viernes, abril 04, 2014

Literatura / Entrevista a James Salter

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Uno tiene que escribir algo que sea fresco y que no se parezca a nada más (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 4 de abril de 2014. (RanchoNEWS).- La mansión de James Salter en Long Island no tiene timbre. Uno llama al portón de madera con los nudillos y unos segundos después abre la puerta el escritor. Al verme, señala el paraguas con las cejas y recrimina al recién llegado que no le haya avisado para ir a buscarle a la estación. Una entrevista de Eduardo Suárez para El Mundo:

A punto de cumplir 89 años, Salter aún conduce un Mercedes 190 de color azul marino y con asientos de cuero beis. Hace años que vive aquí con su segunda esposa, que prepara té verde mientras el escritor enseña una carta de 28 folios de uno de sus seguidores. «No escriben muchos», dice educado. «Pero a quienes escriben casi siempre les respondo con una postal».

El escritor neoyorquino acaba de publicar en España Todo lo que hay (Salamandra, 2014): su primera novela desde 1979 tras un periodo en el que ha escrito sus memorias y varios libros de relatos que han potenciado su reputación.

Salter se rasca a menudo las cejas al hablar. Cita con familiaridad a Lorca y a Unamuno y se le iluminan los ojos al recordar su único viaje a España. Sobre el sofá tiene los libros que está leyendo: una biografía de William Faulkner y la última novela de su amigo Peter Matthiessen. En el salón sigue teniendo un reproductor de VHS y no le gustan los libros electrónicos. Aún escribe a mano y reescribiendo sus textos en una máquina de escribir.

¿Por qué ha tardado 34 años en escribir una novela?

No ha sido una espera consciente. Escribir una novela es algo que lleva mucho tiempo. En mi caso al menos uno o dos años. Mi anterior novela pasó sin pena ni gloria y durante un tiempo no tuve ganas de escribir otra. Conocía a los directores de varias revistas y quizá era más sencillo escribir relatos cortos para ellos. Había dejado de escribir guiones y necesitaba dinero.

¿Por qué escribió Todo lo que hay?

Porque sentía que muchas cosas estaban llegando a su fin. Cierta gente que he conocido y ciertas formas de hacer las cosas en el mundo de la edición literaria. Yo sé algunas cosas sobre ese mundo y sentí cierta urgencia por escribir sobre él. Siempre he sentido que escribía sobre cosas que desaparecerían si yo no escribía sobre ellas. A veces la literatura parece más real que la propia realidad o que tus recuerdos.

¿Escribe usted de una forma distinta que hace tres décadas?

Yo diría que sí. Soy más puntilloso que entonces. Paso más tiempo preguntándome si escribo lo que quiero escribir o si mi manuscrito se aproxima a la verdad. Antes no le daba tantas vueltas a esas cosas. Era más joven y pensaba que lo que tenía entre manos siempre era la verdad. Con los años uno se da cuenta de que probablemente no conoce la verdad y sólo puede buscar algo que se aproxime a ella. 

¿Cuál fue el origen de la novela?

El origen fue su protagonista, el editor neoyorquino Philip Bowman. Un hombre al que yo admiro quizá porque no tiene nada que ver conmigo y que en cierto modo está en peligro de extinción. Bowman es culto pero también inteligente. Alguien sin una gran ambición pero muy perceptivo y muy civilizado.

¿Por qué un editor?

No lo sé. Siempre me han gustado los editores. Me gusta su trabajo y su idea de la vida. Hoy en día es difícil encontrar un editor así. Hay algunas editoriales pequeñas. Pero la mayoría son multinacionales que no asumen riesgos. En la época que describo en el libro los editores eran los propietarios de su empresa y podían hacer lo que quisieran siempre que sacaran dinero suficiente para pagar la renta. 

Era un mundo distinto.

Por supuesto. Hoy las grandes editoriales buscan un libro que venda muchos ejemplares y no suelen tener tiempo para más. Por supuesto que hay excepciones y no quiero parecer misógino. Pero a las editoriales les interesan cada vez más las escritoras jóvenes, sobre todo si son atractivas. A ellas les suelen dar buenos adelantos con la esperanza de vender libros durante décadas. Todo es menos fácil para un varón.

