lunes, mayo 09, 2016

Arqueología / México: Álvaro Barrera Rivera, el descubridor del monolito azteca de Tlaltecuhtli

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Hace 10 años, Barrera Rivera, quien dirigía el Programa de Arqueología Urbana, fue borrado del mayor hallazgo de este siglo por Leonardo López Luján; el especialista narra hoy a Excélsior cómo su equipo encontró la deidad azteca. (Foto: Cortesía de Álvaro Barrera Rivera)

C iudad Juárez, Chihuahua. 9 de mayo de 2016. (RanchoNEWS).- «Fue el 2 de octubre, el 2 de octubre para que no se olvide, ese día lo vimos y afortunadamente fue más o menos temprano cuando lo encontramos», recuerda el arqueólogo Álvaro Barrera Rivera sobre aquel día de 2006 en que asomó de la tierra uno de los costados del monolito azteca de Tlaltecuhtli. Para él y el grupo de arqueólogos con los que trabajaba, la fecha sigue siendo una de las más importantes de sus vidas aun cuando su participación en el descubrimiento arqueológico más importante de las últimas décadas ha sido borrada. Una nota de Luis Carlos Sánchez para Excélsior.

Junto con los arqueólogos Alicia Islas Domínguez, Gabino López Arenas, Alberto Díez Barroso y Ulises Lina Hernández, Barrera formaba el equipo del Programa de Arqueología Urbana (PAU) encargado de supervisar las obras que se llevan a cabo en las siete manzanas que circundan las ruinas del Templo Mayor de la antigua Tenochtitlán. Ellos encontraron y liberaron de su cautiverio en las profundidades de la tierra a la diosa azteca, en una historia de presiones, expectativas y emociones, que acabó finalmente en frustración.

Por primera vez después de diez años, Álvaro Barrera habla en entrevista sobre ese momento. Sobre las circunstancias en las que se dio el hallazgo de la Tlaltecuhtli, el boom que surgió tras su descubrimiento y las especulaciones de los especialistas para definir la escultura, también de las condiciones en las que simplemente se sacó de la jugada al equipo responsable del hallazgo y, sin más, fue sustituido por el del arqueólogo Leonardo López Luján.

Comienzo fortuito

Como la mayoría de los grandes descubrimientos arqueológicos, el de la Tlaltecuhtli, el monolito más grande recuperado hasta ahora en la Ciudad de México, sucedió por azares del destino.  «Ulises Lina fue el primero que detectó que había un fragmento de una escultura, vimos en ese momento aproximadamente unos 40 centímetros, fue entonces que se decidió excavar hacia los extremos y entonces nos dimos cuenta que tenía 3.40 metros, fue lo que en ese momento pudimos observar de la pieza, pero ya se veían los relieves y ahí empezaron muchas ideas de qué era», recuerda el arqueólogo.

El equipo de Álvaro Barrera venía trabajando en el predio denominado de las Ajaracas desde 2000. En la esquina de las actuales calles de Guatemala y Argentina, donde estuvo la Casa del Mayorazgo Nava Chávez, que acabaría siendo demolida tras las afectaciones de los sismos del 85, el Gobierno del Distrito Federal (GDF) planeaba construir la Casa de Gobierno que albergaría a los huéspedes ilustres de la ciudad.

La cimentación de la nueva casa permitió que se llevaran a cabo exploraciones en el sitio, un lugar que ofrecía enorme potencial arqueológico.

Barrera estaba a cargo del PAU desde 1997, a él correspondió hacer el proyecto de excavación. «A mí me tocó hacer el proyecto de salvamento arqueológico que fue aprobado por el Consejo de Arqueología y así pudimos hacer excavaciones en el lugar». La exploración localizó la Ofrenda 102 y las escalinatas del antiguo adoratorio, que funcionaron de 1486 a 1502.

Con ese hallazgo, los arqueólogos propusieron la construcción de una ventana arqueológica abierta que quedaría en el centro del nuevo edificio, rodeando las antiguas escalinatas. Pero los tiempos políticos aparecieron y ese mismo año se acabaron los recursos para continuar. Los trabajos también se habían topado con dos cisternas modernas que atrasaron la exploración: los arqueólogos debían dejar completamente liberada el área donde se construiría el muro de la ventana arqueológica, pero ya no hubo tiempo.

