martes, diciembre 23, 2014

Literatura / Entrevista a Gabriela Wiener

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La escritora.  (Foto: Daniel Mordzinski)

C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de diciembre de 2014. (RanchoNEWS).- Gabriela Wiener llegó a Barcelona desde Perú hace 10, 11 años. Estudió o hizo como que estudiaba, trabajó, se divirtió aparentemente más que la media, escribió Sexografías (Melusina) en 2008, hizo periodismo bueno y periodismo rutinario, tuvo una hija, publicó Nueve lunas en 2009 (Mondadori), se trasladó a Madrid con su familia y le cayeron 10 años encima como nos han caído a todos. Y entonces, presentó su primer libro de poemas (Ejercicios para el endurecimiento del espíritu, editado por La Bella Varsovia), al que seguirá, ya el año que viene, Llamada perdida (Malpaso), un conjunto de apuntes autobiográficos que parecen el contrapunto sombrío de los reportajes salvajes de Sexografías. Luis Alemany la entrevista para El Mundo:

«Normalmente mis libros me vuelven más loca. Están muy lejos de ser libros terapéuticos. Al acabar de montarlos de pronto me veo y me asusto de lo enferma que estoy. Que se lean, por si fuera poco, me genera un montón de fantasmas. Me temo siempre lo peor. Este libro en particular es un libro sobre mis delirios y patologías, sobre miedos y complejos, sobre todo tipo de pérdidas. Puedo contar un secreto estúpido como mi obsesión por el número 11, o narrar el día en que hablé con mi hija de la reencarnación mientras le mataba los piojos o hacer una larga lista de todo lo que no me gusta de mi cuerpo y una muy corta de todo lo que me gusta de mí, por ejemplo que desnuda me veo como una nativa amazónica a punto de ser capturada y que eso da morbo, morbo colonial. Las cosas que se me ocurren son de este tipo, nada tienen que ver con sentirse mejor». Entre un libro y otro, Gabriela Winer contesta a las preguntas de ELMUNDO.es en un correo electrónico.

Se me ocurría pensar que el centro de Llamada perdida es el relato de la época en la que vivías en un trío con tu marido y otra mujer, pero da rabia pensarlo así, parece que lo que ocurre es que tenemos en la cabeza Sexografías y que esa escena se amolda a una idea ya hecha de Gabriela Wiener.

No creo que haya un relato más importante que otro, para mí todos tienen su razón de ser en el conjunto de primeros planos y experiencias de los que está hecho el libro. No diría que 'Tres' es la historia más importante del libro. Lo que sí es probable es que el lector tenga sus preferencias o tienda a darle un peso específico a algunos por sobre los otros y eso, me temo, revela más al otro que a mí misma. Tú admites que esta sensación deviene de tu lectura de Sexografías pero no te odies por pensarlo. Si te contara todos los que vienen a hablar de la crónica de los intercambios de pareja que hice ya hace tantos años... Pero igual me divierte tener un 'hit'. Hay un punto, eso sí, en que me aburre que la gente crea que yo soy sólo eso, pero mucha más pereza me da justificarme. No hubiera incluido esta historia en Llamada... si renegara de una parte de mí o si creyera que eso pertenece a una etapa pasada, sería Britney Spears y lamentablemente no lo soy. Aunque una crece y se comienza a morir un poco, sigue teniendo coño, amores múltiples y ganas de seguir viviendo y experimentando. Lo raro es encontrar historias o vidas que nieguen esa dimensión. La única salvedad quizá sea que 'Tres' no es una historia sexy en lo absoluto, es la historia fallida de tres amantes, triste, tristísima, y una confesión que ensaya algunas ideas sobre la construcción y las ruinas del deseo. Por eso está en este libro y no en el otro. Actualmente, también en lo personal, sí que comparto la vida con dos personas más, un hombre y una mujer, nos amamos los tres, los unos a los otros de distintas y extrañas maneras, pero eso aún no se está escribiendo, sólo se está viviendo. A veces soy más literal que literaria. 