¿Siempre quiso ser escritor?

Escribir siempre me interesó. Pero mi interés mermó porque llegó la guerra y entré en un mundo muy distinto: la aviación y la academia militar. Escribir no encajaba en aquel mundo. Le convertía a uno en alguien sospechoso. Quizá por eso lo dejé pasar durante muchos años.

¿Cómo moldeó su literatura la experiencia militar?

El ejército me dio la oportunidad de conocer a personas que de otra manera no habría conocido: jóvenes con orígenes y prejuicios distintos de los míos que procedían de muchos puntos de país. El ejército te da la oportunidad de tener una relación más profunda con ellos y de saber de qué pasta están hechos. 

He leído que le costó dejar el ejército por su pasión por los aviones de combate. ¿Cómo era pilotar uno de aquellos cazas?

Lo esencial apenas ha cambiado. Hoy los aviones son más potentes y un poco más rápidos pero son muy similares. Hace ocho años me dejaron pilotar uno y apenas noté la diferencia. La idea fue de un general que me llamó un día por teléfono. Le encantaba mi libro Los cazadores y se lo había dado a todos los oficiales de su escuadrón. Me preguntó si me gustaría pilotar un F16.

¿Cuánto llevaba sin pilotar un avión?

Casi 40 años. Estaba exultante pero no nervioso ni excitado porque sabía lo que iba a ocurrir. Pilotar un avión siempre me dio una gran sensación de poder.

¿Es eso lo que le atrajo de la aviación?

No. Entonces volar era una cosa con mucho glamour. Mi juventud estuvo llena de iconos de la aviación como Charles Lindbergh, que durante décadas fue la persona más famosa del mundo.

¿Le habría gustado ser astronauta?

Por supuesto. Durante años los astronautas me dieron envidia. A muchos les conocía. Buzz Aldrin era el líder de mi escuadrón y Ed White era muy amigo mío. Al ver que les habían elegido, sentí que había perdido mi tren. Aquello era lo que habría querido hacer en la vida.

¿Se fue a Hollywood sólo por dinero?

Más o menos. Yo nunca fui un guionista estrella y nunca cobré un salario desorbitado. Pero el primer cheque que me dieron me pareció una fortuna. Supongo que porque nunca había trabajado en ese entorno.

¿Son los guiones una buena escuela para un escritor?

Hoy los libros no tienen tanto prestigio y es difícil para los escritores seguir mirando con desprecio a los guionistas. A mí aquellos años me enseñaron la importancia de la estructura en un relato. También aprendí que no merece la pena copiar lo que hacen otros. Uno tiene que escribir algo que sea fresco y que no se parezca a nada más. 

Es lo que usted llama la voz de un escritor.

Así es. Yo me siento atraído por la voz de un escritor inmediatamente. Hoy muchos libros ni siquiera tienen voz. Están escritos de un modo anodino. Los buenos autores siempre tienen una voz atractiva.

¿Qué voces admira?

Me encantan los poemas de Anne Carson. Los poetas siempre tienen voces muy interesantes. Sus voces son como flautas. Otros escritores como Gabriel García Márquez suenan como secciones enteras de una orquesta sinfónica. Al leerlos uno escucha violines, metales, cuerdas y percusión. 

He notado que le atraen los poetas.

Mucho. No he escrito poemas porque no me siento capaz de escribir tan bien como los poetas que admiro. Ni siquiera lo he intentado. Pero leo mucha poesía. 

He leído que fue Saul Bellow quien le animó a escribir sobre la Virginia rural donde está ambientada parte de su última novela.

Es cierto. Fue Bellow quien me animó hace muchos años y eso fue lo primero que escribí del libro. Hubo una época en que fuimos muy amigos. Hablamos mucho sobre sus problemas con las mujeres y le conté cosas sobre los orígenes sureños de mi primera esposa. Fue entonces cuando me dijo que debería escribir sobre ello.

¿Es más fácil para usted escribir sobre cosas que ha vivido o sobre un entorno que le es ajeno?

