miércoles, febrero 26, 2014

Música / Entrevista a Paco de Lucía

.
Paco de Lucía junto a su hija Casilda en Mallorca durante el verano de 2010. (Foto: Toni Bernad)

C iudad Juárez, Chihuahua. 26 de febrero de 2014. (RanchoNEWS).- Paco de Lucía, el mejor guitarrista de todos los tiempos, nos dejaba esta madrugada. Le recordamos rescatando su entrevista más personal, aquella que, en el verano de 2010, su hija mayor Casilda, compañera de la revista TELVA, le hacía mientras compartían un día inolvidable en su residencia de Mallorca. Reproducida este día por El Mundo:

«Cuando salgo con él a cenar, los de la mesa de al lado le llaman "maestro". Me siento en un bar de Atenas, y de pronto suena su música. Pongo el telediario y ahí está, recibiendo un Príncipe de Asturias o haciendo historia como el primer español investido Honoris Causa por la Universidad de Berklee, la escuela de música más importante del mundo. A veces resulta difícil reconocer al papá de las chanclas de cuero, al que revivió a mi hámster haciéndole el boca a boca con un boli Bic o me desmiga el pescado para que no me trague una espina...»; con estas bonitas palabras, Casilda Sánchez Varela comenzaba su entrevista más personal en TELVA. Se sentaba frente a su padre, Paco de Lucía, el genio de la guitarra española. Ella misma contaba: «Aprovecho este encuentro en su refugio mallorquín para quitarle el traje de genio y sacar brillo a mis recuerdos».

¿Has visto que bien han agarrao?, me dice señalando los dos algarrobos que trasplantó el año pasado y entre cuyos troncos la ciudad de Palma se cuelga como una hamaca tejida de luz. Más acá limoneros, adoquines moriscos, palmeras de quince metros y una balaustrada de piedra roja. Aún no es mediodía, en la cocina hierve un pollo con café y mientras el fotógrafo termina de convertir la terraza en un bodegón siciliano, papá unta sobrasada para todos y nos ofrece pan con aceite, su desayuno de siempre: «Probadlo, es un aceite buenísimo, lo hacen con los olivos de la casa de Campos –su primera dirección en Mallorca- ¿Nos os queréis llevar una garrafa pá casa?». Está moreno –de Berklee se fue a las Antillas francesas escapando de la nube tóxica-, relajado y con sus angustias bajo control: «El nombramiento me ha hecho una ilusión especial, que te reconozcan los gringos no es nada fácil...».

¿Cómo lo celebraste?, le pregunto: «Me fui a cenar a casa del vicepresidente de Berklee, un hombre de setenta años con una energía y una inteligencia increíbles. Estuvimos bebiendo vodka y hablando de música horas y horas. Le preocupaba la posibilidad de que las herramientas que ellos enseñan puedan terminar por matar al músico, por asfixiar su identidad. Es algo que yo siempre me había planteado pero me impresionó que él, que viene del lado opuesto de la música, tuviese esas mismas dudas».

A principios de los 50, Algeciras era el núcleo de todos los flamencos de Andalucía. El contrabando con Gibraltar dejaba mucho dinero y había más fiestas que en ningún otro lugar de la región. Mi abuelo Antonio, que se buscaba la vida tocando de noche, volvía a casa al amanecer con algunos de aquellos guitarristas y cantaores, y terminaban la fiesta en el patio. El pequeño Paco, que lo observaba todo desde ese suelo tan limpio que es la niñez, talló su memoria con aquellos compases: «Antes de poner los dedos sobre la guitarra, ya conocía todos los ritmos del flamenco». Y él, que no es capaz de acordarse del nombre de un ex presidente de Uruguay cuando le va a dar las gracias en el escenario, recuerda con claridad el olor de la dama de noche de aquel patio y la voz de un cantaor que escuchaba desde la cama y le ponía la piel de gallina.

¿Te acuerdas de la primera vez que tocaste la guitarra?

Tendría 7 años. El abuelo estaba intentando enseñarle una falseta a tito Antonio, que era muy quejica, y no había manera. Mi hermano se rascaba la cabeza desesperado y le decía, «¡es que me duelen los dedos!». Entonces yo, que llevaba allí un rato mirando y que no había tocao nunca, dije: «Pero si es muy fácil». Mi padre me pasó la guitarra y lo toqué. A partir de entonces empezó a enseñarme a mí.

Entonces, ¿cómo te definirías?

Como un trabajador que tiene unas condiciones naturales como instrumentista y está muy limitado como músico.

Hoy por hoy, ¿qué cosas te emocionan?

Más que las relaciones humanas, el arte: una frase en un libro o un intérprete que dice algo de una forma muy sutil. Es lo que más me acerca a las lágrimas, que para mí son la máxima expresión de la emoción.

¿Y darle a un buen pargo debajo del agua?

Es que ya no buceo. Me da miedo meterme solo en el mar.

A través de la ventana vuelvo a ver los algarrobos y caigo en la cuenta de que aquello de trasplantar tiene un por qué. Hace unos años me dijo: «¿Sabes cómo se da uno cuenta de que ya es viejo? Cuando ya no te hace ilusión plantar un árbol porque no lo vas a ver crecer». No lo dijo con angustia, ni con miedo, sino con resignación: «La muerte no se ve igual a mi edad que a la tuya. Yo ya la tengo asumida.»

¿Crees que hay algo más allá?

Siempre he pensado que no, que aquí se acaba todo. Pero me pasó una cosa de niño que me tiene despistado. Una noche, tendría yo 5 ó 6 años, soñé que a mi padrino, que era contrabandista, lo mataba en la carretera la Guardia Civil. Se lo conté a mi madre y, una semana después, moría exactamente como en mi sueño. No sé, una de esas cosas que no puedes explicar...

Haya o no un después, ¿no se siente uno un poco inmortal cuando sabe que dentro de 200 años se seguirá hablando de él?

¡Qué va!, para entonces ya habrán descubierto que soy un bluff.


REGRESAR A LA REVISTA