lunes, marzo 02, 2015

Literatura / España: Bajo el signo de Venus

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Lámina de la primera edición de Gamiani, de Alfred de Mousset, atribuida a Achille Devéria (1848). (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 27 de febrero de 2015. (RanchoNEWS).- Sade dio nombre a lo «sado» pero quizás es menos conocido que la segunda rueda de la bicicleta erótica de moda hoy gracias a las andanzas de Christian Grey, el «masoquismo», se debe al alemán Leopold von Sacher-Masoch. Entre los siglos XVIII y XIX recorre Europa una impúdica literatura erótica que revela unos usos amatorios (lesbianismo, prostitución, BDSM...) sorprendentemente modernos. Mauro Armiño ha reunido las ocho novelas más representativas en Los dominios de Venus. Escribe Daniel Arjona para El Cultural.

Erika Leonard James -alias E.L. James- no escribirá como los ángeles pero sabe dónde buscar sus historias. Siglo y medio antes de que la escritora estadounidense despachara 35 millones de ejemplares de una trilogía que gira en torno al contrato de sumisión sexual que el hierático Grey invita a firmar a la joven Anastasia Steele, existió otro contrato similar: el que Severin von Kusiemski rubrica con Wanda von Dunajew en La Venus de las pieles. Así, la autora de Cincuenta sombras de Grey encontró en la novela de Sacher-Masoch -o tal vez en la película homónima de Roman Polanski- una receta tan multimillonaria como añeja. El llamado «porno para mamás» no sería más que la enésima y descafeinada onda de choque de la explosión erótico-literaria que sacudió Europa en los siglos XVIII y XIX.

O al menos a sus élites. Porque el libertino dieciochesco que alborota los salones parisinos es una creación de los dueños de la sociedad, como explica Mauro Armiño -traductor de Proust, Balzac, Maupussant o Casanova- en el prólogo a Los dominios de Venus (Siruela, 2015), la antología de narrativa erótica europea de los siglos XVIII y XIX en la que ha reunido ocho novelas emblemáticas, La Venus de las pieles entre ellas.

Armiño recuerda que el libertinaje se empezó a popularizar en el reinado de Luis XIV (1638-1715) «y por supuesto se daba entre las clases superiores. El esplendor de los primeros años del reinado de Luis XIV va acompañado, con el propio rey -que sitúa a su favorita Madame de Lavallière al lado del trono junto a la reina María Teresa de Austria- como ejemplo de una vida sexual muy activa y diversa. Los aristócratas mueren como moscas por enfermedades venéreas, empezando por el Gran Delfín, el heredero del trono, y siguiendo por los Condé y los Conti, las segundas familias del reino. Ese esplendor del libertinaje en tiempos del rey Sol se difundió por toda la aristocracia».

Incautación en palacio

Armiño urdió en 2008 la antología Cuentos y relatos libertinos, con Voltaire o el marqués de Sade como invitados. Pasar del cuento a la novela y ampliar el espacio temporal no fue tarea fácil: la producción erótico-literaria de aquellos siglos es «inmensa».  «Se pone de moda en los salones y la censura, que la hay, no puede hacer nada porque los apasionados lectores pertenecían a la clase aristocrática que practicaba las costumbres licenciosas descritas; por ejemplo, la policía incautó 1.200 ejemplares de El portero de los cartujos en el mismísimo palacio de Versalles, junto a la capilla, en la cámara del predicador del rey».

Los dominios de Venus levanta una pasarela de prácticas sexuales profusa y desacomplejada. A saber: del anticlericalismo de El portero de los cartujos, atribuida a Gervaise de Latouche, o la Teresa filósofa, de Boyer d'Argens a la descripción en primera persona, naturalista e inédita, del deseo femenino en la Fanny Hill del inglés John Cleland o de la prostitución masculina en El libertino de calidad, firmada por el conde de Mirabeau. Del lesbianismo orgulloso del Gamiani de Alfred de Musset o el trazo grueso y escatológico de la Carta a la Presidenta, de Téophile Gautier, al análisis psicológico del sadomasoquismo en La Venus de las pieles de Sacher-Masoch o en La mujer y el pelele, de Pierre Louÿs.