Hay ciertos libros que sólo puede escribir alguien que se haya criado en un sitio. Eso ocurre con las novelas de Faulkner, pero no siempre ocurre así. Fíjese en El gran Gatsby. Scott Fitzgerald no escribió sobre el mundo en el que se había criado sino sobre una de sus experiencias: se había enamorado de una joven rica. Pero Fitzgerald no se había criado en las mansiones de Long Island. Aquel no era un mundo que conociera tan bien. Antes hemos hablado de Saul Bellow. Él escribió Henderson, rey de la lluvia sin haber estado una sola vez en África.

¿Es posible escribir bien sobre un sitio sin haber estado nunca?

Supongo que sí. Pero yo siempre he pensado que quien escribe sobre su entorno siempre tiene ventaja porque sabe de lo que habla. Hay cosas que uno no puede aprender sobre un lugar por mucho que se documente.

Quizá por eso usted ha escrito una novela sobre Nueva York.

Es una novela sobre la edición literaria en Nueva York. No sobre los aspectos políticos o económicos de la ciudad. Nueva York es como una ópera tremenda con un número ilimitado de personajes y con escenas tumultuosas o solitarias.

Su libro tiene otros escenarios. ¿Los recorrió antes de llevar allí a sus personajes? 

La mayoría sí. Por ejemplo, pasé muchas horas en Summit, la ciudad de Nueva Jersey donde se crió el protagonista de mi última novela. Yo nunca la había visitado hasta que empecé a escribir el libro y pasé allí mucho tiempo. No todo lo que vi terminó en el libro. Pero apunté los nombres de las calles y comí varias veces en el restaurante que aparece en el libro. Me sentía más seguro al saber de qué estaba escribiendo. 

Europa está muy presente en el libro.

Es un continente muy atractivo para mi generación porque era el lugar de nuestros orígenes y por el impacto de las dos guerras mundiales, que nos dieron una conexión muy fuerte con los problemas políticos europeos. Entonces no existían China, la India o Japón. Sólo existía Europa y eso hoy ha cambiado.

¿Le interesa Asia?

Siempre me ha interesado Japón y aún me interesa. Me gusta la formalidad de la vida japonesa, su estoicismo y su disciplina. También sus escritores.

¿Sigue escribiendo todos los días?

Ahora estoy pensando sobre qué puedo escribir y tomo notas sobre ello. Pero no escribo todos los días. Mi vida es demasiado caótica. Estoy poniendo mis papeles en orden para una universidad de Texas.

¿Qué ha aprendido como escritor en estos 34 años?

Mis ideas sobre cómo enfrentarme a una historia han cambiado a lo largo de mi vida. Mis primeras dos novelas las escribí de un modo lineal: un capítulo detrás de otro. Luego he ido descubriendo que eso no era lo mejor. En el caso de Todo lo que hay escribí primero fragmentos de distintas fases del libro y luego los fui revisando para ver si casaban unos con otros. Por supuesto, los protagonistas de esos fragmentos son los mismos pero no están escritos en la misma época.

Antes de esta novela, usted escribió sus memorias. ¿Cómo se preparó para hacerlo?

Todo empezó con un texto titulado La mujer del capitán que me encargó el director de la revista Esquire y en el que describí cómo me enamoré por primera vez de una mujer casada. Mi editora lo leyó y me dijo que era lo mejor que había escrito nunca. Fue entonces cuando me decidí a escribir mis memorias e hice un esquema. Pero cada capítulo requería una investigación diferente. Leí las cartas y los diarios que tenía, entrevisté a protagonistas de mi vida cuando aún era posible y viajé a los lugares donde estas cosas habían ocurrido. Mi intención era que fueran unas memorias rigurosas pero con un aire de novela. Las buenas biografías están bien documentadas pero siempre se leen como buenas novelas.

Intentó escribir sus memorias como si fueran la biografía de otra persona. 

Más o menos. Uno no puede hacerlo así del todo pero sí puede intentarlo. Supongo que habría sido más fácil estilizar mis recuerdos y añadirles cierto glamour. Pero yo no lo hice. Quizá es mi educación militar la que me lleva a examinar los hechos con frialdad.


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