¿Te gustan Sexografías y Nueve lunas ahora?

Sexografías es un libro que me sigue gustando, es vitalista y arrojado, es algo 'punki' pero también es tímido y tierno, aunque no lo note mucha gente; están ahí algunas de mis curiosidades más profundas extremándose, intentando saciarse, a través de la fascinación por y la investigación de los otros. Nueve Lunas es muy divertido y a la vez feroz y crudo y sentimental en el buen sentido, pero no es una refutación del libro anterior, es su secuela o su consecuencia; aunque ahí la mirada se ha tornado mucho más hacia adentro, es intrauterina, lo que ocurre es que acabo totalmente orientada hacia afuera: procrear y dar a la luz es convertirse en un sujeto mucho más consciente, crítico y radical. ¿Qué pienso de la peruana folladora ésa, de esa 'perdida'? Que la quiero. El título de este libro habla de algo que se perdió, de algo que se quedó suspendido a medio camino, de una comunicación trunca, olvidada, de algo que se va inexorablemente. Las historias de este libro son sobre una individua a la que empiezan a atacarla ciertas pérdidas, ciertas incertidumbres, vacíos, miedos, manías y por eso hay cierto mirarse de otra manera, un preguntarse si hay alguien al otro lado de la línea... Pero me he dado cuenta un poco tarde de que el título es también un juego de palabras que me sirve para devolver la imagen de ese personaje del que hablas pero distorsionada. «No importa que me llamen perdida», dice el bolero de los Panchos. 

En el libro nombras a Knausgard, citas una frase en la que yo también me fijé, eso de "se nos hace heroico acordarnos de que hay que hacer tres comidas al día". Y sí que creo que tu libro tiene que ver con Knausgard, pero claro, la gracia es que no leeremos novelas más 'viriles' que las suyas en décadas...

Me encantó Knausgard y pude reconocerme perfectamente en su experiencia de ser humano-escritor-cabrón-casado y padre desbordado por lo cotidiano y doméstico. No obstante la suya sea la vida de un tío, contada por un tío, a la manera de un tío concreto, noruego, etcétera. La aparente y más que probable honestidad de su proyecto autobiográfico y el modo crudo en que aborda la intimidad pone los pelos de punta igualmente. Por esa misma razón siempre leo a Philip Roth o a Michael Holluebecq o a Alan Pauls. Hay algo físico y verdadero en esas escrituras e ideas brillantes sobre ser hombre o ser hijo de puta. No hay 'literatura femenina' sino literatura que reflexiona sobre la condición femenina. Y literatura que reflexiona sobre la condición masculina. Independientemente de quien lo escriba y quien lo lea. La voz de las novelas de Knausgard es la de un sujeto inseguro de su propia condición de hombre, es el registro de su propia lucha entre pañales con caca y páginas en blanco. ¿Cómo no identificarse? Ahora bien, cuando una mujer escribe sobre esas cosas entonces los comentarios son 'ufff, ahí está otra vez la tía pesada hablando de su embarazo, de su coño, de su marido, de sus hijitos'. Para que una escritora sea tomada en serio tiene que escribir sobre temas 'importantes' como la crisis, la 'gentrificación' o los bebés robados. Ningún crítico se cocinará los sesos intentando desentrañar las sutiles conexiones entre vida y literatura y la ficcionalización de la madre que la parió. Será solo 'otro libro femenino'. Siento que los relatos de Llamada perdida no son más que una sucesión de atisbos. De autorretratos. Pienso en mi libro como en la superficie convexa de un espejo que, como en el poema de John Ashbery, 'no puede avanzar más allá de tu mirada (...) en esa mirada se combinan ternura, humor, reproche, con tal fuerza contenida, que cuesta mirar por mucho tiempo'. La mirada si es estrecha e implacable mucho mejor para dar cuenta de una identidad. Ésta, como en todos mis libros, es la voz de una tal Gabriela Wiener, tan normal e idéntica como distinta a las otras, y por supuesto que en ese sentido es la voz de una mujer, pero de una en particular, de 38 años, bisexual, periodista, una peruana que vive en España que no sabe si quedarse o volver, que tiene una hija de ocho años que la interpela, que padece tensión alta, que intenta escribir, que no se gusta, que tiene miedo a morirse, que últimamente ha descubierto lo feliz que le hace perder el tiempo.

