lunes, septiembre 01, 2014

Literatura / Entrevista a Juan Villoro y a Ilan Stavans

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Portada del libro El ojo en la nuca. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 31 de agosto de 2014. (RanchoNEWS).- Juan Villoro e Ilan Stavans publican El ojo en la nuca, libro con cinco conversaciones virtuales que ambos autores sostuvieron a lo largo de seis meses. Charlas que sucedieron vía e-mail, para demostrar que un diálogo virtual puede ir más allá del efímero encuentro que sucede en el chat. Una entrevista de Juan Carlos Talavera para Excélsior:

De entrada, ambos imaginan cómo las primeras historias del ser humano pudieron ser contadas en torno a una fogata. Ahora, en entrevista con Excélsior, lamentan que internet sea esa fogata virtual tan poco explorada para el diálogo. «Yo quisiera que estas conversaciones fueran como el jazz: espontáneas, como si los dos estuviéramos en un cuarto oscuro repleto de calcetines en el cual nuestro objetivo es buscar pares del mismo color», planteó Stavans en la primera charla. «También la conversación es una manera de encontrar cosas perdidas, pero lo importante es que no siempre sabes qué estás buscando», respondió Villoro.

Así nació El ojo en la nuca, un experimento intelectual de largo aliento donde reflexionan sobre la frontera y el arraigo, la memoria y el olvido, el boom literario, la corrupción en México y la escasa traducción de autores mexicanos. Sin dejar fuera sus divergencias en torno al nacionalismo, los premios literarios y hasta la astrología.

Ahora, ambos autores cuentan su experiencia y abundan sobre algunos puntos de ese diálogo. Primero habla Juan Villoro (1956), el narrador y cronista mexicano.

¿Este ejercicio demuestra una evolución en torno al diálogo?

Las primeras historias se contaban en torno a una fogata y, en cierta forma, internet se ha convertido en una fogata virtual en torno a la cual podemos conversar. En El ojo en la nuca «conversamos» libremente, sin agenda, aunque fue Stavans quien eligió los temas y propició el diálogo. Él nació en México pero ha hecho su vida profesional en el extranjero; me pareció interesante intercambiar opiniones con un mexicano «deslocalizado» y contrastarlas con las mías.

¿La tecnología ofrece nuevas posibilidades para dialogar?

Aún desconocemos todos los usos que podemos darle a la realidad virtual. Estamos a la orilla de un océano cuyos confines ignoramos. Una de las cosas más interesantes de la tecnología es que no sólo trae novedades sino que recupera atavismos, recursos que ya se creían olvidados.

¿Internet también tiene ventajas?

El chat ha recuperado la posibilidad de una narrativa colectiva, tribal, y Twitter ha dado nuevas energías al aforismo, el epigrama y las máximas. Mucha gente juzga que todo lo que se lee en la red debe ser breve, pero hay numerosos bloggers que cuelgan textos extensos que la gente puede descargar para leer con toda calma. La cultura de la letra está avanzando por muy diversos caminos, no todos interesantes ni magistrales, pero lo importante es que se descubren nuevas rutas para que circulen los mensajes.

¿Por momentos estos cinco diálogos se desbordan?

Me pareció interesante discutir con Stavans los distintos acercamientos que hemos tenido a ciertos autores, pero también las condiciones en las que leemos, el mundo que rodea al escritor. Es como pasar a la tramoya de una obra de teatro y ver cómo la obra se fragua tras bambalinas. Hablar de religión, la familia, la figura del padre, los viajes es también una manera de hablar de los libros que leemos y escribimos.

¿Coincide con Stavans en que un idioma siempre depende de otro?

Los idiomas dependen unos de otros. Usamos la palabra «robot», inventada por un escritor checo; la palabra «kermés», que es flamenca; la palabra «papalote», que proviene del náhuatl. Vivimos mezclando lenguas. Los niños y los amantes inventan un lenguaje privado y por eso la mejor literatura infantil, como la de Lewis Carroll, está llena de juegos de palabras.

¿Por qué importan los premios literarios?

El mundo de la literatura no escapa a los avatares de la sociedad de consumo. Casi todos los premios concedidos por editoriales son una manera artificial de revalorizar autores y volverlos más comerciales. Otros se conciben para premiar amigos. He sido jurado varias veces y conozco la fragilidad con que se toman decisiones. Pero tampoco se trata de un asunto diabólico. Es mejor que haya premios a que no existan. La mejor actitud es tomarlos como un accidente porque los premios no escriben por ti y garantizan la inmortalidad.

¿Aunque eventualmente suceda un Alfredo Bryce Echenique?

En su momento comenté que me parece estupendo que recibiera un premio por sus novelas y que el fallo del jurado no podía ni debía modificarse; lo grave no era eso, sino que se ignorara que había plagiado al menos 40 artículos periodísticos y que recibiera dinero de los contribuyentes, entregado por una universidad pública donde está prohibido que los alumnos copien.

¿Por qué discrepa en que los premios sean para escritores muertos?

Porque los muertos no disfrutan.

¿En verdad piensa que la corrupción en México tiene solución?

Claro que sí, pero será un proceso larguísimo. Acabo de escribir un largo ensayo sobre Daniel Defoe. En el siglo XVII y comienzos del siglo XVIII, Inglaterra estaba sumida en una corrupción feroz. Eso ha cambiado mucho. Pero no hay mundos perfectos: el 10% del lavado de dinero de todo el mundo se hace en Inglaterra.