¿Novela libertina? ¿Erotismo? ¿Pornografía? D.H. Lawrence sentenció que  «lo que para uno es pornografía para otro es la risa del genio», pero aunque es cierto que las definiciones se superponen y difuminan, sí es posible señalar cierta graduación.

En el arranque del XVIII, la reacción al romanticismo pusilánime que tan bien ejemplifica la Clarissa de Richardson, el gran bestseller de su tiempo, impone una nueva  «ley del placer» de tintes claramente «eróticos». La triunfal novela erótica barre con la primigenia idea libertina del amor como una carrera de obstáculos y con su lenguaje elusivo. «Los protagonistas tienen desde principio clara la compulsión del deseo. Se pasa directamente a la acción sin oratorias retóricas», según Mauro Armiño. Pero no nos choca aún la explícita dureza de la pornografía que desgrana todas las variantes imposibles e imposibles de las relaciones sexuales en la obra del Marqués de Sade, en La filosofía en el tocador o en Las 120 jornadas de Sodoma. El « divino marqués» -como lo bautizaron Breton y los surrealistas- agota la parte física de las relaciones sexuales, y descubre para el psicoanálisis la idea del dolor ajeno como motor de sexualidad.

La licenciosa Inglaterra

Si seguimos el periplo de la literatura erótica francesa en otros países comprobamos cómo la exaltación libertina de los más pudientes entronca con una larga tradición de literatura popular más o menos pornográfica. En la licenciosa Inglaterra del XVIII, antes del cierre victoriano, autores como Defoe, Swift, Richardson pero también escritoras menos conocidas pero muy leídas como Aphra Behn o Eliza Haywood consiguen el favor del público a golpe de tramas escandalosas y sentimentales, en ocasiones de un subido color erótico. Un público que, según explican José Santaemilia y José Pruñonosa en el prólogo a su edición de Fanny Hill publicada en Cátedra y seleccionada por Armiño para su antología, «era una clase media cuya preparación intelectual no exigía complejidades estructurales».

Fanny Hill es una novela admirable. Su autor, John Cleland, la escribió en 1748 tras dar con sus huesos en la cárcel por deudas. Gracias a su éxito pudo abonar las 840 libras que debía (unos 120.000 euros de 2014) y salir de la prisión para volver a entrar en ella inmediatamente junto a su editor y el impresor del libro. Fanny Hill anduvo prohibida 100 años y, en realidad, no pudo adquirirse libremente hasta 1970. En la distintiva obra de Cleland la inicialmente ingenua Fanny narra su descubrimiento del placer en primera persona. Ya en las primeras páginas anuncia su intención de contar  «la parte más ligera de mi biografía escrita con la misma libertad con la que la viví». Es ella la que elige y convierte a los hombres en lo que las mujeres representaban hasta entonces: artículos de lujo, fuente exclusiva del placer ajeno.

«Estas novelas recogen sobre todo», nos explica Mauro Armiño,  «la liberación de las represiones, desde el anticlericalismo de las primeras novelas eróticas, comprensible dado que la Iglesia se había encargado de poner freno a la libertad sexual durante toda la Edad Media, hasta las psicológicas. Los primeros protagonistas (El portero de los cartujos, Teresa filósofa) pertenecen a órdenes religiosas. Los conventos eran entonces, salvando las vocaciones, un aparcamiento de malcasadas, de viudas de la aristocracia, de jóvenes que, por carecer de dote, no podían aspirar a lo que para los padres sería una buena boda. Esas novelas, con su didactismo filosófico, se convierten en una sátira del libertinaje de la vida monástica contra el que existían críticas internas desde Lutero, y que llevaron a reformas en Francia, en España (como las de Teresa de Jesús), etc. Una vez pasado ese primer periodo, la novela hila más fino, se centra en los grupos sociales y en el individuo, descubre repliegues del comportamiento humano desconocidos literariamente hasta entonces».

