viernes, abril 03, 2015

Fotografía / España: Un viaje por la piel de Cuba, el libro «La seducción de la mirada»

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Leda frente al espejo (1951), una de las imágenes más conocidas del desnudo en la fotografía de Cuba. Su autor, Constantino Arias (1920-1991).. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 2 de abril de 2015. (RanchoNEWS).-Bailarinas que posan con pañuelos transparentes, musculosos torsos masculinos, pechos voluptuosos, jóvenes pieles tatuadas, pubis, penes, culos; desde composiciones surrealistas a provocadoras; la belleza, lo erótico... Todo cabe en el volumen La seducción de la mirada (editorial Polymita), un recorrido por el cuerpo de la fotografía de Cuba desde mediados del siglo XIX hasta 2013. El ensayista y poeta Rafael Acosta de Arriba (La Habana, 1953) es el autor de un estudio que agrupa más de 400 imágenes de 93 artistas. Escribe Manuel Morales para El País.

«Este proyecto surgió hace cinco años, como estudio del erotismo del cuerpo», dice Acosta, «pero no es un libro de desnudos», aclara. Las primeras imágenes que recoge esta monografía son de inicios del siglo XX. «Eran de empresas comercializadoras de puros y las incluían como postalitas en las cajas de los cigarros para incentivar las ventas; al principio eran de prostitutas» .

Acosta cuenta que la fotografía llegó a Cuba en 1840, muy poco después de su invención, y que en seguida se instalaron varios retratistas en La Habana que ejercían su oficio con una clara influencia española; más adelante, en paralelo a la vida política, los aires fotográficos vendrán de Estados Unidos. Los desnudos aparecen en 1880, con las llamadas tarjetas fotográficas, que circulaban en manos de la alta sociedad habanera. A comienzos del siglo XX se desarrolla el fotorreportaje, aunque no es hasta 1927 cuando las revistas Carteles y Capitolio publican por fin una colección de desnudos femeninos de autores de varias nacionalidades.

 «El primer nombre relevante de la fotografía del cuerpo en Cuba es Joaquín Blez» (1886-1974), del que se exhibió en 1927 una colección de desnudos que le dio fama. Retratista de la familia del presidente Mario García Menocal, fue uno de los fundadores en 1939 del famoso Club Fotográfico de La Habana, que reunía a la clase media y alta, «la burguesía que tenía la fotografía como hobby». Para Acosta, el más destacado miembro de ese club fue Roberto Rodríguez Decall (1915-1995),  «por sus imágenes de sutil erotismo, de una delicadeza que supera el hieratismo de sus antecesores».

Acosta explica que antes de la revolución comunista de 1959, la difusión de imágenes de los bellos cuerpos cubanos era escasa. «Solo en unas pocas revistas y siempre para consumo propio; que se vieran en exposiciones era raro».

Con la llegada de Fidel Castro al poder «hay una pausa en esta clase de fotografía; no hay espacio para ella porque la imagen tiene otros fines, políticos». Tendrán que pasar años para que el cuerpo vuelva a ser un motivo del discurso fotográfico cubano. Sin embargo, de aquel periodo es la celebérrima foto La vida y la muerte, también conocida como La miliciana de Korda. «Una imagen muy atrevida» de una mestiza desnuda de cintura para arriba, a la que no se le ve la cara y que posa «con un pantalón de miliciano y una metralleta checa apoyada entre sus pechos espléndidos», dice este crítico de arte. El original de aquella foto está perdido pero Guillermo Cabrera Infante aseguró que a él le regaló una copia su autor, Alberto Díaz, Korda (1928-2001) al que el retrato le acarreó problemas con el régimen.  «Korda metió la mala pata al regalarle una copia al poeta soviético Yevtushenko», escribió en EL PAÍS el ganador del Premio Cervantes. Aquella imagen de la metralleta entre unos senos,  «con pezones de colección», como los describe, no gustó a la Embajada de la URSS en La Habana y, según Cabrera Infante, provocó seis años después que Korda se encontrara una mañana su estudio sellado por las autoridades. Fotos, contactos y negativos fueron confiscados, escribió el autor de Tres tristes tigres. Para incluir la desaparecida foto de la miliciana en el libro, Acosta tuvo que «ampliar el fotograma de una grabación en la que se mostraba el estudio de Korda».

En este ensayo sobre la estética del cuerpo en la fotografía cubana merece un capítulo propio Herman Puig (1929), que se marchó del país en 1957 y desarrolló gran parte de su carrera en París y Barcelona.  «Hizo desnudos de gran calidad, con imágenes que recuerdan a Mapplethorpe, solo que Puig es anterior al neoyorquino». Para el escritor Vicente Molina Foix, los desnudos masculinos de Puig son «tan estilizados de luz y pose como rotundamente carnales». Sin embargo, esas fotos no se conocieron en Cuba hasta comienzos de este siglo.

En los años ochenta del siglo XX, los nuevos retratistas de la isla «asumen los códigos de la modernidad». Esos jóvenes  «comienzan a utilizar el cuerpo para lanzar discursos contestatarios sobre religión, feminismo o los gays, por ejemplo». También se rompe el racismo con los retratados. Hasta entonces eran casi siempre de raza blanca. A partir de ese momento, negros y mestizos son considerados como modelos. De las dos últimas décadas, el autor nombra como fotógrafos importantes, entre otros, a Marta María Pérez Bravo, Abigail González, René Peña, Cirenaica Moreira, Juan Carlos Alom, Jorge Otero…

El reciente inicio del deshielo diplomático entre La Habana y Washington  «puede ser estimulante» para los artistas cubanos de la cámara, opina Acosta.  «Su principal mercado, el de los coleccionistas y galerías, está en Estados Unidos».


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