Barrera recuerda ahora: «en 2000 si no nos hubiéramos encontrado con esas cisternas y si hubiera existido un mes más de que tuviera recursos el Gobierno del DF, desde entonces hubiéramos encontrado la Tlaltecuhtli, pero como se acabaron los recursos ya no pudimos hacer bien el recorte de la excavación y ahí se quedó. Nosotros sabíamos que íbamos a regresar y que el corte completamente vertical lo haríamos en algún momento».

El regreso se dio hasta 2006 cuando nuevamente comenzaron a trabajar para liberar el área. A Ulises Lina le tocó trabajar en el costado donde apareció Tlaltecuhtli. Una roca más grande rodó y dejó al descubierto un fragmento de la pieza. De no haber sido así, el muro hubiera sido construido y la pieza quizás hubiera quedado escondida. Ese mismo día, recuerda Barrera, le informó al director del Museo del Templo Mayor, Juan Alberto Román, del descubrimiento y el equipo se fue como de costumbre, entre cinco y seis de la tarde, pensando en el hallazgo que habían realizado.

Barrera regresó a casa con un sentimiento cruzado, «por un lado da gusto que se haya encontrado algo que es fuera de lo normal, pero por otro lado venía el compromiso. Estábamos supuestamente en las últimas investigaciones de nosotros y había cierta presión de los ingenieros que querían intervenir en esa área». En 2006, el predio de las Ajaracas, al que se había agregado la Casa de las Campanas y la del Apartado, ya sería ahora un Centro de las Artes de los Pueblos Indígenas y los constructores presionaban para comenzar su trabajo.

Con el descubrimiento todo cambió, recuerda Álvaro Barrera. El 3 de octubre se convocó a una conferencia de prensa para dar a conocer el hallazgo de un altar con dos frisos en ese mismo sitio, pero la verdadera noticia se la llevó el descubrimiento de la escultura, apenas perceptible todavía entre la tierra. Con las autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), que encabezaba Luciano Cedillo y la presencia del jefe de Gobierno del DF, Alejandro Encinas, los arqueólogos pudieron respirar por unos momentos. También llegó Leonardo López Luján y su papá, Alfredo López Austin, «todavía no sabíamos lo que pasaría», dice.

«Encinas nos apoyó en todo, nos dimos cuenta que íbamos a tener todo lo que necesitábamos, el problema fue que si la encontramos el 2 de octubre para diciembre de ese año, Encinas iba a dejar de ser jefe de Gobierno y eso nos preocupaba, como sucedió, que no pudiéramos continuar con el trabajo. No sabíamos si íbamos a tener el apoyo y con él sí, porque antes de salir de su gobierno donó ese fragmento de terreno al INAH y ya no había tanta presión». De cualquier forma, los arqueólogos se apresuraron a liberar la escultura antes de que Encinas abandonara el gobierno de la ciudad.

Sobre la pieza ubicaron un basurero colonial que les permitió avanzar más rápido pero al llegar al piso prehispánico se encontraron con una dura argamasa en la que tuvieron que emplear un martillo hidráulico. Todos los arqueólogos, sin excepción, trabajaron pacientemente para dejar completamente a la vista la escultura que para entonces ya sabían que estaba fragmentada, que conservaba una amplia gama de colores y que bajo ella había una cavidad.

El 16 de noviembre, Eduardo Matos Moctezuma confirmó que se trataba de Tlaltecuhtli y que sus medidas eran de 4.16 por 3.62 metros con un espesor de entre 25 y 37 centímetros. La prensa presionaba para conocer cada detalle y entre la población crecía la expectativa. Diariamente, recuerda Barrera, llegaba gente a tratar de verla, desde artistas y deportistas hasta políticos e influyentes.

En enero de 2007 la pieza estaba liberada, Barrera ya había planeado la construcción de una base de hierro para colocarla una vez que fuera retirada de su lugar. Pero la historia cambió. Eduardo Matos anunció en una reunión privada que el proyecto pasaría a manos de Leonardo López Luján. ¿No pensaron que fue injusto?, «Sí, inclusive se tenía pensado entre los compañeros, porque así sucedía antes, que al hacer hallazgos relevantes a los que no tenían base se les daba base. Los compañeros tenían esa ilusión, pero no, todo se fue para abajo, no se pudo hacer mucho».

