martes, octubre 20, 2015

Literatura / Entrevista a Adrián Paenza

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«Hay que buscar matemáticos para que se incorporen a los hospitales, como también tiene que haber matemáticos en las escuelas.» (Foto: Carolina Camps)

C iudad Juárez, Chihuahua. 20 de octubre de 2015. (RanchoNEWS).- El matemático y periodista encara la salida del décimo título en once años con la misma feliz sorpresa de siempre: «Si hubiera sabido que esto iba a pasar con los libros, los hubiera escrito hace treinta años. Lo que pasa es que la sociedad no estaba preparada». Silvina Friera lo entrevista para Página/12.

Nada mejor que sembrar dilemas con intriga para cosechar el pensamiento. Adrián Paenza, que bien podría ser como el Sherlock Holmes de la matemática, jamás plantea problemas con trampas subyacentes. Lo saben sus lectores y sus televidentes, que suelen entregarse al hilván de razonamientos necesarios para llegar a una solución posible. Quizás uno de los mejores estribillos que puede escuchar sea de chicos y grandes que ¡tienen ganas de pensar! –como Juli, el hijo mayor de Gerry Garbulsky, organizador de las charlas TEDx Río de la Plata–, de probar caminos y alternativas con la tenacidad de quienes no claudican ante la dificultad. «Muchas veces se trata de inferir qué sucede o qué sucedió sin que los datos sean directos. La idea es tratar de conectarlos, combinarlos, imaginar diferentes escenarios, elaborar alguna estrategia y fijarse si el producto final es lo que uno estaba buscando», escribe Paenza en Detectives (Sudamericana), una invitación a develar 60 enigmas de la matemática recreativa, el décimo libro de la saga de textos de divulgación que presentará hoy a las 19, en el Centro Cultural Kirchner, acompañado por el ministro de Economía, Axel Kicillof.

El mejor comunicador de matemática del mundo –según la Unión Matemática Internacional, que le otorgó el premio Leelavati 2014– llega a su «segundo» hogar: el bar El Caballito, en la esquina de Las Heras y Billinghurst, que aparece mencionado en sus libros. La mirada chispeante de Paenza destila una curiosidad inagotable, como un felino al acecho de una idea que pueda irrumpir en la periferia de sus reflexiones.  «Yo no planifiqué nada de todo esto, no me voy a quedar con el crédito de algo que no hice», cuenta en la entrevista con Página/12.

Después de haber publicado diez libros de divulgación en once años, ¿qué balance hace sobre el interés que generó con la matemática?

Ahora sí hay una masa crítica de materiales y de cuestiones que me fueron pasando, como si yo fuera un espejo donde se reflejaron un montón de cosas. Yo aprendí mucho en todo este tiempo, aprendí cosas que no sabía. Había una gran necesidad, sobre todo en la parte de la educación, de tener problemas del tipo que planteo en los libros en castellano, de la misma manera que lo había en italiano, en alemán, pero no tanto en inglés. Por eso Random House, que tiene sucursales en distintas partes del mundo, traduce el libro a distintos idiomas, pero no al inglés. Al principio no entendía por qué no lo traducían al inglés. En Estados Unidos se publican 300 mil libros por año, de los cuales 300 solamente son traducciones, se traduce el 1 por mil. Que traduzcan un libro de matemática es muy poco probable. La oferta en inglés es muy grande, pero en otros idiomas no. En España están por publicar mi séptimo libro, los alemanes ya van a publicar el quinto; esto también dice cosas, como que publiquen el libro en checo o en portugués. Me di cuenta de que había una necesidad de decir:  «mostrame cómo y dónde se usa la matemática...», que no sea para mandar satélites, porque la gente no está mandando satélites todo el tiempo ni construyendo puentes, sino que la vida pasa por otro lado. Me doy cuenta de que los libros han generado un ida y vuelta en colegios primarios y secundarios cuando veo que el material se usa como material de educación. Eso es una caricia en el corazón, pero también es un compromiso.

¿Qué aprendió en cuanto a cómo comunicar la matemática?

Los matemáticos estamos a la búsqueda de patrones. Ahora entendí que había cosas que sabía y que las podía usar de una manera diferente. Hay que buscar matemáticos para que se incorporen a los hospitales, como también tiene que haber matemáticos en las escuelas, porque va a permitir consultar qué sirve o no, cómo se enseña y qué utilidad tiene. Tenemos una educación históricamente muy enciclopédica; la persona era considerada sabia en la medida en que sabía un montón de cosas. Pero ahora está Google, entonces no vale la pena dedicar tanto tiempo a aprender cosas que uno las puede buscar en un instante. En vez de aprender un océano de cosas sin profundidad sería mejor aprender diez o veinte problemas en forma profunda.

¿Cuáles son los desafíos o los obstáculos que hay que sortear para comunicar la matemática?

