.
El escritor retratado en su casa en Barcelona. (Foto: Vicens Gimenez)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 8 de enero de 2015. (RanchoNEWS).-Llega un periodista a casa de Juan Marsé para una de las cosas que probablemente menos le gustan a Juan Marsé: hablar de sí mismo, de por qué y cómo y para qué escribe y, en general, de sus cosas. Pero quizá porque la entrevista no es promocional, o quizá porque un sol templadito proyecta optimista bonanza sobre los balcones a los que da su casa del centro de Barcelona, o vaya usted a saber por qué, la charla va cayendo torrencial. El escritor celebra hoy su 82 cumpleaños. El periodista es Borja Hermoso Villaverde y realiza la entrevista para El País:
¿No se habla demasiado en este país?
Ah, yo estoy totalmente de acuerdo con esto.
¿Dónde sitúa usted la frontera entre el habla y el ruido?
En este país hay ruido, sí, se casca demasiado y se grita demasiado. Y los medios de comunicación son tan poderosos y omnipresentes que el ciudadano nunca había estado tan informado, al minuto y de forma reiterativa.
Ese «tan» al que alude no suena muy positivo...
Es tremendo. La enorme proliferación de tertulias políticas suplanta lo que debería ser un debate serio en las Cortes. Un espectáculo tremendo. Y ese es el ruido.
¿Por qué pasa esto?
La libertad informativa está muy bien, pero no sé dónde está el límite, no sé cómo se resuelve eso. La gente está atiborrada de información, y la mayoría no sabe qué hacer con ella.
Pero, ¿no le parece que el nivel mediático y el de la calle, digamos el de cafetería, comparten un escaso interés por aprehender lo que dice el otro?
Sí, pero ese es el defecto nacional. No se atiende. La solución está, si la hay, en la educación, como en tantas otras cosas.
Ahí ya metemos el dedo en el ojo tuerto de este país: el sistema educativo. ¿Cómo lo ve?
No me gusta pensar que este defecto es genético, que los españoles somos así. Pero uno identifica muy fácilmente al enemigo en términos de «el que no piensa como yo, es contrario a mí».
En el tema de la educación, ¿qué cree que tiene que hacerse?
Incrementar el conocimiento de los valores cívicos, vamos, lo que cuando yo era un chaval llamaban urbanidad: cuál ha de ser la relación que mantengo conmigo mismo, y cuál debe ser mi relación con los demás. Pero estas cosas ya no están de moda. España es un país de cabreros, joder.
¿Es un país en el que se llama con demasiada facilidad «inútiles» a cosas realmente útiles? Por ejemplo la cultura, en sentido amplio.
Sí, pero eso si no se le inculca a la gente de joven… Cultura es saber comportarse, tomarte una cerveza con tu vecino y charlar con él. Entender tu relación con los demás y la de los demás contigo.
¿Influyen esos valores en cómo se escribe o al revés, es mejor obviarlos? Novela hecha con el intelecto, o novela hecha con las tripas…
Claro. Se suele hablar de un don, el don del talento para crear. Pero también se necesita cierto talento literario para leer. Incluso para leer a Verne, para no ponernos serios. Tiene que ver con la cultura, pero también con la sensibilidad… y eso se tiene o no se tiene.
Volvamos a la prensa. En su primera novela, Encerrados con un solo juguete, de 1960, escribe esta frase: «Qué tontería: ¿tenía algo que ver con la vida lo que llevaban los periódicos?». ¿Tiene alguna vigencia hoy esa frase?
Esa novela se escribió en plena dictadura franquista, y yo era consciente de lo que había, y lo trasladé a los personajes. Había censura, en la prensa y en todo. Lo que traían los periódicos sobre la vida nacional estaba filtrado. Todos traían lo mismo, La Vanguardia, el Ya, el Abc, La Prensa, El Diario de Barcelona… La prensa no reflejaba la realidad nacional, eso lo sabía todo Dios. Pero hoy esa frase no la diría un personaje mío. Aparte de esto, yo soy un lector de periódicos vicioso. Cuando escribía Si te dicen que caí me pasaba horas y horas en la hemeroteca de la Casa L’Ardiaca, ojeando la prensa de los años cuarenta y disfrutaba como un loco. Y ahí, no sé cómo decirle, me lo creía todo. Es como que, para que una noticia me la crea de verdad, tiene que pasar tiempo. De lo que leo en el periódico que acaba de pasar siempre tengo mis dudas.
