lunes, julio 27, 2015

Literatura / Entrevista a María Kodama

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La escritora y viuda de Borges, hojea el libro Atlas. (Foto: Carlos Rosillo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 27 de julio de 2015. (RanchoNEWS).- María Kodama hizo con su marido, Jorge Luis Borges, uno de los grandes escritores del siglo XX, un viaje en globo que ilustra uno de sus más bellos libros, Atlas (Sudamericana, 1984). En el relato de sus viajes, Borges describe lugares extraordinarios que visitó con la imaginación y el conocimiento que sustituyeron su temprana ceguera. En esta entrevista, la viuda de Borges rememora el cumplimiento de aquel sueño. El viaje duró 45 minutos, se realizó en el valle de Napa (California) y en él siempre estuvo Borges divertido y feliz. La entrevista es de Juan Cruz para El País.

Este es un libro hecho como sonriendo.

Sí, la verdad es que sí, él se divertía mucho, le encantaba hacer cosas insólitas. Cuando estuvieron los Reyes de España en México nos comunicaron que no podíamos ir por la guerrilla, y él me dijo: «Es que no quieren que vayamos, ninguna guerrilla. ¡Vamos igual!». Ja, ja, ja. Era divertidísimo, porque no era miedoso; el miedo es lo peor que le puede suceder a una persona. 

En este caso debía vencer el miedo al globo.

¡Ah, no, le encantaba! Estaba ansioso, ¡esa noche no durmió! Me preguntó si creía que la canastilla iba a ser de plástico o de mimbre. Yo no tenía ni la más remota idea. «Supongamos que de mimbre», le dije. Al llegar nos explicaron que un auto iba siguiendo el recorrido y que cuando uno aterrizaba volvía en ese auto, en el que había que llevar una caja de botellas de champán para la gente del terreno donde aterrizábamos y una botella aparte por haber llegado bien.

¿Cómo se preparó?

En el coche él iba fascinado, entusiasmadísimo. Le explicaron, además, que era muy difícil abordar, porque había una especie de estribo. Él dijo: «Cuando era joven yo era un excelente jinete». Al final le dije al chófer:  «El señor ha decidido que va a andar en globo y diga usted lo que diga va a subir. Hagamos una cosa: díganos qué necesita para que vaya y yo le firmo un papel en el que me hago responsable de ambos, pero no sigamos discutiendo. Es inútil». Él quería ir en globo.

¿Cómo se sintió?

Le dio una alegría enorme. Cuando el hombre lo agarró para ayudarlo a subir le decía: «Usted es un hombre muy grande, muy fuerte. Usted puede pisarme si no acierto a pasar». Muy divertido.

Representa mucho a Borges ese viaje.

Imagino que por todas esas historias de los viajes en globo de la literatura fantástica. Y por el viaje a la Luna también. Por el alunizaje fue la primera, única y última vez que se sentó frente al televisor para que le describiera lo que veía.

¿Cómo fue su reacción ante el televisor?

Yo tampoco tenía televisor; lo trajeron desde la parte del servicio a la parte principal para que él pudiera ver el alunizaje. Le iba describiendo paso a paso lo que hacían los astronautas. Le encantó. No le gustaba la tele, pero aquello le gustó.

¿Ese momento fue para él literario, científico, borgiano?

No lo sé. No quiero ponerlo en boca de él, pero por lo que me decía creo que lo vivía como la victoria de lo que aparentemente, para la gente sin imaginación, es algo fantástico, un cuento, directamente algo que no existía. Como la corroboración de que ese mundo paralelo descubierto por casualidad o intuición se hace visible y realidad a través de esa primera proyección dada por los escritores, pintores o lo que fuera.

Una vez en el globo, ¿cómo se sentía ante el hecho de volar?

Estaba realmente fascinado. Aunque uno esté solo en un cuarto, es otro silencio, es algo muy especial. Es como si flotaras tú mismo sin el globo. Ese viento suave. Es un silencio muy muy especial. Algo parecido a lo que sentí en Japón dando conferencias: sentía la atención y la concentración como una presencia física que te exige. Eso, de manera placentera, es lo que uno siente volando.

¿Qué decía él?