Algunos de los arqueólogos que trabajaron en el descubrimiento continuaron laborando a unos metros de ahí, en otra exploración del PAU en el Centro Cultural de España, otros se fueron a Teotihuacán y Puebla. Álvaro Barrera fue destituido como supervisor del Programa y Matos Moctezuma difundió que su salida respondía a que no contaba con el título universitario que exigía un proyecto de esa magnitud. «Él no lo puede hacer porque no está titulado, por eso nuestra urgencia de que llegue a titularse, para que él pueda en el futuro emprender trabajos, previa aceptación del Consejo de Arqueología», declaró Matos después de presentar un libro en marzo de 2007, en la Feria del Libro de Minería.

Totalmente borrados

En la sala del Museo del Templo Mayor donde ahora se exhibe la Tlaltecuhtli no existe rastro alguno de la participación de Álvaro Barrera y su equipo en el descubrimiento. «En un salvamento del PAU se corroboró la enorme importancia de esta esquina, al descubrirse allí el 2 de octubre de 2006 el monolito mexica más grande hasta ahora conocido», se relata en la mampara que da inició al recorrido donde reposa la escultura.

El pequeño circuito, cierra con otro panel en el que se da crédito a los miembros del Proyecto Templo Mayor. A la cabeza aparece Leonardo López Luján y el nombre de por lo menos cien personas que han participado en el estudio y conservación del monolito, pero de los responsables del hallazgo, nada.

Así fue sucediendo también en la bibliografía que se ha escrito sobre el tema. Todavía en enero de 2007, en la revista Arqueología mexicana (Vol. XIV, N. 83), Álvaro Barrera y su equipó firmaron un texto donde describen el hallazgo; inmediatamente después, en el mismo ejemplar, los arqueólogos Eduardo Matos Moctezuma y Leonardo López Luján reconocen en otro artículo a todo el equipo y plantean la teoría de que la Tlaltecuhtli es la lápida sepulcral del tlatoani azteca Ahuítzotl.

Un ejemplar de la misma revista aparecido siete años después, dedicado al Templo Mayor y coordinado por Matos Moctezuma (Edición especial 56), ya no menciona a los arqueólogos que descubrieron la escultura y en la Memoria de gestión 2007-2012 del INAH tampoco se les da ningún crédito. Matos tampoco les reconoce en su libro Grandes hallazgos de la arqueología (Tusquets, 2013), donde justifica la salida del equipo del PAU que encabezó Barrera.

Matos dice en la página 237 de su libro que «Una vez encontrada Tlaltecuhtli, uno de los primeros asuntos que tuve que resolver fue nombrar un arqueólogo responsable de los trabajos.» A diferencia de lo que asegura Álvaro Barrera, Matos afirma que antes del descubrimiento, como se trataba de trabajos con carácter de rescate arqueológico, no se necesitaba permiso del Consejo de Arqueología pero una vez realizado el hallazgo, debía presentarse un proyecto de investigación que requería un especialista titulado.

A Barrera, agrega, lo nombró titular del PAU en 1997 porque «conforme al reglamento del citado consejo, podía laborar bajo la supervisión de un arqueólogo titulado». De esa manera, Matos decidió sumar la investigación de la Tleltecuhtli al Proyecto del Templo Mayor que encabezaba López Luján. «Antes no había trabajado ahí, él trabajaba en la zona arqueológica y como Ajaracas está pegada al área, él absorbe ese otro fragmento al proyecto», dice Barrera.

«De Ajaracas salió todo el equipo, fuimos relevados y entró Leonardo con todo su equipo. El estar titulado no importaba para la investigación, iba a seguir igual, de hecho yo ya tenía trabajando para el PAU desde 1997 y nunca fue un impedimento que estuviera titulado. Para hacer este tipo de trabajos cuenta mucho la experiencia, afortunadamente para ese tiempo yo tenía mucha experiencia, pero, bueno, son argumentos que él manejo, no sé en qué momento se le ocurrió que fueran así las cosas, también se dijo que no podía hacer el proyecto porque no tenía tanto recursos y cosas así, pero eso solito con el paso del tiempo se irían dando», agrega.

Barrera dedicó los siguientes años a terminar su tesis que presentó junto con su esposa Alicia Islas Domínguez, con el título Arqueología Urbana en la reconstrucción arquitectónica del recinto sagrado de México-Tenochtitlán. Sigue siendo arqueólogo de base en el Templo Mayor y actualmente tiene una comisión para trabajar en el Cerro de la Estrella, de Iztapalapa.


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