martes, agosto 23, 2016

Libros / Inglaterra: Frank McDonough examina la relación entre las multinacionales y el estado nazi

.
Himmler con Goering, el segundo por la derecha, y sus colaboradores más cercanos, entre ellos el jefe de la Gestapo, Reinhard Heydrich. (Foto: Ullstein Bild / Getty)

C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de agosto de 2016. (RanchoNEWS).- «No sé si sabías que Hugo Boss diseñaba los uniformes de las SS», dijo el historiador del Tercer Reich, Frank McDonough, mientras comía un plato de patatas fritas y salchichas en el Penny Lane Pub, en la famosa calle a las afueras de Liverpool. Fue la primera de una serie de pequeñas bombas de información sobre el régimen nazi y sus relaciones con las grandes marcas multinacionales que McDonough, historiador de la Universidad de Liverpool, soltó al inicio de una entrevista sobre su nuevo libro, el éxito de ventas La Gestapo: Mito y realidad de la policía secreta de Hitler, escribe Andy Robinson, corresponsal en Liverpool para La Vanguardia.

«La Gestapo usaba un sistema de informática elemental basada en tarjetas perforadas para archivar los casos de los individuos que perseguían; fue diseñado a medida por IBM». Volkswagen y Mercedes fabricaban los vehículos y motores. Siemens era un beneficiario de la expansión del gasto público nazi. «Ten en cuenta que el estado nazi consistía en tres elementos: el partido, el estado y el gran negocio; el capital de monopolio era el socio del crimen nazi», explica.

«En la Alemania nazi, donde veías un campo de concentración había alguna gran empresa detrás; la empresa química IG Farben nazificaba a sus propios directores y ganaba mucho dinero en la operación de Auschwitz; con el pretexto de la pureza de la raza y la conquista de Lebensraum justificaba la utilización de mano de obra esclava en los países invadidos». «La empresa fue desmenuzada después de la guerra; ahora son varias empresas». ¿Sus nombres? McDonough no quiso decirlo por temor a acciones legales. Pero ya se sabe quienes son: Bayer, Agfa, BASF y Sanofi.

IBM no era la única de las grandes marcas estadounidenses que habían fidelizado al cliente nazi. «La Coca-Cola fabricaba en Alemania durante el periodo nazi y cuando estalló la guerra hubo un desabastecimiento del jarabe que necesitaba para fabricarlo, así que creó una nueva bebida: Fanta». Quizás por eso EE.UU. resultó tan generoso en la posguerra. Condonó la deuda alemana y financió un plan de reconstrucción sin hacer demasiadas preguntas. «Los estadounidenses querían que la economía alemana recuperase rápido para que luciera en comparación con el comunismo de la ex RDA», dice McDonough.

Se optó por condonar también a muchos de los agentes de la Gestapo. «Después de la Guerra, hubo una política de desnazificación; pero para desnazificarse, sólo hacía falta rellenar un impreso y tener dos avalistas. La mayoría de los altos cargos de la Gestapo fueron desnazificados y re­ubicados en la administración pública o en el sistema jurídico. El 60 por ciento de ellos pasaron a ser jueces en Alemania occidental», dice. «Hay lecciones en el libro; una es que pasamos página con demasiada rapidez en la historia; otra es que las cosas se repiten aunque los enemigos sean
diferentes».

Nacido en una familia obrera de Liverpool, McDonough dice que es «una especie en vías de extinción», doctorado por Balliol College Oxford gracias a un sistema de enseñanza pública excelente y gratuito. Se especializó en la historia del nazismo y consiguió la cátedra en la Universidad John Moore’s de Liverpool. Ha publicado una serie de libros sobre los orígenes del nazismo, la resistencia de miles de alemanes, desde comunistas a judíos hasta testigos de jehová, y la colaboración de otros miles o millones. Tras el éxito de su primer libro sobre la luchadora antinazi Sophie Scholl, McDonough indagó en los 73.000 archivos que aún quedan sobre la policía secreta nazi en Düsseldorf para contar las historias de otras víctimas y luchadores (los archivos en Berlín fueron destruidos en la guerra, así que los de Düsseldorf tienen un valor especial). El libro cuenta la historia de decenas de alemanes que lucharon contra los nazis y víctimas del terror de la Gestapo. Y a la vez, «pone patas arriba la idea de que la Gestapo era una organización muy grande que sometió al pueblo alemán; en realidad sólo tenía 1.500 agentes en un país de 66 millones; la clave de la Gestapo era la colaboración», sentencia.

El sistema funcionaba de la siguiente manera. Los nazis clasificaron a la gran mayoría de la población como «compañeros nacionales». El retrato robot del compañero nacional era: miembro de una familia tradicional, con muchos niños, racialmente «puros», heterosexual, y con un buen puesto de trabajo. «A estos los dejaban en paz y contaban con ellos para denunciar a la minoría que los nazis querían perseguir». Estos «eran los antisociables: los parados de larga duración, los alcohólicos, los presos y expresos; los gitanos, los homosexuales. A esos se sumaron los subversivos, desde los 8 millones de comunistas en Alemania a grupos religiosos minoritarios como los testigos de Jehová que fueron violentamente reprimidos. Sin, por supuesto, olvidar a los judíos. «Los judíos, al inicio, no eran la prioridad; la prioridad era aniquilar a los comunistas; la Gestapo sólo detuvo a 8 judíos en 1933 y 1934, y la mayoría eran comunistas». Todo el sistema estaba basado en chivatazos. «El vecino era la policía», concluye.


REGRESAR A LA REVISTA



Servicio de Suscripción
* requerido
*






Email Marketing by VerticalResponse