lunes, junio 15, 2015

Literatura / Entrevista a Emilio Lledó

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«Nunca he sido un hombre importante». (Foto: A. Heredia)

C iudad Juárez, Chihuahua. 15 de junio de 2015. (RanchoNEWS).- Seis niños y cuatro adultos, uno ya en edad provecta pero bien llevada, sonríen en una fotografía enmarcada en lo alto de un piano que hace tiempo que no suena. No hay nada especial en la imagen, una familia. Uno de los niños sujeta un balón, otra lleva un brazo vendado... Nada especial salvo las 10 sonrisas, que son puras, y se contagian al mirarlas, que iluminan una vida. Al lado, las paredes repletas de libros con el lomo maltrecho y títulos en español, en alemán, en francés... Hay tantos que no caben y escapan de los estantes y se acomodan como pueden por mesas, sillones y suelo, como galápagos. Ejemplares leídos y releídos, vividos, gozados.

Así, más o menos, se aparece el salón de Emilio Lledó (Sevilla, 1927) en una mañana de junio. El nonno Emilio, como le llaman sus nietas pequeñas, en italiano. Profesor de Filosofía, ensayista, ciudadano y abuelo, no necesariamente en ese orden. El jurado de los Premios Princesa de Asturias 2015 ha querido distinguirle en la categoría de Comunicación y Humanidades por concebir la filosofía como «meditación sobre el lenguaje». Es el último de una catarata de galardones que viene cayendo sobre el autor de Elogio de la infelicidad desde finales de 2014 y que ha incluido también el Nacional de las Letras. Lo entrevista para El Mundo Víctor Rodríguez.

No sé si le han dicho, profesor, cómo será la entrega del premio. ¿Lo recibirá de manos de la propia Princesa de Asturias?

Pues no lo sé. He recibido las comunicaciones oficiales que manda la Fundación, pero no me han comentado nada.

Sería bonito, ¿no? Una niña de 9 años entregando el premio a un señor de 87. ¿Le gustaría?

Por supuesto.

Supongo no se ofenderá si digo que es usted mayor, no deja de ser un hecho, pero, ¿se siente mayor?

Sí, un hecho terrible, je, je, je... Siento que la edad ya no me permite ciertas cosas, aunque trabajo como cuando tenía 40 años. No doy clases, pero escribo, leo, estudio... Somos seres de la naturaleza y estamos supeditados a la flecha del tiempo, que decía el poeta. Estamos engarzados en esa flecha del tiempo y no podemos desflecharnos de ella. Y tampoco hace falta.

La pregunta iba más en el sentido de si cuando mira a su alrededor, ve cosas que ya no entiende.

No entiendo la mala educación. El otro día, por ejemplo, vi a tres niñas de colegio, con sus uniformitos, escupiendo chicle en la calle. Es un acto, si quiere, insignificante. Pero no; es muy significante. Significa falta de respeto a lo público. Y ojalá todas las cosas malas del mundo fueran escupir chicle. Pero es significativo ese desprecio a lo público.

Posiblemente lo escupieran porque hayan visto a sus mayores o a alguien escupirlo antes que ellas.

No lo sé, probablemente, no juzgo. Pero se podría enseñar en la escuela. Yo soy partidario de esa asignatura de Educación para la Ciudadanía, me parece incomprensible que se haya quitado esa disciplina, asignatura... A mí es que me molesta el nombre de asignatura. Cuando fui muy joven a Alemania descubrí que en la Universidad de Heidelberg no había asignaturas. Y claro, para mí, fue una sorpresa.

Imagino que esa experiencia alemana fue muy liberadora.

Totalmente. Yo peso ahora 70 kilos, pero entonces pesaba 53. Bueno, pues esos 53 kilos se fueron a Alemania, y si de alguna cosa estoy orgulloso en mi vida, es de haber tenido el valor de partir. Sin saber una palabra de alemán.

¿Nada?

En el Bachillerato estudié algo. Lo maltraducía.

¿Marchó allí becado?

No. Es una de las cosas que se han dicho, pero no. Estando allí sí tuve becas, pero me fui con 6.000 o 7.000 pesetas que había ganado dando clases particulares y en la Academia Arana.

¿Por qué se fue, qué le llamó desde Alemania?

Yo creo que quería huir de este país, que había sido motivo de sufrimiento para mí y para mi familia. Quería escaparme provisionalmente y quería ampliar estudios.

