lunes, julio 07, 2014

Libros / España: «El affaire de Burroughs y Warhol» de Victor Bockris

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Portada del libro. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 7 de julio de 2014. (RanchoNEWS).- «¿Qué edad tenías la primera vez que practicaste el sexo?». Warhol intenta incomodar a Burroughs. En su presencia, dicen, cualquiera se sentía inseguro y desarmado. El autor de El almuerzo desnudo (1959) responde con despreocupación, siguiéndole encantado el juego. «Dieciséis. Recién llegado al internado masculino Los Álamos Ranch School, donde más tarde fabricaron la bomba atómica». El intercambio dialéctico va 'in crescendo': «¿Eres eyaculador precoz?». «Hmmm, soy muy rápido, muy rápido». Una nota de José Fajardo para El Mundo:

Cuando Andy Warhol y William Burroughs coincidieron en una cena en Nueva York, el 4 de febrero de 1980, comenzó una amistad que duró hasta la muerte del primero, siete años después. El escritor británico Victor Bockris, entrevistador estrella de la contracultura y biógrafo de Keith Richards y Patti Smith, entre muchos otros, recoge en el libro El affaire de Burroughs y Warhol, editado en España por Libros Crudos, una serie de encuentros entre ambas figuras, «los dos grandes iconos americanos de la ambigüedad vacía».

La Generación Beat Punk

El autor del libro se mudó en 1972 a Nueva York, donde trabajó como asistente de Warhol en la Factory y en la revista Interview y colaboró estrechamente con Burroughs. Ese círculo le permitió retratar (como escritor y fotógrafo) la aparición de una nueva tropa, influyente y radical: la Generación Beat Punk, «una combinación de los beats, la gente de Warhol y el movimiento punk-rock». Era un círculo amplio, pero selecto, que iba de Allen Ginsberg a Lou Reed, de Timothy Leary a Frank Zappa y Jean Michel Basquiat.

«Warhol desarrolló la grabación en cinta de entrevistas informales con celebridades, en contraposición al formato de preguntas y respuestas», recuerda Bockris. Esa técnica basada en la improvisación y el caos fue su punto de partida para atrapar a las personalidades que revoloteaban a su alrededor, por lo general ariscas e incómodas ante los periodistas. «Nunca tengas las preguntas preparadas», insistía Warhol, que era partidario de «dejar todas las erratas, haciendo añicos al lenguaje».

Burroughs había regresado a la Gran Manzana en 1974, después de 25 años de «exilio auto-impuesto». Pronto se convirtió en el 'Padrino del Punk', reivindicado por Patti Smith, Talking Heads, Ramones y The Stooges. El escritor vivía y trabajaba en El Búnker, un espacio sin ventanas que ocupaba el antiguo vestuario de un gimnasio situado en la planta baja de un edificio en Manhattan. Su cuartel estaba en el área bohemia del Lower East Side, en el 222 Bowery, a sólo tres bloques de la mítica sala de conciertos 'CBGB'.

«Éramos adictos al trabajo»

El libro va hurgando en la peculiar conexión que se estableció entre el icono del 'pop art' y el escritor 'beat'. Una amistad promovida por el propio Bockris, que se encargaba de organizar los encuentros entre ambos, a los que siempre acudía con su cámara y la grabadora. «Veía mi trabajo como una forma de conectar a la gente y permitir que ellos se conectasen a otros a medida que se tejía el tapiz de la relación. Dado que todos éramos adictos al trabajo, el trabajo era el único pegamento que nos mantenía juntos».

Y es que, entre conversaciones aparentemente triviales, donde se pasa con absoluta libertad (y habilidad) de lo soez a lo intelectual, de la grosería a lo refinado, ambos iban deshojando el pulso de su trabajo, una forma única y visionaria de entender la realidad. Cualquiera pensaría que sus ideas eran incompatibles. Pero estos fugaces encuentros destapan a dos personalidades complementarias, tan raras y ajenas a lo convencional que ardían al estar juntas.

