jueves, mayo 12, 2016

Obituario / Fernando Múgica

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Múgica eligió esta foto para su obituario. «Quiero que me recuerden así». (Foto: Ricardo Marqueríe)

C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de mayo de 2016. (RanchoNEWS).- «Preguntaos siempre por qué». Fue su penúltima clase, ya en la cama del hospital. En 1977, Fernando Múgica nos enseñaba, en el parque de La Taconera de Pamplona, a mirar el mundo a través de una cámara. «Tenéis que buscar la imagen insólita, la que nadie ha visto, la que todos querrán ver. No vale una foto más del Papa. Tendrá que ser el Papa... en un columpio». Algo inimaginable entonces. Una nota de Iñaki Gil y Juan Carlos Laviana para El Mundo.

En estos dos encuentros, separados por 38 años, se encuentran sus señas de identidad: La búsqueda de la verdad, su afán por cuestionarlo todo, su insistencia en llegar al fondo. Esta lucha por encontrar la clave, pese a injustos ataques de conspiranoico, es el reflejo del amor de este hombre honesto por una profesión que exige «constancia, sensibilidad, capacidad de escuchar y, sobre todo, amor a la verdad, la que hace que el periodismo tenga sentido».

La fotografía -¡ay, la fotografía!- fue su gran amor desde que a los 16 años comenzara a hacer fotos. Es imposible recordarle sin su cámara, casi siempre su Leica M4, con la que lo mismo fotografiaba la muerte en las guerras que la vida en la redacción. Siempre a la caza del instante decisivo que buscaron los grandes, sus ídolos Capa y Cartier-Bresson.

Y esencial es, cómo no, su vocación por la enseñanza. Cada vez que aparecía por la redacción, un enjambre ex de alumnos se agolpaba ante él, sin duda el más auténtico, el más entusiasta de la profesión. Igual con casi 70 años que con treinta y pocos, tenía una presencia arrolladora. Era alto, fuerte, rubio, con la mirada limpia de esos ojos azules que traspasaban las paredes.

Fernando Múgica nació en Pamplona en 1946. Estudió en los Maristas. Algunos amigos del colegio, como Juan José Benítez, le acompañaron luego en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Navarra, donde obtuvo el título en 1967.

Fue en La Gaceta del Norte donde se forjó como periodista. En 1975, ya convertido en reportero de grandes conflictos (Guerra de los Seis Días y del Yon Kipur), hizo lo que en el argot se conocía, igual que si fuera un alpinista, como su tercer Vietnam. De hecho, fue uno de los últimos en abandonar Saigón.

En 1977, con su gran amigo Iñaki Iriarte como director, fundó Deia, un diario moderno, innovador y extraordinariamente bien diseñado. Era la ruptura con la prensa rancia que sobrevivió al franquismo.

Ya tocado por el cáncer pero tan positivo como siempre, transmitía ánimos mientras repasaba su carrera. «Pensad cuántas cosas hemos hecho. Pocos periodistas tienen la suerte de acabar su carrera habiendo creado un periódico. Yo he fundado tres». Se refería a Deia, EL MUNDO y Diario de Noticias.

Dio el salto a Madrid y, de la mano de Ignacio Amestoy, se incorporó al programa 300 millones (1979-1981). Allí coincidió con nombres clave de la TVE de entonces como el director del programa, Gustavo Pérez Puig, y los periodistas y estrellas de la televisión Alfredo Amestoy y Tico Medina.

De nuevo reclamado por Amestoy, Múgica se incorpora en 1981 a Diario 16, periódico del que se había hecho cargo meses antes un jovencísimo Pedro J. Ramírez, con sólo 28 años. Amestoy es el encargado de lanzar el primer dominical del diario, El Semanal, que así se llamaba la revista. Reunió un ramillete de grandes reporteros que firmaban texto y fotos. Entre ellos se encontraban Alfonso Rojo, Gustavo Catalán y los jóvenes Fernando Baeta y Julio Fuentes, que moriría asesinado en Afganistán 20 años después. Una oferta irresistible del Grupo Zeta le llevó en 1987 a la nueva revista Panorama, que pretendía ser un Life español, la publicación gráfica con la que siempre había soñado.

