sábado, febrero 14, 2015

Cine / Alemania: No debe de ser fácil ser alemán

.
Un fotograma de 13 minutos. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de febrero de 2015. (RanchoNEWS).- Todos los años, la Berlinale dedica una jornada a que Alemania rinda homenaje a Alemania. Es el día en el que de forma ritual se sacrifica a un griego. Bah, no, era broma. Eso sólo ocurre en la imaginación de algunos, de bastantes. En realidad, lo que hace el festival es analizar la historia del país que la cobija con la misma fruición con la que no hace tanto otras cinematografías repasaban su guerra civil, por ejemplo. No sé si han oído hablar del cine afgano. Reporta desde Berlín para El Mundo Luis Martínez.

13 minutos, de Oliver Hirschbiegel, hace básicamente eso. El director de El hundimiento, aquella película que dio tanto que hablar por la supuesta humanización de Hitler, se adentra ahora en la historia de Georg Elser. Estamos ante el primer hombre que atentó contra el dictador apenas un par de meses después de iniciada la Segunda Guerra Mundial. El tiempo al que hace mención el título de la cinta se refiere a lo que faltó para que la bomba colocada en Múnich no cumpliera con el propósito para el que fue diseñada. Apenas un cuarto de hora para cambiar la historia del mundo.

Si se quiere, la película aún conserva intacto el aroma de los tabúes que se rompen. Hace unos años, en 2002, para ser preciso y con la publicación de A paso de cangrejo de Günter Grass, Alemania en general y su cinematografía en particular se vio de repente liberada, o casi, del doloroso trámite de pedir perdón a cada paso. El mensaje venía a ser: a) no todos los alemanes fueron malvados y b) los alemanes también fueron víctimas.

De paso se recordaba el asesinato de casi 30.000 civiles a manos del Ejército Rojo durante la evacuación de más de dos millones de personas desde Prusia oriental; el hundimiento del buque 'Willhelm Gustloff' el 30 de enero de 1945 cargado de refugiados que huían del último aliento de la guerra, y, por encima de todo, el bombardeo aliado de castigo del 13 de febrero de 1945 que redujo Dresden a simple polvo. Y así.

Anonyma. Una mujer en Berlín, de Max Färberböck, según el relato hiriente y autobiográfico de una mujer, Marta Hillers, violada y humillada en el Berlín liberado; Sophie Scholl. Los últimos días, de Marc Rothemund, sobre la soledad de la resistente antinazi La Rosa Blanca, o la reciente Diplomacia, de Volker Schlöndorff, sobre el nazi que 'se dejó' convencer para no destruir París son algunos ejemplos de todo esto. En el polo opuesto, no convendría olvidarse de Phoenix, de Christian Petzold, que se dedica a echar tierra a los ojos de la inocencia de nadie.

El tema está ahí y 13 minutos viene a reavivarlo. Sea como sea, la propuesta de Hirschbiegel no aporta mucho al asunto. La película se limita a pasear segura y obcecadamente convencional por el protocolo que dicta el género. Toda ella se detiene en la rareza que supuso un brote solitario de conciencia claro ante tanto horror y tanto error. Y se acabaron los análisis.

Elser actuó solo. Él, sin contar con nadie más que con su decencia, construyó la bomba, planeó su colocación y, finalmente, se sacrificó. Por él y por todos sus compatriotas. El régimen nazi no se lo podía creer; fue incapaz de entender la autonomía moral en tiempos de movimientos de masas como aquellos. Y menos aún, pudo comprender la independencia digamos técnica de un simple carpintero. Eso era. ¿Cómo construyó el hombre el artefacto sin internet? Increíble.

El director se limita a contar, en recorrido más o menos lineal, los acontecimientos con algunos flashbacks al pasado del personaje. Y, sin embargo, y aquí es donde se le va lo más interesante de la historia, es incapaz de trascender a la otra parte, al enemigo. En un momento del eterno interrogatorio, uno de sus captores duda. No alcanza a dar con el sentido de tanto heroísmo necesariamente fuera del tiempo e incomprensible. Y en ese punto es donde crece la curiosidad del espectador que, por desgracia, no viene satisfecha. Lástima. Ese personaje secundario merecía más, más drama, más sangre.

Sea como sea, vendrán más berlinales y sacrificaremos más griegos. Es broma.

A su lado, una claudicante sección oficial ofreció una nueva historia de mujeres. Llevamos unas cuantas en lo que va de festival. En el Polo Norte (Coixet), en un volcán guatemalteco (Jayro Bustamante), en el desierto árabe (Herzog)... Ahora es la debutante italiana Laura Bispuri la que ofrece en Vergine giurata las heridas del viaje equinoccial de dos hermanas desde la Albania profunda a la Italia superficial.

Hace tiempo que una de ellas huyó de una tierra de cabras, nieve y hombres. No es interpretación, es lo que se ve. Eso condenó a la otra a esa misma tierra de cabras, nieve y hombres; hombres de pedernal. Tan es así que, par sobrevivir, tuvo que convertirse ritualmente ella misma en hombre y jurar la virginidad de por vida.

Pasa el tiempo, mueren los padres y las dos volverán a verse. Y así, serán de nuevo las hermanas que fueron y las mujeres que nunca podrán dejar de ser. Las dos, cada una de ellas caminando en sentido contrario hacia la otra.

Bispuri opta por dejar la intensidad de la historia en manos de una Alba Rohrwacher tan tremendamente intensa como siempre. Quizá en exceso. Y de hecho si de algo peca este bello relato de la separación y del dolor es de excesivo. La directora en todo momento se muestra convencida de que emborronar es sinónimo de profundidad. Y no siempre. O nunca, incluso.

Sea como sea, el día se fue convencido de que todo, o casi, está decidido. La Berlinale se acaba y empieza a dar muestras de agotamiento.



REGRESAR A LA REVISTA