Pasó allí mucho tiempo, en distintas etapas...

La primera vez estuve tres años. Soltero, aunque ya tenía novia. Volví en 1955, y me encontraba muy a disgusto aquí. Escribí a mis profesores en Alemania para ver la posibilidad de volver. Estuve en España un año y regresé a Heidelberg, ya casado, otros siete años. Después, entre 1988 y 1993, estuve en Berlín. Y, repito, estoy orgullosísimo de haber tenido esa energía para irme. Para mí fue una explosión de lo que ansiaba, de lo que creía o soñaba, de manera muy vaga, que era una universidad.

A veces usa la palabra grumo para referirse a algo espeso, que entorpece el entendimiento. ¿Eran tiempos grumosos en España?

Sin duda, no sólo grumosos. Pero con lo de grumo me refiero a tener en la cabeza algo que no deja fluir. Por eso es tan importante la educación, porque grumifica la cabeza. Yo veo en mis nietas de 7 años, en todos los niños, una frescura, una inteligencia, una curiosidad... Entonces llegan al colegio y les meten siete u ocho grumos. Toda educación que no sea creación de libertad es funesta. 

Le han descrito como «el profesor feliz».

Sí, el periodista Juan Cruz, que fue alumno mío en la Universidad de La Laguna. Y esa felicidad la da amar no sólo lo que enseñas, sino también a los que enseñas.

¿Se ha perdido ese amor hacia aquellos a quienes se enseña?

Mire, esta mañana, mientras desayunaba, escuchaba un anuncio de una universidad que decía que sus profesores trabajan en empresas, y que cuando los chicos acaben ya estarán colocados. Eso es la muerte de la universidad. Dejemos a los muchachos que se apasionen, no les obsesionemos con que se tienen que ganar la vida. Es una corrupción mental que no sé si nos han metido los políticos y la gente ha asumido. Sí, la vida es dura, es difícil encontrar un trabajo, hay paro... Pero ese problema no tiene nada que ver con esto otro.

¿Usted ha tenido ese problema?

Yo me he ganado la vida decentemente. Si hubiese querido tener un yate y cosas así, a lo mejor no, pero nunca lo he ansiado. No entiendo la corrupción ni la codicia. Y no quiero con esto hacer un ataque a los emprendedores, a los creadores de riqueza. Conocí a una de estas personas, un gran empresario, un hombre multimillonario, creador también de cultura. Estaba muy enfermo. Tenía con él cierta relación, sé que él me tenía mucha estima. Y me decía: «Tener tanto dinero y no poder comprar ni un día de tiempo...». Para qué querrán tanto algunos mequetrefes...

¿Puedo preguntar qué va a hacer con la dotación de estos premios?

Pues no lo he pensado aún. Yo no necesito dinero. Si tienen una dotación, lo agradezco. Pero no necesito ese dinero. Con mi jubilación y unos pocos ahorros no necesito más. Ya no compro libros, porque, como ve, no sé dónde dejarlos, y ese era mi único gasto importante.

Esther Tusquets contaba que, al cumplir 70 años, dejó de leer. ¿Usted sigue leyendo?

No, no, no, yo sigo leyendo. Mire, me gusta mucho la poesía y ahora estoy leyendo los poemas de Joan Margarit. O leo El Quijote continuamente . Tengo 10 o 12 Quijotes, todos subrayados, anotados...

¿Por qué duró tanto el franquismo, profesor?

Pues no lo sé.

¿Pero nunca lo ha pensado?

Mucho. Me ha interesado mucho eso y la Inquisición. Lo que pasa es que me amargaba y he dejado hace algún tiempo de volver sobre ello. Recuerdo una vez que vine a Madrid con mi padre desde Vicálvaro y vimos un gran cartel, no sé si en la Gran Vía o en la calle Alcalá: «No pasarán. Madrid será la tumba del fascismo». Y sin embargo pasaron. Y siguen pasando.

¿Siguen pasando?

Siguen pasando. Hay una mentalidad, hay una oligarquía, democrática, es verdad, que yo creo que ha heredado, aunque sean demócratas, y yo no lo discuto, ciertas formas. Repito, siguen pasando. Y eso, en mi opinión, me puedo equivocar, es un atraso. En alguna ocasión usted ha hablado de amigantes.

