viernes, enero 09, 2015

Cine / España: Alejandro González Iñárritu «El mejor cine crece en el fango infectado»

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El cineasta mexicano.  (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 9 de enero de 2015. (RanchoNEWS).- «El humor», dice Alejandro González Iñárritu, «surge siempre del choque entre lo solemne de las intenciones, del deseo, y lo ingobernable de la realidad. Ésa es la historia de todos los seres humanos. Tan cómico». El director habla de El Quijote. Ésa es la realidad. Pero, en verdad, su declaración quiere ser también una definición de su propio y último trabajo, Birdman. Aquí el deseo. ¿Ridículo? Quizá. Eso o, simplemente, el mejor y más lúcido acercamiento a la comedia del cine reciente. Tan pretencioso y divertido como suena. La película, por cierto, se estrena ahora, justo en el momento que llegan los premios y los Oscar (puro deseo), tras haber inaugurado el pasado festival de Venecia allá por septiembre (lejana realidad). Una nota de Luis Martínez para El Cultural:

De repente, el director mexicano se coloca en el lado opuesto de toda su filmografía. Si todas y cada una de sus películas anteriores se habían construido sobre el sueño fracturado de una historia que se niega a sí misma a cada paso, ahora la idea es imaginar un cuento lineal, digitalmente perfecto, sin una sola quiebra. Donde antes la línea temporal de cada una de sus historias quedaba seccionada en un puzzle de miradas tan afectado como barroco (Amores perros, Babel o 21 gramos), esta vez el juego (es eso) consiste en plantear un único plano-secuencia tan limpio como, y pese a su artificiosidad, irrefutable. Si lo que importaba con anterioridad era la construcción impostada de una epopeya emocional (Biutiful), en Birdman lo que cuenta es la tentación simple y desnuda del vacío de un hombre ante la inconsistencia de todo, incluida su propia vida. Es decir, la distancia que media entre la épica y la comedia es la que separa al Iñárritu anterior del de ahora. A, tal vez, Quijano de El Quijote.

Un experimento dramático

«Todo surgió como un experimento dramático y no pude resistirme», dice para explicar tanto la única y larga escena como la propia reconversión artística. «Fue como escribir de repente sin puntos ni comas. Era, además, la mejor manera de contar la historia de alguien dentro del laberinto de sí mismo debatiéndose contra sus limitaciones, contra la mediocridad». En Birdman (hombre pájaro) Michael Keaton (sí, él) interpreta a un actor en el trance de la redención. El que fuera un superhéroe de fama en los 80 (hablamos de la película de Iñárritu) se empeña ahora en convertirse en un reputado director teatral de éxito. El mismo que volara por las taquillas de los cines encerrados en centros comerciales quiere ahora, pasados los años, el respeto de la grey conspicua. Y es en este punto donde la ficción y la realidad se confunden. No nos atrevemos a decir que Keaton (el que fuera el mejor Batman posible) haga de él mismo en la pantalla, pero casi. Sin duda, la provocación que plantea el director excita.

«Mi herramienta de trabajo durante mucho tiempo fue la fragmentación del tiempo y el espacio. Ahora, sentía que tenía que distanciarme de ello, obligarme a empezar de nuevo y desde cero. Y por ello el cambio», insiste el cineasta mexicano. Y lo hace el mismo que en su momento declaró pomposamente que la realidad como algo ordenado no era más que la más triste de las ficciones. «Imagino que cumplir los 50 hace que te replantees todo», comenta y se ríe. «Digamos que he llegado a la conclusión obvia de que nuestra vida es simplemente un largo plano. Vamos flotando y no podemos escapar. La única forma de editar la vida, de darle sentido, es contándola. Por eso existe la ficción; porque es el único modo de escapar de lo inescapable. La ficción nos libera, nos hace ser lo que somos. Nos da sentido», concluye.

La idea es acercar la cámara lo más posible a lo que la realidad tiene de espejismo de sí misma. Nada tan tramposo, vulgar y falso como eso que entendemos por real. La realidad no es más que el precipitado de todas las ficciones, mentiras, mitos y símbolos que la explican, que la ordenan y, como dice el propio director, la dan sentido. Iñárritu, hasta la fecha, había jugado de forma tan espectacular como aturullada a romper la ficción para volverla luego a montar. Pues bien, ahora se trata de lo contrario. O, mejor, de lo mismo, pero al revés.

El resultado es una cinta febril y que, pese a quien pese, por momentos, roza la obra maestra. Por primera vez en el cine de Iñárritu, la caricatura no es una consecuencia no deseada del exceso sentimental en el que naufragaban sus héroes (piensen en el personaje de Bardem en Biutiful), sino un ejercicio roto y desangrado de provocación guiado por la mano sabia de un Keaton irrenunciable. La vida, en efecto, como caricatura. Negra e insípida.

La historia de un hombre lanzado al laberinto del backstage de su propia obra (su existencia quizá) ofrece al espectador un demente juego de espejos en el que no es difícil verse reflejado. La enfermedad de un hombre en conflicto entre lo que quiso ser y lo que es se antoja demasiado parecido al padecimiento de cualquiera. Las réplicas arrebatadas de Naomi Watts, Emma Stone, Zach Galifianakis, Andrea Riseborough y, sobre todo, un genial Edward Norton completan un panorama dramático tan claustrofóbico como impenitente. Gozoso y cruel. No hay esperanza.

Poderoso y complejo

Y lo que vale para el espectáculo del mundo acaba por valer para el propio cine. O al revés. «El cine vive gracias a un veneno que es el dinero. La tragedia del cine es el dinero. Ese debate ha existido desde siempre y eso es lo que lo hace poderoso y complejo. De repente, a pesar de las bacterias y los venenos, surge algo. Las más bellas flores se dan en los sitios más asquerosos. Y eso ocurre en este arte. El mejor cine crece en el fango más infectado», dice, se da un segundo y termina: «De eso va Birdman y de eso va la vida entera».

Afirma Iñárritu que cualquier obra artística después de El Quijote tiene forzosamente que tomar partido sobre su propia posibilidad. La ficción, en efecto, como ese plano secuencia eterno, está ahí para construir, para solemnizar la sensación de unicidad, para que nos sintamos seguros en un mundo ordenado. Pero la realidad es terca, desternillante, ingobernable. Tanto que hasta el propio Alonso Quijano acaba cuerdo después de tanta locura, de tanta ficción. Y es ahí entre el choque de los molinos y los gigantes donde surge la comedia, la vida misma. Tan trágico.



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