.

El sábado 25 de enero por la mañana fue admitido en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, del sur del DF, considerado el mejor hospital de la ciudad.

A través de redes sociales y el diario El Universal comenzó a correr el rumor de que se encontraba grave. La razón fue confirmada horas después: el autor se cayó y sufrió un golpe en la cabeza.

Primero se pensó que Pacheco, de 74 años de edad, estaba en terapia intensiva luchando por su vida, pero después se supo que estaba inconsciente, con sedación para mantener su estado sin agravarse.

El domingo por la mañana, en el primer comunicado público por parte de la familia Pacheco, Laura Emilia Pacheco, hija del escritor, informó que su padre se encontraba estable pero «delicado».

Después otros datos fueron apareciendo: el poeta no está en terapia intensiva, como se pensaba, sino en un cuarto privado; permanece sedado, «sin sufrir», como informó su hija por la tarde, en un segundo encuentro con la prensa. «El pronóstico es reservado».

Sin mayores detalles sobre la causa de la hospitalización del poeta, lo único que se sabía de cierto era que su salud no había mejorado desde su ingreso.

Además de sus hijas y su esposa, la periodista Cristina Pacheco, junto a él estuvieron Marcelo Uribe y Elena Enríquez, de la editorial Era, la casa de la obra de Pacheco.

Stasia de la Garza, coordinadora de literatura del INBA, hacían eco del sentimiento general de lectores y admiradores de Pacheco: «¿Quién no creció con Las batallas en el desierto o con un poema suyo? Es uno de los escritores mexicanos más queridos. Sólo nos queda esperar. Hay que rezar por él».

Poco después se dio a conocer que el poeta había muerto. Laura Emilia explicó: «Se acostó a dormir y ya no despertó».

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