Apenas dos años después, otro gran proyecto se cruzaría en su camino, el segundo medio que iba a fundar: EL MUNDO. Múgica se incorporó al Magazine, una revista dominical de gran formato. También aquí haría grandes reportajes de actualidad, con el formato de texto y fotos. En esta época cubrió la primera guerra del Golfo desde Jordania y el conflicto de Yugoslavia, su última guerra.

Una oferta para dirigir un periódico en su querida Pamplona no podía dejarle indiferente. Así que en 1993 aceptó el ofrecimiento del empresario Miguel Rico para lanzar Diario de Noticias. El rotativo, que pretendía «unir a todos los navarros», vio la luz en 1994 y Múgica permaneció al frente hasta 1995.

Regresó a EL MUNDO, donde prácticamente tuvo que volver a empezar. Fue reportero en el suplemento Crónica, en la sección local y EM2. También fue redactor jefe de Mundo y Opinión. Falto de despacho y como una sirena varada, se construyó todo un hábitat que dejaba perplejas a las visitas: una pecera con un buen número de especies de llamativos colores, y plantas, muchas plantas, que delicadamente se dedicaba a cuidar cada mañana. En aquella época, nació su gran amistad con la hoy columnista Lucía Méndez y la portavoz de Libres e Iguales, Cayetana Álvarez de Toledo, que entonces, acabada su tesis, escribía editoriales en el periódico.

Los atentados del 11-M de 2004 supusieron un antes y un después en su carrera. Otra vez. El 23 de abril, sólo 43 días después, publica un reportaje bajo el título de Los agujeros negros del 11-M. Daría nombre a una serie que le dio popularidad e incomprensión a partes iguales. Así lo recordaba en una entrevista con Lorena G. Maldonado: «Le dediqué cuatro años de mi vida. Día y noche. Y me costó muchas cosas: un matrimonio, que prácticamente todo el periódico me dejara de hablar, el desprecio de mis compañeros de tantos años... Creyeron que estaba loco, que mentía. Lo cuento con dolor, pero no me preocupa (...) Esto no es el Evangelio según San Mateo. Me ha costado mi propia vida. Ha sido una putada de un calibre... Y me he preguntado muchas veces: ¿merecía la pena? Es una causa inútil».

Allá donde estuvo prendió la llama del reporterismo en algún joven al que prestó o regaló una de sus cámaras. Dejó el recuerdo de su gran humanidad, un racimo de frases míticas que todos citan y el magisterio de los hombres que tienen las cosas claras: «¿Tú qué quieres ser? ¿Un periodista de éxito o un gran periodista? Porque no es lo mismo, chaval».

Como los grandes periodistas, Múgica nunca se retiró del todo. Con su cámara en ristre, siempre había una excusa para volver: sus clases, la destitución de Pedro J., los preparativos de la redacción de El Español, la entrega del premio de EL MUNDO a su amigo Pérez-Reverte... En 2001, de nuevo se había trasladado con sus hijos pequeños a Pamplona, a cerrar el círculo, en busca de sus orígenes o, como él decía, a por otra operación Taconera. De hecho siguió disparando sus cámaras hasta completar varios libros primorosos que autoeditaba para placer propio y de sus amigos. El pasado verano, el maldito cáncer, detectado en Cádiz durante las vacaciones con su familia, le obligó a volver a Madrid en una UVI móvil.

Su madre dijo hace sólo dos años a la revista Nuestro Tiempo que siempre había sido consciente de que su hijo podría no haber vuelto de algún viaje. «Un hijo que está en plena guerra se expone al peligro que corre un militar. ¿Dónde va? ¿A bailar? No puedes suplicar que no lo maten... Si le pasa algo, morirá como Gary Cooper, con las botas puestas».

De la última guerra, la de la enfermedad, no volvió. Fernando murió peleando por la noticia de su recuperación, sin tiempo ni de quitarse las botas. Deja cinco hijos: Olga, Marta y María de su matrimonio con Carmela (Serna), y Laura y Fernando de su segundo matrimonio con Paloma Sánchez. Hay que ver, Fernando, cuántas cosas has hecho.

Fernando Múgica nació en Pamplona el 7 de junio de 1946 y murió en Madrid el 12 de mayo de 2016 a los 69 años


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