El paso del tiempo. Lo cambia todo, ¿no?
Bueno, aquí ahora te encuentras cosas tan ridículas como ciertos historiadores catalanes que están revisando las relaciones con España y están reinventando, contando mentiras. Algunos pretenden que Santa Teresa de Ávila era catalana. En contrapartida yo estoy descubriendo, y va a ser un disgusto para ellos, que Xavier Cugat era murciano. Quiero decírselo al conseller de Cultura, Ferran Mascarell. Y el famoso torero Mario Cabré tampoco era catalán, era andaluz. Ya de chaval, había quien decía en el barrio que Walt Disney era catalán.
La censura franquista acabó hace casi 40 años. Hoy sin duda subsisten otras, económicas, políticas, la razón de Estado, la lógica de empresa… Usted escribió Si te dicen que caí consciente de que no sería editada en la España de Franco, como así fue (lo fue en México). Pero, ¿se arrepiente de haberse automutilado, de haberse autocensurado alguna vez?
Sí, sí, sí… soy consciente de eso, claro. En Encerrados con un solo juguete me corté, está claro. No por cuestiones de orden estrictamente político —porque nunca me gustó que de una forma explícita hubiera en mis libros tufos políticos, quiero decir, mensajes—, sino más bien de orden sexual-erótico. En La oscura historia de la prima Montse, que es una historia de la influencia de la educación católica en una muchacha, también me frené. Por eso luego lo tuve tan claro en Si te dicen que caí.
¿Molesta la realidad para escribir ficción? ¿Vive pertrechado frente a la realidad cuando está metido en una novela, o es al revés, necesita lo real como motor?
Fatalmente quiero saber todo y fatalmente lo vivo al minuto. Otra cosa es que procuro que la realidad no interfiera en mi trabajo. La intelectualidad me interrumpe el trabajo. Y la rabiosa actualidad me incordia. Pero no puedo prescindir de ella. Si no leo la prensa, el día no empieza bien para mí. Y además la prensa de papel, lo siento pero… de papel. No puedo hacer nada por evitar todo lo que está pasando en los últimos tiempos, que si el corrupto de cada día... Así que al final no hago más que encabronarme, es una especie de tortura. Además, soy un escritor fatalmente realista, no puedo prescindir de la realidad, otra cosa es que luego la enmascare.
Ya hace mucho que se acuñó el concepto realidad virtual. ¿No opina que casi todo va siendo ya virtual, que lo digital, lo descargable, lo que está pero no puede tocarse ya ha ganado la batalla y ha sustituido a lo tangible, lo palpable, lo que se huele?
Es imparable. Pienso que tiene que producirse una depuración de cosas superfluas. Probablemente de eso se ocupará el tiempo, no lo sé, pero el avance tecnológico, ese no lo para ni Dios. Aunque no soy pesimista del todo. Creo que el libro de papel seguirá existiendo, y lo mismo los periódicos de papel, puede que más reducidos. Me resisto a pensar que pueda desaparecer el papel. Mis nietos se ríen. Pero lo más grave es que la tecnología esté matando formas de belleza. El cine, por ejemplo, no es lo que era, la tecnología lo ha matado, es puro tebeo. El cine como una buena idea, un buen guion, unos diálogos... está desapareciendo.
Más realidad, mejor dicho, actualidad. ¿Cómo vive la irrupción y auge de Podemos?
Ya se ha demostrado que todo está por hacer en este país. Y entonces ha venido Podemos. A mí me parece ya muy positivo el revuelo que han montado, han removido el asunto y todos los demás están acojonados. Han dicho: «A ver, hay que hacer algo, hemos estado durmiendo en la paja y todo iba cojonudo, pero además de expoliar a todo Dios y robar a mansalva, resulta que ahora tenemos que hacer política».
¿No cree que, así en general, es bueno que la gente se ponga las pilas? Mejor tarde que nunca...
Mire los socialistas. Están con el agua al cuello. Y se les ocurren ya cosas que tenían dormidas desde hace siglos, como su relación con la iglesia católica de este país. O sea, todo lo que tenían en el programa aparcado por temor a perder votos —como lo de la iglesia— ahora lo empiezan a mover. No lo movió ni Felipe González, ni Zapatero… pues ahora que se den prisa, porque...
