viernes, abril 04, 2014

Danza / Entrevista a Blanca Li

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La bailarina y coreógrafa con uno de los robots empleados en su coreografía. (Foto: Ali Mahdavi)

C iudad Juárez, Chihuahua. 4 de abril de 2014. (RanchoNEWS).- La vieja pesadilla de que las máquinas se impongan un día a los humanos sigue lejos. La distopía según la cual los robots gobernarán el mundo, ya sea por sus conocimientos superiores o porque en algún momento se rebelarán contra sus creadores, aún no está a la vuelta de la esquina. Es lo que piensa Blanca Li (Granada, 1964), la coreógrafa y bailarina española más reconocida internacionalmente, tras pasarse los últimos años conviviendo con máquinas inteligentes. De esa estrecha relación da fe Robot, su obra más reciente, que podrá verse desde el jueves, 10, en los Teatros del Canal. La cita madrileña supondrá su bautismo en el universo de la ciencia-ficción, con unas dispositivos capaces de compartir un escenario con los bailarines de su compañía. Pero no como atrezzo o simpáticos acompañantes de los profesionales, sino como los verdaderos protagonistas de una obra en la que interpretan una coreografía o partitura creadas para ellos por Li y los programadores que le han acompañado en este insólito viaje. Un viaje que ha cambiado su visión hacia dichos artefactos, aunque no en el sentido que podría esperarse, pues, asegura, la experiencia le ha enseñado que «no son tan listos» como se supone. Una entrevista de Rafael Esteban para El Cultural:

¿Pero, no son máquinas inteligentes? «Todo lo contrario, son un poquito tontas», afirma con la intención de desinflar el globo. «Bueno, más bien limitadas», matiza la artista granadina afincada en París, que se adentró en ese desconocido mundo por curiosidad y ganas de enfrentarse a retos nuevos, como ha hecho durante toda una carrera marcada por la experimentación.«Un día vi un robot que tocaba un violín, al siguiente oí que la NASA iba a mandar otro a no sé dónde, el tercero me enteré de un tren que iba solo. A eso hay que sumar todos los ingenios que nos acompañan diariamente, como el que te da la tarjeta de embarque, los de la cocina, la limpieza... Me di cuenta de que cada vez interactuaba más con los robots, que el mundo estaba lleno de máquinas, sin que yo, ni nadie, le diera importancia. Eso me intrigó y me hizo reflexionar sobre un fenómeno que está pasando sin que le prestemos atención, el de la transformación silenciosa de un entorno en el que la técnica cada vez tiene más presencia y al que, sorprendentemente, nos hemos adaptado con una velocidad alucinante. Y, claro, de ahí pasé a preguntarme si se podía hacer un espectáculo con robots». Para encontrar la respuesta Li fue al reino de las máquinas. En Japón visitó universidades, empresas punteras en la materia, pero lo que le permitió pensar que su original proyecto podía pasar de las musas al teatro fue conocer a Maywa Denki, un colectivo de artistas que crea una especie de autómatas musicales de los que la coreógrafa se enamoró a primera vista. «Son muy bonitos, como esculturas con una personalidad muy bella a las que enseguida visualicé en un escenario». Así que volvió a Francia con la mitad del elenco, los músicos, que necesitaba para la obra.

El resto, los bailarines, los encontró cerca de su casa parisina. Eran los NAOs, desarrollados por una compañía con sede en la capital gala: «Son unos humanoides más pequeños, pero con más personalidad que los japoneses».

¿Ha dicho personalidad? ¿En un robot?

Sí. Me refiero a su presencia, más impactante, su forma de moverse más graciosa y, sobre todo, a que eran más hábiles que los otros. Porque ¿qué haces en las tablas con un robot patoso?

La respuesta a esa curiosa pregunta es lo que ha tenido ocupada a Li durante los últimos años. «Ahí me di cuenta de que la idea era muy bonita, pero complicada, porque los robots nunca hacen lo que quieres. No porque tengan vida propia ni tonterías parecidas, sino porque, por ejemplo, carecen de equilibrio. No funcionan como nosotros, que tenemos un cerebro constantemente en alerta para que cuando subes una pierna en una escalera otra parte del cuerpo compense ese movimiento y no te caigas. Con los robots, una vez consigues con mucha dificultad que muevan un bracito, llega el desequilibrio, los tira al suelo y ahí se quedan pataleando».