Una implantación perversa

Michel Foucault denunció en su inacabada Historia de la sexualidad una suerte de  «implantación perversa» que en el XIX desplazó las formas de sexualidad no normativas a los arrabales de la sociedad. «Lo propio de las sociedades modernas no es que hayan obligado al sexo a permanecer en la sombra, sino que ellas se hayan destinado a hablar del sexo siempre, haciéndolo valer, poniéndolo de relieve como el secreto». Disolvía así esa paradoja decimonónica que se sigue de la coexistencia de la contrarrevolución victoriana -que sólo admite el sexo conyugal fuertemente reglamentado- y el auge inédito de la prostitución, las enfermedades venéreas y la pornografía. «La implantación de las perversiones es un efecto-instrumento: merced al aislamiento, la intensificación y la consolidación de las sexualidades periféricas, las relaciones del poder con el sexo y el placer se ramifican, se multiplican, miden el cuerpo y penetran en las conductas. Y con esa avanzada de los poderes se fijan sexualidades diseminadas, prendidas a una edad, a un lugar, a un gusto, a un tipo de prácticas».

Por su parte, el también pensador francés George Bataille arremete en su inédita Historia del erotismo que acaba de publicar en español el sello Errata Naturae contra el «hombre ser vil» y utilitarista que hoy gobierna en todas partes y cuya constitución histórica pasó por imponer un erotismo práctico, contable y de consumo, aniquilando así la riqueza y razón última de ser del erotismo, «que no puede servir para nada».  «Según el dicho popular, ‘de todo hay en la viña del Señor', prostitutas y santos, canallas y hombres de incomparable generosidad, pero ese dicho no es propio del pensamiento oficial, que reduce al hombre a lo neutro y que niega tal conjunto solidario, donde se unen el espíritu de sacrificio y las lágrimas con las matanzas y francachelas».

Fue precisamente el afán por interpelar directamente a la ambivalente naturaleza humana lo que cebó, como muestran las historias recogidas en Los dominios de Venus, la novelística erótica. Pero después de Sade, ya avanzado el XIX, es difícil no repetirse. La solución pasa por divertirse. Así, nace una simpática escuela literaria que rinde tributo a la escatología. Su capitán es Théophile Gautier, un día exquisito y romántico poeta y al siguiente extravagante y «cerdo» (como se llamaba a sí mismo) corresponsal. Gautier frecuentaba el muy cálido salón de la simpar Apollonie Sabatier, mujer excepcional que, según el testimonio de los grandes escritores de su tiempo, rompía todos los moldes usualmente atibuidos a su sexo. Fue a ella a quien dirigió Gautier, bajo pseudónimo, su muy popular Carta a la Presidenta, un ramillete de epístolas «tan idiotas como repugnantes», según Camille Mauclair, biógrafo de Baudelaire, que supone la exageración paródica de la narración erótica. Como ejemplo del tenor de los escritos, léase esta descripción de la entrepierna de las ginebrinas: «Si es que se puede llamar coño a esa máquina de hacer relojeros que las protestantes llevan entre sus descarnados muslos, bajo una rala mata de pelos a los que las menstruaciones obliga a hacer de pincel».

Una nueva pauta sexual

Las dos piezas que cierran la antología de Siruela -La Venus de las pieles y La mujer y el pelele- ilustran las primera prácticas sadomasoquistas en la forma cacónica en la que se reconocen actualmente: contratos de servidumbre sexual, azotes, látigos y otros artilugios. Se trata de una «nueva pauta sexual», como la describe Mauro Armiño que tiene en el alemán Leopold von Sacher-Masoch, con permiso del marqués de Sade, su primer y más célebre registrador y en La Venus de las pieles su obra de referencia. Durante un viaje al Tirol, un trasunto del autor que responde al nombre de Severin von Kusiemski, conoce a una joven viuda perteneciente a la nobleza, Fanny von Pistor, con la que firmará su primer contrato, por seis meses, prorrogable a un año más, de pérdida de libertad y entrega absoluta a la dominación de Fanny. La ruptura se produce cuando esta mujer incumple una de las exigencias: carece de gusto por la belleza. Más suerte tendrá con la segunda firmante del contrato, Aurora Rumelin, quien acabaría convirtiéndose en esposa literaria y real de Sacher-Masoch con el nombre de Wanda von Dunajew.

