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El director iraní Asghar Farhadi (centro) junto a la actriz Taraneh Alidoosti y el actor Shahab Hosseini, ayer en Cannes. (Foto: Jean-Paul Pelissier)
C iudad Juárez, Chihuahua. 22 de mayo de 2016. (RanchoNEWS).- Ocurre cuando los festivales están llegando a la clausura que el cansancio en la cabeza y en el cuerpo de los receptores estalla, que los párpados se cierran en las proyecciones aunque hagas esfuerzos para que los previsibles ronquidos no molesten a los vecinos de butaca o eres paciente y comprensivo con los suyos, que lo único que deseas es pillar el avión que te devuelva a la rutina de tu vida cotidiana. Además, la estrategia en la programación de los festivales conoce perfectamente el orden en el que se deben de servir los vinos. Y como en las últimas jornadas una parte notable de los asistentes ya han abandonado el certamen, acostumbran a exhibir en el tramo final un material prescindible u olvidable. A veces se trastornan esas premisas. Recuerdo que Leolo, una de las películas clave de mi vida, se proyectó el último día y con la sala a medias. Por supuesto, ese maravilloso poema no recibió tampoco ningún premio. El jurado debía de estar también muy agotado y no percibió su belleza. Carlos Boyero reporta para El País.
Este año, afortunadamente, ha sido la excepción. Las películas El cliente y Elle no solo han conseguido que el personal no se durmiera o desertara de la sala, sino también un merecido aplauso final. El cliente la dirige el iraní Asghar Farhadi, autor de las muy inquietantes A propósito de Eli y El pasado, e igualmente de una obra maestra titulada Nader y Simin. Una separación. Y lo afirma alguien como yo, que padecí la abrumadora y ya pasajera moda del cine iraní, cuando todos los festivales se pegaban por conseguir películas de esta nacionalidad, aval que nunca entendí y tuve que sufrir durante inolvidables años.
El cliente tarda en comenzar a respirar. La media hora inicial invita a la huida. Parece que no ocurre nada en el retrato de un matrimonio obligado a desalojar su casa por peligro de derrumbe e instalarse en otra que les facilita un amigo. A partir del intento de violación que sufre la mujer en el nuevo domicilio, empiezas a vislumbrar la potencia dramática de este director, su certidumbre de que todo el mundo posee sus razones para actuar como actúa y que en ellas pueden alternarse la luz y la oscuridad, el derrumbe progresivo de relaciones amorosas que funcionaban modélicamente cuando una agresión física o moral transforma su existencia, el deseo de venganza y la necesidad de perdonar para no autodestruirse, el maquillaje intentando disfrazar lo que está definitivamente roto. Farhadi describe todo esto de forma sutil, consciente de la complejidad del ser humano y la mezcla de sentimientos cuando se enfrenta a situaciones límite. Esa comprensión no le impide la dureza ni la lucidez. Siempre sales tocado en su cine. Y deja poso. Te perturba lo que te ha contado, su lenguaje es de primera clase.
El director holandés Paul Verhoeven siempre se ha sentido fascinado por la turbiedad. Alcanzó la cumbre en su magisterio del morbo y del enigma cuando rodó en Hollywood la excelente Instinto básico. Muchos años después retorna en Elle al thriller sobre patologías ancestrales. Lo hace de forma cruel, en ocasiones tragicómica, narrando una historia perversa en la que lo transparente se torna oscuro y nada es lo que parece. La protagonista es una señora pragmática y fría que parece controlar su vida, dueña de una gran empresa de videojuegos, con moral relajada respecto a sus amantes y su familia, hija de un hombre que actuó en el pasado como asesino en serie de niños y que consecuentemente creó traumas imperecederos en la infancia de su hija. Esta mujer parece ser violada una y otra vez en su casa por un enmascarado especialmente violento. No denuncia esas repetidas agresiones. Y empiezas a sospechar que todo en la existencia de esa dama tan complicada forma parte de un juego maquiavélico y sucio que ella controla.
Las sorpresas se suceden y te atrapan. Es una película hipnótica y mórbida, con atmósfera, nada convencional. Y la protagoniza Isabelle Huppert en la mejor interpretación femenina que he visto en este festival. Ella, como siempre, está encantada de que le ofrezcan personajes tortuosos y enfermizos. Y lo borda. No es una actriz ni una mujer que me inspire simpatía ni calidez, pero su arte es mayúsculo. También su campo magnético. Es imposible desviar la mirada ni el oído cuando la filma una cámara. Hace unos días nos cruzamos con ella paseando por Cannes. No la reconocí. Era una persona tan bajita como insignificante. Pero la pantalla es suya.
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