John Eliot Gardiner. (Foto: Sheila Rock)
C iudad Juárez, Chihuahua. 29 de julio de 2016. (RanchoNEWS).-Pilar de la revolución historicista que devolvió su pureza original a la música antigua. Intelectual pasional, como acreditan las casi mil páginas dedicadas a Bach en La música en el castillo del cielo. Fundador de formaciones con la solera del Coro Monteverdi y los English Baroque Soloists. Ganadero al frente de una explotación de carne ecológica. Sin duda, John Eliot Gardiner es una de las batutas más peculiares y sustanciosas del presente. Antes de sus conciertos en la Quincena de San Sebastián (5) y el Festival de Santander (6), el maestro británico charla con Alberto Gordo para El Cultural.
Cada noche, de camino a su habitación, el pequeño Gardiner (Fontmell, 1943) rehuía la mirada severa del señor con pelucón cano y solemne. Asomaba desde un cuadro colgado en las escaleras del molino de Dorset en que se crió. Era un retrato de Bach que había acabado allí tras un rocambolesca concatenación de casualidades. Un profesor de música de la Baja Silesia apareció de improviso en aquel condado inglés encarado con el Canal de la Mancha. Era 1936 y huía de Hitler, que había vetado a los judíos el acceso a los puestos públicos. Por todo equipaje, llevaba la pintura y su guitarra. Ante la inminencia del estallido de la guerra, se la dejó a los padres de Gardiner, para que la cuidaran mientras Europa se sometía a un nuevo purgatorio de plomo y odio.
El retrato, firmado por Elias Gottlob Haussmann y custodiado en la actualidad por la Biblioteca William H. Scheide de Princeton (Nueva Jersey), es el más importante del Cantor de Leipzig que existe. Pero esa es otra historia. Lo importante es el influjo obsesivo que ejerció en la niñez del maestro. La curiosidad por aquel personaje ya nada ni nadie la podría embridar. Ni siquiera la terminante sentencia de Albert Einstein: «Esto es lo que tengo que decir sobre la obra compuesta por Bach en vida: escuchadla, interpretadla, amadla, veneradla y callad la boca». Porque la atracción del muchacho la redoblaba, además, un entorno familiar en el que las partituras de Bach eran parte de la banda sonora de su cotidianidad campestre. «Tuve la fortuna de crecer en una granja en la que cantar era una costumbre arraigada. Mi tío abuelo, Henry Balfour Gardiner, fue compositor, y mis padres eran los dos cantantes amateurs. Él solía cantar en el tractor y a lomos del caballo. A mi madre le gustaban mucho las arias para contralto de las cantatas de Bach. Su voz flotaba por todo el molino», explica al teléfono Gardiner desde su ‘refugio' de Dorset donde hoy produce carne de vacuno ecológica.
El maestro británico no se ha sentido con autoridad para sostenerle la mirada a Bach hasta después de publicar La música en el castillo del cielo, una obra de toda una vida, lanzada en España por Acantilado. Casi mil páginas de erudición musicológica y perseverancia de sabueso para desenmascarar la personalidad velada por el gesto adusto que tanto le intimidaba en su infancia. La idea era llegar al hombre a través de los pentagramas, dada la escasez de documentos en los que el primero ofrezca pistas íntimas significativas. «Lo que hago es contar su vida a través de su escritura musical, que he interpretado y estudiado exhaustivamente desde hace décadas. Me centro en la música que conozco mejor, la que va unida a palabras: cantatas, motetes, Pasiones y Misas. Intento combinar el conocimiento historiográfico del contexto en el que se gestó y el análisis desde la perspectiva de un director de orquesta».
¿Los libros de Bach escritos hasta ahora le resultaban decepcionantes?
Bueno, no todos. Hay algunos que son magníficos, por ejemplo la famosa biografía de Phillip Spitta. También el ensayo de Christoph Wolff, un verdadero especialista en Bach. Pero, ya digo, yo recorro otro camino, distinto al de biógrafos y académicos.
¿Y tiene una respuesta al gran misterio de que Bach fuese capaz de componer casi una cantata al día rodeado de tantos hijos?
(Ríe) Ese es un gran misterio, cierto. El ruido en el que debía de estar inmerso sería horrible. Tenía que estar realmente fatigado, consecuencia inevitable de su entrega simultánea a la crianza y a la composición. Aun así fue capaz de sobreponerse y mantener, durante años, una producción de cantatas de altísima calidad. Increíble.
Masajes tailandeses y cricket
Lo suyo también tiene mérito. No es raro verle en las interrupciones de los ensayos, ya sean en Nueva York, Viena, Madrid, París o cualquiera de las ciudades en las que hace escala a lo largo de sus incesantes giras, dando instrucciones e interesándose por el engorde de sus vacas, el potencial procreador de sus sementales, el equilibrio en la alimentación de sus corderos o las amenazas meteorológicas que se ciernen sobre su predio. Y, siempre que puede, intenta personarse en sus 650 acres. Allí, olvidada la pajarita y el frac en el armario, se remanga como sus antepasados. Ese eterno retorno al terruño, confiesa, también le recarga las baterías («Siempre es regenerador»). Desvela que ahí estriba el secreto de su trepidante senectud. También en los masajes tailandeses que se aplica cada vez que tiene ocasión y el relajo intrínseco a la contemplación de un partidito de cricket antes de enfilar el dormitorio. Así es como prepara sus estresantes peregrinajes por los podios de las agrupaciones más prestigiosas del mundo: filarmónicas de Berlín y Viena, Concertgebouw de Ámsterdam, Sinfónica de Londres…
¿Piensa escribir un nuevo libro sobre otro de sus compositores predilectos? ¿Qué tal Monteverdi?