Robot improvisador

Una vez solucionados estos problemas básicos por los programadores, Li pudo centrarse en la coreografía. Lo primero que hizo fue renunciar a los grands jetés y piruetas del ballet para crear movimientos más sencillos. «Fue un trabajo lentísimo y agotador, como si estuviésemos haciendo dibujos animados, pero enfrentándote a la ley de la gravedad», explica ahora aliviada, cuando esos contratiempos son ya anécdota. Las dificultades les acompañaron durante todo el proceso creativo. Tras solventar el escaso equilibrio de los robots enseguida llegó un nuevo momento de pavor, más complicado aún. Fue al darse cuenta de que lo que funcionaba bien en el local de ensayos no tenía por qué hacerlo en otros espacios. «Como todo el mundo, pensaba que cuando a un robot le introduces las órdenes adecuadas para hacer una movimiento, siempre hará ese movimiento. Pues no, la maldita máquina no es fiable al cien por cien, porque un día llegas a un teatro y el suelo tiene un desnivel mínimo que tú no notas, pero ella sí, el otro hay una interferencia en la wifi que la bloquea por lo que no se aclara...».

La solución a esas adversidades impensables para un profano en Inteligencia Artificial llegó de forma imaginativa. Junto con los programadores, la coreógrafa decidió dotarles de las pautas necesarias para que si se topaban con una de esas circunstancias «se buscasen la vida y saliesen de la situación buscando a los otros robots para engancharse a la coreografía». Y así crearon una especie de robot improvisador para «salir de los marrones» en los que se metía. Excepto los relacionados con los calentones de las máquinas, que requieren un tratamiento digno de estrellas.«Imagina que estás en pleno espectáculo y a una máquina se le enciende la lucecita de weather hot en pleno espectáculo. ¿Y qué pasa si la alarma dice low battery? Porque el sistema de carga es de una hora. ¿O si explota uno de los globos y se desmadra una máquina? Lo primero es que no te entre el pánico y lo segundo aplicar el ‘plan b' diseñado antes para todo lo que pueda ocurrir, que acaba ocurriendo». Ese plan implica tener «todo el rato detrás a los bailarines y a los técnicos, vestidos como los bailarines, siempre al quite». Y, si eso no es posible, dar salida a los covers metálicos, «unos robots suplentes listos para salir inmediatamente, si es que les pilla por el mismo lado de la coreografía», recuerda Blanca Li riéndose de los innumerables quebraderos de cabeza que le han causado, y causan, sus hijos. Esa fue la sensación que que tuvo y tiene todavía, «la de estar con un bebé. Bueno, en realidad con muchos bebés a los que cuidar para que no se estrellen».

¿Se sintió como si fuera una poli de guardería?

[Risas] Sí, era como si delante tuviera un niño, uno muy pequeño que está aprendiendo a andar, que da los primeros pasos, y que descubre, poco a poco, un nuevo mundo, por lo que tienes que estar siempre pendiente de él.

La experiencia también le tranquilizó al constatar la imperfección de las máquinas y la necesidad de los humanos. «Somos esenciales, sin nosotros no se puede hacer nada. Y ahí estriba el interés del espectáculo. Realmente, lo que le da sentido son los fallos de los robots. Lo de pensar que tú programas la máquina y ella ejecuta la orden es un mito. No, amigo, si tú no estás detrás, no va. Al menos de momento. Igual llegará un tiempo en el que no seremos necesarios, pero de momento tenemos que estar ahí».

Hasta que eso ocurra, Li ha decidido olvidarse de los robots y dedicarse a trabajos de corte más clásico con sus colaboradores habituales. Entre ellos se encuentran sus hermanos Tao, autor de la música de Robot, para la que tuvo que convertir «los sonidos horribles de los autómatas japoneses en una partitura de hora y media para ballet, y Chus, con quien ha hecho la coreografía de su última película, Cabaret latino, pendiente de estreno. La artista, además, se ha encargado de desfiles de moda de firmas como Jean Paul Gaultier o de los bailes en videoclips de estrellas internacionales, como el último de Beyoncé. Pero eso no significa dejar la danza, a la que llegó después de cambiarla por la gimnasia que practicó de pequeña, o su compañía. Con ellos prepara sus nuevos proyectos.

Sin corsés oficiales

Atrás han quedado las dos ocasiones en que se asomó al mundo institucional. Blanca Li fue directora del Centro Andaluz de Danza y de la Ópera Cómica de Berlín, dos experiencias no del todo satisfactorias. «Cuando tienes una compañía propia, eres independiente. Debes afrontar todo tipo de problemas, pero estás en tu casa, con personas con las que quieres compartir una experiencia. Las relaciones que estableces con los bailarines son más sanas. Están contigo porque quieren, no porque no les quede otro remedio». Fuera del corsé oficial encuentra la libertad necesaria para crear: «No estamos en una oficina en la que hay un jefe, unos empleados fijos que hacen las cosas mecánicamente, por obligación y unos horarios inamovibles pase lo que pase, como ocurre en las compañías oficiales. Esa relación, y el conocimiento de cada uno, te permite trabajar mejor», concluye, que se ríe cuando oye hablar a alguien de la amenaza de que los robots sustituyan a los humanos y de la inminencia de un mundo regido por las máquinas.


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