Dice Bockris de Warhol: «Andy perdía la identidad bajo la inmensidad de su obra. (...) Su visión había ido tan lejos, impactado tan profundamente, que literalmente había cambiado el mundo, y con esto quiero decir que cambió la forma en que la gente ve y vive la vida. (...) Seguramente lo que más pasaba a su alrededor eran reacciones emocionales, o despojadas de emoción, a callejones sin salidas emocionales. Creo que Andy sabía ya por entonces que estaba jodido».

Y de Burroughs: «Bill hablaba a menudo de comprar un viejo motel y reconvertirlo en una escuela de buenos modales para caballeros, que admitiría a chicos de entre 15 y 25 años y se llamaría La Última Academia. Él viviría en un edificio grande en el centro del complejo. (...) Habría clases de pesca, de tiro, de lectura y de tener relaciones sexuales entre ellos con armonía de dibujos animados».

Mick Jagger: el fiasco de un encuentro forzado

El verbo de Bockris es tan sutil, su percepción de las personas que le rodean tan acertada y su capacidad para generar empatía entre tipos difíciles tan fuera de lo común, que no debió parecerle mala idea juntar a los dos divos con Mick Jagger en El Búnker. Fue un encuentro saturado de tensión, pullas y malentendidos.

«¡No ha habido conexión alguna!». «¡No ha habido conversación!», gritaba al concluir la cita Warhol, desesperado. El propio entrevistador reflexionaría a posteriori: «Este abismo entre los mundos de Bill y Mick, en el que Andy hace de puente, era la sima que se abría ante nuestros pies».

Sin embargo, ese instante alrededor de una cena improvisada sí que sirve para mostrar sin sus disfraces a estos atípicos comensales. Diría Warhol sobre la dificultad del 'rolling-stone' para mantener relaciones largas: «Es muy difícil estar casado con un hombre que todas las mujeres y la mitad de los hombres del planeta desean». Aquella reunión, celebrada el 1 de marzo de 1980, apunto estuvo de cargarse la amistad entre Burroughs y Warhol.

Brillar en una galaxia estelar

«Entre 1972 y 1974 me convertí en uno de los principales entrevistadores de mi generación», reflexiona Victor Bockris, que al final del libro se reivindica como una estrella tan luminosa como aquellas que le rodean. El periodista supo alternar con Blondie en su ático del centro de Manhattan, acudió a las fiestas y cenas de la 'jet set', a reuniones de té con señoras influyentes y a las exposiciones del momento.

Lou Reed le habló sobre «el inmenso intercambio emocional que se genera en la amistad con un famoso». Conoció a Bowie y a Muhammad Ali, a quien fotografió junto a Warhol en 1977. El histórico encuentro se convirtió en uno de sus «tapices fotográficos», una técnica que desarrolló junto a su colaborador, el fotógrafo David Schmidlapp, y que aunaba 'collage', vídeo, cine, fotografía y retoques por ordenador.

Y es cierto que Bockris quizá exagera al encumbrar a los dos protagonistas del libro. Al menos, cuando suelta grandilocuencias del tipo: «El mejor artista y escritor del mundo» o «Somos los hijos de Burroughs y Warhol». Pero algunos de sus trabajos con ellos son auténticos ejercicios de malabarismo que nos los acercan un poquito más a la realidad palpable. Además, el libro se completa con juegos de imágenes enloquecidos y capturas ya míticas que reúnen a la extraña pareja con Jagger, Ginsberg, Ali...

Para el recuerdo queda la entrevista que cierra el libro, una sesión para la BBC en el Chelsea Hotel en 1980. Burroughs, drogado y sonriendo como un niño, y Warhol, escuchando ópera en el walkman que esconde detrás de sus orejas, tratan de abstraerse de las gigantescas cámaras de la televisión británica. Son estampas que humanizan, entre «toma y dacas dadaístas», a dos grandes iconos. Este libro arroja el retrato de una amistad diferente, que parecía abocada al fracaso. Tanto es así que, al principio, Warhol pensaba que Burroughs era mudo: «Pero nunca sé qué decirle. Quiero decir, ¿habla?».



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