lunes, mayo 23, 2016

Cine / Francia: Justa Palma de Oro a Ken Loach, inteligente portavoz de los débiles

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Ken Loach recibe la Palma de Oro de Canes por I, Daniel Blacke. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de mayo de 2016. (RanchoNEWS).- Me sorprendió gratamente que el año en el que presidía el jurado de Cannes Steven Spilberg le concedieran la Palma de Oro a la intimista, desgarrada y magnífica La vida de Adèle, un tipo de película que nunca rodaría el director de Tiburón, lo cual demuestra su inteligencia, su sensibilidad y su capacidad para apreciar el gran cine, aunque el planteamiento y el lenguaje de lo que premiaba estuviera en las antípodas de los géneros y la forma de abordar los que él utiliza. Reporta Carlos Boyero para El País.

A George Miller, director de la saga de Mad Max y presidente del jurado en esta edición, hay que felicitarle por algo similar. Han otorgado el máximo galardón del festival a I, Daniel Blake, la historia de un pobre y acorralado superviviente urbano, nada que ver con los épicos guerreros de la carretera que retrata con estruendo, violencia y medios espectaculares el director australiano. No es una paradoja; es el instinto para distinguir el buen cine, aunque no tenga nada que ver con el tuyo.

Ken Loach, al que debido a su edad no le queda mucho tiempo para alargar su concienciada obra, siempre ha sido alguien fiel a sí mismo, a su preocupación por el estado de las cosas, a su descripción de lo jodida que puede ser la vida para los de abajo, a plasmar doloridos o rabiosos protagonistas en su obra con gente con la que el sistema se ceba. Y le ha salido mejor o peor. Algunas de sus películas bordean el panfleto, pero cuando estas desprenden verdad, sentimiento y complejidad son muy buenas, emotivas, duras. Transmiten al receptor la lucha, la angustia o la desolación de gente normal y perteneciente a la clase baja que se siente machacada, que busca salidas desesperadamente, aunque se las nieguen todas. I, Daniel Blake es la mejor película que ha dirigido en mucho tiempo este director tan reconocible.

Loach vuelve a situarse en los suburbios de Londres. Ante la disparatada tragedia de un viudo al que los médicos le han diagnosticado peligro de muerte si su corazón y su cuerpo no se relajan, pero al que la burocracia le exige encontrar un trabajo si pretende cobrar la jubilación y sus derechos laborales. A este fulano, que vive una situación tan bárbara como angustiosa, le quedan fuerzas para ser solidario con una mujer joven y con dos niños a la que se le cierran todas las puertas, que sobrevive gracias al banco de alimentos y una vivienda social en derrumbe. Y describe esta mutua tragedia con un realismo que hace daño, con situaciones y personajes lúcida y estremecedoramente identificables, con tensión e implicación emocional.

Los idiotas de antes y de ahora, los adoradores de la nada pretenciosa y adornada, de mundos tan absurdos como herméticos, acusan a Loach de maniqueísmo, de hacer un cine viejo y caduco.

Me parto de risa ante su ira y su llanto al constatar que ese director al que desprecian ha conseguido triunfar en un festival que mima las modas efímeras, a esos creadores vanguardistas, coñazos y vacíos en los que ellos militan y a los que ni siquiera el público puede maldecir porque sus películas son inestrenables, ya que los distribuidores y los exhibidores, aunque se lo monten de experimentalistas y de modernos, saben que lo suyo ante todo es un negocio y que no son gilipollas, que los espectadores sensatos no darían crédito ante la vacuidad intelectual que intentan promocionar los patéticos farsantes y sectarios de los medios, esos mentirosos con audiencia limitada a sus seres queridos y algún cinéfilo adolescente y perdido.

Con el resto de premios tengo mis dudas, mi rechazo o mi comprensión. Es grotesco que la muy insólita y bonita película de Jim Jarmusch Paterson o la divertida e irregular comedia alemana Toni Erdmann hayan sido olvidadas en el palmarés. O no reconocer lo evidente con la formidable interpretación de la consagrada Isabelle Huppert. Pero me alegro de que se reconozca el talento del iraní Asghar Farhadi premiando su guion —aunque el principal atractivo para mí de este director no sean sus historias sobre la vida cotidiana, sino la forma de contarlas, de enredarlas, de golpear al espectador con reacciones turbadoras de sus personajes— y la interpretación de un actor tan sobrio como creíble.

El resto de premios me parece un disparate. Si tuviera que pasar el resto de mi vida viendo películas del ya tedioso director rumano Cristian Mungiu y del entre delirante y relamido director francés Olivier Assayas, que ha compartido el premio a la mejor dirección, me cortaba las venas. La actriz filipina Jaclyn Jose no parece haber estudiado en ninguna escuela para interpretar con naturalidad desbordante a la traficante de un barrio lumpen de Manila a la que chantajea la corrupción policial en Ma’Rosa. Su autenticidad te desarma. Y no sabía qué careto poner ante el llorón e intenso discurso del muy joven e hiperpromocionado, por los de siempre, director canadiense Xavier Dolan al recibir el Gran Premio del Jurado por su cansina e histérica adaptación de una obra teatral en Juste la fin du monde.

No ha sido un Festival de Cannes memorable, pero me alegro mucho del triunfo de Kean Loach con una película de la que es imposible desentenderte. Los espectadores normales, aclaro.

Palmarés de Cannes

Palma de Oro: I, Daniel Blake, de Ken Loach.
Gran Premio del Jurado: Xavier Dolan, por It’s only the end of the world.
Premio del Jurado para Andrea Arnold, por American Honey.
Mejor dirección: ex aequo para Oliver Assayas, por Personal Shopper, y Christian Mungiu, por Graduación.
Mejor actor: Shahab Hosseini, por Le client.
Mejor actriz: Jaclyn Jose, por Ma’ Rosa.
Mejor guion: Asghar Farhadi, por Le client.
Mejor cortometraje: Timecode, de Juanjo Giménez.
Premio Cámara de Oro: Divines, de Houda Benyamina.
Premio FIPRESCI de la crítica: Toni Erdmann, de Maren Ade.
Mejor película en Una Cierta Mirada: The happiest day in the life of Olli Mäki, de Juho Kuosmanen.
Mejor película de la Semana de la Crítica: Mimosas, de Oliver Laxe.



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