La mujer ideal para Sacher-Masoch sería una sádica que torturaría hasta la muerte a su pareja, de ahí que, al no alcanzar ese desenlace, el masoquista resulte decepcionado, según argumentó Gilles Deleuze, que estudió desde la psiquiatría y el psicoanálisis las propuestas del autor. La venus de las pieles tuvo un tremendo éxito. Fue adaptada al cine cinco veces, -por Jess Franco, Massimo Dallamano o, recientemente, en 2013, Roman Polanski- y The Velvet Undergroud se inspiró en ella para su canción Venus in Furs. Por no hablar de Grey y sus sombras...

Según Mauro Armiño,  «Sacher-Masoch ofrece la otra cara de la moneda: el dolor propio como fuente de placer; dolor sentimental de ver a la pareja en situaciones eróticas con otros, y, como colmo, dolor físico causado por esas parejas sobre el protagonista». Cuando le preguntamos por el fenómeno de Cincuenta Sombras de Grey que tanto debe a la novela de Sacher-Masoch, Armiño admite haber recibido «sus ecos, pero no he pasado, una vez conocidas las referencias, de los ecos».

Los Pirineos: cordón sanitario

En los primeros y convulsos compases del XIX, los grupos ilustrados de la sociedad española se apuntan con muchas duda a las heterodoxas filosofías materialistas que cruzan, con muchas dificultades, los Pirineos. Naturalismo, empirismo, ateísmo o libertinismo irrumpen en escena y con ellos las reuniones de petimetres y petimetras, majas y majos. La prostitución y las enfermedades venéreas se disparan, como refleja, entre otros, Jovellanos, y nacen las primeras sociedades secretas pornográficas como La Bella Unión, auténtico «club liberal» formado por militares, nobles y políticos que las autoridades acabaron desmantelando con gran escándalo de la Corte. Pero, como nos relata Mauro Armiño, España quedó en gran parte  «al margen de la guerra de religiones» y la Iglesia controló de forma severa la sexualidad, sus formas de expresión y los libros; por ejemplo, el francés posee muchos más términos eróticos o pornográficos que el español. Frenaron toda la literatura de ese carácter el Índice de libros prohibidos, la censura a posteriori y el Juzgado de Imprentas, dependiente del Consejo de Castilla. En el momento de la Revolución Francesa, por ejemplo, el ilustrado Floridablanca, primer ministro de Carlos III, se jactaba de haber puesto en los Pirineos el cordón sanitario más seguro de toda Europa frente a las ideas revolucionarias. Aquí la Ilustración española fue, ante todo, católica y estuvo tutelada y controlada: apenas hay en literatura ejemplos de erotismo: El arte de putear de Moratín padre, o El jardín de Venus de Samaniego. Visor acaba precisamente de editar el Album de Venus seguido del Arte de putear de Moratín en edición de Álvaro Piquero. El texto, que se escenificó recientemente sobre las tablas en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, recoge las dos principales poemarios «verdes» que circulaban tiempo ha pero que no se reúnen clandestinamente hasta 1815-1820 y no se editan en imprenta oficial hasta un siglo después. Son, sin embargo,  «la manifestación de un mundo vitalista, alegre y jovial que tiene poco que ver con el desarrollo del erotismo».

Canción

Cantar, goza y beber
es placer,
danzar, besar y reír
en medio de mil mujeres,
es en el mundo sentir
el placer de los placeres
Príapo, ven a mi lado
coronado
con hojas de vid temprana
ven con flautas y timbales,
con vista alegre y liviana,
sátiros y bacanales,
y arrastra tras ti borrachas, mil muchachas;
ven derramando licores,
y al rechinar de mi cama,
haz que canten cien cantores
los hechizos de mi dama.


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