Para votantes fieles de un partido tradicional debe de ser incómodo comprobar por qué motivaciones reales se mueven a veces sus líderes…
Trágico. Aquí mismo, en Cataluña, están pasando unas cosas muy divertidas… que un partido como Esquerra Republicana, un partido que se dice de izquierdas, se alíe con la derecha, con la carcundia que es Convergència… y pretenda seguir haciéndose pasar por un partido de izquierdas. O Iniciativa per Catalunya, los antiguos comunistas, ¡el partido de los trabajadores! ¿En qué se ha convertido? Están acojonados. ¿Vio la comparecencia de Pujol, en la que echó la bronca a todos los políticos que estaban ahí?
La vi, un sainete.
Cuando arremetió contra todos ellos con aquel tremendo numerito de arrogancia política se tenían que haber levantado y haberle dicho: «Aquí se queda usted con su discurso de mierda». Y en vez de eso, aguantaron y cuando todo terminó hubo casi un besamanos que recordaba a algunas escenas de El Padrino. Fue una cosa vergonzosa.
¿Cómo ha vivido, como barcelonés y catalán, la ascendencia y caída de Pujol?
Para los que nunca comulgamos con las ruedas de molino del pujolismo, ninguna sorpresa. Nunca fue santo de mi devoción. Y ahora pienso en el catalán patriota, pujolista, nacionalista y de derecha, que se ha hecho la siguiente composición: «Ya no creemos en este hombre, porque en vez de ser fuerte, fue débil y se dejó llevar por la ambición, pero lo que levantó y lo que encarnó sigue vigente». Claro, es que es un sentimiento, una emoción, eso del nacionalismo, y por lo tanto está por encima de las personas. Cuando la persona ya no sirve, la apartan pero se queda el ideal.
Hacer creer a la gente que el nacionalismo no es sólo un vehículo emotivo sino un sistema ideológico como el socialismo, el marxismo o el fascismo, y convertirlo en arma electoral para asaltar el poder: una falacia, ¿no?
El delirio identitario, la reafirmación de que yo soy esto y los demás no lo son: eso es el nacionalismo, una cosa irracional que no concibo. Como soy hijo adoptivo, el asunto identitario para mí es muy secundario. Ahora Josep Maria Cuenca se ha empeñado en escribir mi biografía y...
Cuente, cuente…
Ha indagado sobre mis padres biológicos, pero a mí esto nunca me ha interesado mucho. Para mí, mis padres hasta el final fueron quienes me adoptaron. Pero bueno, Cuenca me ha hecho ver cosas que no sabía, algunas de ellas interesantes. Por ejemplo, en mis ancestros biológicos hemos descubierto que tengo orígenes… chinos. O sea, que soy un catalán con alma medio charnega medio china.
Por cierto, ¿queda algo del viejo charnego, materializado en el Pijoaparte de Últimas tardes con Teresa?
Muy poco, es un término que ya casi no se oye… la época de las grandes oleadas migratorias del sur acabó. Ahora el charnego es el magrebí. O el paquistaní. O el chino. La Rambla del Raval es árabe. Son ellos quienes pugnan hoy por hacerse un sitio en la sociedad catalana.
Viviendo en un país en el que, como España, nadie dimite nunca por nada, ¿no dan como ganas de dimitir de todo?
Pero hay que batallar para defender un criterio personal y unos intereses, es decir, hay que estar en la brecha. Entregarse, fatal. Y abandonar, ¿cómo? Emigrando, pero a mí se me ha pasado la edad. Con 20 años es probable que me largara de este país.
Bueno, de hecho se largó. A París. Se gastó allí la pasta rápidamente, de la peor manera posible… o puede que de la mejor.
Tenía 26. Me la gasté, sí, y volví con la idea de regresar. Entonces trabajaba en un taller de joyería y ya había publicado mi primera novela. Aquello fue, es verdad, más que querer ir a París, querer irme de aquí.
Bueno, aquel París debía de tener un poder de seducción…
A París te ibas soñando no sólo en que podrías ver las películas que aquí no podías ver o comprarte los libros que aquí estaban prohibidos, sino en que podrías ligar más. Era irse de la España de Franco, que era la hostia. Hoy no es lo mismo, hoy se va el que no tiene trabajo. Entonces sí había trabajo en España. Parados no había. El cabrón de Franco les decía a los empresarios: «No vais a tener huelgas, os lo garantizo… pero no me vais a despedir a un solo trabajador». Y así era.
REGRESAR A LA REVISTA