Está el tema de Perú. Si te digo que tiendo a pensar que Llamada perdida va, basicamente, de una familia que no sabe si volver a Lima o quedarse en Madrid, que es incapaz de decidirlo...

Te contestaré que también trata de eso, pero no solo de eso. La duda del migrante siempre será esa y no tiene solución. Esa reflexión está en muchas partes del libro, y se trata con más detenimiento en la sección 'Del lado de aquí y del lado de allá'. En una parte digo que por momentos quisiera que algo, alguien lo decidiera por mí, algo horrible que me obligara a volver, o a huir. Han pasado 10 años. Han pasado cosas horribles y no me he movido demasiado. Ya me lo habían dicho algunos amigos: «De pronto, cuando te des cuenta, habrán pasado 20 años y no habrás vuelto». Las de Llamada... son crónicas intimistas, despojadas, que ensayan algunas ideas sobre el estar y el irse, sobre el placer y la incomodidad de existir en una especie de limbo emocional y geográfico. Mi familia y yo vivimos un poco entre Lima y Madrid pero también entre Madrid y Barcelona (que dejamos hace tres años y después de haber vivido allí durante ocho), entre el pasado y el ahora y el más tarde, últimamente entre el centro y la periferia, en medio de varias identidades, propias y ajenas. Creo que no hemos tirado la toalla todavía, no pensamos abandonar este territorio a corto plazo, más bien seguimos buscando excusas para quedarnos, aunque España nos lo ponga difícil. Creo que incluso esa dificultad está haciendo más interesante nuestra estancia. Nos ha empujado a hacer cambios, drásticos, a repensarnos, a vivir de otra manera. En mi mesa de noche está el libro Vida de Zarigueñas, de Dolly Freed.

¿Qué tal te llevas con España, llegados a este punto?

España es casi un país para mí, y eso hace que tenga las mismas relaciones de amor-odio que tengo con el lugar en el que nací. Eso me sorprendió, porque uno se va de un país en parte para ya no tener esa carga. Para no amar nunca más de esa forma que te hace echar raíces, para no odiar nunca más así. Pero de repente hay un día que no es igual a todos los días, en que ya no sientes que todo te es igual, que amas, que te indignan sus injusticias, que te avergüenzan sus políticos o su cine, que quieres mandar todo a la mierda o hacer que algo cambie. Ese día sabes que te jodiste, que va a ser más difícil largarte de lo que imaginabas. Aún ahora, cuando más me preguntan si volveré, porque España se hunde y Perú sale en la portada del S Moda como destino de intelectuales y 'bon vivants', más ganas tengo de quedarme. Precisamente Llamada... termina con un cómic, Todos vuelven, que es un working progress sobre la historia del retorno al Perú de mi mejor amiga Micaela y de nuestras mutuas cuitas sobre volver o no.

En el libro de Jeremías Gamboa, en Contarlo todo, se te reconocía en un personaje que era una veinteañera muy segura de sí misma y desafiante. En cambio, en Llamada perdida apareces como una mujer que es un manojo de nervios.