Él estaba enloquecido. Decía:  «¡Pero, ¿se da cuenta? ¡¿Qué hacemos?! ¡Cuénteme!» Le decía que los autos se veían diminutos. Fue precioso, y él cumplía así su sueño de volar: nunca pensó que pudiera hacerlo.




María Kodama y Jorge Luis Borges en su viaje en globo.

¿Cuáles eran sus sueños?

Quería conocer la India, Egipto. A Egipto fuimos; le fascinaba ese mundo. Tuvimos un chófer que era copto. Extraño. Borges quería pasar una noche en el desierto. Este hombre nos llevó cerca de las pirámides del Saqqara; era ya tarde, estaba oscuro. Al llegar, el hombre silbó y empezó a salir gente de las ruinas. Nos habían avisado de que algo podría pasar, y ahí pensé yo que yo estaba loca, que no teníamos que haber ido, no conocíamos a nadie. De pronto vi que uno de los que se acercó no tenía oreja. Yo me preguntaba por qué, ¿habría matado a alguien? Borges me dijo: «No nos preocupemos, ¡disfrutemos este momento antes de que nos maten!», ja ja ja. Luego lo llevaron en una sillita de oro, con las manos de los hombres cruzadas. Yo le gritaba a Borges que tuviera cuidado con la cabeza. Y los hombres repetían: «Cabissa, cabissa!» Hasta que Borges dijo:  «María, no diga más eso porque quién sabe qué palabra obscena será esa».

Debía ser divertido viajar con Borges.

¡Ah, sí! Había dentro de él algo fascinante, una fuerza y una alegría de vivir. Era una relación preciosa, lúdica, divina.

¿Cómo se llevaba con algo tan esencial como la pérdida de la vista?

Cuando lo conocí no podía ver para escribir. Nunca le oí una queja.

Borges, el Premio Nobel y el viaje al Chile de Pinochet

María Kodama estudió desde los 16 años con Borges, y al final de los días de este, en 1986, contrajo matrimonio con él. Tradujo obras con él, es autora de estudios y de cuentos, ha tenido premios en Japón, en Argentina, en Francia; es conferenciante por todo el mundo, creó y preside la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, creó el museo del escritor, organiza grandes exposiciones (como la del Pompidou en 1993) y, cómo no, actúa en defensa del legado de Borges. Del legado y de su historia. En esta entrevista contó algo poco divulgado: una llamada de Estocolmo antes de que él se fuera al Chile de Augusto Pinochet.

 «Recuerdo su ética. No traicionarse a sí mismo. Ya se sabe que fue candidato al Nobel. Un hombre lo paró en la calle una de las veces que no se lo dieron para horror nacional: ‘¡Ay, maestro, cuánto lamento que no lo haya ganado!’. Borges respondió: ‘¡No, Dios lo libre! ¡Así soy el mito escandinavo!’. En otra ocasión, iba a ir a recoger el doctorado honoris causa en la Universidad de Chile, aún con Pinochet, en 1976. Lo llamaron por teléfono desde Estocolmo. Yo muy contenta le digo que no nos hagamos ilusiones y que atendiera la llamada. Yo siempre me iba para que él estuviera en la intimidad con la persona que llamaba, pero me retiene. Por sus respuestas me doy cuenta de lo que le decían y aunque deduje todo después me lo contó. Pero acabó diciendo: ‘Mire, señor: yo le agradezco su amabilidad, pero después de lo que usted acaba de decirme mi deber es ir a Chile. Hay dos cosas que un hombre no puede permitir: sobornar o dejarse sobornar. Muchas gracias, buenos días’. Fue genial, yo lo adoré más que nunca. ¿Quién por sus ideas soporta algo tan tentador? Más allá o por encima de lo que podía ser su interés literario estaba la ética, no dejarse sobornar».

«Tenía que recoger el doctorado en la Universidad Católica de Chile; le dije que si no quería pensárselo, que podía alegar que estaba enfermo. Él me abrazó y me dijo: ‘¿Usted haría eso?’ Yo no, le dije, pero usted es otra persona. '¿Por qué cree que puedo hacerlo yo?' Y no se habló nunca más del asunto».

¿Y cómo vivió Borges que se reiterara tanto que él fue a ver al dictador argentino Jorge Rafael Videla?  «Fue una de las mayores injusticias. Si fue Sábato también a la misma recepción, ¿por qué sale sólo Borges como invitado?».



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