Pues me tienta. Siento una fuerte inclinación por un proyecto así. Pero una cosa es la tentación y otra muy distinta es que encuentre el tiempo para poder abordarlo como es debido. No sería un libro en exclusiva sobre Monteverdi pero, sí, él estaría en el epicentro.
La gran gira monteverdiana
En 2017 celebrará el 450 aniversario de su nacimiento con una tournée mundial. ¿Cuál es exactamente el plan?
Monteverdi escribió varias óperas pero sólo han sobrevivido tres: Orfeo, Il ritorno d'Ulisse in Patria y L'incoronazione di Poppea. Lo que queremos hacer es interpretarlas todas en veladas consecutivas, siempre con los mismos cantantes, para mostrar los contrastes entre ellas y la indiscutible genialidad teatral de Monteverdi.
¿Sabe ya qué ciudades va a visitar?
Sí, a ver si me acuerdo de todas: Aix-en-Provence, Barcelona, Bristol, Lucerna, Salzburgo, Berlín, París, Nueva York, Chicago y Venecia. ¡Va a ser un largo e intenso recorrido!
Gardiner comandará en esas comparecencias conmemorativas las dos formaciones que fundó y en las que ejerce como director artístico: el Coro Monteverdi, que cumplió 50 años en 2014, y los English Baroque Soloist. Garantía ambos de solera, equilibrio, elegancia y riqueza tímbrica. Con estos conjuntos se presentará también en la Quincena de San Sebastián (5) y el Festival Internacional de Santander (6), donde servirá La pasión según San Mateo de Bach, una de sus especialidades.
Usted humaniza a Bach y Bach, en esta Pasión, humaniza a Jesús. ¿Está de acuerdo con el paralelismo?
(Ríe) En cierto modo, sí. Esta pieza es un extraordinario retrato de un hombre de carne y hueso, que sufre igual que cualquier otro mortal. Sus tribulaciones y ansiedades son en ella radicalmente humanas. También me recuerda a los cuadros de gran formato de Tintoretto o Veronese, en los que suceden muchas cosas a la vez. Tiene un gran potencial cinematográfico.
Lutero la elogió por su capacidad para intensificar la eficacia del mensaje sagrado. ¿También lo cree usted así?
Eso es algo muy subjetivo. Cada receptor es un mundo. Pero es cierto que Bach fue un gran embajador del cristianismo. Aunque para apreciar su música no es forzoso ser cristiano, claro. Su fuerza es universal.
Para que llegue cristalina al público contemporáneo, Gardiner ha limpiado sus páginas de las adherencias que la fueron engolando en los siglos posteriores a su alumbramiento. «Hasta 1950 se interpretaba a Bach como si fuese Brahms o Wagner, con los mismos instrumentos de la era romántica y la moderna». Frente a ese ‘fraude sonoro' se alzaron una serie de revolucionarios de la música antigua, batutas con una acentuada vocación ‘arqueológica'. Uno de los pioneros más vehementes en la reivindicación de esa pureza original fue Nikolaus Harnoncourt, fallecido en marzo. Gardiner continuó, profundizó y expandió el rigor filológico e instrumental del maestro berlinés. «Le admiré mucho, aunque sólo coincidiésemos, creo, un par de veces. Me merece todo el respeto su enorme esfuerzo del estudio de las fuentes primarias y la devoción absoluta a sus investigaciones».
La concepción historiográfica de su oficio, resabio de sus años como estudiante de esta materia en Cambridge, le llevó a incursionar en la Filología Árabe en su juventud: «El poso de la música árabe en el repertorio occidental es muy importante. Lo comprobamos en instrumentos como el laúd, uno de los precedentes del violín. También muchos instrumentos de viento son derivaciones de otros de la tradición islámica». Sus pesquisas entonces recalaron en la invasión musulmana de la Península Ibérica y la posterior Reconquista. «Era un lugar de paso inevitable si quería entender cómo se había ido gestando la visión occidental del Islam y toda la mitología que hay alrededor de este encuentro cultural».
Los amigos del continente
Hoy más bien choque, otra vez.
Este es producto de un gran malentendido por las dos partes, algo muy triste. A mí me gusta volver la vista atrás, a la España bajo el dominio árabe. Reivindico la gran tolerancia que, en algunos momentos, imperó entre musulmanes, judíos y cristianos, que llegaron a convivir pacíficamente en pueblos y ciudades. Esa apertura mental, por desgracia, hoy no la tenemos.
Lo demuestra también el recrudecimiento del nacionalismo, incluido el británico. ¿Qué le parece la decisión de sus compatriotas de abandonar la UE?
Ha sido un grandísimo error. Diría más: una auténtica tragedia. Esa es mi percepción como ciudadano inglés dedicado a la ganadería y a la música. Sólo espero ahora que sepamos mantener los lazos de colaboración con nuestros amigos del continente.
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