viernes, marzo 28, 2014

Cine / Entrevista a Pawel Pawlikowski

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«Vivimos en la apoteosis del narcisismo».  (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 28 de marzo de 2014. (RanchoNEWS).- Ganadora del Festival de Gijón, Ida se ha convertido en un fenómeno tanto en Polonia como fuera de sus fronteras. A partir de la relación de una novicia y su tía comunista en la Polonia de los años 60, Pawel Pawlikowski ofrece una lección de cine, en el que confluyen historia, emoción y belleza. El cineasta explica en entrevista de Juan Sardá para El Cultural cómo concibió el filme y la polémica generada.

Con su quinta película, la deslumbrante Ida, Pawel Pawlikowski (Varsovia, 1957) se ha convertido en una máquina de demolición de los festivales a los que se presenta. En Gijón se llevó seis premios (incluyendo mejor película, guión y actriz), y también el de la crítica en Toronto, además de arrasar en los premios que concede la academia de su país. Ida narra la historia en blanco y negro de una novicia que abandona unos días el convento en el que ha crecido para conocer a su tía, su única familia, antes de jurar los votos. La película se desarrolla en los años 60, una época de cierta apertura en el opresivo régimen comunista que gobernaba el país. Ida descubrirá entonces el mundo y conocerá por fin sus orígenes judíos así como a su propia tía, la magnética Wanda, una mujer traumatizada por el Holocausto en el que murió toda su familia. Alcohólica, promiscua y sofisticada, la oposición de caracteres entre estas dos mujeres sirve a Pawlikowski para crear una fascinante metáfora sobre el eterno conflicto entre Apolo y Dionisio y reflexionar sobre la importancia de las raíces.

En Ida profundiza en el asunto de la identidad para llegar a conclusiones audaces. ¿Es más importante lo que hemos vivido o nuestros orígenes?

La identidad de Ida está definida por su fe y no es superficial. Su fe cambia en la película pero nunca la pierde. Lo que descubre fuera del convento la trastorna, pero se mantiene firme en quién es. También vemos cómo de alguna manera se enamora de su tía porque siente fascinación por un tipo de vida que no tiene nada que ver con lo que conoce. Pero no se deja perder. La fórmula habitual cuando vemos historias de monjas que por fin salen al mundo es que terminan renegando de lo que han conocido. Este no es el caso. Hay personas que tienen un sentido de la fe muy fuerte. Yo las envidio.

Ahora vivimos en un mundo que parece ir en la dirección contraria a una vida religiosa...

Vivimos en la apoteosis de un narcisismo que se ha convertido en ideología. Lo más importante somos nosotros, nuestro descubrimiento, nuestros sentidos. Ida no siente que ella misma sea el centro del universo. El mundo de hoy está lleno de ruido y yo quería que la película fuese como una huída a otro universo. Quería reflejar algo más simple con un lenguaje cinematográfico sencillo. No hay más información de la necesaria, todo es esencial. Es el viaje de Ida pero también es un viaje que yo necesito hacer.

Pawlikowski ha obtenido el mayor éxito de su trayectoria con una película que en un principio pensó que podía ser un «harakiri profesional». De los primeros filmes de Polanski a los de Andrzeg Wajda, observamos en Ida la capacidad para crear hermosos planos de gran fuerza expresiva partiendo de los mínimos elementos: «No hay una búsqueda de la belleza por la belleza -dice Pawlikowski-. De hecho, corté los planos más bonitos. Lo que busco es una proporción entre el contenido y la imagen. Una película es como una mesa y las imágenes son solo una pata. La historia, los actores y sobre todo las emociones son igual de importantes. Ahora, para expresar emociones parece que debas utilizar una cámara en mano nerviosa y yo busco lo contario, una imagen estática en la que trato de que haya sentimientos. De hecho, me preocupaba que la gente se quedara con que la fotografía es bonita».

Pawlikowski pasó su infancia en Polonia y se trasladó a Londres en la adolescencia. Hasta la fecha, el cineasta había rodado todas sus películas en Inglaterra, obteniendo importantes reconocimientos, como el BAFTA por el drama social Last Resort (2000) y la historia de iniciación Mi verano de amor (2004). «Nunca había rodado en Polonia pero siempre lo he considerado mi país», dice el director, que desde hace unos años vive entre Varsovia y Londres.

¿Ha utilizado sus recuerdos personales para recrear esa Polonia de los sesenta?

He intentado ser muy fiel a la realidad y desde luego mis recuerdos de infancia han sido importantes, así como mis álbumes familiares. Utilicé el blanco y negro porque eran los colores de la época. En mi bagaje caben los maestros polacos de los 50, pero es más grande que eso, también está el cine checo de los 60 o la influencia de las primeras películas de Godard.

El personaje de Wanda acumula los horrores de la historia polaca del siglo XX, primero el Holocausto y después la represión comunista.

Ella se siente mucho más comunista que judía. Hubo muchos así. Fue una joven intelectual de provincias que realmente creía en el marxismo. Existe un cliché ahora en Polonia de que fueron los judíos los que trajeron el comunismo, lo cual no es verdad, pero sí es cierto que muchos pertenecían a la élite de izquierdas. La evolución de Wanda del entusiasmo al desencanto de todos modos fue también muy frecuente entre los intelectuales del Este, aunque ella nunca deja de ser una idealista. Ahí están Kundera o Kapuscinski, todos fueron comunistas y dejaron de serlo. El sistema colapsó tan pronto como en el 56 y se convirtió en algo burocrático y corrupto. En ese proceso, las personas como Wanda molestaban porque era simplemente una estructura de poder totalitaria sin ninguna ideología. En Polonia se ha generado un debate inmenso alrededor del filme que en parte me molesta porque yo no quería hacer una película política. Lo que explico es lo que realmente pasó.

Vemos una Polonia rendida al jazz, menos gris que esas estampas que conocemos mejor de los países comunistas.

A partir de mediados de los 50 hubo un pequeño renacer cultural en Polonia. Era el país menos represivo del área soviética y donde más se permitía la entrada de cultura occidental. Quería mostrar cómo en este país devastado por la guerra y el estalinismo había una gran vitalidad. De hecho, Polonia era más cool entonces de lo que es ahora, tenía una gran personalidad como vanguardia del comunismo, no era una imitación vulgar de la cultura occidental. Polonia siempre ha sido un país con una parte muy conservadora y nacionalista y la otra obsesionada con Occidente.

Vemos las secuelas del Holocausto en Polonia, el país en el que se mató a tres millones de judíos. ¿Cómo enfrenta ahora el país a este pasado?

Con este tema me siento dividido. En Polonia siento la necesidad de recordar a mis compatriotas nuestra responsabilidad en ese crimen monstruoso. El sentimiento de culpa existe y se sigue debatiendo sobre él. Cuando viajo y me hablan de la colaboración de los polacos en el Holocausto también tengo que decir que fueron los alemanes quienes lo planearon y ejecutaron. Ayudar a judíos estaba penado con la muerte y muchos polacos aún así lo hicieron.


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