Puede que como lo de Jeremías es la ficción -ya sabemos que las novelas son historias sobre gente que existe pero un poco distintas para que los implicados no puedan demandar al escritor- me haya cambiado un pelín. Así que en su libro yo soy más guapa, mi vestido es más bonito, soy más valiente, mi boda es entrañable, etcétera. Los mecanismos que me hacen escribir a mí son un poco distintos. Ya sabemos que la realidad siempre supera a la ficción en fealdad. Por ejemplo, es muy loco porque yo misma he contado muchas veces mi boda de verdad, y en ella me veo muy diferente. Ese día recuerdo haberme dejado llevar por lo que me dijeran los demás, no quería darle un sello propio a mi boda, no quería tener que asumir cierto estilo, cierto riesgo, cierta manera de hacer, preferí que me la hicieran, renuncié a mi independencia y a mis gustos, me parecía demasiada pretensión pensar en una estética, en una canción, en un color de vestido. Le hice caso a mi madre y fui a su peluquera, me puse ruleros, bailé el Danubio azul, me vestí de blanco y eso que era un matrimonio civil, ¡me puse uñas postizas! Nunca me había sentido tan ridícula. Fue la boda de un ser apocado. Esa es la verdad. Hasta ahora no puedo mirar esas fotos. Las he roto casi todas. Solo Lena guarda una foto de su padre y su madre casándose en su cajón y la muestra a quien quiera verla porque sabe que odio esa foto. Esa también soy yo, alguien que mientras se casaba pensaba: soy una pusilánime, me veo horrible. Algunos creen que uno escribe de sí mismo para darse el lote, como cuando escribí Sexografías, otros creerán que he escrito este libro para dar pena, para que me digan «¡pobrecita!» y me den palmaditas. Yo creo que escribo de mí para no desbarrancarme y para no creérmelo, para mantener cierta lucidez, para destrozar mis pretensiones, para liberarme de las voces de mi cabeza, para que otros sientan mi dolor, mi verguenza, como propias, o se rían conmigo de mis miserias y tonterías.

En Llamada perdida aparecen Corín Tellado e Isabel Allende, que son o han sido escritoras, mujeres exitosas y desdeñadas.

Mira, escribí sobre estas dos señoras porque me intrigaba su éxito y el desprecio visceral que les profesaba el canon literario. En ambos textos hay una reflexión sobre el oficio, sobre la vocación, ese fuego, y sobre cómo opera el sistema literario para decir qué es literatura y qué no, cuál debe gozar de prestigio y cuál no, sobre todo si quien escribe es una mujer. Quería oír sus testimonios acerca de cómo vivir y escribir profesionalmente, siendo mujer, madre o pareja. Hablo de ellas pero en realidad también en estos textos hablo de mí. Tengo una relación contradictoria con la literatura. Creo que me siento un poco sola a veces. Los periodistas no me toman en serio porque escribo periodismo «literario» y los escritores tampoco porque lo mío es demasiado «periodístico». En mis momentos más autodestructivos pienso en ello, el resto del tiempo me la suda. Con todo eso, cada día me debato entre no escribir nunca más y hacer el mejor libro que pueda. Aún no lo tengo nada claro.

El libro de poemas y Llamada perdida, ¿están hechos para leerlos juntos?

Ambos libros se cruzan en muchos puntos. Uno siempre está escribiendo el mismo libro, ¿no?, eso decía Bolaño. Suelo meter poemas en mis crónicas. A veces escribo poemas como si hiciera mis investigaciones de reportera, como si intentara desentrañar algo, o buscara una revelación o una verdad. En otros momentos el poemario parece una colección de pequeñas relatos de seres extraños, oscuras escenas familiares y paisajes domésticos demolidos por la sequía. En los poemas de Ejercicios para el endurecimiento del espíritu hablo de la escritura como de un lugar de resistencia pero también como un lugar para la renuncia. Escribo sobre esa guerra declarada entre la vida y la literatura; sobre el poder que tiene la literatura para decir, para cambiar las cosas y a la vez para hacer que todo se quede en silencio, en suma para destruir, para destruirnos. Lo creo, realmente lo creo. Es el mismo germen que motiva Llamada perdida. Por eso son libros que conversan, que juntan sus narices, que se tocan y se huelen. En ambos casos, la escritura es un ejercicio para la supervivencia, un aprendizaje a veces tierno y entrañable, a veces salvaje y violento de las emociones. Un adiestramiento del corazón para sobrevivir a ciertas penas, a ciertos horrores.


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