¿Hay una visión encontrada sobre el concepto arraigo?

Depende de los azares del destino. Ilan creció en el seno de una familia judía donde emigrar era una costumbre. Su vocación nómada es mucho mayor que la mía. Mi familia no ha sido muy estable. Soy el único de todos los parientes que nació en el DF y vive en el DF. Me gusta viajar y, con un entusiasmo bastante ingenuo, encuentro en todas partes virtudes que me gustaría que existieran en México, pero al cabo de un rato extraño hasta los peores defectos del DF. Sólo hay un sitio al que verdaderamente perteneces y ése es para mí el sitio al que regresas. Puedo ir a muchas partes, pero sólo vuelvo al DF.

Utopía y realidad

Ahora es Ilan Stavans (1961), el ensayista, traductor, cuentista y columnista de origen judío, que nació en México y vive en Estados Unidos, quien toma la palabra.

¿Un diálogo virtual puede aguardar alguna sorpresa?

Este diálogo fue absolutamente sorpresivo, aunque fue como si una entidad superior hubiese dictado el diálogo y Juan y yo simplemente hubiésemos sido secretarios o escribas.

¿Por qué era importante un diálogo con estas características?

Porque vivimos un momento en el que tenemos una enorme cantidad de conductos o vehículos para el diálogo, pero los desaprovechamos diariamente. Jamás habíamos tenido tantas invitaciones para entendernos mejor unos con otros y las desaprovechamos con más frecuencia.

«Lo atractivo de estos diálogos es que me permite salir de mi propia idiosincrasia intelectual. Sé lo que sé y lo que me llama la atención es entrar en contacto con alguien más que sabe lo que sabe y que en el encuentro de los dos podrá sorprenderse y descubrir aspectos o temas que no sabíamos», añade.

¿Por qué, a diferencia de Villoro, usted se inclina por un mundo utópico?

Toda utopía es un reflejo de un espejo convexo en el que nos vemos representados; digo convexo porque la utopía intenta mejorar la realidad. La palabra utopía viene del griego y quiere decir «no hay tal lugar», así que es la imposibilidad de algo en lo que soñamos.

¿Es posible un mundo sin fronteras?

Estoy absolutamente consciente de que es imposible vivir sin fronteras. Desde la temprana infancia, cuando el niño o la niña juegan… establecen fronteras. La idea de la frontera es una parte esencial de la identidad: somos quienes somos porque tenemos esas fronteras. Pero el sueño de desaparecerlas está en la esencia de nuestra visión de una humanidad que se pueda entender, comunicar libremente y eso nos lo ofrecen la tecnología y los medios de comunicación.

¿Por qué escasean las traducciones de libros en Estados Unidos?

Sólo 3% de los libros publicados al año son traducciones; es un país que vive en la contradicción, porque está hecho de migrantes. Pero su visión es imperialista y colonial absoluta, pues cree que el inglés es la única lengua que merece la atención universal.

¿Ese porcentaje incluye escritores mexicanos?

En Estados Unidos se lee poca traducción. Sí son más frecuentes las de autores latinoamericanos. Obviamente se traduce muchísimo a los clásicos del boom, como Fuentes, Borges, Neruda, y en los últimos años ha habido una fiebre robertobolañana.

¿Es verdad que Estados Unidos cultiva una literatura light?

Sí, aquí el intelectual es en realidad un entertainer. Así que las novelas no son para provocar sino para entretener. Además, el índice del éxito editorial siempre está asociado al número de libros que se venden: si vendes 200 eres un fracaso y si vendes dos millones eres un éxito. En este país lo light es lo que vende.

¿Cómo define a Estados Unidos?

Es un país superficial, de plástico, un país portátil donde importa el presente. Pero si vivieras diez años en este país, te darías cuenta que hay mareas interiores que eventualmente llegan a la superficie y en última instancia marcan al país. Pero en la superficie sólo lo mundano y lo efímero es lo que llama la atención, incluso en la literatura.

¿En el diálogo con Villoro asume a Borges como su autor tutelar?

Borges es casi como Shakespeare: un escritor que no alcanzo a entender del todo, un autor casi sobrenatural. Sé que Borges no es Shakespeare. Pero Borges me enseñó a leer y le aprendí su estilo conciso, directo y educado. Borges es un mapa y una lista de libros que me llevó a otros libros y a otras regiones, es un Aleph que abre muchas puertas.

¿Qué hay de Juan Rulfo?

Lo admiro profundamente y en 2012 lo traduje al inglés. Es uno de los grandes estilistas de la lengua, un escritor regional y universal, como Sófocles. Una de sus claves es el silencio. Sin embargo, pienso que el talento de Rulfo se destila mejor, como un vino, en el cuento corto y no en la novela.

«Él tuvo una capacidad envidiable de decir en tres o cuatro páginas lo que muchos dicen en 300. Eso también lo tenía Borges. Y lo que me ocurre con Pedro Páramo es que me parece demasiado alegórico, un cuento demasiado largo que se convirtió en novela.»

¿Por qué insiste en que los premios sean para autores muertos?

Porque los premios son como la literatura light: tienen una razón comercial: vender libros. En la mayoría de los casos, cuando alguien recibe el Premio Nobel, lo que escribe ya es de segunda calidad. Me pasa con Vargas Llosa. Así que tengo una visión darwiniana de la literatura donde me parece que los libros sobreviven por su cuenta. Nadie le dio un premio a la Divina Comedia ni a Shakespeare. En fin, los premios me valen madres.


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