jueves, febrero 06, 2014

Cine / Alemania: La geometría emocional de Wes Anderson

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Imagen de la película The grand Budapest hotel. (Foto: EFE)

C iudad Juárez, Chihuahua. 6 de febrero de 2014. (RanchoNEWS).- «Los dos cineastas más importantes para mí ahora mismo son Bergman y Almodóvar». Sólo alguien que se presenta a una entrevista con un terno impecable tweed (dando por hecho que sabemos lo que significa esto), pelo rubio lacio a media melena y una camisa a cuadros puede soltar una frase así sin que acto seguido le explote la cabeza. Wes Anderson aguanta bien la contradicción, caso de que la hubiere. Él es diferente y, sin duda, el propietario de unas de las miradas más originales y relevantes del cine moderno. Y mejor peinadas. Una nota de Luis Martínez para El Mundo:

La Berlinale, la que hace la número 64, arrancó con The grand Budapest hotel, su último trabajo. Y, en efecto, pocos inicios tan reveladores y brillantes. De nuevo, el director de Viaje a Darjeeling compone un fresco melancólico sobre un tiempo necesariamente pasado, a la vez triste y profundamente divertido; agónico y vital; perfectamente ordenado y a la vez convulso. Si se quiere, una pura y constante contradicción.

Dice el director que la primera fuente de inspiración de su película fueron los escritos de Stefan Zweig; que fue el autor austriaco el que le condujo a la que considera su película más europea. Si se le presiona, este tejano de aspecto provocadoramente extraño y modales suaves acaba por confesar su pecado: que antes que nada su cine es europeo, no americano. Para alguien nacido en Houston debe de doler decir algo así.

Le creemos. The grand hotel Budapest cuenta la historia de un conserje de un hotel decimonónico obligado a huir. Víctima de una falsa acusación de asesinato, él (Ralph Fiennes) y su inseparable lobby boy Zero recorrerán la geografía desolada de una Europa Central decididamente austrohúngara (con un ligero deje prusiano, eso sí); una Europa enferma de su propia opulencia que se prepara para la peor de las pesadillas. Estamos en ese periodo llamado de entreguerras.

En realidad, a película discurre en dos tiempos. En los años 60, un hombre (Murray Abraham) rememora su pasado ante la atenta mirada de un escritor (Jude Law). Lo hacen en el hall de un hotel desvencijado y feo que antes vivió su momento de gloria. La historia que se escucha, en efecto, es la del párrafo anterior, la de Zweig.

Narración limpia y trepidante

Como en el caso del autor de Carta de una desconocida o El mundo de ayer, la idea es eliminar todo adjetivo superfluo, toda descripción innecesaria, cualquier diálogo demasiado evidente, para llegar al punto límite en el que la narración (limpia y trepidante) se convierte en una especie de cristal limpio y transparente desde el que observar (atentos) el alma humana. ¿Cómo se quedan? Pero, y esto es importante, sin dramatismo, sin asomo de melodrama.

El dibujo de Anderson es como un cómic de Tintín: una línea clara que persigue el detalle con obstinación. Se trata de enseñar la aventura existencial de sus personajes desde la meticulosa descripción de lo que les rodea y les hace ser lo que son. La idea no es otra que pintar desde fuera lo que hay ahí dentro. Y en este juego de paisajes que emocionan, de geometrías apasionadas, tan importante es lo que se ve como lo que se esconde. Gran cine; cine perfecto.

No niega Anderson su admiración por cineastas como Ernst Lubitsch; por esa forma de hacer elusiva donde la sombras están ahí para dar más brillo a la luz. Si se quiere, un Lubitsch tan deconstruido como los postres de El Bulli, pero Lubitsch al fin y al cabo. Y de esta forma, del orden exhaustivo de cada uno de los planos, de la expresividad controlada libre de adjetivos, de la intensidad puesta a airear al sol, surge una forma de hacer cine sencillamente única, contradictoria e irresistible.

La Europa que sueña Anderson no es un lugar en la Tierra, es sobre todo un concepto; una idea que tiene que ver con un tiempo inestable en el que vivir era otra cosa: si se quiere, un ejercicio que se practicaba lentamente, con gusto. Y claro, llegados a este punto uno no puede por menos que pensar que Anderson está haciendo el viaje de vuelta que iniciaron cineastas como el citado Lubitsch, Billy Wilder, Hitchcock o Max Ophüls. De América a Europa esta vez.

¿Me podría explicar lo de Almodóvar y Bergman? «Los dos han conseguido desarrollar su trabajo desde su propia productora sin intromisión de nadie. Los dos han creado espacios propios de creación. Eso, en una industria creada por americanos, es muy difícil». Ahora sí.



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