Si entiendo un problema, lo puedo contar. Si no entendés es porque estoy contando mal el problema, no puede ser que yo entienda algo y vos no. No es que la matemática sea trivial o no requiera esfuerzo; yo estoy tratando de bregar para que empecemos de manera distinta, para que seamos capaces de seducir. Después si alguien va a querer dedicarse a estudiar matemática, hay problemas que están abiertos hace 400 años y que no está claro que nadie los pueda resolver. Cuando un docente te dice «encuentre la solución a tal problema» en un examen, el docente sabe la solución. No es lo mismo encontrar la solución de un problema que uno sabe que tiene solución a buscar la solución de un problema que no está resuelto todavía. Si no le hacen trampa, la gente que se entretiene con el género policial busca algunos datos esparcidos a lo largo de la película o del libro, ¿es capaz de descubrir al asesino? El que está escribiendo el libro o filmando la película conoce el resultado.

En el libro cuenta cómo Ricardo Darín no aceptó que lo ayudara y resolvió solo un problema que usted le planteó.

¡Lo de Ricardo fue extraordinario! Lo de Ximena Sáenz, coconductora de Cocineros argentinos, también. Fue maravilloso cuando ella se dio cuenta de cómo resolver el problema.

A veces la solución está frente a nuestros ojos pero cuesta verla...

Claro, uno también aprende a descartar. Todo esto forma parte de lo que se llama la matemática recreativa. Si uno entrara por ahí, uno querría más. Después te das cuenta de que hay otro tipo de problemas que requiere otro tipo de infraestructura. Yo me acuerdo cuando resolví el problema de mi tesis doctoral. Estuve durante dos años pensando cómo resolver el problema hasta que una noche de julio estaba sentado en la facultad, esperando a un par de amigos físicos, al lado de un pizarrón verde con una tiza amarilla, cuando de pronto se me ocurrió una idea. Ahora que lo cuento se me ponen los pelos de punta porque pensé: «Me acabo de doctorar... » Me faltó un año más hasta que escribí la tesis. Yo quería llegar a mi casa para saber si no había cometido un error, pero tenía la sensación de que había logrado resolver el problema. Hay un grupo de científicos que están tratando de empezar a escribir revistas científicas donde se publican los resultados que no pudieron ser probados, para ahorrarles el camino a otros y advertirles: «Mirá, ya fuimos por acá, esto no funciona».

¿Qué significó para usted recibir el Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Quilmes?

No lo esperaba, para mí siempre los Honoris Causa se los daban a otros. Entonces me impactó mucho. Cuando este tipo de reconocimientos viene de los propios estudiantes y graduados, que fueron los que propusieron mi nombre, cómo no me voy a emocionar. Yo soy el primer graduado universitario de mi familia. Cuando era chico, el orgullo era ir a la escuela pública... Si me ponen todo el menú, algo voy a comer, algo me va a gustar. Si están todos los géneros musicales, algún género me va a gustar. Si te obligo a que te gusten las marchas militares o te obligo a que te guste la polenta, tus gustos van a estar muy reducidos. Y vas a terminar renegando de todo lo que te fue impuesto. Las cosas que mi vieja me decía que tenía que comer son las que no quiero comer hoy: huevos, brócoli, espinaca... porque estaba el mito de que me hacían fuerte.

Si la matemática le hubiera sido impuesta, no hubiera sido matemático, ¿no?

Posiblemente no. Me acuerdo que mi viejo se sentaba conmigo los domingos cuando yo era chico y me hablaba de la tabla de logaritmos. Es raro... yo no sé si él entendía bien porque no era matemático, pero él me planteaba una cosa interesante porque me preguntaba: ¿qué es más fácil: multiplicar o sumar? Yo le decía que sumar y él me contaba que los logaritmos convierten multiplicaciones en sumas. Entonces me despertaba la curiosidad sobre una herramienta que hacía todo más fácil. ¿Para qué vamos a estudiar la tabla de logaritmos cuando ahora la tenemos en el reloj? Cuando estaba en la facultad, la primera computadora, la famosa Clementina, ocupaba una habitación como este bar. Si bien soy viejo, no tengo 400 años, tengo 66 (risas).

En el libro presenta un problema, «La paradoja de Simpson», sobre el mal uso de la matemática en un juicio por discriminación que hizo una joven estadounidense que no pudo ingresar a la Universidad de Berkeley.

Por eso es necesario poner en duda y cuestionar. ¿Cómo se puede saber, encuestando a un grupo pequeño de dos mil y pico, la voluntad de treinta millones de personas? Ahí importa saber lo que es el azar, pero nos llevamos muy mal con el azar. Este experimento está hecho: un profesor le pidió a un grupo de alumnos que le escribieran una tira de doscientas caras o cecas en orden, tirando o no la moneda. Al día siguiente juntó todas las hojas y dijo: «vos tiraste la moneda», «vos no la tiraste...» y acertó con todos. Si mirás que alguien escribió «cara» siete veces, pensás que no tiró la moneda. Sin embargo es más probable que en doscientas veces aparezca una sucesión de siete veces cara o siete veces ceca. Pero no creemos eso; es notable porque atenta contra la intuición. Pero la intuición también se entrena.