Sí, es un término que tampoco es muy académico, pero que me suena como mangantes. La política es la organización de lo colectivo, una lucha por la igualdad. Podrá sonar a música celestial o a utopía, pero, en absoluto. Las grandes cosas que se han hecho en la vida se han hecho con un punto de utopía, con un punto de generosidad. Lo demás casi todo es basura. ¿Cómo puede estar un indecente organizando lo colectivo, desorganizándolo para sacar provecho?

¿Quién es decente?

El que se da cuenta de que es parte de una colectividad donde deben regir la libertad y la justicia.

¿Lo más cerca que ha estado de la actividad política fue presidir en 2004 aquel llamado Consejo para la Reforma de los Medios de Comunicación de Titularidad Estatal?

He sido decano también, pero sí. Y me criticaron mucho por no tener televisor. He tenido, como todo hijo de vecino, pero cuando volví de Alemania se había roto y no lo arreglé. Ahora bien, soy uno de los que más saben de televisión en España. Me pasé un año entero estudiándola. Y no sirvió para nada. Es una de las cosas que no me perdono.

¿Por qué?

Entregamos dos volúmenes enormes al país generosamente, porque trabajamos gratis, nadie quiso cobrar un céntimo, y no sirvió de nada. Cuando pienso que a los setenta y pico años me robaron un año de mi vida, porque no hice más que estudiar televisión...

¿Por qué aceptó hacerlo?

Me parecía un deber ciudadano. La prensa, la televisión, los medios de comunicación son los que tienen verdadera influencia, los educadores de un país. Con una televisión bien manejada se transforma un país; con una televisión imbécil, lo imbecilizas. Y confieso que me irritaba que me atacaran por no tener televisor. Recuerdo en particular a un pájaro en la radio. Prometí no escucharle más: uno también puede tener sus pequeñas venganzas...

¿Se siente escuchado usted? ¿Cree que lo que dice cala?

No, en absoluto. Nunca he sido un hombre importante. Ahora me han caído estos premios, pero soy el que soy, un profesor jubilado feliz con sus libros. El otro día me protestaba Kant porque decía que hacía tiempo que no cogía La crítica de la razón pura y le tuve que contestar: «Oye, mira cómo te tengo... [enseña un volumen con el lomo medio descosido]».

O sea, son amantes exigentes.

Tremendos. Son implacables. Pero en el fondo me quieren.

No quería fatigarle más, pero sí hay dos cosas que le quería preguntar. La primera tiene que ver con lo que ha dicho sobre su primer viaje a Alemania. Ha mencionado que quería salir de España, porque le había causado mucho sufrimiento. ¿A qué se refiere? Son cosas familiares, demasiado personales. 

Quería salir y quería hacer mi doctorado. Y en aquellos tiempos era muy difícil, no salía nadie. Tuve que luchar, mejor dicho, alguien tuvo que luchar mucho por mí, para que me dieran el pasaporte. Y eso que yo ya había cumplido con el servicio militar.

¿Dónde, por cierto?

En La Granja de San Ildefonso [Segovia], en la milicia universitaria. El capitán de mi compañía estaba muy sorprendido de que quien mejor manejara el Mauser y quien mejor sabía montar la ametralladora Hotchkiss fuese un tipo de Filosofía y Letras delgaducho, con aire tan poco deportivo. Claro, él no sabía que mi padre había sido militar republicano, capitán de artillería, je, je, je. Y yo me callaba, no por nada... O sí, tal vez tuviera miedo.

La otra pregunta que quería hacerle es en qué consiste la felicidad.

En no avergonzarse de uno mismo, poder mirarse al espejo, no ambicionar demasiado, que la sociedad te permita desarrollarte, que el cuerpo no te dé la lata, no engañar... ¡Y no utilizar frases hechas!

¿Como cuáles?

«Poner en valor». Me pone de los nervios. O «generar». Todo se genera ahora, es un verbo de moda: generar empleo y cosas así. El otro día oía a un político de altísimo nivel, bueno, de bajialtísimo nivel, decir: «Los trabajadores están en la diatriba de dejar el trabajo o aceptar un sueldo más pequeño».

¿Dijo «en la diatriba»?

¡¡En la diatriba!!, dijo ese ignorante. Bien, pues ese ignorante influye sobre su vida, sobre la de su compañero fotógrafo y sobre la mía. Semejante merluzo. Tengo un cuadernito ahí, en la cocina, donde anoto lindezas parecidas, sobre todo de los tertulianos. Hay que respetar un poco el lenguaje. Enseñar a los niños a pensar con el lenguaje es fundamental.



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