lunes, enero 19, 2015

Música / Entrevista a Carolina Kurkowski

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«El músico debe ser un poco obstinado».  (Foto: Arabia Press)

C iudad Juárez, Chihuahua. 19 de enero de 2015. (RanchoNEWS).- De madre colombiana y padre polaco, ambos músicos, la vida de Carolina Kurkowski siempre ha estado cerca de los escenarios. De la Filarmónica de Berlín llegó a la Orquesta Sinfónica de Bilbao (BOS) la pasada temporada, donde asumió el puesto de concertino, tomando el relevo de María Madru. Rigurosa con su trabajo, cuando habla de él y de la música, Kurkowski ríe con facilidad, ilusionada ante la idea de debutar como violín solista en la BOS tras meses en los que ha estado volcada en las responsabilidades de concertino. Será el 5 y el 6 de febrero, en un homenaje a José María Usandizaga (1887-1915) en el que, además de Dans la mer del compositor guipuzcoano, en el Palacio Euskalduna sonarán el Concierto para violín, violonchelo y orquesta en La menor de Brahms y la Sinfonía nº2 en Do mayor de Schumann. La entrevista en Bilbao para El Mundo Beatriz Rucabado.

¿Cómo definiría el concierto en el que debuta como solista?

Para la conexión detallada entre Usandizaga, Brahms y Schumann, quizá pueda responder más un director, pero respecto al concierto de Brahms, su última obra orquestal, es una obra muy íntima. Aunque está escrita para una formación muy grande, la conexión entre los solistas y la orquesta es muy cercana y todo tiene que fluir en una red conjunta. Y espero que ese 5 y 6 de febrero haya esa onda en la que todos podamos interpretarlo en una idea común.

Ésta es su segunda temporada en la BOS. ¿Le da eso seguridad?

El trabajo de concertino y de solista son dos cosas muy diferentes. Tocar de solista es otro mundo.

¿En qué sentido?

Mi mes de enero está siendo de preparación y tengo el tiempo de vivir como una solista y prepararme física, mental e instrumentalmente para una tarea tan responsable. Lo cual no quiere decir que ser concertino sea menos responsabilidad. La diferencia es que se me va a oír sola, y de concertino mejor que no se te oiga solo. Respecto al primer año, sí siento más seguridad, porque conozco un poco el ambiente, la gente, el público y las expectativas de todos. Pero diría, como antes, que espero que encontremos una onda común.

¿Cómo es su trabajo como concertino?

Yo lo siento muy sensible. Cada gesto, cada cara, cada palabra o frase que diriges hacia tu grupo o hacia la orquesta es importante. Hay que mantener también una cierta armonía laboral entre director y orquesta y, cuando eso está creado, encontrar, de nuevo, una onda común hacia la música. En Bilbao creo que lo estamos haciendo todos muy bien, porque la administración de la BOS tuvo en cuenta que era nueva y no me sentí de un día para otro cargada, sino que iba entendiendo cada mes un poco más de mi responsabilidad. Y cada día me doy más cuenta de cuántas cosas buenas se pueden hacer. 

En diciembre, en el Concierto para violín de Tchaikovsky, llamó la atención la conexión con el solista, Nemanja Radulovic. ¿Cómo se consigue esta compenetración? 

¡Eso es como hablar del amor! (Ríe). Simplemente vino, tocó... y muchas veces se dirigió también hacia mí con su violín; y había una onda común, una vivacidad y una captación de la música comunes.

¿Qué la decidió a venir a Bilbao desde Berlín?

Nunca antes había estado aquí, pero curiosamente me di cuenta de que podía imaginarme empezar una vida en Bilbao. Decidir, no lo decidí sólo yo. Toqué la audición como si con todo mi corazón quisiera venir y, por suerte, salió. El cambio fue muy radical, también porque nunca había vivido en el exterior. ¡Y creo que no le tengo que explicar a nadie la diferencia entre Berlín y Bilbao! (Ríe). Ni más ni menos, ni mejor ni peor... Aunque para mí, por ahora, mucho mejor en cuanto a la naturaleza, el ambiente, la cercanía al mar, el escuchar castellano, que es mi lengua materna... Y todo lo que estoy conociendo de la cultura vasca, y también la española.

 ¿Cómo encontró al público?

Antes de tocar una nota en este escenario, me advirtieron que ahí son muy fríos (ríe). Ahora, que el público igual también es un espejo para el artista. Si les abres el corazón, o lo que sea de ti, se abrirán ellos también. Pero también influye el momento y, por supuesto, la obra del compositor que estás tocando.

Hija de músicos y talento precoz, ¿se planteó otro camino en algún momento? 

Nunca estuve obstinada con tocar el violín. Me acuerdo que la primera vez que fui a una ópera en Coburg con mis padres, que tocaban en ella, tras la representación cogí un violincito y traté de tocar la melodía. Ahí es donde creo que descubrieron que yo era musical. Pero quizá yo entonces no tenía tan claro que hay que ser un poco obstinado si uno elige esta profesión. Y eso es lo que voy entendiendo cada día más (ríe). Dudo que haya un músico que no haya tenido dudas; ése es mi tipo de cárcel, pero es precioso (ríe).

Ha tenido la ocasión de tocar con el recientemente fallecido Claudio Abbado. ¿Qué pudo aprender de él?

La primera vez que toqué con él fue en el 2004, con la Joven Orquesta Gustav Mahler, que él fundó. El último concierto de esa gira fue en la Sala Santa Cecilia de Roma y fue una experiencia muy fuerte, con la que pensaba que se acababa mi mundo. Luego lo volví a ver en la Mahler, en la orquesta Mozart y, por casualidad, en un proyecto que toqué en la Berliner Filarmónica. Tenía algo muy especial, de crear justo de lo que hablaba, esa onda común de la música. Y una sensibilidad inmensa para interpretar gran cantidad de obras. Aunque a veces no era tan fácil seguirle, porque había que entenderlo a él también.

Tras una temporada sin director titular, para 2015/2016 contarán ya con Erik Nielsen. ¿Cuáles son las sensaciones de la orquesta?

Todos están muy contentos. Eso es lo que oí tras un concierto de temporada recién tocado, en el que todos quedaron encantados.



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