Llega un mensaje al teléfono de Paenza. Quizá sea alguna de las personas que hacen de «beta testers» en los libros, como los matemáticos Carlos D’Andrea o Carlos Sarraute. «Si hubiera sabido que esto iba a pasar con los libros, los hubiera escrito hace treinta años», dice el matemático, después de responder el mensaje. «Lo que pasa es que la sociedad no estaba preparada. Un día Tristán Bauer me dijo que quería hacer el libro por televisión y apareció Alterados por Pi, que va por nueve temporadas. La Universidad de Quilmes me pidió que diera una charla y hablara con la gente como si fuera un stand up de matemática. Para la presentación de Detectives van a estar Lino Barañao, Daniel Filmus y Alberto Sileoni; tenés al ex ministro de Educación y al actual. Alguna vez vino la Presidenta. Algo dicen todos estos nombres de lo que pasa con la ciencia en el país, ¿no?

¿A quién imagina para el Ministerio de Ciencia y Tecnología: a Daniel Filmus o prefiere que continúe Lino Barañao?

Primero tiene que ganar Daniel Scioli las elecciones porque si no, no me imagino nada. Si hay un plan, si hay un proyecto, si hay una política de Estado, el que está al frente no debería ser tan relevante. Lo que vamos a pensar como política de Estado para la Argentina no puede depender de cuál va a ser el ministro de Ciencia. La cantidad de dinero que hay no es infinita. Hacer política es elegir de la cantidad de dinero que tenemos adónde lo distribuimos. Hay que estimular los videojuegos, otra de las cosas más controversiales porque cuando lo digo me dicen que los chicos se la pasan todo el día jugando a los videojuegos, como yo me pasaba todo el día jugando al tinenti. Mi vieja me decía: «¡Basta, Adrián, hace diez horas que estás jugando con eso!». Mostrémosle a un chico cómo puede ser capaz de programar un videojuego para que cambie el final. Después empieza a probar y de pronto está haciendo un satélite.

El dinero destinado a ciencia es apostar claramente por el futuro, ¿no?

Claro. ¿Quién hubiera dicho lo de Internet? Cuando estaba en la facultad en 1983, acepté un único cargo de secretario académico del departamento de Matemática. Entonces las revistas de matemática llegaban al país con dos años de retraso, es decir que había gente que estudiaba un determinado problema y cuando creía que lo había resuelto ya lo habían resuelto en Europa o en Estados Unidos hacía un año y medio, pero no sabíamos nada. Cuando vino el rector de la Universidad Complutense de Madrid, un amigo mío que se llama Baldomero Rubio Segovia, le pedí que me fotocopiara el índice de las revistas, que lo anillara y me lo enviaba por barco, porque llegaba a la facultad con un mes de retraso. Un mes de retraso es mejor que 24 meses. Entonces ponía eso en la hemeroteca y una persona que veía un artículo que le interesaba se comunicaba con el autor y le pedía que le enviara el artículo por carta. Ahora trabajás on line, con Skype; y es gratis. Del 83 a ahora pasaron 32 años. ¿Y dentro de 32 años qué va a pasar? Usted lo va a ver, pero yo no. Una vez le pregunté a mi sobrina y a sus compañeras si ellas preferían hacer un viaje al futuro o al pasado. Y después volver. ¿Qué preferiría hacer usted?

Ir al futuro.

El 80 por ciento de las chicas eligieron el pasado. Me sorprendió mucho porque al único lugar del pasado que iría es para ver cómo fue el origen de todo. Yo quiero ir al futuro para mirar qué me voy a perder (risas).

La presentación de hoy

Cada presentación de un nuevo libro de Adrián Paenza es un show interactivo donde el público participa resolviendo problemas. «El padre de la matemática recreativa», como se lo llama en la solapa de Detectives (Sudamericana), el libro que presenta hoy a las 19 en la sala 307 del Centro Cultural Kirchner (Sarmiento 151), con entrada libre y gratuita, tendrá como principal invitado al ministro de Economía, Axel Kicillof, quien tendrá que encontrar la solución a algunos de los dilemas que le planteará el matemático en vivo y en directo. Paenza anticipa uno de los problemas para ir pensando un resultado posible:  «Una persona entra a un negocio de deportes y compra una bicicleta y un par de guantes. Y paga por los dos 1100 pesos. Se sabe, además, que la bicicleta le costó 1000 pesos más que el par de guantes. ¿Cuánto vale la bicicleta y cuánto valen los guantes?», pregunta el autor de Matemática... ¿estás ahí?. «Y agregaría: piense bien antes de contestar». El lector atolondrado tal vez crea que el asunto es demasiado sencillo; entonces puede contestar que pagó 1000 pesos por la bicicleta y cien por los guantes. Pero no es la respuesta correcta.


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